17. Invisible

Durante los días siguientes, la persecución de los rebeldes por parte de Tally transcurrió a un ritmo constante.

Los fugitivos se mantenían en marcha hasta altas horas de la madrugada, a medida que sus cuerpos aleatorios se adaptaban poco a poco a viajar en plena oscuridad y a dormir durante el día. No tardaron en aguantar despiertos toda la noche, deteniéndose para acampar cuando los primeros rayos del alba despuntaban en el horizonte.

El indicador de posición de Andrew los conducía hacia el sur. Tras seguir el curso del río hasta el mar, pasaron a desplazarse sobre los rieles herrumbrosos de una antigua línea de tren de alta velocidad. Tally reparó en que la vía férrea del litoral estaba acondicionada para poder circular sobre ella en aerotabla con plena seguridad, pues no había huecos peligrosos en el campo magnético. En aquellos tramos donde la línea se veía interrumpida, la presencia de cables metálicos enterrados impedía que los rebeldes se estrellaran contra el suelo. En ningún momento se vieron siquiera en la necesidad de caminar.

Tally se preguntó cuántos fugitivos más se habrían servido de aquel recorrido, y desde cuántas ciudades más David y sus aliados estarían reclutando a gente para su causa.

El Nuevo Humo se hallaba mucho más lejos de lo que ella pensaba. Los padres de David eran oriundos de la ciudad de Tally, y él siempre tenía su escondite a unos pocos días de viaje de casa. Pero el indicador de posición de Andrew les había llevado hasta la mitad meridional del continente, donde los días eran cada vez más largos y las noches más cálidas a medida que avanzaban hacia el sur.

Cuando la costa comenzó a ganar altura en una sucesión de elevados acantilados, el rugir de las olas que rompían a sus pies se fue amortiguando, al tiempo que un manto de hierba alta cubría las antiguas vías del tren. A lo lejos brillaban al sol vastos campos de maleza blanca, resultado de la proliferación de una orquídea creada por ingeniería genética que un científico oxidado había diseminado por el mundo. Dicha planta crecía por doquier, absorbiendo todos los nutrientes del suelo e invadiendo bosques enteros a su paso. Pero algo tenía el mar, quizá el aire salado, que impedía que se acercara a la costa.

Los rebeldes parecían cada vez más acostumbrados a la rutina propia del viaje. Cada vez tenían más destreza en el manejo de las aerotablas, aunque seguirles la pista en ningún momento llegaba a suponer un desafío. A Zane la práctica constante no le venía nada mal para mejorar su coordinación, pero en comparación con los demás seguía viéndose inestable sobre la tabla.

Shay debía de estar ganando terreno hora a hora. Tally se preguntó si se le habría unido el resto de los cortadores, o si habría tenido la cautela de viajar sola, y esperar a dar con el Nuevo Humo antes de pedir refuerzos.

Cada día que pasaba sin que los rebeldes llegaran a su meta, existían más probabilidades de que Circunstancias Especiales ya estuviera allí, y de que el viaje entero fuera una broma cruel, como había vaticinado Shay.

El hecho de viajar sola brindaba a Tally mucho tiempo para pensar, gran parte del cual lo dedicaba a preguntarse si sería realmente el monstruo egocéntrico que Shay había descrito. No parecía justo. ¿Cuándo había tenido ella la ocasión de ser egoísta? Desde que la doctora Cable la había reclutado, habían sido otros los que habían tomado la mayoría de las decisiones por ella. Siempre había alguien que la obligaba a ponerse de su parte en el conflicto entre la gente del Humo y la ciudad. Las únicas decisiones que podía considerar como propias hasta la fecha habían sido la de seguir siendo imperfecta en el Viejo Humo (que no había salido bien), la de escapar de Nueva Belleza con Zane (más de lo mismo) y la de separarse de Shay para proteger a Zane (que hasta el momento tampoco se había revelado como una gran idea). Todo lo demás se había debido a amenazas, accidentes, lesiones cerebrales y cambios mentales fruto del bisturí.

No era exactamente culpa suya.

