—¿Por qué no me has dicho que Zane había vuelto?
—Porque no lo sabía. Solo han pasado dos semanas.
Tally expulsó el aire entre los dientes en un largo suspiro.
—¿Qué ocurre? —preguntó Shay—. ¿No me crees?
Tally desvió la mirada hacia el fuego, sin saber qué responder. No confiar en otros cortadores no era muy glacial, y llevaba a que uno tuviera dudas y pensamientos confusos. Pero, por primera vez desde que se había convertido en especial, se sentía fuera de lugar, incómoda en su propia piel. Sus dedos se paseaban inquietos por las cicatrices de los cortes que tenía en los brazos, y los sonidos propios del bosque que los rodeaba la ponían nerviosa.
Zane había salido del hospital, pero no estaba allí con ella en el campamento de los cortadores, en plena naturaleza, donde debería estar. Y eso le daba mala espina…
A su alrededor los demás cortadores se mantenían glaciales. Habían hecho una hoguera de árboles caídos, una idea con la que Shay pretendía levantar la moral de los suyos tras la emboscada de la noche anterior. Los dieciséis miembros del grupo —es decir, todos menos Fausto— estaban reunidos alrededor del fuego, desafiándose los unos a los otros a correr descalzos entre las llamas y alardeando de lo que harían a los habitantes del Humo cuando por fin los cogieran.
Y, aun así, Tally no sabía por qué, pero se sentía fuera de lugar.
Por lo general, le encantaban las hogueras, por el modo en que tenían de hacer danzar las sombras como si estas tuvieran vida, dejando ver la verdadera maldad de los árboles en llamas. Aquello era precisamente lo que representaba ser especial: uno existía para velar por el buen comportamiento de los demás, pero eso no significaba que uno tuviera que seguir las normas.
Sin embargo, aquella noche el olor a hoguera no dejaba de traerle a la memoria recuerdos de sus días en el Humo. Algunos de los cortadores habían pasado hacía poco de hacerse cortes en los brazos a marcárselos con un hierro candente, otra práctica que servía igualmente para mantener la mente glacial. Pero a Tally el olor a carne quemada le recordaba demasiado al de los animales muertos que solían preparar para comer en el Humo. Así pues, siguió siendo fiel al cuchillo.
Lanzó un palo al fuego de un puntapié.
—Pues claro que te creo, Shay. Lo que ocurre es que en estos dos últimos meses suponía que Zane se uniría a Circunstancias Especiales en cuanto se recuperara. Ya solo de imaginármelo en Nueva Belleza, con cara de molde de galleta… —dijo Tally, moviendo la cabeza de un lado a otro.
—Si pudiera traerlo aquí, lo traería, Tally-wa.
—¿Entonces hablarás con la doctora Cable sobre ello?
Shay extendió las manos.
—Tally, ya conoces las reglas: para formar parte de Circunstancias Especiales, hay que demostrar que uno es especial. Se le tiene que ocurrir la manera de dejar de ser un cabeza de burbuja por sus propios medios.
—Pero si Zane era prácticamente especial cuando lideraba a los rebeldes. ¿Es que no ve eso la doctora Cable?
—Pero no cambió de verdad hasta que no se tomó la pastilla de Maddy. —Shay se acercó a Tally rápidamente y le echó un brazo por el hombro; sus ojos se veían de un rojo titilante a la luz de la hoguera—. A ti y a mí se nos ocurrió la manera de dejar de serlo sin ayuda de nadie.
—Zane y yo comenzamos a cambiar ya desde que nos besamos por primera vez —repuso Tally, soltándose de Shay—. Si no le hubieran achicharrado el cerebro, ahora mismo sería uno de los nuestros.
—¿Y entonces qué es lo que te preocupa? —preguntó Shay, encogiéndose de hombros—. Si lo consiguió una vez, puede volver a hacerlo.
Tally se volvió y la fulminó con la mirada, sin saber muy bien lo que sentían ambas en aquel momento. ¿Seguiría siendo Zane el chico chispeante que había liderado en su día a los rebeldes? ¿O la lesión cerebral que había sufrido lo habría cambiado todo, condenándolo a ser un cabeza de burbuja el resto de su vida?
Todo aquello era de lo más injusto. Completamente aleatorio.
La primera vez que los habitantes del Humo habían llevado nanos a Nueva Belleza, habían dejado dos pastillas para que Tally las encontrara, junto con una carta escrita por ella misma en la que se le advertía de los peligros, pero en la que se aseguraba que había dado su «consentimiento fundado». Al principio había tenido mucho miedo, pero Zane se había mantenido tan chispeante como siempre, en su afán por dejar de tener una mente de perfecto. Tanto era así que se había ofrecido a tomarse las pastillas no probadas.
