29. Paciente

Tally echó a correr mientras el corazón le latía con fuerza en el pecho y el pitido le llenaba la cabeza.

Saltó por encima de la barandilla de la escalera de incendios para descender en una caída controlada por el hueco de la misma. Cuando irrumpió en el pasillo de la tercera planta, vio a Shay con Tachs y Ho a la salida de una habitación donde ponía RECUPERACIÓN, mirando por el hueco de la puerta como un corro de transeúntes boquiabiertos ante un accidente.

Tally se abrió paso entre ellos a empujones y se detuvo tras dar un patinazo sobre el suelo cubierto de cristales de ventana hechos añicos.

Zane yacía en una cama de hospital, con el rostro pálido y los brazos y la cabeza conectados a un montón de máquinas. Cada una de ellas emitía su propio pitido, y las luces rojas de los pilotos iban acompasadas con los sonidos. Un perfecto mediano vestido con un mono quirúrgico vigilaba a Zane, subiéndole los párpados para examinarle los ojos.

—¿Qué ha ocurrido? —gritó Tally.

El doctor no levantó la vista.

Shay se puso detrás de Tally y la cogió por los hombros.

—Mantente glacial, Tally.

—¿Glacial? —Tally se soltó de Shay. La adrenalina y la ira le corrieron de golpe por la sangre, ahuyentando el aturdimiento que se había apoderado de ella tras el ataque—. ¿Qué le ocurre? ¿Qué hace Zane aquí?

—¿Queréis callaros, cabezas de burbuja? —espetó el médico.

Tally se volvió para mirarlo, enseñándole los dientes.

—¿Cómo que cabezas de burbuja?

Shay la rodeó con los brazos y la levantó del suelo. Con un rápido movimiento, se la llevó fuera de la habitación, la volvió a dejar en el suelo y le dio un empujón para apartarla de la puerta.

Tally recobró el equilibrio y se agachó con los dedos crispados. Los cortadores se la quedaron mirando mientras Tachs cerraba la puerta con cuidado.

—Pensaba que estabas reprogramándote por ti misma, Tally —dijo Shay con una voz dura e impasible.

—¡Ya te reprogramaré yo a ti! —repuso Tally—. ¿Qué es lo que pasa aquí?

—No lo sabemos. El doctor acaba de llegar —explicó Shay y, juntando las palmas de las manos, dijo—. Haz el favor de controlarte.

Tally le daba vueltas a la cabeza, sin pensar en nada más que en posibles ángulos de ataque y estrategias para abrirse paso entre los tres cortadores y volver a la sala de recuperación. Pero se veía superada en número y, al persistir en el enfrentamiento, su arranque de ira pasó a convertirse en pánico.

—Lo han operado —musitó mientras su respiración se aceleraba.

Tally comenzó a ver que el pasillo giraba al recordar que los rebeldes habían ido directos al hospital al bajar del helicóptero.

—Eso parece, Tally —respondió Shay, sin alterar la voz.

—Pero si llegamos a Diego hace ya dos días —repuso Tally—. Los otros rebeldes fueron a la fiesta la misma noche que llegamos aquí; yo los vi.

—Los otros rebeldes no tenían daños cerebrales. Solo las lesiones típicas de los cabezas de burbuja. Ya sabes que Zane era distinto.

—Pero esto es un hospital de ciudad. ¿Qué ha podido salir mal?

—Chis, Tally-wa. —Shay avanzó un paso hacia Tally y le puso la mano en el hombro con cautela—. Ten paciencia; ya nos lo explicarán.

En un arrebato de ira, Tally enfocó la mirada hacia la puerta de la sala de recuperación. Tenía a Shay lo bastante cerca como para poder darle un puñetazo en la cara; Ho y Tachs, por su parte, estaban momentáneamente distraídos con la llegada de un segundo doctor. Tally podría burlar la vigilancia de los tres si aprovechaba la situación…

Sin embargo, la ira y el pánico parecieron anularse entre sí, paralizando sus músculos y haciendo que se le formara un nudo de desesperación en el estómago.

