26. Luz

Tally recobró el conocimiento con una ráfaga de luz. La adrenalina la invadió de golpe, como si despertara gritando de una pesadilla. El mundo apareció ante ella transparente como un diamante, tan nítido como el contorno de sus dientes afilados y tan brillante como la luz de sus ojos.

Tally se irguió de repente, respirando con dificultad y cerrando los puños con fuerza. Shay estaba de pie al otro lado de la cama de hospital, enredando con las correas que llevaba atadas a los tobillos.

—¡Shay! —gritó.

Tally lo notaba todo con tanta intensidad que tenía que gritar.

—Eso te ha despertado, ¿eh?

—¡Shay! —Tally notó un pinchazo en el brazo izquierdo; le acababan de poner una inyección. La energía le bullía por dentro al recobrar de nuevo toda su ira y fortaleza. Sacudió un pie para tirar de la correa del tobillo, pero la estructura metálica no cedió ni un milímetro.

—Cálmate, Tally-wa. —dijo Shay—. Verás cómo te suelto.

—¿Que me calme? —masculló Tally al tiempo que escudriñaba la sala.

Las paredes estaban cubiertas de máquinas, todas ellas con luces parpadeantes que indicaban que estaban en funcionamiento. En el centro de la estancia había un tanque de operaciones, en cuyo interior borboteaba lentamente un líquido de soporte vital, un tubo de respiración que colgaba suelto, a la espera de ser utilizado, al igual que los bisturís y las vibrasierras dispuestos sobre una mesa cercana.

Tendidos en el suelo yacían dos hombres inconscientes vestidos con monos quirúrgicos; uno era un perfecto mediano; el otro, lo bastante joven como para lucir un sedoso pelaje sembrado con manchas de leopardo por todas partes. Al verlos, volvieron de golpe a su memoria las últimas veinticuatro horas, con imágenes de la Ciudad de los Aleatorios, la captura tras saltar desde el Mirador y la operación que amenazaba con convertirla de nuevo en una mediocre.

Tally sacudió las correas de los tobillos ante la necesidad imperiosa que le entró de escapar de aquel lugar.

—Ya casi está —dijo Shay con voz tranquilizadora.

A Tally le picaba el brazo derecho, y vio que tenía clavados en él una maraña de cables y tubos trenzados como medida de soporte vital para una intervención quirúrgica seria. La joven soltó un silbido y se los arrancó. La sangre salpicó la blancura impecable de la pared, pero no le dolió, ya que el choque entre la anestesia y lo que fuera que le hubiera administrado Shay para despertarla la había llenado de una ira que la hacía insensible al dolor.

Cuando Shay logró por fin desatar la segunda correa del tobillo, Tally se levantó de un salto, con los puños cerrados.

—Eh… será mejor que te pongas esto —le sugirió Shay, lanzándole un traje de infiltración.

Tally se miró de arriba abajo, y vio que iba con otro camisón desechable, rosa con dinosaurios azules.

—Pero ¿de qué van en los hospitales? —gritó, quitándose el camisón de un tirón antes de meter un pie en el traje.

—Baja la voz, Tally-wa —le advirtió Shay entre dientes—. He tapado los sensores, pero hasta los aleatorios pueden oírte si gritas así. Y no enciendas aún la antena de piel, si no quieres que nos descubran.

—Lo siento, jefa.

Tally notó de repente un vahído por haberse levantado tan deprisa. Aun así, consiguió enfundarse el traje de infiltración por las piernas y subírselo hasta los hombros. Al detectar el ritmo acelerado de su corazón, la prenda adoptó al instante la modalidad de coraza, y las escamas se erizaron de arriba abajo para quedar luego planas y duras.

—No, ponlo así —ordenó Shay en un susurro, con una mano ya en la puerta. El traje que llevaba ella se veía de un azul pálido, el color de los uniformes del hospital.

Mientras Tally cambiaba el aspecto del traje, tratando de copiar el color del de Shay, su cabeza seguía dando vueltas con una energía desatada.

