Una ráfaga de flechas surcó el aire. Tally se tiró rodando al suelo, donde quedó tumbada sobre un lecho de pinaza helada. Algo pasó silbando por encima de ella, lo bastante cerca como para despeinarla.
A veinte metros de distancia, una de las flechas hizo diana, y un zumbido eléctrico atravesó el oído de Tally como si se hubiera producido una sobrecarga en la red, arrancando a Tachs un gruñido entrecortado. Otra flecha alcanzó entonces a Fausto, y Tally le oyó dar un grito ahogado antes de que su alimentador quedara silenciado. Tally se levantó como pudo para parapetarse detrás del árbol que tenía más cerca mientras oía cómo dos cuerpos se desplomaban en el duro suelo con un ruido sordo.
—¿Shay? —dijo entre dientes.
—No me han dado —obtuvo como respuesta—. La he visto venir.
—Yo también. Está claro que van con trajes de infiltración.
Tally volvió a esconderse detrás del enorme tronco mientras buscaba las siluetas de los atacantes entre los árboles.
—Y con infrarrojos también —añadió Shay, con voz tranquila.
Tally se miró las manos, que relucían con intensidad bajo los rayos infrarrojos.
—De modo que ellos pueden vernos perfectamente y nosotros a ellos no…
—Supongo que no me he tomado a tu novio tan en serio como debería, Tally-wa.
—Puede que si te molestaras en recordar que también fue novio tuyo…
Algo se movió entre los árboles que Tally tenía delante, y, al tiempo que sus palabras perdían intensidad, oyó el chasquido de una cuerda de arco. Se lanzó hacia un lado justo en el momento en que la flecha impactaba en el árbol, produciendo un zumbido similar al de un palo aturdidor y cubriendo el tronco con un red de luz titilante.
Tally se alejó a toda prisa, rodando hasta un lugar en el que había dos árboles con las ramas enredadas las unas a las otras, entre las cuales encontró un estrecho recodo donde acurrucarse.
—¿Cuál es el plan, jefa?
—El plan es que les demos una patada en el culo, Tally-wa —replicó Shay en voz baja—. Somos especiales. Nos habrán tomado la delantera, pero siguen siendo unos meros aleatorios.
Al oír el chasquido de otra cuerda de arco, Shay dejó escapar un gruñido, al que le siguió el sonido de unas pisadas que corrían entre la maleza.
Tally se tiró al suelo ante el chasquido de más cuerdas de arco, pero las flechas salieron disparadas a lo lejos, hacia el lugar adonde se había retirado Shay. Unas sombras pasaron bailando por la espesura del bosque, seguidas del sonido de varias descargas eléctricas.
—Han vuelto a fallar —dijo Shay, riendo entre dientes.
Tally tragó saliva, intentando escuchar por encima del desesperado latido de su corazón mientras maldecía el hecho de que los cortadores no se hubieran molestado en llevar trajes de infiltración, o armas arrojadizas, o cualquier otra cosa que pudiera servirle en aquel momento para defenderse. Lo único que tenía era su afilado cuchillo, además de sus uñas, músculos y reflejos de especial.
Lo más lamentable de todo era que, sin saber cómo, se había dado la vuelta. ¿Estaría realmente escondida detrás de los árboles? ¿O tendría a un atacante justo delante de ella, preparando con calma otra flecha para derribarla?
Tally alzó la vista para intentar leer las estrellas, pero las ramas partían el firmamento en fragmentos ilegibles. Decidió esperar, intentando respirar a un ritmo lento y constante. Si no habían vuelto a dispararle, sería porque la habrían perdido de vista.
¿Qué debía hacer? ¿Correr o quedarse agazapada en un rincón?
Al verse acurrucada entre los árboles, se sintió desnuda. Los habitantes del Humo nunca habían luchado de aquella manera; siempre habían optado por huir y esconderse cuando aparecían los especiales. Su instrucción como cortadora se había basado en ejercicios de seguimiento y captura; nadie le había hablado en ningún momento de atacantes invisibles.
De repente, vio la imagen fugaz de la reluciente silueta amarilla de Shay que se adentraba con sigilo en los Senderos, alejándose cada vez más, dejándola sola.
—¿Jefa? —susurró—. Tal vez deberíamos pedir que vinieran refuerzos con especiales normales.
