El hospital estaba lleno de vidrios rotos. Todas las ventanas de la fachada lateral del Ayuntamiento habían salido volando hasta allí con el derrumbe final del edificio. Sus restos hechos añicos crujían bajo los pies de Tally y los otros cortadores mientras estos iban recorriendo todas las salas para ver si quedaba alguien allí dentro.
—Aquí hay un anciano —informó Ho desde dos pisos más arriba.
—¿Necesita un médico? —preguntó la voz de Shay.
—Solo tiene unos cuantos cortes. Bastará con echarle espray cutáneo.
—Deja que un médico le eche un vistazo, Ho.
Tally dejó de escuchar la conversación que emitía la antena de piel e inspeccionó otra habitación abandonada, asomándose a los huecos de las ventanas sin cristales para contemplar una vez más los restos del edificio envuelto aún en llamas. Dos helicópteros sobrevolaban la zona, rociando el fuego con espuma.
En aquel momento se le presentó la oportunidad de escapar; solo tenía que apagar la antena de piel y desaparecer en medio del caos. Los cortadores estaban demasiado ocupados como para ir tras ella, y el resto de la ciudad apenas se hallaba operativa. Tally sabía dónde esperaban las aerotablas de los cortadores, y las pulseras protectoras que le había dado Shay estaban adaptadas para desbloquearlas.
Pero, después de lo que había sucedido aquella noche, no tenía donde regresar. Si era cierto que Circunstancias Especiales estaba detrás de aquel ataque, por nada del mundo volvería a ponerse a las órdenes de la doctora Cable.
Tally habría podido llegar a entender su reacción si la flota de naves se hubiera centrado en los nuevos proyectos urbanísticos de Diego, para darle una lección sobre los riesgos de la expansión territorial en plena naturaleza. Al margen de lo que ocurriera en aquellos momentos en la Ciudad de los Aleatorios, era preciso detener dichos planes de desarrollo. Las ciudades no podían comenzar a apropiarse de la tierra a su antojo.
Pero tampoco era admisible que las ciudades se atacaran las unas a las otras como había ocurrido allí, haciendo volar por los aires edificios situados en pleno centro. Así era como los insensatos de los oxidados habían resuelto sus conflictos, y así habían acabado. Tally se preguntó cómo habría olvidado tan fácilmente su propia ciudad las lecciones de historia.
Por otra parte, no podía dudar de la palabra de Tachs, cuando este afirmaba que el propósito de la doctora Cable al destruir el Ayuntamiento era doblegar al Nuevo Sistema. De todas las ciudades, solo la suya se había molestado en acabar con el Viejo Humo y dar caza a sus habitantes. Solo la suya pensaba que valía la pena obsesionarse hasta tal punto con un puñado de fugitivos.
Tally comenzó a preguntarse si todas las ciudades tendrían Circunstacias Especiales, o si la mayoría serían como Diego, abiertas a la libre circulación de personas. Quizá la operación que la había convertido en lo que era, una especial, fuera una invención de la propia doctora Cable, lo que significaba que en el fondo Tally era una aberración, un arma peligrosa, alguien que necesitaba ser curada.
A fin de cuentas, Shay y ella habían iniciado aquella guerra falsa. La gente normal, en su sano juicio, no haría algo así.
La siguiente sala también estaba vacía, y por el suelo se veían esparcidos los restos de una cena interrumpida por la evacuación. Las cortinas que decoraban las ventanas se movían con el viento generado por el helicóptero que se elevaba a lo lejos. Los vidrios que habían salido despedidos en todas direcciones las habían dejado hechas jirones, y ahora ondeaban cual banderas blancas destrozadas en señal de rendición. En un rincón de la habitación había un equipo de soporte vital apilado, que seguía dando golpes pese a estar desconectado. Tally confió en que la persona que hubiera estado conectada a todos aquellos tubos y cables siguiera viva.
Resultaba extraño preocuparse por un anciano anónimo y moribundo. Pero las repercusiones del ataque habían hecho que todo diera vueltas en su cabeza, y que dejara de ver a la gente como ancianos o aleatorios. Por primera vez desde que se había convertido en una cortadora, ser mediocre no le parecía algo patético. Tras presenciar lo que había hecho su propia ciudad, se sentía de algún modo menos especial, al menos en aquel momento.
