32. Reunión de emergencia

Tally siguió el curso del río hasta casa. Mientras surcaba el aire chocando contra las aguas rápidas, con el perfil de Nueva Belleza ante ella, Tally se preguntó si aquella sería la última vez que vería su hogar desde fuera.

¿Cuánto tiempo encerrarían a alguien por atacar su propia ciudad, destruir sin querer sus fuerzas armadas e iniciar una guerra ficticia?

En cuanto llegó a la zona de alcance de la red de repetidores de la ciudad, las noticias invadieron su antena de piel como un maremoto. Más de cincuenta canales ofrecían cobertura mediática de la guerra, describiendo sin tregua cómo la flota de aerovehículos había traspasado las defensas de Diego y derribado el Ayuntamiento. Todo el mundo estaba contentísimo por ello, como si el bombardeo de un enemigo indefenso hubiera sido el broche de oro en forma de fuegos artificiales de una esperada celebración.

Le resultaba extraño oír el nombre de Circunstancias Especiales citado cada cinco segundos, ya fuera para relatar su intervención tras la destrucción del arsenal o para asegurar que velarían por la seguridad de todo el mundo. Hasta hacía tan solo una semana, la mayoría de la gente ni siquiera creía en los especiales, y de repente habían pasado a ser los salvadores de la ciudad.

Había un canal reservado para la emisión del nuevo reglamento en tiempo de guerra, una sombría lista con las normas que debían ser memorizadas. El toque de queda para los imperfectos era más estricto que nunca, y por primera vez —que recordara Tally— los nuevos perfectos tenían límites sobre los lugares adonde podían ir y lo que podían hacer. Ir en globo estaba completamente prohibido, y el uso de las aerotablas quedaba restringido a parques y campos deportivos. Y dado que el arsenal había iluminado el firmamento al desintegrarse, se habían cancelado los fuegos artificiales nocturnos tan típicos de la ciudad de Nueva Belleza.

Sin embargo, nadie parecía quejarse, ni siquiera grupos como los airecalientes, que prácticamente vivían en sus globos durante el verano. Claro que, aunque se hubieran curado doscientas mil personas, seguían quedando un millón de cabezas de burbuja. Puede que aquellos que quisieran protestar se vieran aún demasiado en minoría como para hacerse oír.

O quizá tuvieran demasiado miedo de Circunstancias Especiales para alzar la voz.

Al traspasar el cinturón exterior de Ancianópolis, la antena de piel de Tally conectó con un avión robot que patrullaba los límites de la ciudad. La máquina le realizó un rápido registro electrónico antes de identificarla como una agente de Circunstancias Especiales.

Tally se preguntó si se le habría ocurrido a alguien la manera de burlar los nuevos controles, o si ya no habría imperfectos espabilados, bien porque hubieran huido a Diego o porque los hubieran reclutado los de Circunstancias Especiales. Todo había cambiado mucho en las pocas semanas que había estado fuera. Cuanto más se acercaba a la ciudad, menor era la sensación de que había vuelto a casa, sobre todo ahora que Zane no volvería a ver nunca más aquel paisaje urbano…

Tally respiró hondo. Había llegado el momento de acabar con todo aquello.

—Mensaje para la doctora Cable.

El sistema de comunicación de la ciudad le rebotó una señal de respuesta para informarle de que la habían puesto en cola de espera. Por lo visto, la jefa de Circunstancias Especiales andaba muy ocupada.

Sin embargo, al cabo de un instante le contestó otra voz.

—¿Agente Youngblood?

Tally frunció el ceño. Era Maxamilla Feaster, una de los subcomandantes de Cable. Los cortadores siempre habían hablado directamente con la doctora Cable.

—Páseme con la doctora —dijo Tally.

—En estos momentos no puede ponerse, Youngblood. Está reunida con el Consejo Municipal.

—¿Está en la ciudad?

—No. En la sede central.

Tally hizo descender la tabla para detenerse.

—¿En la sede de Circunstancias Especiales? ¿Desde cuándo se reúne ahí el Consejo Municipal?

—Desde que estamos en guerra, Youngblood. Han ocurrido muchas cosas mientras tú y tus rufianes andabais por ahí, en el exterior. ¿Dónde demonios os habéis metido los cortadores?

—Es una larga historia, una historia que tengo que contarle a la doctora en persona. Dígale que voy para allá, y que lo que tengo que decir es sumamente importante.

Tras una breve pausa, la mujer retomó la palabra en tono airado.

