Tally volaba bajo y rápido, rozando casi la superficie del río, con los ojos clavados en los oscuros árboles situados al otro lado.
¿Dónde se habrían metido?
Los habitantes del Humo no podían estar tan lejos, no con solo dos minutos de ventaja. Pero, al igual que ella, también volaban bajo, utilizando los yacimientos minerales existentes en el lecho del sinuoso río como una fuente de impulso adicional, al abrigo de los árboles. Ni siquiera el resplandor de los cuerpos de Shay y Fausto bajo los infrarrojos especiales resultaba visible a través del oscuro manto del bosque, lo cual era un problema.
¿Y si se habían desviado del río y ocultado entre los árboles para verla pasar? Con las tablas robadas, podían tomar la dirección que quisieran.
Tally necesitaba remontar el vuelo unos segundos para ver el bosque desde lo alto. Pero los habitantes del Humo también disponían de infrarrojos. Si quería echar un vistazo sin que la descubrieran, tendría que hacer algo para disminuir la temperatura de su cuerpo.
Miró el agua oscura que fluía a toda prisa bajo sus pies y le entró un escalofrío.
Aquello no tendría nada de divertido.
Tally se detuvo con un derrape, provocando con la cola de la tabla una salpicadura de agua helada que le mojó los brazos y la cara, lo que le produjo otro escalofrío por todo el cuerpo. El río bajaba con fuerza, a punto de rebosar con la nieve derretida que descendía de las montañas, tan fría como las cubiteras de champán que recordaba de cuando era una cabeza de burbuja.
—Estupendo —dijo Tally con el entrecejo fruncido antes de saltar de la tabla.
Se zambulló con los pies en punta, sin salpicar apenas una gota, pero el contacto con el agua helada le disparó el corazón. En unos segundos comenzaron a castañetearle los dientes y se le entumecieron los músculos de tal modo que temió que se le partieran los huesos. Tally hundió la tabla de Ho en el agua a su lado, y las hélices elevadoras desprendieron volutas de vapor a medida que se enfriaban.
Tally comenzó a contar hasta diez, deseando durante aquel suplicio interminable que la mala suerte y la destrucción se cebaran en David, los habitantes del Humo y quienquiera que hubiera inventado el agua helada. El frío le caló rápidamente hasta los huesos y le erizó los nervios.
Pero entonces le sobrevino el momento especial. Era como cuando se cortaba; el dolor fue en aumento hasta que llegó un punto en que le resultó casi insoportable… y, de repente, todo cambió. La extraña claridad oculta bajo el sufrimiento afloró de nuevo, como si el mundo se hubiera obligado a sí mismo a entrar en un estado en el que todo tuviera sentido.
Tal como le había prometido la doctora Cable hacía ya tanto tiempo, aquello era mucho mejor que ser chispeante. Tally tenía revolucionados todos los sentidos, pero su mente parecía estar al margen, observando sus reacciones sensoriales sin verse presa de ellas.
No era una aleatoria cualquiera, estaba por encima de la media… rayando casi en lo sobrehumano. Y la habían hecho para que salvara el mundo.
Tally dejó de contar y exhaló lentamente, con calma, mientras desaparecían los temblores de su cuerpo. El agua helada había perdido su poder.
Volvió a subir a la tabla de Ho, cogiéndose a los bordes con los nudillos traspasados por la palidez de los huesos. Tras tres intentos fallidos, logró chasquear los dedos entumecidos lo bastante alto como para que la tabla captara el sonido y comenzara a elevarse en el aire, ascendiendo hasta donde las silenciosas alzas magnéticas lo permitieran, ahora que no podían ser detectadas por la vista. Al sobrepasar la espesura del bosque, el viento la azotó con la fuerza de un alud de frío, pero Tally se mantuvo incólume sobre la tabla, barriendo con la mirada el mundo que se extendía a sus pies y que veía con una claridad prodigiosa.
De repente, divisó unas tablas titilantes que resaltaban con la oscuridad del agua, y la imagen fugaz de una silueta humana resplandeciente. Allí estaban, a solo un kilómetro más o menos por delante de ella. Los habitantes del Humo parecían ir lentos, sin apenas moverse. Tal vez estuvieran descansando, sin saber que los seguían. Pero para Tally era como si toda la atención que tenía puesta en ellos en aquel momento de claridad glacial los hubiera detenido en pleno vuelo.