Tally recordó hasta qué punto su estancia durante unas semanas en el Humo, siendo aún imperfecta, había transformado la visión que tenía hasta entonces del mundo. Quizá lo que había visto en Diego, con todas sus discordancias y diferencias (y la ausencia de cabezas de burbuja), hubiera comenzado ya a convertirla en otra persona. Si Zane estaba en lo cierto, podría reprogramarse por sí sola una vez más.
Puede que cuando volviera a verlo, las cosas fueran distintas.
Tally puso la antena de piel en la posición de canal privado.
—¿Shay-la? Necesito preguntarte algo.
—Adelante, Tally.
—¿Hasta qué punto te cambia estar curada?
Shay permaneció en silencio unos segundos, y Tally oyó a través de la antena de piel su respiración pausada y el crujido de los cristales rotos bajo sus pies.
—Pues verás, cuando Fausto me pinchó, yo ni siquiera lo noté. Tardé un par de días en darme cuenta de lo que ocurría, de que empezaba a ver las cosas de otra manera. Lo curioso es que cuando me contó lo que me había hecho, más que nada fue un alivio. Ahora es todo menos intenso, menos extremo. No necesito hacerme cortes para que todo tenga sentido; ninguno de nosotros lo necesitamos. Pero, aunque las cosas ya no son tan glaciales, al menos no me pongo hecha una furia por nada como antes.
Tally asintió.
—Cuando me tuvieron encerrada en la celda de aislamiento, fue así como lo describieron, como una mezcla de ira y euforia. Pero ahora mismo simplemente me siento aturdida.
—Yo también, Tally-wa.
—Y hay algo más que dijeron los doctores —añadió Tally—. Algo sobre los «sentimientos de superioridad».
—Ya, eso es lo que ocurre precisamente con Circunstancias Especiales. Es como lo que nos enseñaban siempre en la escuela, cuando explicaban que en tiempos de los oxidados había algunas personas que eran «ricas», ¿recuerdas? Tenían lo mejor de lo mejor, vivían más que nadie y no tenían que seguir las reglas establecidas… y a todo el mundo le parecía perfecto, aunque esas personas no hubieran hecho nada para merecerlo, salvo tener los abuelos adecuados. Pensar como un especial forma parte de la naturaleza humana. No hacen falta grandes dotes de persuasión para hacer creer a alguien que es mejor que nadie.
Tally comenzó a asentir con la cabeza, pero entonces recordó lo que Shay le había echado en cara justo antes de que se separaran en el río.
—Pero ¿no fue eso lo que dijiste tú de mí, que ya era así siendo una imperfecta?
Shay se echó a reír.
—No, Tally-wa. Tú no piensas que eres mejor que nadie, simplemente te crees el centro del universo. Es muy distinto.
Tally puso una sonrisa forzada.
—¿Y por qué no me has curado cuando has tenido la oportunidad, estando yo fuera de combate?
Se produjo otra pausa en la conversación, durante la cual el zumbido lejano del helicóptero se filtró a través de la conexión con la antena de piel de Shay.
—Porque me arrepiento de lo que hice.
—¿Cuándo?
—Cuando pasaste a ser especial —confesó Shay con voz temblorosa—. Yo tengo la culpa de que te convirtieras en lo que eres, y no quería obligarte a volver a cambiar. Creo que esta vez puedes curarte tú sola.
—Vaya —dijo Tally, tragando saliva—. Gracias, Shay.
—Y hay otra cosa: será una ayuda que sigas siendo una especial cuando vuelvas a casa para detener esta guerra.
Tally frunció el ceño. Shay no le había explicado aún los pormenores de aquel plan.
—¿Y en qué sentido será una ayuda que yo sea una psicópata?
—La doctora Cable nos examinará a conciencia para ver si decimos la verdad —explicó Shay—. Sería mejor que uno de nosotros siguiera siendo un especial de verdad.
Tally se detuvo al llegar a la siguiente puerta.
—¿Decir la verdad? No sabía que fuéramos a hablar de esto con ella. Me imaginaba algo más contundente, con nanos devoradores, o con granadas, al menos.
Shay soltó un suspiro.
—Piensas como una especial, Tally-wa. La violencia no va a servir de nada. Si atacamos, pensarán que es Diego que se defiende, y lo único que conseguiremos es que esta guerra vaya a peor. Tenemos que confesar.
—¿Confesar? —Tally se imaginó ante otra sala vacía, iluminada únicamente por las llamas titilantes del Ayuntamiento. Había flores por todas partes, y los jarrones yacían hechos añicos en el suelo, donde fragmentos de cristal de vistosos colores y flores muertas se mezclaban con vidrios de ventana rotos.