Y aun así daba la sensación de que Shay y ella siempre acababan en bandos opuestos. ¿Sería una coincidencia, o habría algo en ellas dos que hacía que siempre pasaran de la amistad a la enemistad? Tal vez pertenecieran a dos especies distintas, como los halcones y los conejos, y nunca pudieran ser aliadas.

¿Y quién sería el halcón?, se preguntó Tally.

Viéndose allí sola, en el exterior, notó que cambiaba de nuevo. No sabía por qué, pero la naturaleza hacía que se sintiera menos especial. Seguía viendo el mundo con una belleza glacial, pero faltaba algo: los sonidos de los cortadores a su alrededor, con aquella sensación de intimidad que inspiraba el oír la respiración de todos ellos en la red de antenas de piel. Comenzó a darse cuenta de que ser especial no tenía que ver únicamente con la fortaleza y la velocidad; tenía que ver con la pertenencia a un grupo, a una camarilla. En el campamento de los cortadores, Tally se sentía conectada a los demás, pues no dejaban de recordarle los poderes y privilegios que compartían, y los sentidos sobrehumanos con los que estaban dotados, como el oído y la vista.

Entre ellos siempre se había sentido especial. Pero ahora que estaba sola en plena naturaleza, su visión perfecta solo servía para hacer que se sintiera minúscula. Visto con todos sus maravillosos detalles, el mundo natural se le antojaba lo suficientemente grande como para engullirla.

Al grupo de fugitivos que veía a lo lejos no les impresionaba ni aterrorizaba su rostro lobuno ni sus uñas afiladas. Pero era lógico, pues no habían detectado su presencia en ningún momento. Tally era invisible, como una marginada cuya silueta se desvanecía en el horizonte.

Habían parado a acampar a un lado de un elevado peñón que les protegía del viento procedente del mar. En aquel punto de la costa, los campos de orquídeas se hallaban cerca, iluminados por los primeros destellos del sol, haciendo que los montes del interior se vieran blancos como dunas de arena.

Tras desplegar sus tablas y sujetarlas al suelo con pesos, los rebeldes lograron hacer una hoguera medio decente y comieron. Tally observó cómo se quedaban dormidos con la rapidez habitual en ellos, agotados después de una larga jornada de viaje.

Estando tan lejos de la ciudad, ya no tenía que preocuparse por si alguien descubría las tablas desde el aire. Su antena de piel llevaba días sin captar una sola señal de tráfico de vehículos patrulla. Pero, cuando se disponía a acomodarse para un largo día de observación, Tally se fijó en que una de las tablas, la de Zane, estaba a merced de la brisa marina que azotaba el peñón.

La tabla ondeaba con el viento, y una de las piedras que sujetaba las esquinas salió rodando.

Tally suspiró al ver que, tras una semana de viaje, los fugitivos aún no habían aprendido a realizar aquella maniobra como era debido, pero en su interior sintió una ráfaga de entusiasmo. Así tendría, al menos, algo que hacer, y tal vez se sintiera menos insignificante, pues durante aquellos breves instantes no estaría completamente sola. Oiría la respiración de los rebeldes en pleno sueño y podría contemplar a Zane más de cerca. Verlo quieto y dormido, sin aquellos temblores que le daban estando despierto, siempre le servía para recordar por qué había tomado las decisiones que había tomado.

Tally se dirigió a rastras hacia el campamento al tiempo que su traje de infiltración se volvía del color de la tierra. El sol despuntaba ya a su espalda, pero esta vez lo tendría mucho más fácil que en la orilla del río, donde el problema lo planteaban las ocho tablas. En este caso, la aerotabla de Zane seguía agitándose en el aire al haberse soltado una de las esquinas, pero aún no había salido volando. Puede que su estructura magnética hubiera dado con algún filón de hierro subterráneo que la retuviera pegada al suelo.

Cuando Tally llegó hasta ella, la tabla estaba dando sacudidas como un pájaro herido, movida por la brisa que esparcía un olor a algas y sal por doquier. Curiosamente, alguien había dejado un libro antiguo encuadernado en cuero abierto junto a la tabla, y con el viento las hojas se pasaban de golpe haciendo ruido.

Tally entrecerró los ojos. Parecía el libro que Zane estaba leyendo la primera noche que ella lo había visto tras su paso por el hospital.