Dejó que la tabla descendiera para poder ocultarse antes de que su calor corporal traspasara el frío de la ropa empapada de agua. Notaba el disfraz de uniforme de residencia pegado a la piel como una manta de lana mojada. Tally se quitó la cazadora y la dejó caer al río.
La tabla volvió a cobrar vida con un estruendo y comenzó a avanzar con las hélices a toda potencia, dejando a su paso una estela de un metro de alto.
Puede que estuviera calada hasta los huesos y que tuviera la desventaja de ser una contra cinco, pero la zambullida en el río le había aclarado la cabeza. Notaba que sus sentidos de especial analizaban con minuciosidad el bosque que la rodeaba y que tenía los instintos a flor de piel mientras la mente calculaba por la posición de las estrellas la distancia exacta que le quedaba para alcanzar a David y compañía.
Tally tenía las manos medio entumecidas, pero sabía que eran las únicas armas que necesitaba, por muchos ardides con los que pudieran contar los habitantes del Humo.
Estaba preparada para la lucha.
Sesenta segundos más tarde la vio: una sola tabla esperándola tras un recodo del río. Sobre ella se alzaba una silueta negra inmóvil, con el cuerpo resplandeciente de un especial en los brazos.
Tally se detuvo haciendo un derrape cerrado para mirar con detenimiento entre los árboles. La morada espesura boscosa estaba repleta de formas que se entreveían cuando las movía el viento, pero entre ellas no había ninguna silueta humana.
Tally miró la oscura figura que le bloqueaba el paso. El traje de infiltración le tapaba la cara, pero Tally recordaba el porte que adoptaba David encima de una tabla: el pie de atrás con la punta dirigida hacia fuera en un ángulo de cuarenta y cinco grados, como un bailarín clavado en el sitio a la espera de que empezara a sonar la música. Y la intuición le decía que se trataba de él.
La lánguida silueta que resplandecía en sus brazos tenía que ser la de Shay, que seguía inconsciente.
—¿Me has visto seguiros? —preguntó Tally.
La silueta negó con la cabeza.
—No, pero sabía que lo harías.
—¿Qué es esto? ¿Otra emboscada?
—Tenemos que hablar.
—¿Mientras tus amigos se alejan?
Tally movió las manos para desentumecerlas, pero no se lanzó al ataque. Le resultó extraño volver a oír la voz de David, que le llegó con claridad pese al rugido del agua, y en la que detectó un poco de nerviosismo. Se dio cuenta de que él le tenía miedo.
Pues claro que le tenía miedo, pero aun así le parecía extraño…
—¿Te acuerdas de mí? —preguntó él.
—¿Tú qué crees, David? —replicó Tally con el ceño fruncido—. Incluso siendo una cabeza de burbuja me acordaba de ti. Siempre me has causado una gran impresión.
—Así me gusta —respondió él, como si Tally hubiera dicho aquello como un cumplido—. Entonces recordarás la última vez que nos vimos. Te diste cuenta de hasta qué punto la ciudad te había trastocado la cabeza. Te obligaste a volver a pensar con claridad, no como una perfecta. Y huiste. ¿Lo recuerdas?
—Recuerdo a mi novio tumbado encima de un montón de mantas, con el cerebro medio destrozado —repuso Tally—. Gracias a esas pastillas que tu madre inventó.
Al oír nombrar a Zane, la oscura silueta de David se estremeció de pies a cabeza.
—Eso fue un error.
—¿Un error? ¿Quieres decir que me hiciste llegar aquellas pastillas sin querer?
David se removió sobre la tabla.
—No. Pero te advertimos de los posibles riesgos que conllevaban. ¿No te acuerdas?
—¡Ahora lo recuerdo todo, David! Por fin lo veo claro.
Tenía la mente clara, tan clara como solo podía tenerla un especial, desligada de emociones primitivas y sensaciones propias de cabezas de burbuja, y era plenamente consciente de la verdadera naturaleza de los habitantes del Humo. Lejos de ser unos revolucionarios, no eran más que unos ególatras que jugaban con la vida de los demás, dejando víctimas destrozadas a su paso.