—Mira, Youngblood. Estamos en guerra, y la doctora Cable preside actualmente el Consejo. Tiene una ciudad entera a su cargo, y no dispone de tiempo para concederos el trato especial que solía daros a los cortadores. Así que dime de qué se trata o tardarás mucho en ver a «la doctora». ¿Entendido?

Tally tragó saliva. ¿Acaso la doctora Cable tenía la ciudad entera a su cargo? En tal caso, puede que no bastara con confesar ante ella. ¿Y si estaba cogiéndole el gusto a mandar tanto como para no creer la verdad?

—De acuerdo, Feaster. Dígale que los cortadores hemos estado en Diego esta semana pasada, luchando contra la guerra, ¿vale?, y que tengo una información de suma importancia para el Consejo relacionada con la seguridad de la ciudad. ¿Le vale con esto?

—¿Has estado en Diego? ¿Cómo has…? —comenzó a preguntar la subcomandante, pero Tally hizo un gesto para cortar la comunicación. Ya había dicho lo suficiente para atraer la atención de la mujer.

Tras poner en marcha las hélices elevadoras de la tabla, se echó hacia delante para dirigirse al polígono industrial a toda velocidad, confiando en poder llegar allí antes de que terminara la reunión del Consejo Municipal.

Sus integrantes serían el público perfecto para la confesión que debía hacer.

La sede central de Circunstancias Especiales se extendía a lo largo de la llanura del polígono industrial en forma de un edificio bajo, plano e insulso. Sin embargo, era más grande de lo que parecía, pues descendía doce pisos bajo el nivel del suelo. Si el Consejo Municipal temía otro ataque, era el lugar indicado donde esconderse. Tally estaba convencida de que la doctora Cable había acogido al Consejo con los brazos abiertos, encantada de tener al gobierno de la ciudad encogido de miedo en su sótano.

Tally observó el edificio desde lo alto de la larga e inclinada colina que daba a la sede central. En sus tiempos de imperfecta, ella y David se habían lanzado en aerotabla desde allí hasta el tejado. Para evitar otra incursión como aquella, se habían instalado sensores de movimiento en todo el edificio, pero no había fortaleza que estuviera diseñada para impedir el acceso a uno de sus miembros, sobre todo cuando una tenía una noticia importante que dar.

Tally volvió a encender el alimentador de su antena de piel.

—Mensaje para la doctora Cable.

Esta vez la respuesta de la subcomandante Feaster fue inmediata.

—Déjate de jueguecitos, Youngblood.

—Déjeme hablar con Cable.

—Sigue reunida con el Consejo. Primero tendrás que hablar conmigo.

—No tengo tiempo de explicarlo todo dos veces, Maxamilla. Mi informe concierne a todo el Consejo. —Tally hizo una pausa para respirar hondo—. Se prepara otro ataque.

—¿Otro qué?

—Otro ataque, y muy pronto. Dígale a la doctora que estaré allí en dos minutos. Iré directamente a la reunión del Consejo.

Tally volvió a cortar el alimentador de la antena de piel, interrumpiendo con ello el chisporroteo de réplicas de su interlocutora. Dando media vuelta con la tabla, se lanzó por la larga pendiente de la colina y al llegar abajo se volvió hacia la cima una vez más, cerrando los puños.

La jugada consistía en hacer su entrada lo más espectacular posible, plantando cara a todo aquel que se cruzara en su camino para irrumpir en la reunión del Consejo Municipal. Seguro que a la doctora Cable le gustaba que uno de sus cortadores preferidos se presentara allí para dar una información de vital importancia, pues demostraría que Circunstancias Especiales estaba haciendo su trabajo.

Claro que lo que iba a anunciar no era lo que la doctora Cable esperaba oír.

Tally impulsó la tabla hacia delante, forzando al máximo las hélices y la estructura magnética. Luego subió por la colina, cada vez a mayor velocidad.

Una vez en la cumbre, el horizonte se perdió de vista y la tierra desapareció bajo sus pies mientras Tally se elevaba en el aire.

Llegado aquel punto, apagó las hélices y flexionó las rodillas para cogerse a la tabla.

El silencio se extendió a su paso y la azotea del edificio fue aumentando de tamaño a medida que Tally caía, con una sonrisa cada vez más amplia en su rostro. Puede que aquella fuera la última vez que hacía algo tan glacial, captando el mundo con sus sentidos de especial, así que no estaba de más disfrutar de ello.

A unos cien metros del impacto las hélices elevadoras cobraron vida, haciendo que la tabla se pegara al cuerpo de Tally en un intento por detenerla. Las pulseras protectoras la empujaron de las muñecas para contrarrestar la fuerza de la caída.

