—Dispersaos —dijo Shay—. Que no atajen por el río.
Tally entrecerró los ojos para protegerse del embate del viento, mientras se pasaba la lengua por las puntas afiladas de su dentadura. La tabla especial que llevaba disponía de hélices elevadoras en la parte anterior y posterior, una serie de palas giratorias que la sostenían en el aire una vez traspasados los límites de la ciudad. Pero las tablas tradicionales de los habitantes del Humo caerían como piedras una vez que dejaran atrás la reja magnética. Eso era lo que les correspondía por vivir en el exterior: quemaduras de sol, picaduras de bichos y una tecnología penosa. En un momento u otro, los dos intrusos tendrían que dirigirse al río para seguir el rastro de los yacimientos de metal existentes bajo el lecho.
—Jefa, ¿quieres que llame al campamento para pedir refuerzos? —preguntó Fausto.
—Están demasiado lejos para que lleguen a tiempo.
—¿Qué hay de la doctora Cable?
—Olvídala —repuso Shay—. Esto es cosa de los cortadores. No queremos que ningún especial normal se lleve el mérito.
—Sobre todo esta vez, jefa —añadió Tally—. Ese de ahí es David.
Tras una larga pausa, la risa afilada de Shay se oyó a través de la red, haciendo que a Tally le entrara un escalofrío como si le pasaran un dedo helado por la espalda.
—El que fue tu novio, ¿eh?
Tally apretó los dientes como reacción al frío, sintiendo en el estómago por un instante el peso de todos y cada uno de los embarazosos dramas sufridos en sus días de imperfecta. La culpa del pasado nunca acababa de desaparecer del todo.
—Y tuyo también, jefa, si mal no recuerdo.
Shay volvió a reír.
—Bueno, supongo que ambas tenemos una cuenta pendiente con él. Nada de llamadas, Fausto, pase lo que pase. Ese chico es nuestro.
Tally puso cara de determinación, pero seguía teniendo un nudo en el estómago. Cuando Shay huyó al Humo, se juntó con David. Pero al llegar Tally, el chico se inclinó por esta última, y los celos y las debilidades propias de los imperfectos complicaron las cosas como de costumbre. Incluso después de que el Humo fuera destruido, e incluso siendo ya Shay y Tally unas cabeza de burbuja ineptas, la ira de Shay por aquella traición nunca había llegado a desaparecer por completo.
Ahora que ambas eran especiales, se suponía que los dramas del pasado ya no tenían importancia. Pero ver a David había perturbado la frialdad de Tally, haciéndole sospechar que la ira de Shay aún podía seguir enterrada en lo más hondo de su ser.
Puede que el hecho de apresarlo sirviera para dar por zanjado el conflicto que había entre ellas de una vez por todas. Tally respiró hondo y se echó hacia delante para que la aerotabla fuera aún más rápido.
El límite de la ciudad se acercaba por momentos. El cinturón verde se convirtió de repente en la zona residencial de las afueras, con hileras interminables de casas anodinas donde los perfectos medianos criaban a sus pequeños. Los dos fugitivos descendieron al nivel de la calle, donde torcían las esquinas cerradas como una flecha, con las rodillas dobladas y los brazos en cruz.
Tally se lanzó hacia la primera curva pronunciada de la persecución con una sonrisa creciente en su rostro mientras flexionaba y retorcía el cuerpo. Así era como solían escapar los habitantes del Humo. Los especiales normales solo podían ir rápido con sus pobres aerovehículos si avanzaban en línea recta. Pero los cortadores eran un grupo especial dentro de los especiales: tan móviles, y tan locos, como los habitantes del Humo.
—No los pierdas de vista, Tally-wa —ordenó Shay. Los demás iban varios segundos a la zaga.
—Descuida, jefa. —Tally circulaba a toda prisa por las calles estrechas, a tan solo un metro de distancia del pavimento. Era una suerte que los perfectos medianos no tuvieran por costumbre estar fuera de sus casas a aquellas horas de la noche; cualquiera que se cruzara en el camino de la persecución acabaría hecho papilla solo con que una aerotabla le diera de refilón.
Pese a la estrechez de espacio, las presas de Tally no disminuían la velocidad. De los días en que había estado en el Humo, Tally recordaba lo bien que se le daba a David ir en aerotabla, como si hubiera nacido encima de una. Y seguro que la chica había practicado de sobra en los callejones de las Ruinas Oxidadas, la antigua ciudad fantasmal desde la que los habitantes del Humo lanzaban sus incursiones en la ciudad.