—Esto es por el ataque, ¿verdad? —preguntó Tally—. Por eso hay problemas.

—Eso no lo sabemos.

—Es culpa nuestra.

Shay negó con la cabeza y le habló con voz tranquilizadora, como si Tally fuera una niña que acabara de despertar de una pesadilla.

—No sabemos lo que pasa, Tally-wa.

—Pero tú te lo has encontrado ahí solo, ¿no es cierto? ¿Por qué no lo han evacuado?

—A lo mejor no había que moverlo. Puede que estuviera más seguro aquí, conectado a todas esas máquinas.

Tally cerró los puños. Desde que era especial, nunca se había sentido tan impotente y mediocre. De repente, todo estaba saliendo de un modo de lo más aleatorio.

—Pero…

—Calla, Tally-wa —le ordenó Shay con aquella voz tan serena que resultaba exasperante—. De momento, no podemos hacer nada más que esperar.

Una hora más tarde la puerta se abrió.

En aquel momento, había cinco doctores allí dentro, los que quedaban después del continuo trasiego de personal del hospital que había pasado por la habitación de Zane. Algunos habían mirado con nerviosismo a Tally al reparar en quién era: la peligrosa arma que había escapado horas antes del hospital.

Tally había pasado todo aquel rato presa de la ansiedad, medio esperando que alguien se abalanzara sobre ella para dormirla y volver a programarle una desespecialización. Pero Shay y Tachs no se habían despegado de ella, ni quitaban ojo a los guardianes que habían acudido allí para tenerlos vigilados. Una de las ventajas de la cura de Maddy era que había hecho a los cortadores más pacientes de lo que era Tally. Mientras ellos habían conservado la calma de una manera extraña e inquietante, ella no había parado de moverse en toda la hora, y tenía las palmas de las manos señaladas con las marcas ensangrentadas de las uñas que se había clavado en la carne.

Uno de los doctores carraspeó.

—Me temo que tengo malas noticias.

Al principio la mente de Tally no procesó esas palabras, pero notó que Shay la agarraba del brazo con una fuerza de hierro, como si pensara que Tally iba a lanzarse sobre el hombre y despedazarlo.

—En algún momento de la evacuación, el cuerpo de Zane ha rechazado su nuevo tejido cerebral. El equipo de soporte vital que llevaba conectado ha intentado avisar al personal, pero no había nadie cerca, naturalmente. También ha tratado de enviarnos un mensaje, pero el sistema de comunicación de la ciudad estaba demasiado sobrecargado debido a la evacuación para enviar un mensaje.

—¿Sobrecargado? —repitió Tachs—. ¿Es que el hospital no dispone de una red propia?

—Hay un canal para emergencias —explicó el doctor, que miró en dirección al Ayuntamiento y movió la cabeza de un lado a otro como si siguiera sin dar crédito al hecho de que había desaparecido—. Pero funciona a través del sistema de comunicación de la ciudad. Del cual no queda nada. Diego no había vivido nunca una catástrofe de esta magnitud.

«Ha sido por el ataque, por la guerra —pensó Tally—. Es culpa mía».

—El sistema inmunológico de Zane ha pensado que el nuevo tejido cerebral era una infección, y ha reaccionado en consecuencia. Hemos hecho todo lo que hemos podido, pero, cuando lo hemos encontrado, el daño ya estaba hecho.

—¿Y en qué consiste ese… daño? —preguntó Tally, que notó que las manos de Shay le apretaban aún más del brazo.

El doctor miró a los guardianes, y Tally vio con su visión periférica que se preparaban nerviosos para entrar en acción. Todos le tenían terror.

El facultativo volvió a carraspear.

—Sabéis que Zane llegó aquí con una grave lesión cerebral, ¿verdad?

—Lo sabemos —respondió Shay, manteniendo la calma en su voz.