—Has venido a por mí —dijo, intentando no alzar la voz.

—No podía dejar que te hicieran esto.

—Pero yo creía que me odiabas.

—Y así es, a veces. Te odio como nunca he odiado a nadie. —Shay resopló—. Quizá por eso vuelvo una y otra vez a buscarte.

Tally tragó saliva, mirando una vez más a su alrededor para fijarse en el tanque de operaciones, la mesa llena de instrumentos cortantes y todo el equipo que la habría convertido de nuevo en una mediocre, desespecializándola, como Shay había dicho.

—Gracias, Shay-la.

—No hay de qué. ¿Lista para salir de aquí?

—Un momento, jefa. —Tally tragó saliva—. He visto a Fausto.

—Yo también. —La voz de Shay no transmitía ira, simplemente constataba un hecho.

—Pero él…

—Lo sé.

—¿Lo sabes…? —Tally avanzó un paso, sintiendo aún que la cabeza le daba vueltas por levantarse de golpe, y por todo lo que estaba sucediendo—. Pero ¿qué vamos a hacer con él, Shay?

—Tenemos que irnos, Tally. El resto de los cortadores nos esperan en la azotea. Se avecina algo grande. Mucho más grande que la gente del Humo.

Tally frunció el ceño.

—Pero ¿qué…?

El agudo pitido de una alarma partió el aire en dos.

—¡Deben de estar muy cerca ya! —gritó Shay—. ¡Tenemos que irnos! —Y, cogiendo a Tally de la mano, tiró de ella para que pasara por la puerta.

Tally la siguió, aún con paso vacilante y medio mareada. Fuera de la sala, un pasillo recto se extendía en ambas direcciones, y a lo largo de él resonaba la alarma. Por las puertas situadas a ambos lados salía gente vestida con monos quirúrgicos, llenando el pasillo con un griterío de voces confusas.

Shay se alejó deslizándose entre los doctores y camilleros, atónitos como si fueran estatuas. Se movía con tanta rapidez y levedad que el personal agolpado en el pasillo apenas reparó en el rayo de un azul pálido similar al de sus uniformes que pasó volando entre ellos.

Tally apartó las dudas de su mente y la siguió, pero la sensación de mareo que aún tenía se desvanecía muy poco a poco. Esquivó a la gente lo mejor que pudo, abriéndose paso entre los que se cruzaban en su camino. En su avance fue rebotando contra cuerpos y paredes, pero consiguió recorrer todo el pasillo sin pararse, dejándose llevar por la energía desmedida de su cuerpo.

—¡Alto! —gritó una voz—. ¡Vosotras dos!

Frente a Shay había apostado un grupo de guardianes con sus uniformes en negro y amarillo, armados con palos aturdidores cuyo resplandor contrastaba con las tenues luces pastel del hospital.

Sin un ápice de vacilación, Shay se abalanzó hacia ellos mientras su traje de infiltración se volvía negro. Sus pies y manos centellearon en el aire, que se llenó con el olor que despedían los palos aturdidores al chocar contra las escamas acorazadas, chisporroteando como mosquitos atrapados en una lámpara antibichos. Shay comenzó a girar como una posesa entre los uniformados, que empezaron a salir despedidos en todas direcciones.

Cuando Tally llegó al lugar, solo quedaban dos guardianes en pie, que habían comenzado a retroceder por el pasillo e intentaban protegerse de Shay agitando sus palos aturdidores en el aire. Tally se puso detrás de uno, que era una mujer, y, cogiéndola por la muñeca, se la retorció hasta oír un ruido seco y la empujó encima del otro, con lo que ambos cayeron al suelo despatarrados.

—No hace falta que los rompas, Tally-wa.

Tally miró a la mujer, que se agarró la muñeca mientras un grito de dolor salía de su boca.

—Oh, lo siento, jefa.

—No es culpa tuya, Tally. Vamos.