Pero ahora Tally era especial. Los reflejos de David no tenían nada que ver con los suyos, y la práctica que pudiera tener no compensaba su condición de aleatorio, siendo como era una criatura producto de la naturaleza. Sin embargo, Tally estaba hecha, o «rehecha» en cualquier caso, para aquello, para perseguir a los enemigos de la ciudad y llevarlos ante la justicia. Para impedir que los salvajes se vieran abocados a la destrucción.
Tally se precipitó hacia un terraplén duro y golpeó la esquina de una casa ensombrecida, haciendo añicos el canalón del tejado. Tenía a David tan cerca que oía el chirrido de sus zapatos de suela adherente cuando cambiaban de posición sobre la tabla.
Unos segundos más y podría abalanzarse sobre él y cogerlo, para luego comenzar a dar volteretas en el aire hasta que sus pulseras protectoras los detuvieran a los dos con un tirón que les dislocaría los hombros. Naturalmente, a aquella velocidad, incluso su cuerpo de especial sufriría algún daño, y un humano normal podría romperse de mil formas distintas…
Tally apretó los puños, pero dejó que la tabla se quedara un poco atrás. Tendría que pasar a la acción en un espacio abierto. A fin de cuentas, su intención no era matar a David. Solo quería verlo domesticado, convertido en un cabeza de burbuja, perfecto, inepto y fuera de su vida de una vez por todas.
En la siguiente curva pronunciada, David se atrevió a mirar hacia atrás un instante, y Tally vio en su cara que la había reconocido. La belleza cruel de sus nuevas facciones debía de haberle causado una impresión glacial.
—Sí, soy yo, amigo mío —susurró.
—Tranquila, Tally-wa —dijo Shay—. Espera a llegar al límite de la ciudad, y no te alejes de él.
—Está bien, jefa. —Tally se quedó aún un poco más rezagada, contenta de que David supiera quién iba a por él.
A aquella velocidad de vértigo no tardaron en llegar al polígono industrial. Todos ellos remontaron el vuelo para evitar el estruendo de los camiones de reparto automatizados, los cuales encontraban su destino, en la mitad de la oscuridad, mediante un sistema de luces anaranjadas instaladas en la parte inferior del vehículo que leía las líneas de señalización vial. Los otros tres cortadores se desplegaron tras ella, para cortar cualquier posible maniobra de retirada de los fugitivos.
Con una rápida mirada a las estrellas y un cálculo mental realizado a la velocidad de un rayo, Tally vio que los dos intrusos, lejos de dirigirse hacia el río, se precipitaban hacia un punto concreto situado en el límite de la ciudad.
—Aquí pasa algo raro, jefa —dijo—. ¿Por qué no se dirige al río?
—A lo mejor se ha perdido. No es más que un aleatorio, Tally-wa. No el chico valiente que tú recuerdas.
Tally oyó una risa apagada a través de la red, y sus mejillas se sonrojaron. ¿Por qué seguía comportándose como si David significara aún algo para ella? No era más que un aleatorio imperfecto. Y, en cualquier caso, algo de valentía sí que demostraba tener, por colarse en la ciudad de aquella manera… por mucho que fuera una estupidez.
—Puede que vayan a los Senderos —sugirió Fausto.
Los Senderos eran una enorme reserva situada al otro lado de Ancianópolis, un lugar al que iban a caminar los perfectos medianos, haciéndose la ilusión de que estaban en plena naturaleza. A pesar de que parecía una zona agreste, siempre podía venir a recogerte un aerovehículo si te cansabas.
Quizá pensaran que podían escapar a pie. ¿Acaso David no era consciente de que los cortadores podían volar más allá de los límites de la ciudad? ¿No sabía que veían en la oscuridad?
—¿Me acerco más? —preguntó Tally. Ahora que sobrevolaban el polígono industrial, podía tirar a David de su tabla sin matarlo.
—Tranquila, Tally —dijo Shay con voz cansina—. Es una orden. La reja se acaba, sea cual sea la dirección que tomen.
Tally apretó los puños, pero se abstuvo de replicar.
Shay llevaba más tiempo que ella siendo una especial. Su mente era tan glacial que se había convertido en especial —o, en cualquier caso, en un ser con cerebro— prácticamente por sí misma, logrando romper con su condición de cabeza de burbuja con la mera intervención de un cuchillo afilado en contacto con su propia piel. Y Shay era quien había hecho un trato con la doctora Cable, según el cual los cortadores tenían permiso para destruir el Nuevo Humo como quisieran.