—Olvídalo, Tally. No te atrevas a ponerme en evidencia delante de la doctora Cable. Será mejor que te quedes donde estás, y yo daré la vuelta por un lado. Tal vez podamos tenderles también una pequeña emboscada.
—Muy bien. Pero ¿cómo va a funcionar? Ellos son invisibles, y nosotros ni siquiera…
—Paciencia, Tally-wa. Y un poco de calma, por favor.
Tally suspiró y se obligó a cerrar los ojos, con la esperanza de que el corazón dejara de latirle con tanta fuerza, mientras escuchaba de fondo el zumbido de las cuerdas de arco tensadas.
No muy lejos, a su espalda, sonó una vibración, la de un arco al ser tensado, con la flecha colocada en su sitio y preparada para salir volando. Luego se oyó otra vibración, y una tercera… pero ¿la apuntarían a ella? Tally contó lentamente hasta diez, a la espera del chasquido de una flecha lanzada.
Pero no se produjo sonido alguno.
Debía permanecer escondida allí. Según sus cálculos, había cinco habitantes del Humo en total. Si tres de ellos tenían sus arcos cargados, ¿dónde estarían los otros dos?
Fue entonces cuando su oído captó el sonido de unas pisadas en la pinaza, más suave aún que la respiración calmada y constante de Shay. Pero quienquiera que fuera se movía con demasiada cautela y sigilo como para ser un aleatorio nacido en la ciudad. Solo alguien criado en plena naturaleza podía caminar así.
David.
Tally se puso de pie poco a poco, deslizando la espalda por el tronco del árbol al tiempo que abría los ojos.
Las pisadas se acercaban por momentos, avanzando hacia ella por su derecha. Tally echó el peso del cuerpo a un costado, dejando que el enorme árbol se interpusiera entre el sonido y ella.
Lanzando una osada mirada hacia arriba, se preguntó si las ramas serían lo bastante gruesas como para ocultar su calor corporal de los rayos infrarrojos. Pero no tendría manera de trepar hasta ellas sin que David la oyera.
Él estaba cerca… Tal vez podría abalanzarse sobre él y clavarle su aguijón antes de que los otros lanzaran sus flechas. Al fin y al cabo, no eran más que imperfectos, unos aleatorios envalentonados que ya no contaban con la ventaja de la sorpresa.
Tally dio una vuelta al anillo que llevaba en el dedo corazón, dejando al descubierto una aguja recién cargada.
—Shay, ¿dónde está? —musitó.
—A doce metros de ti. —Las palabras le llegaron con apenas un hilo de voz—. De rodillas, mirando al suelo.
Incluso estando parada, Tally podía correr doce metros en unos segundos… ¿Sería un blanco lo bastante rápido como para esquivar las flechas de los otros?
—Malas noticias —susurró Shay—. Ha encontrado la tabla de Tachs.
Tally se mordió el labio inferior al percatarse de cuál era el objetivo de la emboscada: los habitantes del Humo querían hacerse con una aerotabla de Circunstancias Especiales.
—Prepárate —ordenó Shay—. Voy a volver a donde estás.
La reluciente silueta de Shay pasó bailando a lo lejos entre dos árboles, con un resplandor que la delataba pero con una rapidez y a una distancia demasiado grandes como para que algo tan lento como una flecha hiciera diana en ella.
Tally se obligó a cerrar los ojos de nuevo para aguzar el oído. Oyó más pisadas, menos silenciosas y precisas que las de David; seguramente corresponderían al quinto integrante del grupo en su búsqueda de otra de las tablas de los cortadores.
Era el momento de pasar a la acción. Tally abrió los ojos…
Un estruendo escalofriante retumbó en todo el bosque, procedente de las hélices elevadoras de una aerotabla al ponerse en marcha en medio de un remolino de ramitas y pinaza quebradas.
—¡Detenlo! —ordenó Shay entre dientes.
Tally, que estaba ya en movimiento, se lanzó hacia aquel estrépito, reparando con desasosiego en que las hélices elevadoras eran lo bastante ruidosas como para ahogar el chasquido de las cuerdas de arco. La tabla se elevó ante ella, con un cuerpo lánguido de un amarillo brillante en brazos de una silueta negra.