De repente, se soltó otra de las esquinas de la tabla, y Tally logró cogerla antes de que saliera volando.

Pero la aerotabla no se movió.

Algo extraño sucedía…

Fue entonces cuando Tally vio por qué no se movía. La cuarta esquina se hallaba atada a una estaca para evitar que el viento se llevara la tabla, como si quien la hubiera dejado expuesta a la brisa hubiera sabido que las piedras no servirían para sujetarla.

Tally oyó de repente algo por encima del golpeteo de las hojas del libro, aquel maldito libro tan ruidoso que habían dejado allí con la clara intención de ocultar otros sonidos. La respiración de uno de los rebeldes no era tan regular como la de los demás… alguien estaba despierto.

Al volverse vio a Zane mirándola.

Tally se puso de pie de un salto, se quitó el guante y se sacó el aguijón en un solo movimiento. Pero Zane levantó una mano, dejando ver que sujetaba un puñado de estacas metálicas y pastillas para encender fuego. Aunque Tally lograra recorrer a toda prisa los cinco metros que la separaban de él para clavarle el aguijón, el ruido que haría todo aquel metal al caer al suelo despertaría al resto de los fugitivos.

Pero ¿por qué no habría gritado? Tally se puso tensa ante el temor de que Zane diera la voz de alarma, pero en lugar de ello se llevó un dedo a los labios poco a poco.

«Si tú no dices nada, yo tampoco», decía la expresión taimada de su rostro.

Tally tragó saliva mientras pasaba la mirada por los demás rebeldes sumidos en la penumbra. No vio a ninguno de ellos con los ojos entrecerrados; estaban todos profundamente dormidos. Zane quería hablar con ella a solas.

Con el corazón acelerado, Tally asintió.

Ambos se alejaron con sigilo del campamento y rodearon el peñón hasta un rincón donde el viento y el batir de las olas envolvieran sus palabras en un estruendo constante. Ahora que Zane estaba en movimiento, había comenzado a temblar de nuevo. Cuando se acomodó junto a ella sobre la maleza, Tally se abstuvo de mirarle a la cara, ante la sensación de repulsión que amenazaba ya con apoderarse de ella.

—¿Saben los demás que estoy aquí? —inquirió.

—No. Ni yo mismo estaba seguro. Creía que eran imaginaciones mías. —Zane le puso la mano en el hombro—. Me alegro de que no fuera así.

—No puedo creer que haya caído en una trampa tan tonta.

—Siento haberme aprovechado de tu naturaleza superior —dijo Zane con una risita.

—¿De mi qué?

Tally lo vio sonreír por el rabillo del ojo.

—El primer día fuiste tú quien viniste a protegernos, ¿no es así? Escondiendo las aerotablas.

—Sí. Un coche patrulla estaba a punto de descubriros, cabezas de burbuja.

—Me lo imaginaba. Por eso supuse que acudirías a ayudarnos de nuevo. Eres nuestra protectora personal.

Tally tragó saliva.

—Ya, qué bien. Es agradable sentirse valorada.

—¿Y solo estás tú?

—Pues sí, estoy yo sola. —A fin de cuentas, era cierto.

—Se supone que tú no deberías estar aquí fuera, ¿no?

—¿Quieres decir si estoy desobedeciendo órdenes? Me temo que sí.

Zane asintió.

—Ya sabía yo que Shay y tú os traíais algo entre manos cuando me dejasteis ir. En el fondo no esperabais que yo utilizara el rastreador. —Zane alargó el brazo para coger el de Tally, con unos dedos pálidos que contrastaban con el gris apagado del traje de infiltración—. Pero ¿cómo lo haces para seguirnos, Tally? No será que llevo algo dentro, ¿verdad?

—No, Zane. Estás limpio. Lo que pasa es que os vigilo de cerca en todo momento. Al fin y al cabo, tampoco es muy difícil ver a ocho críos de ciudad en plena naturaleza. —Tally se encogió de hombros, sin despegar la vista de las olas que batían en las rocas—. Además, os huelo.

—Vaya. —Zane se echó a reír—. Espero que no apestemos, de momento.