Así pues, Shay era la jefa, y obedecerla tampoco estaba tan mal. Era más glacial que pensar, pues uno podía llegar a hacerse un lío de tanto darle a la cabeza.
Las cuidadas fincas de Ancianópolis aparecieron a sus pies. Ante sus ojos pasaron de largo imágenes fugaces de jardines pelados a la espera de que los perfectos mayores plantaran en ellos flores de primavera. David y su cómplice descendieron hasta ponerse a ras del suelo, manteniendo el vuelo bajo para que las alzas estuvieran lo bastante cerca de la reja.
Tally vio que se rozaban las puntas de los dedos al pasar por encima de una valla baja, y se preguntó si estarían juntos. Seguro que David había encontrado otra chica en el Humo a la que destrozarle la vida.
Eso era lo suyo: ir por ahí reclutando a imperfectos para convencerlos de que huyeran, seducir a los jóvenes más inteligentes y válidos de la ciudad con la promesa de la rebelión. Y siempre tenía a sus favoritos. Primero fue Shay, luego Tally…
Tally sacudió la cabeza para aclararse las ideas, recordándose a sí misma que la vida social de los habitantes del Humo debía traerle sin cuidado a un especial.
Se inclinó hacia delante para que la tabla fuera más rápido. Frente a ella veía ya la negra extensión de los Senderos. La persecución casi había llegado a su fin.
Los dos fugitivos se adentraron en la oscuridad, desapareciendo en la espesura del bosque. Tally ascendió para sobrevolar las copas de los árboles, en busca de algún rastro de su paso que pudiera verse a la intensa luz de la luna. Más allá de los Senderos se hallaba la auténtica naturaleza en su estado puro, la negrura total del exterior.
Un temblor se extendió por las copas de los árboles al pasar las dos aerotablas de los intrusos por el bosque como una ráfaga de viento.
—Siguen avanzando en línea recta —dijo Tally.
—Estamos justo detrás de ti, Tally-wa —respondió Shay—. ¿Te importaría reunirte con nosotros aquí abajo?
—Cómo no, jefa.
Tally se tapó la cara con ambas manos mientras descendía, para protegerse de la lluvia de hojas de pinos que se le venía encima de pies a cabeza y de las ramas que le rozaban todo el cuerpo. Unos segundos más tarde se vio entre los troncos de los árboles, surcando el bosque como una flecha, con las rodillas dobladas y los ojos bien abiertos.
Los otros tres cortadores le habían dado alcance, dispuestos en formación a un centenar de metros de distancia; sus rostros de una belleza cruel se veían diabólicos con la luz de la luna titilante.
Más adelante, en la frontera entre los Senderos y la verdadera naturaleza del exterior, los dos habitantes del Humo descendían ya ante la ausencia de yacimientos de metal que pudieran impulsar las alzas magnéticas de las tablas. Su descenso en derrape resonó a través de la maleza, seguido del sonido de unos pies que echaban a correr a toda prisa.
—Fin del juego —dijo Shay.
Las hélices elevadoras de la aerotabla de Tally se pusieron en funcionamiento bajo sus pies, con un zumbido quedo que se extendió entre los árboles como el rugido de una fiera que acabara de salir de un largo período de hibernación. Los cortadores descendieron hasta quedar a unos metros del suelo y disminuyeron la velocidad para escudriñar el oscuro horizonte en busca de un indicio de movimiento, por leve que fuera.
Un escalofrío de placer recorrió la espalda de Tally. La persecución se había convertido en un juego del escondite.
Aunque no sería exactamente un juego limpio. Tally hizo un gesto con los dedos, y los chips que llevaba implantados en las manos y el cerebro reaccionaron en el acto, incorporando un canal de infrarrojos a su visión. De repente, el mundo se transformó: la tierra, salpicada de nieve aquí y allá, se volvió de un azul frío, los árboles pasaron a emitir un halo verde difuminado y todos los objetos se vieron iluminados por el calor que emanaban. Tally distinguió a unos cuantos mamíferos pequeños, con sus cuerpos rojos y palpitantes y sus cabezas temblorosas, como si intuyeran que algo peligroso andaba cerca. No muy lejos vio relucir a Fausto cerniéndose en el aire, con su cuerpo de especial de un amarillo brillante febril; incluso las manos de Tally parecían arder entre llamas de color anaranjado.