—¡Se lleva a Tachs! —exclamó. Dos pasos más y podría saltar…
—¡Tally, agáchate!
Tally se tiró al suelo, y las plumas de una flecha pasaron casi rozándole el hombro mientras ella se retorcía en el aire y se le erizaba el cuero cabelludo al notar el chisporroteo de la descarga eléctrica del proyectil. Tally logró esquivar por poco otra flecha al tiempo que rodaba por la pinaza, confiando a ciegas en que no se cruzaran más en su camino.
La tabla se hallaba ya a tres metros del suelo y ascendía lentamente, tambaleándose bajo la doble carga que soportaba. Tally saltó hacia ella, y notó el azote del viento de las hélices en plena cara. En el último momento se imaginó con los dedos metidos entre las palas giratorias —pulverizados en un amasijo de sangre y cartílagos— y le flaquearon los nervios. Consiguió agarrarse con la punta de los dedos a la superficie de la tabla, que comenzó a descender lentamente con el peso añadido de su cuerpo.
Con su visión periférica, Tally vio una flecha volar hacia ella, y se retorció en el aire como una loca para esquivarla. El proyectil pasó de largo, pero Tally perdió su asidero. Primero se le resbaló una mano, luego la otra…
Mientras Tally caía, el estrépito de una segunda aerotabla rasgó el aire. Estaban robando otra.
El grito de Shay se hizo audible por encima del estruendo.
—¡Aúpame!
Tally aterrizó en el suelo en cuclillas, en medio de un remolino de hojas de pino, y al instante vio la reluciente silueta amarilla de Shay corriendo a toda velocidad hacia ella. Se apresuró entonces a entrelazar los dedos y ahuecar las manos a la altura de la cintura, preparada para impulsar a Shay hacia la tabla, que a duras penas intentaba ascender de nuevo.
Otro proyectil salió disparado hacia Tally desde la oscuridad. Pero, si se agachaba, Shay recibiría de lleno el impacto en pleno salto. Ante dicha perspectiva apretó los dientes, preparándose para el dolor de una descarga eléctrica en toda la espalda.
Sin embargo, la corriente del rotor de la tabla desvió la flecha hacia abajo como si de una mano invisible se tratara. El proyectil fue a parar entre los pies de Tally, donde explotó en una telaraña brillante que se extendió por la tierra helada. Tally notó el sabor a electricidad en el aire húmedo, y notó un cosquilleo en la piel, como si le tocaran un centenar de dedos diminutos e invisibles a la vez, pero la suela adherente de los zapatos le aislaba los pies del suelo.
Al notar que el peso de Shay caía en sus manos ahuecadas, Tally lanzó un gruñido y tiró de ella hacia arriba con todas sus fuerzas.
Shay gritó al verse elevada por los aires.
Suponiendo que dispararían más flechas, Tally se apresuró a echarse a un lado, moviéndose de saltito en saltito para no rozar el palo aturdidor que seguía zumbando entre sus pies. Finalmente, giró y cayó hacia atrás en el suelo.
De repente, vio la imagen borrosa de otra flecha que pasó a tan solo unos centímetros de su cara…
Tally alzó la vista: Shay había aterrizado encima de la tabla, haciendo que se balanceara de forma exagerada. Las hélices elevadoras rechinaron bajo la triple carga. Shay levantó la mano en la que llevaba el anillo con el aguijón, pero la oscura silueta de David le lanzó encima a Tachs, obligándola a coger su cuerpo lánguido. Shay bailó en el borde de la tabla, intentando mantener el equilibrio para impedir que acabaran cayendo los dos.
David se abalanzó entonces sobre Shay y le dio en el hombro con un palo aturdidor que llevaba en la mano, el cual provocó que otra red de chispas iluminara el firmamento.
Tally se puso en pie y volvió corriendo al lugar de la pelea. ¡Los habitantes del Humo no luchaban limpio!
Por encima de su cabeza vio que una reluciente silueta amarilla caía de cabeza desde la tabla… Tally saltó hacia delante, extendiendo las manos al mismo tiempo. El cuerpo inerte aterrizó en sus brazos, y el fuerte impacto de aquellos huesos de especial, duros como un saco de bates de béisbol, la tiró al suelo.
—¿Shay? —musitó, pero se trataba de Tachs.
