Cuando los demás partieron hacia el exterior, Shay y Tally echaron leña al fuego para que no se apagara y salieron volando en sus tablas rumbo a la ciudad.
Nueva Belleza se veía iluminada con explosiones llenas de color en el firmamento, como cualquier otra noche. Unos cuantos globos de aire caliente flotaban amarrados por encima de las agujas de las torres de fiesta, e hileras de antorchas de gas alumbraban los jardines del placer cual luminosas serpientes en su sinuoso ascenso por las pendientes de la isla. Las sombras de los edificios más altos bailaban con la luz fugaz de los fuegos artificiales, dando una nueva forma al perfil de la ciudad a cada explosión.
A medida que se aproximaban a Nueva Belleza, les llegaban gritos de alegría dispersos de cabezas de burbuja borrachos. Por un momento, el jolgorio hizo que Tally se sintiera como una imperfecta que contemplaba la ciudad con envidia desde el otro lado del río, a la espera de cumplir los dieciséis. Aquella era la primera vez que visitaba Nueva Belleza desde que se había vuelto especial.
—¿Echas de menos alguna vez tus días de perfecta, Shay-la? —preguntó Tally. Solo habían pasado un par de meses juntas en aquel paraíso de cabezas de burbuja antes de que se complicara todo—. La verdad es que tenía su punto divertido.
—Era falso —repuso Shay—. Prefiero tener cerebro.
Tally suspiró. Estaba de acuerdo con ella, pero a veces tener cerebro resultaba dolorosísimo. Se lamió el pulgar, donde le había quedado un punto rojo como señal de su promesa.
Subieron la ladera de la isla a través de un jardín del placer, siguiendo las sombras en dirección al centro de la ciudad. Pasaron por encima de unas cuantas parejas que yacían en el césped con sus cuerpos entrelazados, pero nadie se fijó en ellas.
—Ya te dije que no tendríamos que ponernos los trajes de infiltración, Tally-wa —dijo Shay con una risita, dejando que la red de antenas de piel transmitiera sus palabras—. En presencia de los cabezas de burbuja, uno es invisible de por sí.
Tally no contestó; se limitó a mirar a aquellas parejas acarameladas de nuevos perfectos. Parecían tan ineptos, tan completamente ajenos a los peligros de los que debían ser protegidos… Puede que sus vidas rebosaran de placer, pero ahora le parecía que no tenían ningún sentido. No podía permitir que Zane viviera así.
De repente, de entre los árboles emergió una algarabía de gritos y risas que se aproximaba a toda velocidad… como si fuera en aerotabla.
Activando el traje de infiltración con un botón, Tally se acercó a la densa copa de los pinos, desde donde vio a un grupo de individuos montados en tablas que sobrevolaban el jardín en fila, como si estuvieran en un eslalon, riendo cual demonios histéricos. Tally se agazapó aún más y notó que el traje la camuflaba con un estampado moteado en tonos verdes mientras se preguntaba cómo era posible que tantos imperfectos se hubieran colado en Nueva Belleza por el aire al mismo tiempo. No era una travesura cualquiera…
Tal vez conviniera seguirlos.
Pero entonces vio sus rostros: hermosos y con ojos enormes, de una simetría absoluta y totalmente exentos de defectos. Eran perfectos.
Pasaron de largo sin advertir su presencia, chillando a voz en cuello al tiempo que se dirigían como una centella hacia el río. Sus gritos se perdieron a lo lejos, dejando solamente un olor a perfume y champán.
—Jefa, ¿has visto a…?
—Sí, Tally-wa, los he visto.
Shay se quedó callada un instante. Tally tragó saliva. Los cabezas de burbuja no montaban en aerotabla. Había que tener muchos reflejos para mantener el equilibrio; uno no podía tener la mente embotada ni distraerse con facilidad. Cuando los nuevos perfectos querían vivir emociones fuertes, se tiraban desde lo alto de un edificio con arneses de salto o se montaban en un globo de aire caliente, lo que no requería ningún tipo de habilidad.
Pero aquellos perfectos no solo iban en tabla, sino que además lo hacían bien. Las cosas habían cambiado en la ciudad de Nueva Belleza desde la última vez que Tally había estado allí.
Recordaba que en el último informe de Circunstancias Especiales se ponía de manifiesto que la cifra de imperfectos que huían al exterior iba en aumento semana tras semana, convirtiéndose dicho fenómeno en una epidemia. Pero ¿qué ocurriría si a los perfectos se les metía en la cabeza la idea de escapar de la ciudad?
