—¿Dónde estabas? —preguntó medio dormida.
David bajó de la tabla, exhausto y sin afeitar. Pero aun así tenía los ojos bien abiertos.
—He estado intentando entrar en la ciudad, para ir a buscarte.
Tally frunció el ceño.
—Pero las fronteras vuelven a estar abiertas, ¿no es así?
—Eso será si uno sabe cómo funcionan las ciudades…
Tally se echó a reír. David se había pasado los dieciocho años de su vida en plena naturaleza. No sabía cómo arreglárselas con cosas tan sencillas como los aviones robot de seguridad.
—Al final lo he conseguido —prosiguió David—. Pero no me ha sido fácil dar con la sede central de Circunstancias Especiales —confesó, sentándose con aire cansado.
—Pero has visto mi bengala.
—Así es. —David sonrió, pero la escrutaba—. La razón por la que intentaba… —El joven tragó saliva—. Con la antena puedo captar las noticias de la ciudad. Dijeron que os iban a cambiar a todos. Que os convertirían en algo menos peligroso. ¿Sigues siendo…?
Tally lo miró fijamente.
—¿Tú qué crees, David?
Tras dedicarle una larga mirada, David suspiró e hizo un gesto de negación con la cabeza.
—Yo te veo como siempre.
Tally bajó la mirada, sintiendo que la vista se le nublaba.
—¿Qué ocurre?
—Nada, David —respondió Tally, moviendo la cabeza de un lado a otro—. Que has vuelto a enfrentarte a cinco millones de años de evolución.
—¿Cómo dices? ¿Es que he dicho algo malo?
—No —dijo Tally, sonriendo—. Todo lo contrario.
Desayunaron una ración de comida de la ciudad; Tally le cambió a David los EspagBol que tenía en el compartimento de almacenaje de la tabla por una lata de VegeThai.
Mientras comían, Tally le contó que había utilizado el inyector que él le había dado para cambiar a la doctora Cable, que había permanecido un mes en cautividad y que al final había logrado escapar. Le explicó también que los debates que David había oído en las noticias significaban que la cura estaba surtiendo efecto, y que la ciudad por fin estaba transformándose.
La gente del Humo había ganado, incluso allí.
—¿Así que sigues siendo especial? —preguntó David al fin.
—Mi cuerpo lo es. Pero en cuanto al resto, creo que estoy totalmente… —Tally tuvo que tragar saliva antes de emplear la palabra de Zane—. Reprogramada.
David sonrió.
—Sabía que lo conseguirías.
—Por eso esperaste aquí, ¿no?
—Pues claro. Alguien tenía que hacerlo. —David se aclaró la voz—. Mi madre piensa que estoy ocupado viendo mundo y difundiendo la revolución.
—La revolución está yendo muy bien por sí sola, David. Ahora ya es imparable —dijo Tally, recorriendo con la mirada la ciudad en ruinas.
—Sí —dijo David y, lanzando un suspiro, añadió—: Pero no es que me haya lucido a la hora de rescatarte.
—No soy yo quien necesita ser rescatada, David —le contestó Tally—. Ya no. ¡Ay, es verdad! Se me ha olvidado comentarte que Maddy me ha enviado un mensaje para ti.
—¿Que te ha enviado un mensaje para mí? —repitió David, sorprendido.
—Sí. «Te quiero…». —Tally tragó saliva—. Eso es lo que ponía en el mensaje. O sea, que puede que sepa dónde estás, después de todo.
—Es posible.
—Hay que ver lo previsibles que podéis llegar a ser los aleatorios —dijo Tally, sonriendo.
Llevaba un rato observando a David con detenimiento, catalogando con la mirada todas sus imperfecciones, la asimetría de sus facciones, los poros de su cutis, su nariz desproporcionada… su cicatriz. Para ella había dejado de ser un imperfecto; era David, sin más. Y tal vez estuviera en lo cierto, y no tuviera que hacer aquello sola. Al fin y al cabo, David odiaba las ciudades. No sabía utilizar un dispositivo de comunicación ni llamar a un aerovehículo, y sus ropas hechas a mano siempre se verían falsas en una fiesta. Y, desde luego, no estaba hecho para vivir en un sitio donde la gente tuviera serpientes por meñiques.
Y lo más importante de todo era que Tally sabía que, pasara lo que pasara con su plan, por muchas cosas terribles que el mundo le obligara a hacer, David recordaría siempre quién era ella.
—Tengo una idea —dijo.
—¿Sobre lo que vas a hacer a partir de ahora?
—Sí —asintió Tally—. Se podría decir que es un plan para… salvar el mundo.
David se quedó parado, con los palillos a medio camino de la boca, mientras los EspagBol se resbalaban entre ellos hasta caer de nuevo al envase. La expresión de su rostro, tan fácil de leer como la de cualquier imperfecto, reflejó varias emociones en pocos segundos, pasando de la confusión a la curiosidad, con un ligero rastro de comprensión al final.
—¿Puedo ayudarte? —se limitó a preguntar.
Tally asintió.
—Por favor. Tú eres la persona indicada para dicha misión.
Y procedió a explicarle los pormenores del plan.
Aquella noche, David y ella se dirigieron en aerotabla hasta el límite mismo de la ciudad, y aminoraron la marcha hasta detenerse cuando el sistema de repetidores captaron la señal de la antena de piel de Tally. Los tres mensajes de Shay, Peris y Maddy seguían allí, esperándola. Tally cerró los puños con gesto nervioso.
—¡Mira eso! —exclamó David, señalando hacia arriba.
Los edificios de Nueva Belleza resplandecían recortados contra el horizonte, con cohetes que salían disparados hasta gran altura y estallaban formando enormes flores brillantes en rojo y púrpura. Se habían reanudado los fuegos artificiales.
Quizá estuvieran celebrando el fin del mandato de la doctora Cable, o las nuevas transformaciones que se extendían por la ciudad, o el final de la guerra. O tal vez aquellos fuegos artificiales señalaran el final de los días de Circunstancias Especiales, ahora que la última especial había huido de la ciudad.
O puede que estuvieran comportándose como cabezas de burbuja, sin más.
—Ya habías visto fuegos artificiales antes, ¿no? —preguntó Tally, riendo.
—No muchos —respondió David—. Son alucinantes.
—Sí. Las ciudades no están tan mal, David —dijo Tally con una sonrisa, confiando en que los fuegos artificiales volvieran a iluminar las noches de Nueva Belleza ahora que la guerra estaba llegando a su fin. Con todas las convulsiones que alterarían en breve la ciudad, tal vez conviniera que una tradición como aquella no cambiara nunca. El mundo necesitaba más fuegos artificiales, sobre todo ahora que iba a haber escasez de cosas hermosas e inútiles.
Mientras se preparaba para hablar, una ráfaga de nerviosismo recorrió el cuerpo de Tally. Pensara o no como una especial, era preciso que aquel mensaje quedara glacial y convincente. El mundo dependía de ello.
Y, de repente, se sintió preparada.
Mientras ambos estaban allí de pie, contemplando el resplandor de Nueva Belleza, siguiendo con la mirada el lento ascenso de los cohetes hasta que estos estallaban de golpe, Tally habló con claridad por encima del estruendo del agua, dejando que el chip que llevaba implantado en la mandíbula captara sus palabras.
Envió a todos —a Shay, Maddy y Peris— la misma contestación…