Tally alzó la vista. La aerotabla se hallaba a diez metros del suelo, ya totalmente fuera de su alcance, y la silueta lánguida de Shay se veía envuelta en la oscuridad del traje de infiltración de David en un abrazo forzado.
—¡Shay! —gritó Tally mientras la aerotabla seguía ascendiendo. De repente, oyó el chasquido de una cuerda de arco, y volvió a tirarse al suelo.
La flecha falló estrepitosamente; quienquiera que la hubiera lanzado lo había hecho corriendo. Había siluetas vestidas con trajes de infiltración por todas partes, y a su alrededor comenzó a oír el zumbido de más aerotablas, que se alzaban en el aire montadas por los habitantes del Humo.
Tally hizo girar la pulsera protectora que llevaba en la muñeca, pero no se produjo ningún tirón como respuesta. Se habían llevado las aerotablas de los cuatros especiales, y Tally seguía tendida en el suelo, como una excursionista perdida en mitad del bosque.
Negó con la cabeza sin dar crédito a aquella situación. ¿De dónde habrían sacado los habitantes del Humo aquellos trajes de infiltración? ¿Desde cuándo disparaban a la gente? ¿Cómo era posible que una misión tan fácil se hubiera torcido de aquella manera?
Tally se dispuso a comunicarse con la red de la ciudad mediante su antena de piel para ponerse en contacto con la doctora Cable, pero vaciló un instante al recordar las órdenes de Shay. Nada de llamadas, pasara lo que pasara. No podía desobedecer.
Vio las cuatro aerotablas en el aire, con las tenues luces de calor anaranjadas que despedían las hélices elevadoras. Distinguió a Shay, desmayada en brazos de David, y la silueta resplandeciente de otro especial al que se llevaban en otra tabla.
Tally profirió una maldición. Tachs yacía tendido en el suelo, lo que significaba que también tenían a Fausto. Tenía que pedir refuerzos, pero eso sería contravenir las órdenes…
De repente, oyó un sonido de alarma a través de la red.
—¿Tally? —preguntó una voz lejana—. ¿Qué ocurre ahí?
—¡Ho! ¿Dónde estás?
—Siguiendo tus localizadores. A un par de minutos de ahí. —Ho se echó a reír—. No vas a creer lo que me ha contado el chico de la fiesta. El que estaba bailando con la habitante del Humo.
—¡Eso no importa ahora! ¡Ven aquí a toda prisa! —Tally recorrió el aire con la mirada, observando con frustración cómo se elevaban las tablas de los cortadores cada vez más y más en el firmamento. En cuestión de un minuto, los habitantes del Humo habrían desaparecido para siempre.
Era demasiado tarde para que los especiales normales acudieran hasta allí, demasiado tarde para nada…
La ira y la frustración invadieron a Tally, casi hasta el punto de apoderarse de ella. No dejaría que David pudiera con ella, ¡esta vez no! No podía permitirse el lujo de perder la cabeza.
Sabía lo que tenía que hacer.
Haciendo una pinza con los dedos de la mano derecha, se clavó las uñas en la carne del brazo izquierdo. Los delicados nervios entretejidos en su piel aullaron, y un torrente de dolor le recorrió el cuerpo, sobrecargándole el cerebro.
Pero, de repente, le sobrevino el momento especial, y el pánico y la confusión quedaron sustituidos por una claridad glacial. Respiró el aire frío a bocanadas…
Claro. David y la chica habían abandonado sus propias aerotablas. No las habrían dejado muy lejos.
Dio media vuelta y echó a correr en dirección a la ciudad, olfateando el aire en medio de la oscuridad tras el olor de David, que recordaba a medias.
—¿Qué ha sucedido? —quiso saber Ho—. ¿Cómo es que eres la única que está en la red?
—Nos han tendido una emboscada. Cállate.
Tras unos largos segundos, la nariz de Tally detectó algo: el olor de David que persistía allí por donde había pasado las manos, y allí donde su sudor había caído en plena persecución. Los habitantes del Humo no se habían molestado en recuperar sus tablas pasadas de moda. No estaba todo perdido.
Con un simple chasquido de dedos, la tabla de David se elevó en el aire, saliendo de debajo de una capa de pinaza con la que la habían tapado a toda prisa. Subió a ella de un salto y se tambaleó vacilante, como si estuviera de pie al final de un trampolín, sin la sensación de poder que transmitían las hélices elevadoras. Pero Tally había llevado una como aquella hacía meses, y le bastaba con eso.