—Zane dijo que quería que hiciéramos lo necesario para que dejara de tener temblores y fallos cognitivos. Y también nos pidió que mejoráramos el control físico de su cuerpo, yendo al límite de nuestras posibilidades. Era arriesgado, pero dio su consentimiento.

Tally dejó caer la mirada al suelo. Zane había querido recuperar sus reflejos, y mejorarlos, para que ella no lo viera tan débil y mediocre.

—Ahí es donde le ha afectado más el rechazo —prosiguió el doctor—. En las funciones que estábamos intentando arreglar. Ahora las ha perdido.

—¿Perdido? —A Tally le dio vueltas la cabeza—. ¿Se refiere a sus facultades motoras?

—Y a otras más importantes, como el habla y la cognición. —El recelo del doctor se desvaneció para dar paso a la expresión de preocupación, serenidad y comprensión típica de los perfectos medianos—. Ni siquiera puede respirar por sí solo. No creemos que recobre el conocimiento. Ni ahora ni nunca.

Los guardianes sostenían palos aturdidores en las manos; Tally lo supo porque percibió el olor a electricidad que despedían sus extremos relucientes.

El doctor respiró lentamente.

—Y el caso es que… necesitamos la cama.

A Tally le flaquearon las piernas, pero Shay la sujetó con fuerza para impedir que cayera al suelo.

—Tenemos decenas de heridos —añadió el doctor—. Hay unos cuantos empleados nocturnos que han escapado del Ayuntamiento con graves quemaduras. Necesitamos esas máquinas, y cuanto antes mejor.

—¿Y Zane? —inquirió Shay.

El doctor negó con la cabeza.

—Dejará de respirar en cuanto lo desconectemos. En una situación normal, no actuaríamos con tanta rapidez, pero esta noche…

—Es una circunstancia especial —dijo Tally en voz baja.

Shay la atrajó hacia sí para susurrarle al oído:

—Tally, tenemos que irnos. Eres demasiado peligrosa.

—Quiero verlo.

—No es una buena idea, Tally-wa. ¿Y si pierdes los estribos? Podrías matar a alguien.

—Déjame verlo, Shay-la —le pidió Tally entre dientes.

—No.

—Déjame verlo o me los cargo a todos. No podrás detenerme.

Shay la tenía rodeada con los brazos, pero Tally sabía que podría librarse de ella. Aún conservaba en condiciones una parte del traje de infiltración lo bastante extensa como para volverse resbaladiza y poder escurrirse entre sus manos, tras lo cual se lanzaría directamente a la yugular de todos ellos…

Shay cambió la colocación de las manos sobre el cuerpo de Tally, que notó la leve presión de un objeto en su cuello.

—Tally, puedo inyectarte la cura ahora mismo.

—No, no puedes. Tenemos que parar una guerra. Necesitas que siga con el cerebro tan embrollado como hasta ahora.

—Pero ¿no ves que necesitan las máquinas? Lo único que estás haciendo es…

—Déjame ser el centro del universo cinco minutos más, Shay. Luego me iré y lo dejaré morir. Te lo prometo.

Shay dejó escapar un largo suspiro entre los dientes.

—Déjennos pasar.

Seguía teniendo la cabeza y los brazos conectados a las máquinas, aunque aquel coro desaforado de pitidos había quedado reemplazado por un latido constante.

Pero Tally vio que estaba muerto.

No era la primera vez que veía un cadáver. Durante la ofensiva emprendida por Circunstancias Especiales para destruir el Viejo Humo, el vigilante de la biblioteca de los rebeldes, un hombre ya mayor, había resultado asesinado en su intento de huida. (Tally recordó entonces que aquella muerte también había sido culpa suya; ¿cómo podía haber olvidado aquel pequeño detalle?). El cuerpo sin vida del anciano parecía contrahecho, tanto que el mundo entero se había deformado a su alrededor. Hasta la luz del sol había adoptado un aspecto extraño aquel día.