La aerotabla chocó de plano contra la azotea con un fuerte golpe, y Tally bajó rodando de su superficie y echó a correr. A su alrededor sonaban alarmas por todas partes, pero con un solo gesto hizo que la antena de piel silenciara el sistema de seguridad. Al llegar ante las puertas de salida de los aerovehículos, pidió a gritos que le concedieran acceso de emergencia.

Tras una breve pausa, la voz llena de preocupación de Feaster contestó:

—¿Youngblood?

—¡Tengo que entrar ahora mismo!

—Le he contado a la doctora Cable lo que me has dicho. Quiere que vayas directamente a la reunión del Consejo. Están en la sala de operaciones del Nivel J.

Tally se permitió una sonrisa. Su plan estaba funcionando.

—Entendido. Abra esta puerta.

—De acuerdo.

Con un chirrido metálico, la plataforma de aterrizaje comenzó a separarse entre sacudidas bajo sus pies, como si la azotea estuviera dividiéndose en dos. Tally se dejó caer por la rendija cada vez más ancha, pasando del exterior iluminado por la radiante luz del sol a un interior en penumbra. Tras aterrizar encima de un vehículo de Circunstancias Especiales, se tiró rodando al suelo y siguió corriendo, sin hacer caso de los empleados del hangar que había a su alrededor, mirándola sobresaltados.

La voz volvió a sonar de golpe en su oído.

—Hay un ascensor esperándote. Lo tienes justo enfrente.

—Demasiado lento —respondió Tally entre jadeos antes de detenerse delante de la hilera de ascensores—. Ábrame un hueco vacío.

—¿Estás de broma, Youngblood?

—¡No! Cada segundo cuenta. ¡Haga lo que le digo!

Un instante después se abrió otra puerta, dejando ver la oscuridad que había tras ella.

Tally se introdujo en el hueco del ascensor. Las suelas adherentes de sus zapatos chirriaron mientras su cuerpo rebotaba de un lado al otro de aquel espacio cuadrado por el que se precipitaba a una velocidad diez veces mayor que cualquier ascensor, en una caída apenas controlada. En el canal de antena de piel de la sede de Circunstancias Especiales oyó la voz de Feaster advirtiendo a todo el mundo que se apartara de su camino. La luz inundó de repente el hueco oscuro al abrirse la puerta del Subnivel J para que pudiera salir por ella.

Tally se cogió al saliente del piso superior y se balanceó a través de la obertura para lanzarse a la carrera en cuanto tocó el suelo. Recorrió el pasillo a toda velocidad mientras los especiales se pegaban a la pared para dejarla pasar, como si Tally fuera un mensajero de la época de los preoxidados que trajera noticias urgentes para el rey.

A la entrada de la sala de operaciones principal de la planta, la esperaba Maxamilla Feaster acompañada de dos especiales ataviados con uniformes completos de combate.

—Más vale que sea importante, Youngblood.

—Lo es, créame.

Feaster asintió, y la puerta se abrió. Tally la atravesó corriendo.

Una vez en el interior, se detuvo con un patinazo. En la sala reinaba el silencio, y un enorme círculo de asientos vacíos la miraba desde todas las direcciones, sin el menor rastro de la doctora Cable ni del Consejo Municipal.

Allí no había nadie más que Tally Youngblood, sola y sin resuello.

—¿Feaster? —dijo, girando a su alrededor—. ¿Qué es esto…?

La puerta se cerró, dejándola atrapada en el interior de la sala.

A través de la antena de piel oyó la voz divertida de Feaster.

—Espera ahí dentro, Youngblood. La doctora Cable estará contigo en cuanto acabe su reunión con el Consejo.

Tally movió la cabeza de un lado a otro. Su confesión no serviría de nada si Cable no quería creerla. Necesitaba testigos.

—Pero ¡esto corre prisa! ¿Por qué cree que he venido corriendo hasta aquí?

—¿Que por qué? ¿Tal vez para decirle al Consejo que Diego no tiene nada que ver con el ataque al arsenal? ¿En serio ha sido cosa tuya?

Tally se quedó boquiabierta, y su siguiente súplica se vio silenciada antes de salir de su boca. En su mente reprodujo lentamente las palabras de Feaster, incapaz de dar crédito a lo que acababa de oír.

¿Cómo lo habrían averiguado?

—Pero ¿de qué habla? —consiguió decir finalmente.

El cruel deleite que destilaba la voz de Feaster se acentuó.

—Ten paciencia, Tally. Ya te lo explicará la doctora Cable.

Tras aquellas palabras, las luces se apagaron, dejándola en la oscuridad más absoluta. Tally comenzó a hablar de nuevo, pero se dio cuenta de que le habían cortado la antena de piel.