Shay salió de su escondite mientras el camuflaje de su traje pasaba de un moteado en tonos verdes a un negro mate.
—Puede que los habitantes del Humo hayan estado pasando más pastillas de lo que pensábamos —dijo—. Es posible que lo estén haciendo aquí mismo, en Nueva Belleza. Al fin y al cabo, si tienen trajes de infiltración, pueden colarse donde quieran.
Tally escudriñó con la mirada los árboles que había a su alrededor. Si uno contaba con un buen traje de infiltración, podía escapar incluso a los sentidos de un especial, como había demostrado la emboscada de David.
—Eso me recuerda una cosa, jefa. ¿De dónde habrán sacado los habitantes del Humo los trajes que llevaban? No pueden haberlos hecho ellos, ¿verdad?
—Imposible. Y tampoco los han robado. La doctora Cable me ha explicado que en todas las ciudades se lleva un registro del material militar con el que cuentan. Pero nadie ha informado de la desaparición de ningún efecto, en ninguna parte del continente.
—¿Le has contado lo de anoche?
—Lo de los trajes de infiltración, sí. Pero no le he dicho que perdimos a Fausto ni las tablas.
Tally se quedó pensativa, sobrevolando lentamente una antorcha titilante.
—Entonces, ¿crees que han dado con alguna tecnología de la época de los oxidados?
—Los trajes de infiltración son demasiado avanzados para los oxidados. Lo único que se les daba bien era matar. —Dicho esto, la voz de Shay se apagó y permaneció callada durante un instante mientras un grupo de juerguistas pasaba a sus pies entre los árboles, armando escándalo de camino a alguna fiesta que se celebraba junto al río. Tally se fijó en ellos al tiempo que se preguntaba si no le parecían más animados de lo normal. ¿Acaso estarían volviéndose todos más chispeantes en la ciudad? Puede que los efectos de los nanos se contagiaran a los perfectos que no habían tomado ninguna pastilla, al igual que ella siempre se había sentido más chispeante estando cerca de Zane.
—La doctora Cable cree que los habitantes del Humo tienen nuevos amigos. Amigos de la ciudad —añadió Shay cuando vio alejarse al grupo de juerguistas.
—Pero los únicos que tienen trajes de infiltración son Circunstancias Especiales. ¿Qué razón tendría uno de nosotros para…?
—Yo no he dicho que fueran de esta ciudad, Tally-wa.
—Ah —murmuró Tally.
Las ciudades no solían interferir en los asuntos de otras. Este tipo de conflicto era muy peligroso, pues podía acabar como las guerras que enfrentaban a los oxidados, en las que continentes enteros se disputaban el control e intentaban aniquilarse entre sí. A Tally le corrió un hilo de sudor por la espalda, fruto de los nervios al imaginarse luchando contra Circunstancias Especiales de otra ciudad.
Shay y Tally aterrizaron en la azotea de la Mansión Pulcher, descendiendo entre paneles solares y extractores de aire. Allí arriba había unos cuantos cabezas de burbuja, pero estaban petrificados ante el espectáculo pirotécnico y la danza de globos de aire caliente, y no vieron nada.
A Tally le resultó extraño estar de nuevo en la azotea de Pulcher. El invierno anterior prácticamente había vivido allí con Zane, pero ahora lo veía todo distinto. Y le olía distinto, con aquel tufo a asentamiento humano procedente de los extractores de aire en funcionamiento que había repartidos por la terraza, un olor que nada tenía que ver con el del aire fresco del exterior y que le transmitía una sensación de inquietud y abarrotamiento.
—Tally-wa, mira esto —dijo Shay al tiempo que le enviaba una lámina superpuesta de visión a través de la antena de piel.
Tally la abrió, y el edificio que tenía bajo sus pies se volvió transparente, dejando al descubierto una cuadrícula de líneas azules marcada con manchas relucientes. Parpadeó varias veces ante aquella imagen, tratando de entender la lámina.
—¿Qué es esto? ¿Una especie de infrarrojos?
—No, Tally-wa —respondió Shay, riendo—. Es una imagen del sistema de comunicación de la ciudad —explicó y, señalando un conjunto de manchas que había dos plantas más abajo, añadió—: Aquí está Zane-la con unos amigos. Tiene la habitación de siempre, ¿lo ves?