En teoría, los nanos liberaban la mente de los perfectos, que pasaban de ser unos cabezas de burbuja a convertirse en… bueno, nadie se había molestado nunca en explicarles en qué se convertían exactamente. ¿Qué haría uno con un puñado de jóvenes mimados y superguapos sin límites en sus apetitos? ¿Dejarlos a sus anchas en un mundo frágil para que lo destruyeran como lo habían hecho los oxidados hacía tres siglos?
En cualquier caso, la cura no había funcionado como se esperaba. Tally y Zane se habían repartido las pastillas, y a Zane le había tocado la desafortunada. Los nanos que contenía se comieron las lesiones que hacían de él un cabeza de burbuja, pero luego siguieron reproduciéndose y corroyendo su mente cada vez más y más…
Tally se estremeció al pensar en la suerte que había tenido. Su pastilla tenía como única finalidad interrumpir la actividad de los nanos de la otra. Por sí sola no tenía ningún efecto; Tally pensó que había tomado la cura, pero no había sido así. Con todo, había conseguido dejar de ser una cabeza de burbuja por sus propios medios, sin necesidad de nanos, operaciones ni cortes como la banda de Shay.
Por eso estaba en Circunstancias Especiales.
—Pero cualquiera de los dos podríamos haber tomado esa pastilla —dijo Tally en voz baja—. No es justo.
—Claro que no es justo. Pero eso no significa que tú tengas la culpa, Tally. —Un cortador descalzo pasó corriendo sobre las brasas entre risas, esparciendo chispas a su paso—. Tuviste suerte. Eso es lo que pasa cuando uno es especial. ¿Por qué habrías de sentirte culpable?
—Yo no he dicho en ningún momento que me sienta culpable. —Tally partió un palo en dos—. Simplemente quiero hacer algo al respecto. Entonces, me vas a llevar contigo esta noche, ¿no?
—No sé si estás preparada, Tally-wa.
—Estoy bien. Siempre que no tenga que pegarme una máscara de plástico en la cara.
Shay se echó a reír y alargó la mano para seguir con la punta del meñique los trazos de los tatuajes flash que cubrían el rostro de Tally.
—Lo que me preocupa no es tu cara, sino tu cabeza. Dos ex novios seguidos pueden dejarla a una hecha un lío.
Tally volvió la cara.
—Zane no es un ex novio. Puede que ahora mismo sea un cabeza de burbuja, pero se le ocurrirá la manera de dejar de serlo.
—Mírate —dijo Shay—. Estás temblando. Eso no es muy glacial.
Tally se miró las manos y las cerró en un puño para controlarlas.
Arrojó un tronco robusto a la hoguera de una patada, haciendo que saltaran chispas. Mientras observaba cómo lo envolvían las llamas, abrió las manos y las acercó al fuego. Desde la zambullida en las aguas heladas del río sentía un frío en el cuerpo que no era capaz de mitigar, por muy cerca que se sentara de la lumbre.
Lo que necesitaba era volver a ver a Zane; seguro que entonces desaparecería aquella extraña sensación que tenía metida en los huesos.
—¿Estás temblando por haber visto a David?
—¿David? —gruñó Tally—. ¿De dónde has sacado esa idea?
—No tienes por qué avergonzarte, Tally-wa. Nadie puede mantenerse glacial en todo momento. Quizá necesites un corte —sugirió Shay, sacándose el cuchillo.
Tally no tenía ningún reparo en hacerlo, pero en lugar de ello soltó un resoplido y escupió en el fuego. No estaba dispuesta a que Shay la hiciera sentirse débil.
—Yo con David me desenvolví sin problemas… mejor que tú, por lo que me parece recordar.
Shay se echó a reír y le dio un puñetazo en el hombro en broma, aunque en realidad le hizo daño.
—¡Ay, jefa! —exclamó Tally. Por lo visto, Shay aún estaba disgustada por la derrota que había sufrido la noche anterior en un combate cuerpo a cuerpo con un aleatorio.
Shay se miró el puño con el que acababa de golpear a Tally.
—Perdona. No quería darte tan fuerte, en serio.
—No pasa nada. Entonces, ¿estamos en paz? ¿Puedo ir contigo a ver a Zane?
Shay dejó escapar un quejido.
—No mientras siga siendo un cabeza de burbuja, Tally-wa. Solo te servirá para ponerte nerviosa. ¿Por qué no vas a buscar a Fausto con los demás?
—Pero ¿de verdad crees que encontrarán algo?
Shay se encogió de hombros y apagó la conexión de su antena de piel con los otros cortadores.
—Algo tengo que darles para que estén ocupados —dijo en voz baja.