Shay empujó la puerta de la escalera de emergencia y se dirigió a los pisos superiores, subiendo cada tramo de escalones con dos saltos largos. Tally la siguió, con la sensación de mareo ya casi controlada, y con aquella energía frenética, fruto de la inyección que le había hecho despertar de golpe, un tanto desgastada ya después de lo que había corrido. Las puertas de la escalera de emergencia se cerraron a sus espaldas, apagando el estridente pitido de la alarma.

Tally se preguntó qué le habría sucedido a Shay, dónde habría estado durante todo aquel tiempo y cuánto llevarían los otros cortadores en Diego.

Pero sus preguntas podían esperar. Se alegraba de volver a ser libre y luchar junto a Shay como una especial. No había nada que pudiera detenerlas cuando estaban juntas.

Tras unos cuantos tramos de escalones, se encontraron con el final de las escaleras y una última puerta, que abrieron de golpe para salir a la azotea. Sobre sus cabezas brillaban miles de estrellas sobre un hermoso firmamento despejado.

Después de estar encerrada en una celda de aislamiento, le pareció maravilloso encontrarse bajo un cielo abierto. Tally trató de llenarse los pulmones con el aire fresco de la noche, pero el olor a hospital seguía saliendo del bosque de chimeneas que tenían a su alrededor.

—Bien, aún no han llegado —dijo Shay.

—¿Quiénes? —preguntó Tally.

Shay la llevó al otro lado de la azotea, hacia el enorme edificio ensombrecido que había junto al hospital. El Ayuntamiento, recordó Tally. Shay se asomó por el borde del tejado.

La gente salía en tropel del hospital; el personal, con sus uniformes en blanco y azul y los pacientes con sus finos camisones, algunos por su propio pie y otros en aerocamillas. Tally oyó el eco de la alarma que rebotaba en las ventanas situadas más abajo, y se percató de que el sonido había cambiado por el de una señal de evacuación de dos tonos.

—¿Qué ocurre, Shay? No estarán evacuando el hospital por nosotros, ¿no?

—No, no es por nosotros. —Shay se volvió hacia ella y le puso una mano en el hombro—. Quiero que me escuches atentamente, Tally. Esto es importante.

—Te escucho, Shay. Pero ¡dime de una vez qué pasa aquí!

—Está bien. Sé todo lo que ha ocurrido con Fausto; le seguí la pista a través de la señal de su antena de piel en cuanto llegué aquí, hace más de una semana. Me lo ha explicado todo.

—Entonces sabes que… ya no es especial.

Shay hizo una pausa.

—No estoy segura de que tengas razón en eso que dices, Tally.

—Pero ¿no ves cómo ha cambiado, Shay? Ahora es débil. Lo vi con sus…

A Tally se le apagó la voz al aguzar la vista, y de repente se le cortó la respiración, sin dar crédito a lo que veía. En la mirada de Shay percibió una suavidad que no había tenido hasta entonces, pero frente a ella tenía a la Shay veloz e infalible de siempre, que se había abierto paso entre aquellos guardianes como si hubiera llevado consigo una guadaña.

—Fausto no es débil —repuso Shay—. Ni yo tampoco.

Tally movió la cabeza con un gesto de negación y, apartándose de Shay, retrocedió unos pasos a trompicones.

—Tú también eres de los suyos.

Shay asintió.

—No pasa nada, Tally-wa. No me han convertido en una cabeza de burbuja ni nada de eso. —Shay avanzó un paso hacia ella—. Pero tienes que escucharme.

—¡No te acerques a mí! —exclamó Tally entre dientes, con los puños cerrados.

—Tally, escúchame. Está a punto de pasar algo grande.

Tally volvió a mover la cabeza con incredulidad, reparando por fin en la debilidad que transmitía la voz de Shay. Si no hubiera estado tan grogui, se habría percatado de ello desde el principio. La verdadera Shay no se habría mostrado tan preocupada por la muñeca de una guardiana aleatoria. Y la verdadera Shay, la especial, nunca la habría perdonado tan fácilmente.

