Antes de abandonar la ciudad, Tally encendió la antena de piel, y vio que tenía tres mensajes en espera.
El primero era de Shay. Le contaba que los cortadores habían decidido quedarse en Diego. Tras la ayuda prestada en el ataque del Ayuntamiento, habían pasado a formar parte de las fuerzas de defensa de la ciudad, junto con bomberos, empleados de salvamento y héroes espontáneos. El Consejo Municipal había modificado las leyes para que pudieran conservar sus peculiaridades morfológicas, al menos de momento.
Salvo las uñas y los dientes.
Con el Ayuntamiento hecho aún un amasijo de escombros, Diego necesitaba toda la ayuda que pudieran ofrecerle. Aunque la cura invadía ya otras ciudades, cambiando poco a poco el continente entero, a Diego seguían llegando cada día nuevos fugitivos, dispuestos a abrazar el Nuevo Sistema.
La vieja cultura de los cabezas de burbuja, basada en el inmovilismo, había sido sustituida por un mundo donde el cambio era primordial. Así pues, llegaría el día en que otras ciudades se pondrían al mismo nivel —en adelante lo que estaba garantizado que cambiaran eran las modas—, pero por el momento Diego continuaba siendo el lugar que evolucionaba más rápido que cualquier otro. Era el lugar donde tocaba estar, y cada día crecía más y más.
Al mensaje original de Shay se había ido adjuntando otro a cada hora, hasta formar un diario de los retos a los que se enfrentaban los cortadores en su labor de ayuda a la reconstrucción de una ciudad a medida que esta se transformaba ante sus ojos. Al parecer, Shay quería mantener a Tally informada de todo, para que pudiera unirse a ellos en cuanto quedara liberada.
Sin embargo, Shay lamentaba una cosa. Todos ellos estaban enterados de las desespecializaciones que se habían anunciado como gesto de paz ante la opinión pública de todo el mundo. Los cortadores deseaban ir a rescatar a Tally, pero no podían presentarse en la ciudad y atacarla sin más ahora que formaban parte de las fuerzas de defensa oficiales de Diego. No podían reavivar aquella guerra cuando se estaba tan cerca de poder apagarla. Confiaba en que Tally se hiciera cargo de la situación.
Pero Tally Youngblood siempre sería una cortadora, fuera o no fuera una especial…
El segundo mensaje era de la madre de David.
En él le decía que David se había marchado de Diego rumbo a las tierras situadas en plena naturaleza. La gente del Humo seguía extendiéndose por todo el continente con la misión de introducir de forma clandestina la cura en aquellas ciudades partidarias aún de la operación que convertía a sus habitantes en cabezas de burbuja. En cuestión de poco tiempo, tenían previsto enviar una expedición a los rincones más recónditos del sur, y otra a los continentes del este, al otro lado del mar. Por lo visto, ya había comunidades enteras de fugitivos que, tras abandonar sus ciudades, fundaban su propia versión del Nuevo Humo, inspirándose en lo que contaban los imperfectos venidos de lejos.
Había un mundo entero que esperaba ser liberado, por si Tally quería echar una mano a la causa.
Maddy terminaba con las siguientes palabras: «Únete a nosotros. Y si ves a mi hijo, dile que le quiero».
El tercer mensaje era de Peris.
Él y los demás rebeldes habían abandonado Diego. Estaban trabajando en un proyecto especial para el gobierno local, pero no les atraía mucho la idea de quedarse en la ciudad. Resultaba demasiado falso vivir en un lugar donde todo el mundo era rebelde.
Así pues, habían viajado hasta el exterior para reunirse con los aldeanos que la gente del Humo había liberado. Estaban dándoles nociones de tecnología y enseñándoles cómo funcionaba el mundo fuera de sus reservas, y también cómo debían actuar para no provocar incendios forestales. Con el tiempo, los aldeanos con los que estaban trabajando regresarían con su gente y les ayudarían a salir al mundo.
A cambio, los rebeldes estaban aprendiendo todo lo relacionado con la vida en plena naturaleza, como el arte de pescar, cazar y cultivar la tierra, en un intento de reunir todo el saber de los preoxidados antes de que volviera a perderse.
Tally sonrió al leer las últimas líneas:
Hay un tal Andrew Nosequé que dice que te conoce. ¿Cómo ocurrió? Te envía un mensaje: «Sigue desafiando a los dioses». Pues eso.