Al fijar la mirada en cada una de las manchas, al lado de ella aparecía de repente un nombre. Tally recordó entonces los anillos de comunicación que llevaban los imperfectos y los cabezas de burbuja, un dispositivo de rastreo que permitía a la ciudad saber dónde estaban sus habitantes en todo momento. Sin embargo, como hacían con todos los perfectos problemáticos, seguro que a Zane le habrían puesto una pulsera a medida, un artilugio similar a un anillo de comunicación, pero que no era de quita y pon.
Las otras manchas presentes en la habitación de Zane aparecían etiquetadas con nombres desconocidos en su mayoría para Tally. Todos sus amigos rebeldes formaban parte del nutrido grupo de fugitivos que habían escapado de la ciudad el invierno anterior. Al igual que ella, habían encontrado la manera de dejar de ser cabezas de burbuja, así que ahora eran especiales, salvo aquellos que seguían viviendo en plena naturaleza, con los habitantes del Humo.
El nombre de Peris se leía junto al de Zane. Peris había sido el mejor amigo de Tally desde que eran niños, pero durante la huida se había echado atrás en el último momento, optando por seguir siendo un cabeza de burbuja. Era un perfecto que nunca se convertiría en especial, de eso Tally estaba segura.
Pero al menos Zane tenía cerca una cara conocida.
—Debe de ser raro para Zane —observó Tally con el ceño fruncido—. Todo el mundo lo reconocerá por todas las travesuras que hicimos juntos, pero puede que él no recuerde ni una sola… —Tally dejó que su voz se apagara en un susurro, apartando aquellos pensamientos funestos de su mente.
—Al menos tiene los mismos criterios de siempre —dijo Shay—. Hoy se celebran una docena de fiestas en Nueva Belleza, pero por lo visto ninguna de ellas es lo bastante chispeante para Zane y su pandilla.
—Pero si lo único que hacen es estar sentados en su habitación.
Ninguna de las manchas parecía moverse mucho. Fuera lo que fuera lo que tramaban, no parecía muy chispeante.
—Ya. Cuando una camarilla habla en privado, es que prepara una fechoría. —Shay tenía previsto seguir un rato la pista de Zane, para luego acorralarlo en un rincón oscuro entre fiesta y fiesta.
—¿Por qué iban a hacer nada?
Shay puso la mano en el hombro de Tally.
—Tranquila, Tally-wa. Si le han dejado volver a Nueva Belleza, es que está en condiciones para ir de fiesta. ¿Qué sentido tendría, si no? Tal vez sea demasiado pronto, y salir le resulte falso.
—Eso espero.
Shay hizo un gesto y la lámina superpuesta de visión se desvaneció al tiempo que el mundo real volvía a aparecer ante sus ojos. Acto seguido, se puso los guantes de escalada.
—Venga, Tally-wa. Vamos a averiguarlo.
—¿No podemos escucharlos a través del sistema de comunicación de la ciudad?
—No, a menos que queramos que la doctora Cable también los oiga. Prefiero que esto quede entre nosotros, los cortadores.
—Vale, Shay-la —le contestó Tally, sonriendo—. Que quede entre nosotros, los cortadores. ¿Y cuál es el plan de esta noche exactamente?
—Creía que querías ver a Zane —respondió Shay y, encogiéndose de hombros, añadió—: De todos modos, los especiales no necesitamos tener un plan.
Para un especial, escalar un edificio no revestía dificultad alguna.
Tally ya no tenía miedo a las alturas; de hecho, ni siquiera la ponían glacial. Al asomarse al vacío, tan solo sintió una leve sensación de alerta. Nada de pánico ni nervios; más bien era como un recordatorio por parte de su cerebro de que tuviera cuidado.
Pasó ambas piernas por encima del borde de la azotea y comenzó a descender, dejando que los pies se deslizaran por la fachada lisa de la Mansión Pulcher. En un momento dado, una de las puntas de los zapatos de suela adherente que llevaba puestos quedó atrapada dentro de la junta que formaban dos tramos de cerámica, y Tally se detuvo para dejar que el traje de infiltración adoptara el color de la mansión, notando cómo cambiaban de textura las escamas para adaptarse a la del edificio.
Una vez finalizado el proceso de camuflaje del traje, Tally se soltó de la cornisa para descender deslizándose y cayendo a la vez, arañando con pies y manos el enladrillado de la fachada en una búsqueda frenética por más juntas, bordes de marcos de ventanas y grietas medio arregladas. Ninguna de las imperfecciones presentaba la solidez necesaria para sostener su peso, pero cada fracción de segundo que conseguía agarrarse a la pared con un pie o una mano suponía un pequeño avance en el descenso. En ningún momento perdió el control; su cuerpo se movía con una levedad excitante, como si fuera un bicho que corriera por encima del agua demasiado rápido como para hundirse.