—Tally —susurró David en tono de súplica, pero ella se limitó a reír. Sus tatuajes flash giraban a un ritmo vertiginoso, con un movimiento frenético potenciado por el agua helada y la ira que sentía. Aguzó la mente hasta el punto de poder ver la silueta de David con una nitidez que aumentaba con cada latido de su acelerado corazón.
—Robáis niños, David, críos de ciudad que ignoran lo peligroso que es estar en plena naturaleza. Y jugáis con ellos.
David sacudió la cabeza con un gesto de negación.
—Yo nunca… nunca pretendí jugar contigo, Tally. Lo siento.
Tally hizo amago de contestar, pero vio la señal de David justo a tiempo. No fue más que un levísimo gesto con un dedo, pero ante su agudeza mental aquel pequeño movimiento se vio como unos fuegos artificiales en plena oscuridad.
La atención de Tally se disparó en todas direcciones en su afán por cubrir la negrura que la rodeaba. Los habitantes del Humo habían elegido un lugar donde las piedras medio sumergidas aumentaban el estrépito del agua, silenciando cualquier otro sonido más débil, pero Tally intuyó de algún modo la inminencia del ataque.
Un instante después su visión periférica percibió la imagen de dos flechas que se aproximaban a ella procedentes de dos flancos opuestos, como dos dedos que pretendieran aplastar un bicho. Su mente ralentizó el tiempo hasta hacer que quedara casi congelado. A menos de un segundo para el impacto, los proyectiles se hallaban demasiado cerca para que la gravedad tirara de ella hacia abajo, por muy rápido que flexionara las rodillas. Pero Tally no necesitaba la gravedad…
Sus manos salieron disparadas de los costados, con los codos doblados, y cogieron al vuelo las astas de las flechas. Estas se deslizaron unos centímentros dentro de sus puños cerrados, y Tally notó que la fricción le quemaba en las palmas como si hubiera apagado una vela, pero con ello logró frenar el impulso de los proyectiles.
Las puntas de las flechas chisporrotearon por un instante con un zumbido eléctrico lo bastante cerca como para que Tally notara el calor en ambas mejillas, y luego se apagaron presas de la frustración.
Los ojos de Tally seguían clavados en David, y pese al traje de infiltración vio que se quedaba boquiabierto y que de sus labios salía una pequeña exclamación de asombro que llegó hasta sus oídos a través del rugido del agua.
Tally soltó una risa aguda.
—¿Qué han hecho ahora contigo, Tally? —preguntó David con voz temblorosa.
—Me han hecho ver —respondió Tally.
David sacudió la cabeza apesadumbrado y, acto seguido, lanzó a Shay al río de un empujón.
Shay se inclinó hacia delante con languidez y cayó al agua de cabeza. David hizo girar la tabla en una brusca maniobra que provocó una gran salpicadura. Los dos arqueros salieron del bosque como una flecha y lo siguieron entre el estruendo de las tablas, que volvían a cobrar vida.
—¡Shay! —exclamó Tally, pero el cuerpo inerte estaba ya medio hundido en el agua al verse arrastrado al fondo por el peso de las pulseras protectoras y la ropa mojada. Los colores infrarrojos que emanaban de Shay comenzaron a cambiar con el agua fría a partir de las manos, que pasaron de un amarillo brillante a un naranja apagado. La rápida corriente la hizo pasar por debajo de Tally, que arrojó las flechas gastadas a un lado y, girando sobre un solo talón, se zambulló en el río helado.
Con unas cuantas brazadas desesperadas, logró llegar junto a la silueta cada vez menos reluciente y, alargando la mano, cogió a Shay por el pelo y tiró de ella para sacarle la cabeza del agua. Los tatutajes flash apenas se movían en su pálido rostro, pero de repente Shay se estremeció y vació los pulmones con un súbito ataque de tos.
—¡Shay-la! —gritó Tally, retorciéndose en el agua para poder cogerla mejor.