—¡Ho, voy a tu encuentro!
La tabla recorrió como un bólido los límites de la ciudad, cobrando velocidad a medida que las alzas se veían impulsadas por la reja magnética.
Ascendió entre los árboles mientras escudriñaba el horizonte. Las siluetas de los habitantes del Humo titilaban a lo lejos con la luz de los cuerpos de los dos cautivos, que resplandecían cual ascuas en una hoguera.
Tally se guio por las estrellas para calcular ángulos y direcciones…
Los habitantes del Humo se dirigían hacia el río, donde podían servirse de los yacimientos magnéticos. Al llevar dos pasajeros por tabla, necesitaban todo el impulso que pudieran conseguir.
—¡Ho, ve al extremo oeste de los Senderos! ¡Rápido!
—¿Por qué?
—¡Para ahorrar tiempo! —No podía perder de vista a sus presas. Puede que los habitantes del Humo fueran invisibles, pero los dos especiales que llevaban brillaban como balizas de infrarrojos.
—Vale, allá voy —contestó Ho—. Pero ¿qué es lo que ocurre?
Sin responder, Tally se lanzó a toda velocidad por encima de las copas de los árboles como un saltador de eslalon. A Ho no le gustaría nada lo que tenía previsto hacer, pero no le quedaba más remedio. David tenía cautiva a Shay, y se alejaba por momentos. Era la oportunidad de Tally de compensar todos los errores cometidos en el pasado.
De demostrar que era realmente especial.
Ho la esperaba allí, donde la espesura boscosa de los Senderos comenzaba a disminuir.
—Eh, Tally —dijo mientras ella se aproximaba a él a toda velocidad—. ¿Qué haces con este trasto?
—Es una larga historia —respondió Tally antes de detenerse junto a él haciendo un derrape.
—Ya, bueno, ¿serías tan amable de explicarme qué…? —comenzó a decir Ho antes de dejar escapar un grito de sobresalto al ver que Tally lo echaba de la tabla, empujándolo a la oscuridad que se extendía a sus pies.
—Lo siento, Ho-wa —dijo Tally al tiempo que pasaba de una tabla a la otra para dirigirse luego hacia el río. Las hélices elevadoras cobraron vida en cuanto traspasó los límites de la ciudad.
—Necesito coger tu tabla prestada. No tengo tiempo de explicártelo.
El oído de Tally captó otro gruñido de Ho cuando este se vio detenido en plena caída por las pulseras protectoras que llevaba puestas.
—¡Tally! ¿Qué diablos…?
—Tienen a Shay. Y a Fausto también. Tachs está en los Senderos, inconsciente. Ve a comprobar que está bien.
—¿Cómo? —La voz de Ho iba apagándose a medida que Tally se dirigía a toda velocidad hacia el exterior, dejando atrás los repetidores. Escudriñó el horizonte hasta distinguir un titileo de infrarrojos a lo lejos, como si hubiera dos ojos brillantes allí delante… Fausto y Shay.
La caza continuaba.
—Nos han tendido una emboscada. ¿Entiendes? —Tally mostró los dientes—. Y Shay ha dicho que no llamáramos a la doctora Cable bajo ningún concepto. Esto es asunto nuestro. —Tally estaba segura de que Shay no soportaría que en Circunstancias Especiales se enteraran de que los cortadores, es decir, el grupo más especial de la doctora Cable dentro de los especiales, habían hecho el ridículo.
Por dicha razón, la presencia de un escuadrón de ruidosos aerovehículos solo serviría para que los habitantes del Humo supieran que les perseguían. Sin embargo, yendo ella sola tras ellos, tal vez lograra pasar desapercibida.
Tally se echó hacia delante para aumentar la velocidad de la tabla, mientras las palabras airadas de Ho se perdían a su espalda.
Los cogería, de eso estaba segura. Eran cinco habitantes del Humo y dos cautivos en cuatro tablas; no había manera de que consiguieran ir a toda velocidad. Bastaba con que tuviera presente que ellos eran unos aleatorios, y ella, una especial.
Aún tenía la oportunidad de rescatar a Shay, apresar a David y hacer que todo acabara bien.