21. Aterrizaje forzoso

Tally tenía que bajar del helicóptero antes de que este aterrizara. No quería que la encontraran aferrada a la parte inferior del aparato cuando tocaran tierra. Zane la vería, y los guardabosques probablemente sabrían que era una agente de otra ciudad por su belleza cruel. Pero cuando el helicóptero procedió a aproximarse en círculos al suelo en dirección a la plataforma de aterrizaje, Tally no vio ningún sitio seguro donde dejarse caer.

En su ciudad, un río rodeaba la isla de Nueva Belleza. Pero en aquel lugar no vio ninguna masa de agua propicia para zambullirse en ella de un salto, y se hallaba a demasiada altura como para utilizar las pulseras protectoras sin peligro. La coraza que le brindaba el traje de infiltración podía servirle de protección, pero la plataforma de aterrizaje estaba enclavada entre dos edificios de grandes dimensiones, rodeados de pasarelas mecánicas abarrotadas de frágiles transeúntes.

Mientras el helicóptero realizaba la maniobra de aproximación final, Tally divisó el elevado seto que rodeaba la plataforma de aterrizaje, y que parecía lo bastante macizo como para absorber la fuerza del viento generada por las palas giratorias del aparato. Parecía complicado, pero eso no supondría ningún problema para la coraza de su traje de infiltración.

El helicóptero fue disminuyendo la velocidad ante la proximidad de la plataforma de aterrizaje. Tally se tapó la cara con la capucha del traje y, en un momento en que la máquina se ladeó para detenerse, aprovechó para dejarse caer al suelo hecha una bola, como un niño pequeño tirándose a una piscina.

Se dio con el hombro izquierdo contra el seto, lo que produjo un crujido repentino al partirse las ramas por el impacto de la coraza del traje contra ellas. Tally salió rebotada de la barrera de plantas, dando vueltas en el aire en medio de una explosión de hojas, y consiguió aterrizar de pie, pero se encontró tambaleándose sobre una superficie inestable, que resultó ser la pasarela mecánica de avance rápido que había visto desde lo alto.

Tally agitó los brazos en el aire, recobrando casi el equilibrio, pero un último paso la llevó a otra pasarela que se movía en dirección contraria, lo que le hizo dar una voltereta y caer de espaldas, con los brazos y las piernas abiertas y la mirada estupefacta vuelta hacia el cielo.

—¡Ay! —se quejó.

Puede que los especiales tuvieran huesos de cerámica, pero seguía quedándoles carne de sobra para hacerse morados, y terminaciones nerviosas para captar el dolor.

Dos edificios de gran altura invadieron el cielo que veía sobre ella, y parecieron desplazarse ante sus ojos con suma gracilidad. Tally comprendió entonces que seguía moviéndose sobre la pasarela mecánica.

El rostro de un perfecto mediano apareció de repente en su campo visual, mirándola con expresión adusta.

—¿Estás bien, jovencita?

—Sí. Al menos no me he roto nada.

—Bueno, veo que los patrones de conducta han cambiado. ¡Pero se te podría seguir denunciando a los guardianes por una trastada como esta!

—Lo siento —dijo Tally, poniéndose de pie con dolor.

—Supongo que llevabas ese traje para protegerte —prosiguió el hombre con dureza—. Pero ¿te has parado a pensar en el resto de nosotros?

Tally se frotó la espalda, que probablemente tendría llena de magulladuras, y levantó la mano que tenía libre con un gesto defensivo. Para tratarse de un perfecto mediano, aquel individuo no era muy comprensivo.

—He dicho que lo siento. Tenía que bajar del helicóptero.

El hombre resopló.

—Bueno, si no puedes esperar a aterrizar, la próxima vez, ¡usa un arnés de salto!

Una ráfaga de fastidio se apoderó de repente de Tally. No había manera de que aquel perfecto mediano mediocre y avejentado se callara. Cansada ya de aquella conversación, se echó hacia atrás la capucha del traje de infiltración y le enseñó los dientes.

—¡La próxima vez a lo mejor voy a por ti!

El hombre clavó la mirada en los ojos negros y lobunos de Tally, en su red de tatuajes y en su sonrisa afilada, y se limitó a resoplar de nuevo.

—¡O a lo mejor te rompes tu precioso cuello!

Dicho esto, emitió un ruidito de satisfacción y se pasó al carril más rápido de la pasarela, que se lo llevó a toda prisa sin que en ningún momento volviera la vista hacia Tally.

Tally pestañeó con perplejidad, pues la reacción de aquel sujeto no había sido la que cabía esperar. En las ventanas del edificio que tenía ante ella vio pasar su propio reflejo deformado. Seguía siendo una especial, y su rostro conservaba todos los rasgos de su belleza cruel, concebidos para evocar los miedos ancestrales de la humanidad. Pero aquel hombre apenas había reparado en ellos.

