Despertó en una celda de aislamiento. El lugar olía exactamente igual que el hospital central de su ciudad, con aquel olor químico a desinfectante y aquel tufo a humanos hacinados en un espacio reducido que en lugar de ducharse eran lavados por robots. Y desde algún rincón que no podía ver le vino aquel hedor característico a cuñas recocidas.
Pero en las habitaciones de hospital no solía haber celdas de aislamiento, y era raro que no tuvieran puerta. Seguro que en aquel lugar la salida se hallaba oculta bajo el acolchado de alguna pared, donde quedaba perfectamente encajada. A través de los filamentos repartidos por el techo alto, se filtraba una tenue luz en una mezcla de colores pastel, probablemente con una finalidad relajante.
Tally se incorporó y se frotó los hombros. Tenía los músculos agarrotados y doloridos, pero había recuperado la fuerza habitual en ellos. Fuera lo que fuera lo que habían empleado los guardianes para dejarla sin sentido, la había mantenido inconsciente durante un buen rato. Shay le había roto la mano en una ocasión durante el período de instrucción para mostrarle cómo funcionaba su sistema de autorreparación, y Tally había tardado horas en volver a sentirse bien.
Tally se quitó de encima las mantas con los pies y, mirándose de arriba abajo, masculló:
—Debe de ser una broma.
Le habían cambiado el traje de infiltración por un fino camisón desechable estampado con flores rosas.
Tally se levantó y se lo quitó de un tirón. Luego hizo un rebujo con la prenda, la tiró al suelo y la metió bajo la cama de un puntapié. Mejor estar desnuda que ridícula.
De hecho, se sentía de maravilla por haberse librado por fin del traje de infiltración. Aunque las escamas se encargaran de sacar el sudor y las células muertas a la superficie, nada podía compararse con el placer de darse una ducha de verdad de vez en cuando. Tally se frotó la piel, preguntándose si podría hacerlo en aquel lugar.
—¿Hola? —dijo a la habitación.
Al no obtener respuesta, miró la pared con más detenimiento. La tela del acolchado relucía con un diseño hexagonal de microlentes, en un tejido formado por miles de cámaras minúsculas que permitían a los doctores observar sus movimientos desde cualquier ángulo.
—Vamos, sé que pueden oírme —afirmó Tally en voz alta.
Acto seguido, cerró el puño y golpeó la pared con todas sus fuerzas. Enseguida prorrumpió en una exclamación de dolor, seguida de varios juramentos, al tiempo que agitaba la mano en el aire. El acolchado había amortiguado un poco el golpe, pero la pared que había detrás estaba hecha de un material más duro que la madera o la piedra; probablemente sería un bloque macizo de cerámica especial para la construcción. No conseguiría salir de allí sin más ayuda que sus brazos.
Tally volvió a la cama y se sentó en ella, frotándose los dedos al tiempo que dejaba escapar un suspiro.
—Ten cuidado, por favor —dijo una voz—. Te harás daño.
Tally se miró la mano. Ni siquiera tenía los nudillos rojos.
—Solo quería llamar su atención.
—¿Atención? Hummm. Así que se trata de eso…
Tally soltó un gruñido. Si algo daba más rabia que verse encerrada en una celda para locos era que a una le hablaran como a una niña pequeña a la que han pillado con una bomba fétida. La voz sonaba grave, tranquilizante y genérica, como una cantinela terapéutica. Imaginó que al otro lado de la pared había un comité de doctores, escribiendo las respuestas para que la voz relajante de un ordenador las reprodujera.
—En realidad, se trata de que mi habitación no tiene puerta —contestó Tally—. ¿Acaso he infringido una ley o algo parecido?
—Te tenemos bajo observación controlada, por ser un posible peligro para ti misma y para los demás.
Tally miró al techo con aire de fastidio. Cuando saliera de allí, sería mucho más que un posible peligro. Sin embargo, se limitó a decir:
—¿Quién, yo?
—Para empezar, saltaste desde lo alto del Precipicio del Mirador con un equipo inapropiado.
