Aparentaba tener mil años. Sus ojos habían perdido su negrura penetrante, aquel brillo maligno. Al igual que Fausto, se había convertido en un champán sin burbujas. Curada al fin.
Pero aún podía mirar con desdén.
—¿Qué hace…? —preguntó Tally entre jadeos.
—Rescatarte —contestó la doctora Cable.
Tally miró hacia la puerta, esperando oír alarmas, o pasos.
La mujer hizo un gesto de negación con la cabeza.
—Yo construí este lugar, Tally. Conozco todos sus secretos. No va a venir nadie. Déjame descansar un momento. —La doctora se sentó en el suelo encharcado—. Estoy demasiado mayor para esto.
Tally miró a su vieja enemiga, aún con los puños cerrados. Pero Cable respiraba con dificultad, y tenía un corte en el labio que comenzó a sangrar. Parecía una anciana decrépita, a la que casi se le habían pasado los efectos de los tratamientos que prolongaban la vida.
Si no fuera por los tres doctores que yacían inconscientes a sus pies.
—¿Conserva los reflejos de especial?
—No tengo nada de especial, Tally. Doy pena. —La mujer se encogió de hombros—. Pero sigo siendo peligrosa.
—Ah. —Tally se limpió mejor los ojos para quitarse los restos de fluido quirúrgico—. Aun así, ha tardado bastante.
—Ya, y lo de quitarte el tubo de respiración ha sido muy inteligente por tu parte.
—Claro, como su brillante idea de dejarme ahí dentro hasta que casi me… —Tally se calló de golpe y pestañeó—. Bueno, ¿y se puede saber por qué hace esto?
La doctora Cable sonrió.
—Te lo diré, Tally, pero primero tienes que responderme a una pregunta. —Por un momento, la mirada de la mujer cobró intensidad—. ¿Qué me hiciste?
Ahora le tocó sonreír a Tally.
—La curé.
—Eso ya lo sé, boba. Pero ¿cómo?
—¿Recuerda que me quitó el transmisor de la mano? Pues no era un transmisor, sino un inyector. Maddy ha hecho una cura para especiales.
—Otra vez esa miserable. —La mirada de la doctora Cable se hundió en el suelo encharcado—. El Consejo ha reabierto las fronteras de la ciudad. Sus pastillas están por todas partes.
Tally asintió.
—Ya me imagino.
—Todo se está viniendo abajo —comentó la doctora Cable entre dientes y, clavando la mirada en Tally, añadió—: Y no tardarán mucho en comenzar a destrozar el exterior.
—Sí, ya lo sé. Como en Diego. —Tally suspiró al recordar el incendio forestal que había provocado Andrew Simpson Smith—. Supongo que la libertad implica destrucción.
—¿Y a esto le llamas una cura, Tally? Esto es dejar que un cáncer campe a sus anchas por el mundo.
Tally movió la cabeza poco a poco en un gesto de negación.
—¿Así que por eso está aquí? ¿Para culparme de todo?
—No. Estoy aquí para liberarte.
Tally alzó la vista; aquello debía de ser una trampa, una forma de que la doctora Cable llevara a cabo su venganza final. Pero la idea de volver a encontrarse fuera de allí, a cielo abierto, le hizo sentir una punzada de esperanza.
—Pero ¿no fui yo quien… ya sabe, destruyó su mundo? —preguntó Tally, tragando saliva.
La doctora Cable se la quedó mirando un buen rato con sus ojos llorosos y extraviados.
—Sí, pero eres la última, Tally. He visto a Shay y los demás en las noticias de propaganda de Diego, y ya no son los que eran. Por la cura de Maddy, supongo. —La mujer suspiró lentamente—. No están mucho mejor que yo. El Consejo nos ha desespecializado a casi todos.
Tally asintió.
—Pero ¿por qué yo?
—Tú eres la única cortadora de verdad que queda —afirmó la doctora Cable—. La última de mis especiales diseñada para vivir en plena naturaleza, para habitar fuera de las ciudades. Puedes escapar de aquí, desaparecer para siempre. No quiero que mi trabajo se extinga, Tally. Te lo ruego…
Tally pestañeó con perplejidad. Nunca habría pensado de sí misma que fuera una especie de animal en peligro de extinción. Pero no tenía la más mínima intención de discutir. Solo de pensar en la libertad le daba vueltas la cabeza.
—Sal de aquí, Tally. Coge un ascensor hasta la azotea. El edificio está casi vacío, y yo me he encargado de apagar casi todas las cámaras. Y, francamente, nadie puede detenerte. Vete y mantente especial, hazlo por mí. Puede que algún día el mundo te necesite.
Tally tragó saliva. Aquello de salir de allí por su propio pie le parecía demasiado sencillo.
—¿Cómo voy a marcharme sin una aerotabla?
—Tienes una esperándote en la azotea, claro está —respondió la doctora Cable.
Tally miró entonces los tres cuerpos que yacían inconscientes en el suelo.
—¿Y qué pasa con sus rufianes y todo esto?
—Sobrevivirán —contestó Cable con un resoplido—. Soy doctora, ya lo sabes.
—Desde luego que lo es —musitó Tally antes de ponerse de rodillas junto a uno de los camilleros para quitarle con cuidado el mono quirúrgico. Cuando se lo puso encima, la solución empapó la tela con manchas oscuras, pero al menos ya no estaba desnuda.
Tally se encaminó hacia la puerta, pero se volvió para dirigirse de nuevo a la doctora Cable.
—¿No le preocupa que me cure por mí misma? En ese caso, ya no quedará ninguno de nosotros.
La mujer alzó la vista, y por un momento su expresión de derrota adquirió aquel brillo malévolo que solía tener su mirada.
—Mi fe en ti siempre se ha visto recompensada, Tally Youngblood. ¿Por qué debería comenzar a preocuparme ahora?
Al llegar al exterior, Tally se quedó un minuto largo contemplando el firmamento. No le preocupaban sus posibles perseguidores. Cable tenía razón, ¿quién podía quedar allí que fuera capaz de detenerla?
Las estrellas y la luna creciente brillaban con una luz tenue, y el viento transportaba aromas puros de la naturaleza. Tras pasarse un mes respirando aire reciclado, la fresca brisa del verano le supo a pura vida en la lengua. Tally aspiró hondo para impregnarse de aquel mundo glacial.
Por fin se había librado de la celda, del tanque de operaciones, de la doctora Cable. Nadie volvería a obligarla a obrar en contra de su voluntad, jamás. No habría más Circunstancias Especiales.
Pero, pese a la sensación de alivio que la invadió, Tally se sintió desgarrada por dentro, como si la libertad la lacerara.
Al fin y al cabo, Zane seguía muerto.
Hasta sus labios llegó el sabor a sal, el cual le trajo a la memoria el último beso cargado de amargura que se habían dado junto al mar. Tally había rememorado la escena a cada hora en su celda subterránea, recordando la última vez que había hablado con Zane, una prueba que no había logrado superar y en la que acabó rechazándolo. Pero aquella vez el recuerdo le pareció diferente, pues lo evocó con calma y dulzura en su mente, como si no se hubiera percatado de los temblores de Zane, como si hubiera dejado que aquel beso durara y durara…
Tally volvió a notar el sabor a sal, y al final sintió que el calor le bajaba por las mejillas. Presa de la sorpresa, se llevó las manos a la cara, sin dar crédito a sus sentidos hasta que vio sus propios dedos brillar a la luz de las estrellas.
Los especiales no lloraban, pero las lágrimas habían brotado por fin en sus ojos.