Pero en la oscuridad que se extendía ante ella, y que ahora veía morada, no detectó nada que pudiera corresponder a una figura humana.
Tally frunció el ceño, alternando rápidamente la visión de infrarrojos con la normal.
—¿Dónde se habrán metido?
—Deben de ir con trajes de infiltración —susurró Fausto—. De lo contrario, los veríamos.
—O al menos los oleríamos —añadió Shay—. Quizá tu novio no sea tan aleatorio después de todo, Tally-wa.
—¿Y qué hacemos? —preguntó Tachs.
—Bajar de las tablas y utilizar el oído.
Tally dejó que la aerotabla descendiera hasta el suelo, donde las hélices elevadoras astillaron ramitas y hojas secas hasta que dejaron de girar. Sin esperar a que estuviera del todo quieta, bajó de la tabla, y el frío del invierno que ya llegaba a su fin le subió por los zapatos de suela adherente.
Movió los dedos de los pies y azuzó el oído, mientras observaba las volutas que formaba el aliento que salía de su boca, a la espera de que el zumbido de las otras tablas se fuera apagando. Cuando el silencio se intensificó, su oído captó el sonido de un suave golpeteo a su alrededor; era el viento que hacía vibrar las hojas de los pinos cubiertas de hielo. Unas cuantas aves surcaron el aire, y las ardillas hambrientas que habían despertado del letargo invernal escarbaban la tierra en busca de frutos enterrados. La respiración de los otros cortadores le llegó a través del fantasmagórico canal de las antenas de piel, aislado del resto del mundo.
Pero por el suelo del bosque no se movía nada que sonara a humano.
Tally sonrió. Al menos David lo ponía interesante, al permanecer así de inmóvil. Pero, aunque pudieran ocultar el calor que desprendían sus cuerpos bajo los trajes de infiltración que llevaban puestos, los fugitivos no podrían estar sin moverse eternamente.
Además, notaba la presencia de David. Sabía que estaba cerca.
Tally silenció el alimentador de su antena de piel y con ello apagó el sonido de los otros cortadores para sumergirse en un mundo silencioso de infrarrojos. Poniéndose de rodillas, cerró los ojos y apoyó la palma de la mano en la tierra dura y helada. En sus manos de especial tenía implantados unos chips que captaban la más mínima vibración, y Tally dejó que su cuerpo entero se pusiera a la escucha de los sonidos perdidos que pudiera detectar.
Había algo en el aire… un zumbido apenas perceptible, como un picor en su oído más que un sonido real. Se trataba de una de aquellas presencias fantasmales que oía desde que era especial, como el palpitar de su propio sistema nervioso o el crepitar de un tubo fluorescente. Numerosos sonidos inaudibles para los imperfectos y cabezas de burbuja llegaban a ser captados por el oído de un especial, tan extraños e inesperados como las líneas y protuberancias de la piel humana bajo un microscopio.
Pero ¿qué era exactamente? El sonido iba y venía con la brisa, como las notas que emitían los cables de alta tensión que se extendían desde los paneles solares de la ciudad. Tal vez se tratara de algún tipo de trampa, como un alambre tendido entre dos árboles. ¿O sería un cuchillo afilado inclinado de tal manera que el viento golpeaba contra la hoja?
Tally mantuvo los ojos cerrados para aguzar el oído y frunció el entrecejo.
Más sonidos se habían sumado al primero, procedentes de todas las direcciones. Tres, cuatro y, finalmente, hasta cinco notas agudas comenzaron a sonar, con un volumen de conjunto que no superaba el del vuelo de un colibrí a un centenar de metros.
Tally abrió los ojos y, al enfocarlos de nuevo en la oscuridad, de repente los vio: un despliegue de cinco figuras humanas repartidas por el bosque, cuyos trajes de infiltración se fundían casi a la perfección con el fondo.
Entonces vio cómo estaban colocados: de pie, con las piernas separadas, un brazo echado hacia atrás y el otro extendido hacia delante. Y se percató de cuál era la fuente de aquellos sonidos…
Procedían de cuerdas de arcos tensadas y preparadas para disparar.
—Emboscada —dijo Tally, pero se dio cuenta de que había apagado el alimentador de la antena de piel.
Volvió a activarlo justo cuando salió disparada la primera flecha.