Ante aquella explicación, Tally se quedó boquiabierta.
—¿Me están diciendo que fue culpa mía? Yo estaba hablando tranquilamente con un viejo amigo cuando, de repente, todos esos chiflados aleatorios comenzaron a dispararme con sus arcos y sus flechas. ¿Qué se suponía que debía hacer? ¿Quedarme allí parada para que me secuestraran?
La voz permaneció en silencio unos segundos.
—Estamos visionando de nuevo el vídeo del incidente. No obstante, admitimos que entre la población inmigrante de Diego hay ciertos elementos que pueden causar problemas. Pedimos disculpas por ello. Nunca se habían comportado tan mal. Ten la seguridad de que va a haber una mediación.
—¿Mediación? ¿Qué quiere decir, que van a hablar con ellos al respecto? ¿Y por qué no encierran a unos cuantos, en lugar de encerrarme a mí? Al fin y al cabo, aquí la víctima soy yo.
Se produjo otra pausa.
—Eso está por determinarse. ¿Puedes decirnos cómo te llamas, cuál es tu ciudad de origen y de qué conoces exactamente a ese «viejo amigo» tuyo?
Tally sintió el tacto de las mantas entre sus dedos. Al igual que el acolchado de la pared, estaban tejidas con microsensores, maquinitas ávidas de información que medían el ritmo cardíaco, el sudor y la respuesta dérmica galvánica de su cuerpo. Respiró hondo unas cuantas veces para dominar su ira. Si se mantenía concentrada, podría estar sometida todo el día al detector de mentiras sin que este llegara a captar el menor atisbo de engaño por su parte.
—Me llamo Tally —respondió con cautela—. He huido del norte. Oí decir que la gente de aquí trata muy bien a los fugitivos.
—Acogemos de buen grado a los inmigrantes. Bajo el Nuevo Sistema, cualquiera puede solicitar la ciudadanía de Diego.
—¿El Nuevo Sistema? ¿Así es como lo llaman? —Tally puso los ojos en blanco—. Pues que sepan que el Nuevo Sistema es una mierda si lo que hacen es encerrar a la gente por huir de los psicópatas. ¿He comentado ya lo de los arcos y las flechas?
—No te preocupes, Tally, que no estás bajo observación por ninguna de tus acciones. Lo que nos interesa sobre todo son ciertas violaciones morfológicas que presenta tu cuerpo.
A pesar de estar concentrada, Tally sintió que una ráfaga de nerviosismo le recorría la espalda.
—¿Ciertas qué?
—Tally, tu cuerpo ha sido construido en torno a un esqueleto de cerámica reforzado. Han convertido tus uñas y dientes en armas, y han aumentado de forma significativa tus músculos y centros de reflejos.
Presa de un malestar terrible, Tally cayó en la cuenta de lo que habían hecho los guardianes. Pensando que estaría gravemente herida, la habían llevado al hospital para hacerle un escáner en profundidad, y lo que habían encontrado los médicos había puesto muy nerviosas a las autoridades.
—No sé muy bien de qué me hablan —dijo, tratando de parecer inocente.
—También presentas ciertas estructuras en el córtex superior, aparentemente artificiales, que parecen concebidas para modificar tu comportamiento. Tally, ¿alguna vez padeces ataques repentinos de ira o euforia, impulsos antisociales o sentimientos de superioridad?
Tally respiró hondo una vez más, tratando de mantener la calma.
—De lo que padezco es de estar aquí encerrada —contestó con voz pausada.
—¿Por qué tienes cicatrices en los brazos, Tally? ¿Eso te lo ha hecho alguien?
—¿El qué, esto? —Tally se echó a reír mientras se pasaba los dedos por las cicatrices de los cortes—. ¡En la ciudad de donde vengo son la última moda!
—Tally, es posible que no seas consciente de lo que han hecho con tu cerebro. Hacerte cortes a ti misma puede parecerte natural.
—Pero si solo son… —se quejó Tally, negando con la cabeza—. Después de toda la cirugía de fantasía que he visto por aquí, ¿se preocupan por unas meras cicatrices?