Pero esta vez, teniendo a Zane ante sí, todo era mucho peor. Al verlo con sus ojos de especial, Tally percibió cada detalle con una nitidez cien veces mayor: el extraño color de su tez, el pulso demasiado regular visible en su cuello, el modo en que las uñas se le descoloraban poco a poco, pasando de un tono rosado a uno blanquecino.

—Tally… —La voz de Tachs interrumpió sus pensamientos.

—Lo siento muchísimo —dijo Shay.

Tally miró a sus compañeros cortadores, y se dio cuenta de que no podían entenderla. Quizá siguieran siendo tan fuertes y rápidos como antes, pero con la cura de Maddy sus mentes habían vuelto a ser mediocres. Eran incapaces de ver lo exasperante que resultaba la muerte, lo inútil que llegaba a ser en todos los sentidos.

Las llamas seguían ardiendo en el exterior, dotadas de una belleza que resultaba burlona a ojos de Tally, con un firmamento perfecto de fondo. Eso era lo que no veía nadie más, que el mundo era demasiado maravilloso y chispeante como para que Zane no estuviera en él.

Tally alargó la mano para tocar la de él. Con extrema sensibilidad de las yemas de sus dedos, notó la piel de Zane más fría de la cuenta.

Todo aquello era culpa suya. Ella lo había presionado para que se convirtiera en lo que ella quería; ella se había ido a vagar por la ciudad en lugar de quedarse allí para cuidar de él; ella había iniciado la guerra que lo había destrozado.

Ese era el precio final que tenía que pagar por su enorme ego.

—Lo siento, Zane.

Dicho esto, Tally dio media vuelta. Cinco minutos le pareció de repente demasiado tiempo para aguantar allí de pie, con los ojos escocidos, incapaz de llorar.

—Está bien, vámonos —susurró.

—¿Estás segura? Solo ha pasado…

—¡Vámonos! En las tablas. Hay que detener esta guerra.

Shay le puso una mano en el hombro.

—Muy bien. Saldremos al alba. Podemos volar sin pararnos, sin cabezas de burbuja que nos hagan ir más lentas, y sin indicadores de posición del Humo que nos lleven por la ruta pintoresca. Estaremos en casa en tres días.

Tally abrió la boca y a punto estuvo de exigirle que partieran en aquel mismo instante, pero la cara de agotamiento de Shay la hizo callar. Tally había permanecido inconsciente gran parte de las últimas veinticuatro horas, pero Shay había ido al encuentro de los cortadores para curarlos, había rescatado a Tally de una operación de desespecialización y había estado al mando a lo largo de aquella noche larga y atroz. Apenas podía mantener los ojos abiertos.

Además, aquella ya no era su lucha. Shay no había pagado el mismo precio que Tally.

—Tienes razón —dijo Tally, viendo lo que tenía que hacer—. Ve a dormir un poco.

—¿Y tú? ¿Estás bien?

—No, Shay-la. No estoy bien.

—Perdona, quiero decir si… ¿vas a hacer daño a alguien?

Tally negó con la cabeza y extendió la mano para mostrar que no le temblaba en absoluto.

—¿Lo ves? Me mantengo bajo control, quizá por primera vez desde que soy especial. Pero no puedo dormir. Te esperaré.

Shay guardó silencio, presa de la indecisión, intuyendo tal vez lo que Tally tenía en mente. Pero el cansancio pudo con su cara de preocupación, y Shay abrazó a su amiga una vez más.

—Con dos horas tengo suficiente. Sigo siendo una especial.

—Claro que sí. —Tally sonrió—. Nos vemos al alba.

Dicho esto, salió de la habitación con los otros cortadores y pasó por delante de los doctores y de los nerviosos guardianes, alejándose de Zane para siempre, y de todos los futuros que habían imaginado juntos. Y, con cada paso, Tally se reafirmaba en su convicción de que tenía que dejar atrás no solo a Zane, sino a todo el mundo.

Shay solo la haría ir más lenta.