Al llegar a la altura de Zane, Tally estaba cayendo al vacío a toda velocidad, pero los dedos le salieron disparados y se cogieron al alféizar con facilidad, de donde quedó colgada, balanceándose en un amplio arco, con los guantes adherentes pegados a la piedra como si los llevara untados de cola, hasta que el impulso de su cuerpo fue perdiendo intensidad poco a poco en su movimiento pendular.
Al alzar la vista, Tally vio a Shay un metro por encima de ella, pendiente de una diminuta moldura que sobresalía no más de un centímetro de la pared alrededor del marco de una ventana. Sus manos enguantadas, con los dedos separados, parecían arañas de cinco patas, pero Tally no alcanzaba a ver de dónde sacaba Shay la fricción necesaria para sostener el peso de su cuerpo.
—¿Cómo haces eso? —musitó.
—No te puedo desvelar todos mis secretos, Tally-wa —respondió Shay con una risita—. Pero la cosa está un poco resbaladiza por aquí arriba. Rápido, escucha.
Colgando de una mano, Tally se metió entre los dientes la punta de los dedos de la otra mano para quitarse el guante y estiró luego un dedo para tocar la esquina de la ventana. Los chips que tenía implantados en la mano registraron las vibraciones del vidrio, convirtiendo este en un enorme micrófono. Tally cerró los ojos para escuchar los ruidos del interior de la habitación con mayor atención, como si pegara una oreja a un vaso apoyado en un tabique. De repente, oyó un sonido metálico al incorporarse Shay a la escucha a través de su antena de piel.
Zane estaba hablando y, al oírlo, Tally se estremeció por un instante. Su voz le sonaba de lo más familiar, aunque distorsionada, ya fuera por el dispositivo de escucha o por los meses que llevaban separados. Distinguía las palabras, pero no su significado.
—Todas las relaciones fijadas y ultracongeladas, con el tren que arrastran de antiguos y venerables prejuicios y opiniones, se ven erradicadas —estaba diciendo Zane—. Y las nuevas formas de relación se vuelven anticuadas antes de que tengan tiempo de anquilosarse.
—¿De qué habla? —preguntó Shay entre dientes, agarrándose mejor de la moldura.
—No sé. Suena a oxidado, como si leyera un libro viejo.
—No me digas que Zane está… leyendo a los rebeldes.
Tally alzó la vista hacia Shay con cara de desconcierto. Una lectura dramatizada no parecía muy propio de rebeldes, la verdad. Ni muy propio de nadie más que de aleatorios. Zane prosiguió con su monótono parlamento sobre algo que se derretía.
—Echa un vistazo, Tally-wa.
Tally asintió y se impulsó hacia arriba hasta que sus ojos quedaron por encima del alféizar de la ventana.
Zane estaba sentado en una silla grande y mullida, sosteniendo un viejo libro de papel con una mano mientras agitaba la otra en el aire como un director de orquesta al tiempo que soltaba su perorata. Pero el espacio que, según el sistema de comunicación de la ciudad, ocupaban los otros rebeldes, se veía vacío.
—Oh, Shay —susurró Tally—. Esto te va a encantar.
—Lo que voy a hacer es caer encima de tu cabeza dentro de diez segundos. ¿Qué es lo que ocurre, Tally-wa?
—Zane está solo. Los otros rebeldes no son más que… —Tally entrecerró los ojos para ver mejor lo que había en la penumbra que quedaba fuera del alcance de la luz de lectura de Zane—. Anillos. Salvo él, todos los demás no son más que anillos de comunicación.
Pese a su precario asidero, Shay dejó escapar una larga risita.
—Quizá esté más chispeante de lo que pensábamos.
Tally asintió, sonriendo para sus adentros.
—¿Llamo?
—Sí, por favor.
—Puede que se asuste.
—Eso le vendrá bien, Tally-wa. Nos interesa que esté chispeante. Venga, date prisa, que me resbalo.
Tally se impulsó un poco más hacia arriba para apoyar una rodilla en el estrecho alféizar de la ventana. Luego respiró hondo y golpeó dos veces el vidrio, intentando sonreír sin mostrar sus dientes afilados.
Al oír el golpeteo, Zane levantó la vista del libro y, tras un momento inicial de sobresalto, abrió los ojos como platos. Acto seguido, hizo un gesto para que la ventana se abriera sola.
Una amplia sonrisa iluminó su rostro.
—Tally-wa —dijo—. Te veo cambiada.