—Lo que nos preocupa es lo que esas cicatrices indican con respecto a tu equilibrio mental.
—No me hablen de equilibrio mental —gruñó Tally, optando por dejar de comportarse como si estuviera calmada—. ¡No soy yo quien encierra a la gente!
—¿Estás al tanto de las disputas políticas que existen entre tu ciudad y la nuestra?
—¿Disputas políticas? —preguntó Tally— ¿Qué tiene que ver eso conmigo?
—Tu ciudad tiene un largo historial de prácticas quirúrgicas peligrosas. Dicho historial, y la política de Diego en lo referente a los fugitivos, ha sido a menudo una fuente de conflicto diplomático. La implantación del Nuevo Sistema solo ha servido para agravar la situación.
Tally dio un resoplido.
—¡Así que me encierran por el lugar de donde vengo! ¿Es que se han vuelto totalmente oxidados?
Tras aquellas palabras se produjo un largo silencio. Tally imaginó que los doctores estarían hablando sobre lo que debían escribir en el software de voz que utilizaban para comunicarse con ella.
—¿Por qué me torturan? —gritó, intentando parecer una perfecta quejumbrosa e inofensiva—. ¡Déjenme verles las caras!
Se acurrucó en la cama e hizo como si sollozara, pero se preparó para salir disparada en cualquier dirección. Seguro que aquellos imbéciles no se habían dado cuenta de que sus brazos se habían rehabilitado por completo mientras dormía. Lo único que necesitaba era que una puerta se abriera medio centímetro para poder estar fuera de aquel hospital en un abrir y cerrar de ojos, estuviera desnuda o no.
Tras otra pausa momentánea, la voz retomó la palabra.
—Me temo que no es posible dejarte en libertad, Tally. Dadas las modificaciones que presenta tu cuerpo, entras dentro de la categoría de lo que consideramos un arma peligrosa. Y las armas peligrosas son ilegales en Diego.
Tally dejó de fingir que lloraba y se quedó boquiabierta.
—¿Quieren decir que soy ilegal? —espetó—. Pero ¿cómo va a ser una persona ilegal?
—No se te acusa de ningún delito, Tally. Creemos que los responsables son las autoridades de tu ciudad. Pero, antes de que abandones este hospital, es preciso corregir las violaciones morfológicas que presenta tu cuerpo.
—¡Ni hablar! ¡No pienso dejar que me toquen!
Lejos de reaccionar ante su arranque de ira, la voz siguió con su relajante cantinela.
—Tally, tu ciudad se ha inmiscuido con frecuencia en los asuntos de otras ciudades, sobre todo, en la cuestión de los fugitivos. Sospechamos que te alteraron sin que tú lo supieras y te enviaron aquí para crear inestabilidad entre la población inmigrante.
La habían tomado, no ya por una agente de Circunstancias Especiales consciente de su condición, sino por una ingenua. Naturalmente, no tenían ni idea de lo complicada que era la verdad.
—En ese caso, déjenme volver a casa —dijo en voz baja, intentando convertir su frustración en llanto—. Me iré de la ciudad, lo prometo. Pero dejen que me marche.
Tally se mordió el labio con fuerza. Notó que le escocían los ojos pero, como de costumbre, no consiguió derramar una sola lágrima.
—No podemos permitir que te marches con tu configuración morfológica actual. Simplemente, eres demasiado peligrosa, Tally.
No sabéis cuánto, pensó.
—Eres libre de abandonar Diego si lo deseas —prosiguió la voz—, pero no hasta que realicemos algunos cambios físicos.
—No. —Un escalofrío le recorrió el cuerpo. No podían hacerlo.
—Legalmente, no podemos dejarte en libertad sin desarmarte.
—Pero no pueden operarme en contra de mi voluntad. —Se imaginó siendo de nuevo débil, patética, enclenque y… mediocre—. ¿Qué me dicen del consentimiento fundado?