—¡Quieres que me convierta en alguien como tú! ¡Como intentaron hacer Fausto y los del Humo!

—No, no quiero eso —respondió Shay—. Te necesito tal como…

Antes de que Shay pudiera decir otra palabra, Tally dio media vuelta y echó a correr hacia el borde opuesto de la azotea lo más rápido que pudo. No llevaba pulseras protectoras, ni un arnés de salto, pero aún podía trepar como una especial. Si Shay era ahora tan floja como Fausto, ya no sería tan temeraria. Tally podría escapar de aquella locura de ciudad, y pedir ayuda a los suyos…

—¡Detenedla! —gritó Shay.

Formas humanas sin rostro cobraron vida entre las siluetas de las chimeneas y antenas del tejado y salieron de la oscuridad para abalanzarse sobre Tally y cogerla por los brazos y las piernas.

Todo aquello era una trampa. «No enciendas aún la antena de piel», había dicho Shay, para que los demás pudieran hablar entre ellos, y conspirar contra ella, sin que se enterara.

Tally lanzó un puñetazo, y los nudillos de su mano herida fueron a dar contra un traje acorazado en un impacto doloroso. Un cortador con la cara tapada la agarró del brazo, pero Tally logró soltarse de él haciendo que su traje se volviera resbaladizo. Aprovechando el impulso de su cuerpo, rodó hacia atrás, se puso de pie de un salto y voló hasta lo alto de una elevada chimenea de escape.

Intentó taparse la cara con la capucha del traje para hacerse invisible antes de que la atraparan, pero un par de manos enguantadas la agarraron de los tobillos y tiraron de sus pies para hacerla caer de la chimenea. Antes de que tocara el suelo, otra silueta la cogió. Tally notó que más manos la agarraban de los brazos, mientras ella asestaba golpes a diestro y siniestro, y con una fuerza delicada la arrastraban de nuevo hasta el suelo de la azotea.

Tally forcejeó, pero, fueran especiales o no, eran demasiados.

Cuando se quitaron las capuchas, vio que se trataba de Ho, Tachs y el resto de los cortadores. Shay los había reunido a todos.

Le dedicaron una sonrisa indulgente mientras la contemplaban con una horrible mirada de amabilidad propia de mediocres. Tally siguió forcejeando ante el temor de que le pusieran una inyección en el cuello desprotegido en cualquier momento.

Shay se plantó ante ella y movió la cabeza de un lado a otro.

—Tally, ¿quieres hacer el favor de calmarte?

Tally le escupió.

—Has dicho que ibas a salvarme.

—Y así es. Si te tranquilizas y me escuchas. —Shay dejó escapar un suspiro exasperado—. Después de que Fausto me diera la cura, llamé a los otros cortadores. Les dije que se reunieran conmigo a medio camino de aquí. De regreso a Diego, los fui curando uno a uno.

Tally se fijó en sus rostros; algunos de ellos le sonreían como si ella fuera una niña pequeña que no entendiera una broma, y en sus miradas no vio el menor atisbo de duda ni de rebelión en contra de las palabras de Shay. Ahora eran como un rebaño de ovejas, igual de dóciles que los cabezas de burbuja.

Su ira se desvaneció hasta caer en la desesperación. A todos ellos les habían infectado el cerebro con nanos para convertirlos en seres débiles y penosos. Tally se encontraba completamente sola.

Shay le tendió las manos.

—Mira, acabamos de volver hoy mismo. Siento que los del Humo te atacaran. Yo no lo hubiera permitido. Esta cura no es lo que tú necesitas.

—¡Pues déjame ir! —gruñó Tally.

Tras una breve pausa, Shay asintió.

—Está bien. Soltadla.

—Pero, jefa —repuso Tachs—. Ya han atravesado las defensas. Tenemos menos de un minuto.

—Lo sé. Pero Tally va a ayudarnos. Sé que lo hará.