Tally negó con la cabeza.

—Ya he estado antes en el exterior, Zane. Hay olores peores. Pero ¿por qué no has…? —Tally se volvió hacia él pero bajó la mirada, centrándola en la cremallera de la cazadora que Zane llevaba puesta—. Me has puesto una trampa, pero ¿no has dicho nada a los demás rebeldes?

—No quería que les entrara el pánico —respondió Zane, encogiéndose de hombros—. Si nos hubieran seguido un montón de especiales, no podrían hacer mucho. Y, si eras solo tú, no quería que los demás lo supieran. No lo entenderían.

—¿Entender el qué? —preguntó Tally en voz baja.

—Que todo este viaje no era una trampa —prosiguió Zane—. Que no eras más que tú, que nos protegías.

Tally tragó saliva… por supuesto que había sido una trampa. Pero ¿qué era ahora? ¿Un juego? ¿Una pérdida de tiempo inútil? Lo más probable era que Shay, la doctora Cable y el resto de Circunstancias Especiales estuvieran esperándolos ya en el Humo.

—Está cambiándote otra vez, ¿no es así? —le preguntó Zane, apretándole el brazo.

—¿El qué?

—El exterior. Eso es lo que decías siempre, que la primera vez que estuviste en el Humo fue lo que te hizo ser como eres.

Tally apartó la mirada para clavarla en el mar al tiempo que notaba su sabor salado en la boca. Zane tenía razón, el exterior estaba cambiándola de nuevo. Cada vez que se encontraba sola en plena naturaleza, las creencias que le habían inculcado en la ciudad se tambaleaban. Pero esta vez el hecho de tomar conciencia de aquellos cambios no la hacía muy feliz, que digamos.

—Ya no estoy segura de quién soy, Zane. A veces pienso que no soy más que lo que los demás han hecho de mí, una enorme colección de lavados de cerebro, operaciones y curas. —Tally se miró la mano de la cicatriz, en cuya palma parpadeaban los tatuajes cortocircuitados—. Eso y todos los errores que he cometido. Toda la gente a la que he defraudado.

Zane acarició el relieve de la cicatriz con la yema del dedo; Tally cerró la mano y apartó la mirada.

—Si eso fuera cierto, Tally, ahora mismo no estarías aquí fuera. Desobedeciendo órdenes.

—Ya, bueno, lo de desobedecer se me da muy bien.

—Mírame, Tally.

—Zane, no sé si es muy buena idea —dijo Tally, tragando saliva—. Es que…

—Ya lo sé. Vi la cara que ponías la noche que vinisteis a verme. Y me he fijado en que no te has dignado mirarme. Era de esperar que a la doctora Cable se le ocurriera algo así; los especiales piensan que todos los demás son unos inútiles, ¿no es así?

Tally se encogió de hombros, reacia a explicar que con él era peor que con cualquier otra persona. En parte por lo que había sentido ella por él antes, y el contraste que había entre el presente y el pasado. Y en parte… por lo otro.

—Vamos, Tally, inténtalo —lo animó Zane.

Tally le dio la espalda, casi deseando por un instante no ser especial, no gozar de aquella agudeza visual que le permitía captar el más mínimo detalle de la debilidad de Zane y no tener una mente programada para sentir aversión por todo lo aleatorio, mediocre y… lisiado.

—No puedo, Zane.

—Sí que puedes.

—¿Es que ahora eres un experto en especiales?

—No. Pero ¿te acuerdas de David?

—¿David? —Tally clavó la mirada en el mar—. ¿Qué pasa con él?

—¿No te dijo una vez que eras preciosa?

Un escalofrío recorrió el cuerpo de Tally.

—Sí, cuando era imperfecta. Pero ¿cómo sabes tú…? —Tally recordó entonces que, en su última escapada, Zane había llegado a las Ruinas Oxidadas una semana antes que ella. David y él habían tenido tiempo de sobra para llegar a conocerse bien antes de que ella apareciera— ¿Te lo contó él?

Zane se encogió de hombros.

—Vio lo guapo que era yo. Y supongo que esperaba que tú siguieras viéndolo como lo veías en el Viejo Humo.