—Eso es, Tally-wa. Tenemos que decirle a todo el mundo que fuimos tú y yo las que atacamos el arsenal —dijo Shay—. Que Diego no tuvo nada que ver con ello.
—Genial —respondió Tally, asomándose a la ventana.
Las llamas del Ayuntamiento seguían ardiendo, por mucha espuma que rociaran los helicópteros. Shay había dicho que tardarían días en apagarse, ya que la presión del edificio derrumbado hacía que generara calor por sí solo, como si el ataque hubiera dado lugar a la aparición de un sol diminuto.
Y ellas tenían la culpa de aquel horrible panorama; cada vez que caía en la cuenta de ello se sorprendía, como si no acabara de acostumbrarse a la idea. Shay y ella eran las causantes de aquella situación, y solo ellas podían enmendarla.
Pero, solo de pensar en confesar ante la doctora Cable, Tally tenía que reprimir el impulso de huir, de echarse a correr hacia las ventanas abiertas y saltar al vacío, dejando que las pulseras protectoras frenaran la caída. Podría desaparecer en plena naturaleza, donde nunca la cogerían. Ni Shay, ni la doctora Cable. Volvería a hacerse invisible.
Sin embargo, eso significaba abandonar a Zane en aquella ciudad destrozada y amenazada.
—Y si queremos que te crean —prosiguió Shay—, no puede parecer que has estado trasteando con tu cerebro. Es preciso que te mantengas especial.
De repente, Tally sintió la necesidad de respirar aire puro. Pero, al acercarse a la ventana, el aroma dulzón de las flores muertas y marchitas le dio en la nariz como un perfume de anciana, haciendo que le lloraran los ojos. Tally los cerró, y atravesó la habitación guiándose por el eco de sus propios pasos.
—Pero ¿qué nos harán, Shay-la? —preguntó en voz baja.
—No lo sé, Tally. Nadie ha admitido nunca haber empezado una guerra ficticia, que yo sepa. Pero ¿qué otra cosa podemos hacer?
Tally abrió los ojos y se asomó por la ventana reventada. Respiró hondo para llenarse los pulmones de aire fresco, aunque este estaba contaminado con el olor a quemado.
—Nosotras no teníamos intención de ir tan lejos —susurró.
—Lo sé, Tally-wa. Y todo fue idea mía. Para empezar, yo tengo la culpa de que tú te convirtieras en especial. Si pudiera, iría yo sola. Pero no me creerán. Una vez que me examinen el cerebro, verán que soy distinta, que estoy curada. Seguro que la doctora Cable preferiría pensar que la gente de Diego me ha tocado el cerebro antes que admitir que ha comenzado una guerra por nada.
Tally no podía discutirle eso; a ella misma le costaba creer que el pequeño robo que habían cometido hubiera causado toda aquella destrucción. La doctora Cable no creería a nadie que le diera semejante versión de los hechos sin realizarle antes un examen cerebral completo.
Volvió a mirar el Ayuntamiento en llamas, y suspiró. Era demasiado tarde para huir, era demasiado tarde para nada que no fuera la verdad.
—Está bien, Shay, iré contigo. Pero no hasta que encuentre a Zane. Necesito explicarle una cosa.
«Y quizá intentarlo de nuevo, ahora que ya soy otra», pensó. Tally se quedó mirando el marco de la ventana lleno de vidrios rotos, e imaginó el rostro de Zane.
—Total, ¿qué es lo peor que pueden hacernos, Shay-la? ¿Volver a convertirnos en dos cabezas de burbuja? —preguntó—. Puede que no estuviera tan mal…
Tally siguió sin obtener respuesta, pero oyó un leve pitido insistente procedente de la antena de piel de Shay.
—¿Shay? ¿Qué es ese sonido?
—Tally, será mejor que bajes aquí —respondió Shay con voz tensa—. Habitación 340.
Tally dio la espalda a la ventana y se dirigió a toda prisa hacia la puerta, pisando flores muertas y jarrones rotos a su paso. El pitido fue aumentando de volumen a medida que Shay se acercaba a algo, y una sensación de terror comenzó a apoderarse de Tally.
—¿Qué ocurre, Shay?
Shay abrió el canal de comunicación al resto de los cortadores.
—Que alguien envíe a un médico aquí arriba —dijo con la voz presa del pánico antes de repetir el número de habitación.
—¿Qué pasa, Shay? —gritó Tally.
—Tally, no sabes cuánto lo siento…
—¿El qué?
—Es Zane.