Shay agitó los brazos sin fuerzas y volvió a toser para expulsar más agua. Con todo, los tatuajes flash que llevaba en la cara comenzaron a cobrar vida poco a poco, girando cada vez más rápido a medida que se fortalecía el latido de su corazón. Su rostro se encendió bajo la visión de infrarrojos de Tally al reactivarse el riego sanguíneo en su cuerpo.
Tally cambió la mano con la que tenía cogida a Shay, mientras trataba por todos los medios de mantener la cabeza de ambas fuera del agua, e hizo una seña con la pulsera protectora. La tabla que había tomado prestada de Ho respondió con un tirón magnético y acudió a su llamada.
Shay abrió los ojos y pestañeó unas cuantas veces.
—¿Eres tú, Tally-wa?
—Sí, soy yo.
—Deja de tirarme del pelo —dijo Shay, tosiendo de nuevo.
—Ay, lo siento. —Tally desenredó sus dedos de la maraña de pelos mojados. Cuando la aerotabla le dio un toquecito por detrás, puso un brazo encima y con el otro rodeó a Shay. Un largo escalofrío recorrió el cuerpo de ambas.
—El agua está fría… —dijo Shay. Con la visión de infrarrojos, sus labios se veían casi azules.
—No me digas. Al menos te ha venido bien para despertarte. —Tally consiguió subir a Shay en la tabla y ponerla derecha. Su amiga se quedó allí sentada, acurrucándose como una criatura desvalida para protegerse del viento, mientras Tally permanecía en el río, con la mirada clavada en los ojos vidriosos de su amiga—. ¿Shay-la? ¿Sabes dónde estás?
—Me has despertado, o sea que estaba… ¿dormida? —Shay movió la cabeza de un lado a otro, cerrando los ojos para concentrarse mejor—. Mierda. Eso significa que me han dado con una de esas malditas flechas.
—Con una flecha, no; David llevaba un palo aturdidor en la mano.
Shay escupió en el río.
—Me la ha jugado al tirarme a Tachs encima. —Shay frunció el entrecejo y abrió los ojos de nuevo—. ¿Tachs está bien?
—Sí. Lo he cogido antes de que cayera al suelo. Luego David ha intentado llevarte cautiva, pero te he rescatado.
Shay logró esbozar una leve sonrisa.
—Buen trabajo, Tally-wa.
Tally notó que una sonrisa sutil y temblorosa se dibujaba en su cara.
—¿Y Fausto?
Tally lanzó otro suspiro mientras tomaba impulso para subir a la tabla, cuyas hélices comenzaron a girar bajo su peso.
—También se lo han llevado. —Dicho esto, lanzó una mirada río arriba, donde no vio más que oscuridad—. Y supongo que a estas alturas ya estarán muy lejos de aquí.
Shay rodeó a Tally con un brazo mojado y tembloroso.
—No te preocupes. Lo rescataremos. —Shay miró entonces el agua con cara de desconcierto—. ¿Y cómo he acabado en el río?
—Te han traído hasta aquí para utilizarte como cebo. Querían capturarme a mí también. Pero he sido demasiado rápida para ellos, y David te ha tirado al agua para distraerme, supongo. O a lo mejor quería dar tiempo a los otros, a los que llevaban a Fausto, para que se alejaran.
—¡Hum! Eso es un poco insultante —dijo Shay.
—¿El qué?
—Que me utilizaran a mí como señuelo en vez de a Fausto.
Tally sonrió y estrechó a Shay con más fuerza entre sus brazos.
—Puede que confiaran más en que por ti sí que me detendría.
Shay tosió en un puño.
—Pues, cuando los coja, lamentarán no haberme despeñado por un precipicio. —Shay respiró hondo y por fin sintió que tenía los pulmones limpios—. De todos modos, es curioso. No es propio de los habitantes del Humo que tiren al agua helada a alguien que está insconciente. ¿Me explico?
Tally asintió.
—Quizá estén empezando a desesperarse.
—Puede ser. —Shay se estremeció de nuevo—. Es como si estuvieran volviéndose oxidados por el hecho de vivir en plena naturaleza. Al fin y al cabo, con un arco y una flecha se puede llegar a matar a una persona. Lo cierto es que me gustaba más como eran antes.
