25. Voces

Era agradable aquel lugar. Agradable y tranquilo. Por primera vez en mucho tiempo, Tally no sentía rabia ni frustración. La tensión de sus músculos había desaparecido, junto con el sentimiento de que tenía que estar en alguna parte, hacer algo, ponerse a prueba una vez más. Allí era Tally, sin más, y la constatación de un hecho tan simple como aquel le acariciaba la piel como una suave brisa. Tenía una sensación especialmente placentera en la mano derecha, que notaba burbujeante, como si alguien vertiera sobre ella champán caliente.

Al entreabrir los ojos, Tally lo vio todo con un agradable desenfoque, no con la nitidez y agudeza habituales. De hecho, había nubes por todas partes, blancas y esponjosas. Como los niños pequeños que se quedaban mirando al cielo, Tally identificó en ellas las formas que se le antojaban. Intentó imaginar un dragón, pero su cerebro no era capaz de hacer que las alas parecieran reales… y los dientes tenían su complicación.

Además, los dragones daban mucho miedo. Tally, o quizá alguien que conocía, había tenido una vez una mala experiencia con uno.

Era mejor imaginar a sus amigos: Shay-la y Zane-la, a todos los que la querían. Eso era lo que quería realmente, ir a verlos en cuanto durmiera un poco más.

Y volvió a cerrar los ojos.

Tin.

Otra vez aquel sonido que se repetía cada pocos minutos, como un viejo amigo que se acercara a ver cómo estaba.

—Hola, tin-la —dijo Tally.

La alarma no contestó. Pero a Tally le gustaba ser educada.

—¿Ha dicho algo la chica, doctor? —preguntó alguien.

—No podría. No con lo que le hemos dado.

—¿Has visto su tabla metabólica? —intervino una tercera voz—. No podemos arriesgarnos. Comprueba esas correas.

Alguien refunfuñó y luego comenzó a toquetear los pies y las manos de Tally uno a uno, en un recorrido circular que partió de su mano derecha burbujeante y avanzó en el sentido de las agujas del reloj. Tally imaginó que era un reloj, que yacía allí tumbada boca arriba, haciendo tictac.

—No se preocupe, doctor. De aquí no se mueve.

Quienquiera que hubiera dicho aquello se equivocaba, porque un instante después Tally se movió, flotando en posición horizontal. No podía abrir los ojos, pero le pareció que la llevaban en una especie de aerocamilla. Sobre su cabeza había luces tan intensas que le permitían ver incluso a través de los párpados. Su oído interno detectó que la aerocamilla giraba a la izquierda y, tras aminorar la marcha, atravesaba con estrépito un bache en la reja magnética. Luego empezó a ascender a una velocidad cada vez más acelerada, lo bastante rápido como para que se le destaparan un poco los oídos.

—Muy bien —dijo una de las voces—. Esperad aquí al equipo de preparación. No la dejéis sola, y avisadme si se mueve.

—De acuerdo, doctor. Pero le aseguro que no se va a mover.

Tally sonrió. Decidió jugar a un juego en el que no se movería. Algo en el fondo de su mente le dijo que tomarle el pelo a aquella voz sería muy divertido.

Tin.

—Hola —contestó, y recordó entonces lo de no moverse.

Tally se quedó quieta un instante, tumbada como estaba, y luego pasó a preguntarse de dónde saldrían aquellos sonidos de alarma que empezaban a resultarle irritantes.

Con un rápido movimiento de dedos, consiguió que se le pusiera una interfaz ante los ojos, por dentro de los párpados. Su software interno no estaba tan confuso como todo lo demás, y a Tally no le hizo falta más que mover los dedos para hacer que funcionara.

Tally vio que aquellos sonidos eran un recordatorio del despertador. Por lo visto, tenía algo que hacer y debía levantarse.

Dejó escapar un lento suspiro. Estaba tan a gusto allí tumbada… Además, no recordaba el motivo por el que había puesto el despertador, lo que hacía que aquellos sonidos de alarma no tuvieran mucho sentido. De hecho, eran de lo mas ridículos. Tally habría soltado una risita, si eso no le hubiera resultado tan difícil. De repente, todos aquellos sonidos le parecieron una tontería.

Movió un dedo para apagar la función de despertador, y evitar así que volviera a molestarla.

Pero la pregunta seguía dando vueltas en su cabeza: ¿qué se suponía que tenía que hacer? Puede que alguno de los otros cortadores lo supiera. Así pues, activó el alimentador de su antena de piel.

—¿Tally? —dijo una voz—. ¡Por fin!

Tally sonrió. Shay-la siempre sabía lo que había que hacer.

—¿Estás bien? —preguntó Shay—. ¡¿Dónde te has metido?!

Tally intentó contestar, pero le costaba muchísimo hablar.

—Tally, ¿estás bien? —insistió Shay al cabo de unos instantes, esta vez con voz preocupada.

Al recordar que Shay se había puesto furiosa con ella, Tally exhibió una sonrisa aún mayor. Shay-la ya no parecía enfadada, solamente preocupada.

—Tengo sueño —consiguió decir arrastrando las palabras con gran esfuerzo.

—Oh, mierda.

Qué extraño, pensó Tally. Dos voces habían dicho «Oh, mierda» al mismo tiempo, y con el mismo tono de miedo. Una era la de Shay, en su cabeza, y la segunda, la que no dejaba de oír.

La situación se complicaba, como los dientes de los dragones que había intentado imaginar.

—Tengo que despertarme —comentó Tally.

—¡Oh, mierda! —exclamó la otra voz.

Al mismo tiempo, Shay estaba diciéndole:

—Quédate donde estás, Tally. Creo que tengo localizado tu alimentador. Estás en el hospital, ¿verdad?

—Ajá —musitó Tally. Reconocía el olor a hospital, aunque la otra voz casi no le dejaba concentrarse, gritando como estaba de un modo que hacía que a Tally le doliera la cabeza.

—¡Creo que se está despertando! ¡Que alguien traiga algo para volver a dormirla! —Etcétera, etcétera.

—Estamos cerca —dijo Shay—. Suponíamos que estabas ahí dentro, en alguna parte. Te han programado una desespecialización para dentro de una hora.

—Ah, ya —dijo Tally, recordando entonces lo que se suponía que tenía que hacer: escapar de allí, lo cual iba a ser realmente difícil. Muchísimo más que mover los dedos.

—Ayúdame, Shay-la.

—¡Tú aguanta, Tally, e intenta despertarte! Voy a por ti.

—Genial, Shay-la —susurró Tally.

—Pero ahora apaga la antena de piel. Si te escanean, puede que oigan algo…

—Vale —respondió Tally y, con un gesto de sus dedos, acalló la voz que oía dentro de su cabeza. La otra voz seguía gritando y quejándose en un tono lleno de preocupación que comenzaba a darle dolor de cabeza.

—¡Doctor! ¡Acaba de decir algo! ¡Incluso después de la última dosis! Pero ¿de qué demonios está hecha?

—Sea de lo que sea, con esto seguro que no se despierta —afirmó otra persona.

El sueño volvió a apoderarse de Tally, que pasó de nuevo a no pensar en nada.