Tally se estremeció al sentir que le invadía una ráfaga de recuerdos de aquella noche, antes de las dos operaciones por las que había pasado, cuando mirando su rostro de imperfecta, con aquellos labios finos, aquel cabello crespo y aquella nariz chata, David le había dicho que era preciosa. Ella había intentado explicarle que no podía ser cierto, que la biología no permitía que lo fuera…

Pero aun así David la había llamado preciosa, a pesar de que ella era una imperfecta.

Aquel fue el momento en que el mundo entero comenzó a desentrañarse para Tally. La primera vez que cambió de bando.

Tally sintió una ráfaga inesperada de pena por el pobre de David, con su cara de aleatorio. Al criarse en el Humo, no se había operado ni había visto nunca ningún perfecto de ciudad. Así pues, era lógico que pensara que la imperfecta Tally Youngblood estaba bien como estaba.

Pero, tras convertirse en perfecta, Tally había accedido a entregarse a la doctora Cable para quedarse con Zane, apartando a David de su lado.

—No te elegí por eso, Zane. No fue por tu cara, sino por lo que tú y yo habíamos hecho juntos, por cómo nos habíamos liberado. Eso ya lo sabes, ¿no?

—Por supuesto. Pero ¿qué problema tienes ahora?

—¿Qué quieres decir?

—Vamos a ver, Tally. Cuando David vio lo hermosa que eras, se enfrentó a cinco millones de años de evolución. Vio más allá de tu cutis imperfecto, de tu asimetría y de todo aquello en contra de lo cual seleccionan nuestros genes. —Zane extendió la mano para coger la de Tally—. ¿Y ahora no puedes ni mirarme a la cara porque tiemblo un poquitín?

Tally clavó los ojos en sus repugnantes dedos temblorosos.

—Es peor que ser un cabeza de burbuja, Zane. Los cabeza de burbuja son unos ineptos sin más, pero los especiales son… muy decididos para algunas cosas. Pero al menos estoy intentando arreglar la situación. ¿Por qué crees que estoy siguiéndoos?

—Quieres llevarme de vuelta a la ciudad, ¿verdad?

—¿Qué alternativa hay? —replicó Tally en tono quejumbroso—. ¿Que Maddy experimente con una de sus disparatadas curas?

—La alternativa está en tu interior, Tally. De lo que se trata aquí no es de los daños cerebrales que pueda tener yo, sino de nosotros. —Zane se arrimó a ella, y Tally cerró los ojos—. Lograste liberarte en una ocasión, superando las lesiones que te causaron al convertirte en perfecta. Y lo único que necesitaste, en un principio, fue un beso.

Al sentir el calor del cuerpo de Zane junto al suyo, y percibir el olor a humo de hoguera que desprendía su piel, Tally volvió la cara, cerrando los ojos con fuerza.

—Pero ser especial no tiene nada que ver; no es que me hayan retocado un poco el cerebro. Es que mi cuerpo entero es distinto. Y mi forma de ver el mundo también.

—Vale. Eres tan especial que no se te puede tocar.

—Zane…

—Eres tan especial que tienes que hacerte cortes para sentir algo.

Tally negó con la cabeza.

—Ya no lo hago.

—¡O sea, que puedes cambiar!

—Pero eso no significa que… —Tally abrió los ojos.

Zane tenía su cara a escasos centímetros de la suya, y la miraba con intensidad. De algún modo, el exterior también lo había cambiado a él, pues ya no parecía tener unos ojos llorosos y mediocres. Su mirada era casi glacial.

Casi especial.

Tally se inclinó hacia él… y sus labios se encontraron, desprendiendo una calidez que contrastaba con el aire fresco que les envolvía a la sombra del peñón. El rugido de las olas llenó sus oídos, ahogando el nervioso latir de su corazón.

Pegando el cuerpo al de Zane, le metió las manos por la ropa. Tally quería salirse del traje y dejar de ser invisible, y de estar sola. Lo rodeó con los brazos para apretarlo con fuerza, oyendo cómo Zane se quedaba sin respiración a medida que lo estrechaba entre sus manos letales. Tally lo notó con todos sus sentidos, percibiendo el suave pulso de la sangre en su cuello, el sabor de su boca y el olor de su cuerpo sucio salpicado de agua salada.