—A mí también —dijo Tally con un suspiro. El sentimiento de ira que la había invadido perdía intensidad por momentos, dejándola tan chafada como la ropa mojada que llevaba encima. Por mucho empeño que hubiera puesto en arreglarlo todo, Fausto había desaparecido, y David también.
—De todas formas, gracias por rescatarme, Tally-wa.
—No hay de qué, jefa. —Tally cogió la mano de su amiga—. Bueno… ¿ya estamos en paz?
Shay se echó a reír y la rodeó con un brazo, mostrando sus dientes afilados con una amplia sonrisa.
—Tú y yo no tenemos que preocuparnos por estar en paz, Tally-wa.
Una ráfaga de afecto inundó a Tally, como le ocurría siempre que veía sonreír a Shay.
—¿En serio?
Shay asintió.
—Somos especiales; tenemos otras cosas en que pensar.
Se reunieron con Ho en el lugar de la emboscada. Ho había conseguido despertar a Tachs, y había puesto sobre aviso al resto de los cortadores, que se encontraban a veinte minutos de allí, adonde se dirigían ya con más tablas y ganas de venganza.
—Ya nos vengaremos, no te preocupes, haremos una visita a los habitantes del Humo muy pronto —dijo Shay, sin molestarse en mencionar el problema que planteaba dicho plan: que nadie sabía dónde se hallaba el Nuevo Humo. De hecho, nadie sabía a ciencia cierta si existía. Desde que el antiguo Humo había sido destruido, sus habitantes habían ido trasladándose de un sitio a otro. Y, ahora que tenían cuatro aerotablas nuevas de Circunstancias Especiales, aún resultaría más difícil localizarlos.
Mientras Shay y Tally escurrían sus ropas mojadas, Ho y Tachs recorrieron los Senderos en plena oscuridad en busca de pistas. No tardaron en encontrar la tabla que había abandonado la chica que acompañaba a David.
—Mira a qué nivel está la batería —ordenó Shay a Tachs—. Al menos averiguaremos cuánto han volado para llegar aquí.
—Buena idea, jefa —opinó Tally—. A fin de cuentas, por la noche no pueden recargarla sin luz solar.
—Sí, la verdad es que me parece una idea brillante —convino Shay—, pero saber la distancia que han recorrido no nos servirá de mucho. Necesitamos más datos.
—Y los tenemos, jefa —intervino Ho—. Como he tratado de decirle a Tally antes de que me tirara de mi propia tabla, he tenido una pequeña charla con el imperfecto de la fiesta. Ese al que la chica iba a pasar los nanos. Antes de entregarlo a los guardianes, le he metido un poco de miedo en el cuerpo.
Tally no lo dudaba. Entre los tatuajes flash de Ho había un rostro de demonio dibujado sobre sus propias facciones, cuyos trazos de color rojo sangre adoptaban una serie de expresiones delirantes que cambiaban al ritmo del latido del corazón.
—¿Vas a decirme que ese granujilla sabía dónde está el Nuevo Humo? —inquirió Shay con un resoplido.
—No tenía la menor idea. Pero sabía adónde tenía que llevar los nanos.
—Déjame adivinarlo, Ho-wa —dijo Shay—. ¿A Nueva Belleza?
—Sí, claro —respondió Ho y, sujetando en alto una bolsa de plástico, añadió—: Pero esto no era para cualquiera, jefa. En teoría, tenía que llevar los nanos a los rebeldes.
Tally y Shay cruzaron una mirada. Casi todos los cortadores habían sido rebeldes en sus días de perfectos. Dicha camarilla tenía como lema crear problemas: comportándose como imperfectos, tratando de superar las lesiones de la operación y no permitiendo que la superficialidad de Nueva Belleza le borrara a uno el cerebro.
—Los rebeldes son un grupo enorme hoy en día. Se cuentan por centenares —dijo Shay, encogiéndose de hombros—. Desde que Tally y yo los hicimos famosos —añadió.
Ho asintió.
—Eh, que yo también era uno de ellos, ¿recuerdas? Pero el chico ha mencionado un nombre, una persona en concreto a la que debía entregarle los nanos.
—¿Alguien que conozcamos? —dijo Tally.
—Pues sí… Zane. El chaval ha dicho que los nanos eran para Zane.