En fin, hasta pronto, Tally-wa. ¡Amigos para siempre, por fin!
Tally decidió no contestar aún a ninguno de los mensajes. Montada en la aerotabla, remontó el curso del río para sobrevolar por última vez los rápidos que no volvería a ver nunca más.
La luz de la luna iluminaba las aguas bravas, y cada salpicadura relucía a su alrededor como una explosión de diamantes. Los carámbanos de hielo se habían derretido con el aire cálido del principio del verano, desprendiendo aquel olor a pino característico del bosque que se le quedó pegado a la lengua como el almíbar. Tally no quiso recurrir a la visión de infrarrojos, y se dejó llevar por sus otros sentidos para moverse en medio de la oscuridad.
Al verse rodeada de toda aquella belleza, Tally supo lo que tenía que hacer exactamente.
Las hélices elevadoras de la tabla cobraron vida mientras Tally enfilaba hacia el camino que tan bien conocía, el sendero que conducía a un filón natural de hierro descubierto por intrépidos imperfectos hacía años y años. Tally lo recorrió rozando casi su superficie mientras se impulsaba con su fuerza magnética en dirección a la oscura hondonada donde se hallaban las Ruinas Oxidadas.
Los edificios fantasma se alzaban a su alrededor cual monumentos imponentes a la memoria de aquellos que en su día se habían dejado llevar por la codicia, y de los millones y millones de personas hambrientas que habían poblado el mundo.
Tally se tomó su tiempo para contemplarlo todo con frialdad, mientras pasaba junto a coches quemados y huecos de ventana y sus ojos de especial le devolvían la mirada sin vida de una calavera medio destrozada. Por nada del mundo quería olvidar aquel lugar.
No con todos los cambios que se avecinaban…
Su tabla ascendió por la estructura de hierro del edificio más elevado de todos, aquel al que Shay la había llevado la primera noche que había estado en el exterior, hacía casi un año. Tally fue ganando altura por su armazón vacío mientras la ciudad se extendía en silencio a su alrededor a través de los huecos de las ventanas.
Pero cuando llegó arriba del todo vio que David ya no estaba allí.
El saco de dormir y sus otras cosas habían desaparecido, y solo quedaban los envases vacíos de comida autocalentable que había consumido. Por la cantidad de restos que había esparcidos por el suelo que aún no se había desmoronado, dedujo que David la había esperado durante días y días.
También se había llevado la rudimentaria antena con la que se había puesto en contacto con ella.
Tally encendió la antena de piel y, mientras oía cómo su alcance se extendía a lo largo y ancho de la ciudad fantasma, cerró los ojos a la espera de captar alguna señal.
Pero no recibió respuesta alguna. Un kilómetro no era nada en plena naturaleza.
Decidió subir hasta lo alto de la torre, introduciéndose por una de las grietas de la azotea hasta salir al exterior, donde el viento soplaba con fuerza. La tabla siguió ascendiendo hasta que perdió el impulso magnético que le proporcionaba la estructura de hierro del rascacielos. Las hélices elevadoras tomaron entonces el relevo hasta ponerse al rojo vivo mientras Tally las forzaba para alcanzar más altura.
—¿David? —preguntó en voz baja.
Siguió sin obtener respuesta.
Entonces recordó el viejo truco que Shay empleaba en sus tiempos de imperfecta.
Tally se puso de rodillas en la tabla, que se tambaleaba azotada por el viento, y metió la mano en el compartimento de almacenaje, que la doctora Cable había cargado con espray cutáneo, plástico inteligente, pastillas para encender fuego e incluso una ración de EspagBol, en recuerdo de los viejos tiempos.
Sus dedos toparon entonces con una bengala de emergencia.
La encendió sujetándola en alto con una mano y el fuerte viento esparció una ráfaga de chispas tan larga como la cola de un cometa.
Tally la sostuvo en aquella posición hasta que la tabla comenzó a ponerse al rojo blanco bajo sus pies y la bengala se apagó con un chisporroteo, convertida ya en una sola ascua reluciente.
Tally volvió entonces al interior del rascacielos oxidado y se acurrucó en la parte superior del suelo medio desplomado, sintiéndose de repente abrumada por el peso de la huida, y demasiado agotada casi para preocuparse por si alguien había visto su señal.
David llegó al amanecer.