Tally movió la cabeza con un gesto de desconcierto. Puede que en aquella ciudad los agentes de Circunstancias Especiales no se mantuvieran ocultos, y que ella no fuera la primera perfecta cruel que veía el hombre. Pero ¿de qué servía tener un aspecto aterrador si todo el mundo podía llegar a acostumbrarse a ello?

Al reproducir la conversación en su mente, se dio cuenta de lo parecido que era el acento del hombre al que tenían los guardabosques, rápido, seco y preciso. Aquella debía de ser su ciudad natal.

Pero si toda aquella ciudad era realmente el Nuevo Humo, ¿dónde estaba Shay? Tally aumentó el alcance de la antena de piel, pero no captó ninguna señal a modo de respuesta. Naturalmente, dada la gran extensión de las ciudades, cabía la posibilidad de que Shay se hallara fuera de su alcance. O tal vez estuviera desconectada, y aún le durara el enfado por la última traición de su amiga.

Tally volvió la vista atrás un momento, hacia la plataforma de aterrizaje. Los motores del helicóptero seguían encendidos al ralentí. Tal vez aquella ciudad no fuera el Nuevo Humo, sino tan solo una escala técnica. Tally pasó de nuevo a la pasarela mecánica que avanzaba en dirección contraria y se dirigió hacia la plataforma de aterrizaje.

Un par de nuevos perfectos pasaron por su lado deslizándose, y Tally se fijó en que se habían sometido a una cirugía de fantasía. Uno de ellos tenía una piel más blanca de lo que permitiría cualquier Comité de Perfectos, que contrastaba con el pelo rojo y las pecas que tenía por toda la cara, como un niño pequeño de aquellos que siempre tenían que andar con mucho cuidado para no quemarse con el sol. En cambio, la piel del otro se veía tan oscura que era casi negra, y tenía una musculación exagerada.

Tal vez eso explicara la reacción del perfecto mediano, o, más bien, su falta de reacción. Seguro que aquella noche se celebraba una fiesta de disfraces, para la que todos los nuevos perfectos se habían operado. La cirugía de fantasía era mucho más extrema de lo que se permitiría en la ciudad de Tally, pero así no desentonaría demasiado mientras trataba de averiguar lo que ocurría en aquel lugar.

Ni que decir tiene que la negra coraza de su traje de infiltración no era precisamente el último grito en moda. Tally se las ingenió como pudo para que adoptara la apariencia del atuendo que llevaban los dos nuevos perfectos, con prendas a rayas de colores vivos, como vestían a los niños pequeños en su ciudad. Con aquellos tonos chillones tuvo la sensación de que aún resaltaba más, pero cuando pasaron unos cuantos perfectos más por su lado, con una tez traslúcida, una nariz descomunal y una ropa de un colorido de lo más llamativo, Tally sintió que casi empezaba a encajar.

Los edificios no parecían muy diferentes de aquellos entre los que había crecido ella. Los dos que flanqueaban la plataforma de aterrizaje parecían los típicos monolitos gubernamentales. De hecho, el más cercano de los dos tenía unas letras de piedra talladas en la fachada que formaban la palabra AYUNTAMIENTO, y en la mayoría de las bajadas de las pasarelas mecánicas aparecían los nombres de los organismos municipales. Frente a Tally se hallaban las imponentes torres de fiesta y las vastas mansiones de lo que debía de ser Nueva Belleza, y a lo lejos alcanzaba a ver los campos de fútbol y las residencias de los imperfectos.

Lo que le chocó era que no hubiera un río entre Nueva Belleza y Feópolis. Pasar de un sitio a otro resultaría tan fácil que apenas supondría un reto. ¿Cómo evitarían que los de fuera se colaran en las fiestas?

De momento no había visto a ningún guardián. ¿Sabría alguien allí lo que significaba su belleza cruel?

Una joven perfecta se subió a la pasarela junto a ella, y Tally decidió ver si podía pasar por alguien del lugar.

—¿Dónde está la juerga esta noche? —preguntó, tratando de imitar el acento local con la esperanza de no parecer demasiado aleatoria por no saberlo.

—¿La juerga? ¿Te refieres a la fiesta?

—Sí, claro —respondió Tally, encogiéndose de hombros.

La joven se echó a reír.

—Hay un montón. Tú eliges.

—Ya, un montón. Pero ¿cuál es a la que va todo el mundo con cirugía de fantasía?