—Si lo prefieres, no pondremos en práctica pruebas experimentales para intentar recomponer la química alterada de tu cerebro. Con la orientación adecuada, podrías aprender a controlar tu comportamiento. Pero las peligrosas modificaciones de tu cuerpo serán corregidas mediante la aplicación de técnicas quirúrgicas de eficacia probada que no requieren consentimiento fundado.
Tally volvió a abrir la boca, pero esta vez no salió nada de ella. ¿Querían convertirla de nuevo en una mediocre sin tocarle el cerebro? Pero ¿qué clase de lógica demencial era aquella?
De repente, las cuatro paredes inexpugnables que la rodeaban se le hicieron asfixiantes, con todas aquellas lentes relucientes de mirada ávida y burlona. Tally se vio acechada por fríos instrumentos de metal que le arrancaban todo lo que tenía de especial en su interior.
Durante aquellos breves instantes en que había besado a Zane, había imaginado que quería ser normal. Pero, ahora que la amenazaban con rebajarla al estado de mediocre, no soportaba la idea.
Deseaba poder mirar a Zane sin sentir asco, tocarlo, besarlo. Pero no si ello implicaba que la cambiaran una vez más en contra de su voluntad…
—Dejen que me vaya —musitó.
—Me temo que no podemos, Tally. Pero, cuando hayamos acabado, estarás tan guapa y sana como todos los demás. Piénsalo, aquí en Diego puedes tener el aspecto que quieras.
—¡No se trata del aspecto que tenga! —Tally se puso de pie de un brinco y, abalanzándose hacia la pared que tenía más cerca, echó el puño atrás para golpearla con todas sus fuerzas. Una ráfaga de dolor le recorrió de nuevo todo el cuerpo.
—Tally, detente, por favor.
—¡No pienso hacerlo!
Tally apretó los dientes y volvió a dar un puñetazo en la pared con decisión. Si comenzaba a hacerse daño, tendrían que abrir la puerta.
Y entonces sí que verían lo peligrosa que era.
—Tally, por favor.
Una vez más echó la mano atrás y golpeó la pared, sintiendo que los nudillos amenazaban con hacerse añicos al impactar contra el material duro como el hierro que había detrás del acolchado. Sus labios dejaron escapar un grito ahogado de dolor, y el forro de la pared se salpicó de sangre, pero Tally no podía contenerse. Sabían lo fuerte que era, y aquello tenía que parecer real.
—No nos dejas más opción.
Bien, pensó. Vosotros entrad e intentad detenerme.
Tally volvió a dar otro puñetazo en la pared, y se le escapó otro alarido… y más sangre.
Y entonces sintió que algo se filtraba a través del dolor, y que le invadía una sensación de mareo.
—No —dijo—. No es justo.
Entre todos los olores del hospital a desinfectante y cuñas, se filtró en sus fosas nasales uno casi tan imperceptible que un humano normal y corriente no lo habría detectado. Los especiales solían ser inmunes al gas somnífero, pero Diego conocía ya sus secretos. Podrían haberlo creado expresamente para ella…
Tally cayó al suelo de rodillas. En un intento desesperado por calmarse, redujo al máximo el ritmo de su respiración para inhalar la menor cantidad posible de aire contaminado. Puede que no imaginaran lo bien que estaba diseñada para enfrentarse a cualquier tipo de ataque, y lo rápido que su organismo podía metabolizar las toxinas.
Tally se apoyó en la pared, sintiéndose más débil por momentos. El acolchado le pareció de repente comodísimo, como si le hubieran puesto cojines por todas partes. Consiguió hacer unos cuantos gestos con la mano izquierda para poner el software de comunicación de modo que sonara cada diez minutos. Tenía que despertar antes de que se dispusieran a operarla.
Trató de concentrarse para planear una estrategia, pero el resplandor de las microlentes del acolchado le resultaba de lo más agradable, y sus párpados acabaron por cerrarse. Tenía que escapar, pero primero necesitaba descansar.
En el fondo, dormir no era tan malo, ni volver a sentirse como una cabeza de burbuja, sin nada por lo que preocuparse, sin ira en su interior…