Pero los dedos de Zane le acariciaron entonces la mejilla, y Tally notó que temblaban.

No, se dijo en silencio.

Los temblores eran casi imperceptibles, tan débiles como el eco de la lluvia que caía a un kilómetro de distancia. Pero Tally los notaba por todas partes, en la piel del rostro de Zane, en los músculos de sus brazos, que la rodeaban, en sus labios, pegados a los de ella… su cuerpo entero temblaba como el de un niño pequeño a la intemperie. Y, de repente, Tally lo vio por dentro, descubriendo su sistema nervioso dañado y las conexiones alteradas que presentaba entre cuerpo y cerebro.

Aunque trató de borrar dicha imagen de su mente, lo único que consiguió fue verla con mayor claridad. A fin de cuentas, estaba concebida para detectar las debilidades ajenas, para aprovecharse de las flaquezas e imperfecciones de los aleatorios. No para pasarlas por alto.

Tally intentó apartarse un poco, pero Zane la cogió del brazo, como si creyera que así podría retenerla. Ella interrumpió el beso y abrió los ojos, que clavó en los pálidos dedos que la tenían sujeta, una imagen que le inspiró un repentino arranque de ira incontenible.

—Tally, espera —dijo Zane—. Podemos…

Pero Zane seguía sin soltarla. Presa del asco y la furia, Tally hizo que su traje de infiltración se viera recubierto de repente por un manto de púas afiladas. Zane lanzó un grito y se echó atrás, con los dedos y las palmas de las manos ensangrentados.

Apartándose de él, Tally se puso de pie de un brinco y echó a correr. Lo había besado, y se había dejado tocar por él, por alguien que no era especial, que casi no llegaba a ser mediocre, que no era más que un lisiado…

La bilis se le subió a la garganta, como si el recuerdo del beso que acababa de dar a Zane tratara de salir a toda costa de su cuerpo. Tropezó y cayó al suelo sobre una rodilla, sintiendo que se le revolvía el estómago y que el mundo le daba vueltas.

—¡Tally! —gritó Zane, haciendo amago de seguirla.

—¡No! —Tally levantó una mano, sin atreverse a mirarlo a la cara. El aire puro y fresco del mar le estaba viniendo bien para que se le pasaran las náuseas, pero estas le volverían si Zane se acercaba a ella.

—¿Estás bien?

—¿Tengo cara de estar bien? —De repente, le invadió una ráfaga de vergüenza. ¿Qué había hecho?—. No puedo, Zane.

Tally se levantó del suelo y corrió hacia el mar, dejando atrás a Zane. El peñón terminaba en un acantilado calcáreo, pero Tally no aminoró la marcha…

Al llegar al borde saltó y cayó de golpe al mar, sorteando por poco las rocas que había a los pies del acantilado, donde se zambulló para dejarse envolver por el gélido abrazo del agua. Las olas se arremolinaron a su alrededor, arrastrándola casi hacia la abrupta costa. Sin embargo, Tally logró hundirse con unas cuantas brazadas enérgicas, hasta que tocó el oscuro fondo arenoso. Las aguas agitadas comenzaron a quedar atrás, dando paso a una corriente de resaca que envolvió a Tally a medida que tiraba de ella mar adentro, con un estruendo que le borró los pensamientos.

Tally contuvo la respiración y se dejó llevar.

Un minuto más tarde, Tally salió a la superficie, respirando con dificultad. Se hallaba a medio kilómetro del lugar donde había caído, bastante lejos de la costa, y la corriente la arrastraba hacia el sur.

Zane estaba en el filo del acantilado, buscándola en el agua, con las manos sangrantes envueltas en la cazadora. Después de lo que había hecho, Tally no podía mirarlo a la cara, y no quería siquiera que él la viera. Solo quería desaparecer.

Se caló la capucha y dejó que el traje de infiltración se mimetizara con el oleaje plateado mientras el agua la alejaba cada vez más.

Al final, cuando Tally vio que Zane había vuelto ya al campamento, se puso a nadar hacia la orilla.