—¿Cirugía de fantasía? —La chica miró a Tally como si hubiera dicho algo totalmente aleatorio—. ¿Es que acabas de bajar del helicóptero o qué?

—Se podría decir que sí —respondió Tally.

—¿Con esa cara? —La joven frunció el ceño. Tenía la piel de un tono marrón oscuro y las uñas decoradas con pantallas de vídeo minúsculas, cada una de las cuales mostraba una imagen distinta que cambiaba en un abrir y cerrar de ojos.

Tally se limitó a encogerse de hombros de nuevo.

—Ya entiendo. ¿Es que no podías esperar a parecer una de nosotros? —La joven volvió a soltar una risotada—. Mira, pequeña, lo que deberías hacer es estar con los otros recién llegados, al menos hasta que sepas de qué va todo esto. —La perfecta torció la vista e hizo un gesto de intersección con los dedos—. Diego dice que esta noche están todos en el Mirador.

—¿Diego?

—La ciudad. —La joven se echó a reír una vez más mientras las imágenes de sus uñas parpadeaban al son de su risa—. Vaya, pequeña, realmente se nota que acabas de aterrizar.

—Supongo que sí. Gracias —contestó Tally, sintiéndose de repente de lo más mediocre e inepta, para nada especial. En su exploración de aquella nueva ciudad, su fuerza y velocidad no le servían de nada, y ni siquiera su belleza cruel parecía impresionar a nadie. Era como si volviera a ser imperfecta, cuando cosas como saber dónde se celebraban las mejores juergas y cómo ir vestido tenían más importancia que ser sobrenatural.

—Pues bienvenida a Diego —dijo la joven perfecta y, pasándose al carril ultrarrápido, le dijo adiós con la mano con esa leve sensación de vergüenza que le entra a uno al dejar plantado a un don nadie en una fiesta.

Al aproximarse a la plataforma de aterrizaje, Tally mantuvo la guardia alta ante la posible presencia de algún rebelde fugitivo. Bajó de la pasarela al llegar al lugar donde el seto presentaba las secuelas del impacto recibido a causa de su caída, y miró a través de una de las brechas que había abierto.

Los fugitivos habían bajado del helicóptero, pero aún estaban intentando aclararse con las aerotablas, pues les costaba averiguar a quién pertenecía cada una, algo típico de cabezas de burbuja. Como niños pequeños en busca de un helado, se apiñaron en torno al guardabosques que estaba tratando de organizar las cosas.

Zane aguardaba paciente, con una cara de felicidad como Tally no le había visto desde que habían escapado de la ciudad. A su alrededor había unos cuantos rebeldes, dándole palmaditas en la espalda y felicitándose entre ellos.

Uno de los rebeldes le acercó la tabla hasta donde estaba él, y los ocho partieron hacia el enorme edificio situado al otro lado del Ayuntamiento.

Tally se dio cuenta de que se trataba de un hospital, lo cual tenía sentido. Cualquiera procedente del exterior debía ser examinado para ver si estaba enfermo, o por si había sufrido alguna herida o una intoxicación por alimentos durante el viaje. Y dado que aquella ciudad era realmente el Nuevo Humo, a los recién llegados les quitarían además las lesiones que tenían por su condición de cabezas de burbuja.

Pues claro, pensó Tally. Seguro que las pastillas de Maddy ya no funcionaban a la perfección. Los fugitivos acababan todos allí, donde los médicos de verdad de un hospital de ciudad podían ocuparse de sus lesiones.

Tally dio un paso atrás y respiró lentamente, admitiendo finalmente para sus adentros que el Nuevo Humo era mil veces más grande y poderoso de lo que Shay y ella habían esperado.

Las autoridades de aquel lugar estaban alojando a los fugitivos de otras ciudades, y ofreciéndoles una cura para su condición de cabezas de burbuja. Ahora que lo pensaba, ninguna de las personas con las que se había cruzado tras su llegada allí parecía presentar lesiones. Todas ellas habían expresado sus opiniones abiertamente, no como cabezas de burbuja.

Eso explicaría el hecho de que aquella ciudad —llamada «Diego», según la joven con la que había hablado— hubiera rechazado los criterios del Comité de Perfectos, permitiendo que todo el mundo fuera como quisiera. Incluso habían comenzado a erigir nuevas construcciones en los bosques circundantes, expandiéndose hacia el exterior.

Si todo eso era cierto, cabía esperar que Shay ya no estuviera allí. Probablemente habría vuelto a casa para informar de todo aquello a la doctora Cable y a Circunstancias Especiales.

Pero ¿qué podían hacer al respecto? Al fin y al cabo, una ciudad no podía interferir en la manera en la que otra gestionaba sus asuntos.

Aquel Nuevo Humo podía durar eternamente.