Uno a uno, los otros fueron soltándola. Cuando por fin quedó liberada, Tally siguió fulminando a Shay con la mirada, sin saber muy bien qué hacer, pues aún se hallaba rodeada y superada en número.

—No tiene sentido que te eches a correr, Tally. La doctora Cable viene de camino.

—¿A Diego? —preguntó Tally, arqueando una ceja—. ¿Para llevaros a todos de vuelta?

—No. —A Shay se le entrecortó la voz, como si fuera una niña pequeña a punto de romper a llorar—. Y todo por nuestra culpa, Tally. Tuya y mía.

—¿De qué hablas?

—Después de lo que hicimos en el arsenal, nadie creyó que hubieran sido los rebeldes ni los del Humo. Fuimos demasiado glaciales, demasiado especiales. Aterrorizamos a una ciudad entera.

—Desde aquella noche —añadió Tachs—, todo el mundo va a ver el cráter humeante que dejasteis. Llevan a clases enteras de niños pequeños, que se quedan boquiabiertos ante el espectáculo.

—¿Y ahora Cable viene hacia aquí? —Tally frunció el ceño—. Un momento, ¿es que sospechan que fuimos nosotras?

—No, tienen otra teoría. —Shay señaló el horizonte—. Mira.

Al volver la cabeza, Tally vio que más allá del Ayuntamiento el firmamento se había llenado con una nube de luces brillantes, que fueron haciéndose cada vez más grandes e intensas bajo su atenta mirada, titilando cual estrellas en una noche de verano.

Como cuando Tally y Shay habían huido del arsenal.

—Aerovehículos —dijo Tally.

Tachs asintió.

—A la doctora Cable le han dado el mando del ejército de la ciudad. Al menos, de lo que queda de él.

—Subid a las tablas —ordenó Shay.

Los cortadores se dispersaron por la azotea en todas direcciones.

Shay puso un par de pulseras protectoras en las manos de Tally.

—Debes dejar de intentar huir, y enfrentarte a lo que empezamos.

Tally no rechistó al notar el roce de Shay, pues de repente estaba demasiado confusa como para preocuparse por que la curaran. En aquel momento oyó los aerovehículos que se aproximaban, con aquella nube de hélices elevadoras que zumbaban como un enorme motor al calentarse.

—Sigo sin entenderlo.

Shay se ajustó las pulseras protectoras, y un par de aerotablas salieron de la oscuridad.

—Nuestra ciudad siempre ha odiado Diego. En Circunstancias Especiales sabían que los de aquí ayudaban a los fugitivos, y que llevaban a la gente en helicóptero hasta el Viejo Humo. Así que cuando el arsenal fue destruido, la doctora Cable llegó a la conclusión de que había sido un ataque militar, y culpó de ello a Diego.

—Así que esos aerovehículos… ¿vienen a atacar esta ciudad? —musitó Tally. Las luces se hicieron cada vez más grandes hasta que se arremolinaron sobre sus cabezas, en un gran torbellino formado por docenas de aerovehículos que comenzaron a dar vueltas alrededor del Ayuntamiento—. Ni siquiera la doctora Cable haría algo así.

—Me temo que sí. Y, de momento, las otras ciudades se limitan a cruzarse de brazos y ver lo que pasa. El Nuevo Sistema las tiene a todas atemorizadas. —Shay hizo una pausa para ponerse la capucha del traje de infiltración—. Esta noche debemos ayudar a los de aquí, Tally. Tenemos que hacer lo que podamos. Y mañana es preciso que tú y yo volvamos a casa para poner fin a esta guerra que hemos iniciado.

—¿Guerra? Pero si las ciudades no…

La voz de Tally se apagó. El suelo del tejado había comenzado a retumbar bajo sus pies, y entre el zumbido de un centenar de hélices elevadoras alcanzó a oír un leve sonido procedente de la calle.

La gente gritaba.

Al cabo de unos segundos la flota de naves que tenían sobre sus cabezas abrió fuego, llenando de luz el firmamento.