El resto del grupo tenía previsto salir más tarde en sus aerotablas para dar una batida por el exterior. Los habitantes del Humo no podrían extraer la antena de piel del cuerpo de Fausto sin matarlo, así que la señal se captaría desde un kilómetro a la redonda. Pero la distancia en kilómetros no significaba nada en plena naturaleza; Tally lo sabía muy bien. De camino al Humo, había viajado en aerotabla durante días sin encontrar rastro alguno de actividad humana, y había visto ciudades enteras enterradas bajo las arenas del desierto o engullidas por la espesura de la selva. Si los habitantes del Humo querían desaparecer, tenían naturaleza de sobra para hacerlo.
—Eso no significa que tengas que hacerme perder el tiempo a mí también —repuso Tally con un resoplido.
—¿Cuántas veces tengo que explicártelo, Tally-wa? Ahora eres especial. No deberías pasarte el día pensando en un cabeza de burbuja. Tú eres una cortadora, y Zane no; es así de sencillo.
—Pues si es tan sencillo, ¿por qué me siento así?
Shay dejó escapar un gemido.
—Porque caes en la trampa de siempre, Tally: complicar las cosas.
Tally suspiró y dio una patada al fuego, lo que provocó que salieran un montón de chispas volando por el aire. Recordaba muchos momentos de satisfacción siendo una cabeza de burbuja, e incluso durante su estancia en el Humo. Pero era un estado de ánimo que nunca le duraba mucho, y no sabía por qué. Siempre estaba cambiando, forzando los límites y haciendo que todo acabara mal para la gente que tenía a su alrededor.
—La culpa no siempre es mía —dijo Tally en voz baja—. A veces las cosas se complican solas.
—Bueno, esta vez confía en mí, Tally. Ver a Zane haría que las cosas se complicaran, y mucho. Dale tiempo para que encuentre la manera de llegar hasta aquí. ¿Acaso no estás contenta con nosotros?
Tally asintió lentamente… claro que estaba contenta. Sus sentidos de especial hacían que el mundo entero fuera glacial, y cada momento que pasaba dentro de su nuevo cuerpo era mejor que un año siendo perfecta. Ahora que sabía que Zane estaba sano, su ausencia lo complicaba todo. De repente, se sintió inacabada e irreal.
—Estoy contenta, Shay-la. Pero ¿recuerdas la última vez que Zane y yo escapamos de la ciudad? ¿Sin ti? Pues no puedo volver a hacer eso.
Shay negó con la cabeza.
—A veces hay que dejar marchar a la gente, Tally-wa.
—¿Así que anoche debería haberte dejado marchar, Shay? ¿Debería haber dejado que te ahogaras?
Shay soltó un gruñido.
—Un gran ejemplo, Tally. Mira, esto es por tu propio bien. Créeme, no te conviene que las cosas se compliquen.
—Pues hagamos que sean sencillas, Shay-la.
Tally colocó la punta del pulgar entre sus dientes afilados y la mordió. Con una punzada de dolor, el sabor a hierro de la sangre se extendió por la lengua, y se le aclaró un poco la mente.
—Una vez que Zane sea especial, pararé. No volveré a complicar las cosas nunca más. —Tally alargó la mano—. Lo prometo con mi sangre.
Shay se quedó mirando la gotita de sangre.
—¿Lo juras?
—Sí. Seré una buena cortadora y haré todo lo que tú y la doctora Cable me digáis. Solo pido que Zane vuelva a mi lado.
Tras un instante de reflexión, Shay se pasó el cuchillo por el pulgar y se quedó observando con aire pensativo cómo manaba la sangre.
—Lo que siempre he querido es que estemos en el mismo bando, Tally.
—Yo también. Solo quiero que Zane esté con nosotros.
—Lo que sea por hacerte feliz. —Shay sonrió y, cogiendo la mano de Tally, juntó los pulgares de ambas bien fuerte—. Sangre por sangre.
A medida que el dolor se abría paso en su interior, Tally sintió que su mente cobraba una claridad glacial por primera vez en todo el día. Veía su futuro como un camino despejado, sin reveses ni confusiones. Había luchado contra su condición de imperfecta, y también contra su condición de perfecta, pero todo aquello formaba ya parte del pasado. De ahora en adelante lo único que quería era ser especial.
—Gracias, Shay-la —dijo Tally en voz baja—. Cumpliré con mi promesa.
Shay la soltó y limpió el cuchillo con unos cuantos golpes rápidos en el muslo.
—Me aseguraré de que así sea.
Tally tragó saliva y se lamió el pulgar, donde aún sentía un dolor punzante.
—Entonces, ¿puedo ir contigo esta noche, jefa? Por favor.
—Supongo que ahora no te queda más remedio —dijo Shay, sonriendo con tristeza—. Pero es posible que no te guste lo que veas.