Los rebeldes trataron de hacer una hoguera, pero no lo consiguieron.
Únicamente lograron que ardiera un puñado de ramas mojadas, las cuales silbaban con tal virulencia que Tally las oía perfectamente desde su escondite. Sin embargo, las llamas no se convirtieron en ningún momento en una hoguera de verdad, y al despuntar el alba el montón de leña seguía chisporroteando con desgana. Fue entonces cuando los rebeldes se percataron de la negra columna de humo que se elevaba en el cielo del nuevo día, e intentaron apagarla. Al final acabaron vertiendo barro a puñados sobre el fuego medio vivo. Cuando consiguieron controlarlo, parecía que llevaban una semana durmiendo a la intemperie a juzgar por el aspecto de sus ropas de ciudad.
Tally suspiró, imaginando la risita de Shay al ver lo mal que lo pasaban con algo tan elemental. Al menos se habían dado cuenta de que era más sensato dormir de día y viajar de noche.
Mientras los fugitivos se metían a duras penas en los sacos de dormir, Tally se permitió echarse una cabezada. Los especiales no necesitaban dormir mucho, pero sus músculos se resentían aún de la aventura del arsenal y de la larga caminata que le siguió. Los rebeldes estarían molidos después de su primera noche en plena naturaleza, así que aquel era probablemente el mejor momento que tendría para recuperar el sueño. Sin la compañía de Shay con la que turnarse para hacer guardias, Tally tal vez tuviera que mantenerse alerta durante varios días seguidos.
Se sentó con las piernas cruzadas mirando al campamento de los fugitivos y programó su software interno para que emitiera una señal de aviso cada diez minutos. Pero no le fue fácil conciliar el sueño. Le escocían los ojos por las lágrimas que no había llegado a derramar durante la pelea con Shay. Las acusiones resonaban aún en su mente, haciendo que el mundo le pareciera confuso y distante. Respiró hondo durante un buen rato hasta que por fin se le cerraron los ojos…
Primera señal de aviso. Ya habían pasado diez minutos.
Tras comprobar que los rebeldes no se habían movido del sitio, Tally intentó quedarse dormida de nuevo.
Los especiales estaban diseñados para dormitar de aquella manera, pero verse despertada cada diez minutos no dejaba de provocar alteraciones en la percepción del tiempo. Era como si viera un vídeo del día grabado a cámara rápida, en el que el sol parecía elevarse en el cielo a toda prisa y las sombras que proyectaba cambiaban rápidamente de posición alrededor de ella como si tuvieran vida propia. Los suaves sonidos del río se fundían en una sola nota monótona, y su mente inquieta pasaba de la preocupación por Zane al desánimo por la riña con Shay. Tenía la sensación de que, ocurriera lo que ocurriera, Shay estaba destinada a odiarla. O tal vez Shay estuviera en lo cierto, y Tally Youngblood tuviera un don para traicionar a los amigos…
Cuando el sol estaba casi en su cenit, Tally se despertó, no por el sonido de una alarma, sino por un destello cegador que le dio directamente en los ojos. Presa del sobresalto, se puso derecha dando un respingo, con los puños en posición de pelea.
La luz provenía del campamento de los rebeldes y, mientras ella se ponía de pie, volvió a parpadear.
Tally se relajó. No era más que el reflejo de las tablas de los fugitivos que estaban esparcidas por la ribera para recargarse con la luz del sol. En su trayectoria por la bóveda celeste, el astro había iluminado las células reflectantes formando el ángulo justo para incidir en los ojos de Tally.
El desasosiego se apoderó de ella al ver refulgir las tablas. Los fugitivos tan solo las habían utilizado unas horas, por lo que aún no necesitaban recargarlas; más les valía que se preocuparan por mantenerse invisibles.
Tally alzó la vista, protegiéndose los ojos con la mano. Aquellas tablas al descubierto brillarían como una baliza de emergencia bajo cualquier aerovehículo que sobrevolara la zona. ¿Es que los rebeldes no se daban cuenta de lo cerca que se hallaban de la ciudad? Seguro que las pocas horas que habían viajado en aerotabla les habían parecido una eternidad, pero aun así seguían estando prácticamente a las puertas de la civilización.
Tally sintió otra ráfaga de vergüenza. ¿Acaso había desobedecido a Shay y traicionado a Fausto para hacer de niñera de aquellos cabezas de burbuja?
Abriendo la antena de piel a los canales oficiales de la ciudad, enseguida captó una conversación procedente de un coche patrulla que seguía el curso del río lentamente y con desgana. La ciudad sabía ya que las travesuras de la noche anterior habían sido maniobras de distracción para encubrir una nueva fuga. Las posibles vías de salida de la ciudad, como ríos y líneas de ferrocarril en desuso, se hallarían en aquellos momentos bajo vigilancia. Si los guardianes descubrían las aerotablas desplegadas al sol, la huida de Zane llegaría a un ignominioso final, y Tally se habría puesto en contra de Shay para nada.
Pensó en la manera de llamar la atención de los rebeldes sin dejarse ver. Podía lanzar unas piedras, confiando en que se despertaran con un sonido que pareciera fortuito, pero lo más probable era que no llevaran consigo una radio que captara la banda de frecuencias de la ciudad. Los fugitivos no se percatarían del peligro que les acechaba, y se limitarían a echarse a dormir de nuevo.
Tally suspiró. Iba a tener que solucionar aquello por sus propios medios.
Tapándose la cara con la capucha, se acercó a la orilla del río para meterse con sigilo en el agua. Las escamas del traje de infiltración comenzaron a ondularse mientras ella nadaba, mimetizándose con las ondas que la rodeaban y volviéndose tan reflectantes como las aguas cristalinas y en calma del río.
Al aproximarse al campamento, percibió el olor del fuego apagado y de los envases de comida abiertos. Tally respiró hondo y, sumergiéndose por completo, buceó hasta la orilla.
Tras salir del agua a rastras con el vientre pegado al suelo, levantó la cabeza poco a poco, dejando que el traje captara los cambios que se producían a su alrededor. Las escamas adoptaron finalmente un color marrón y una textura suave, haciendo que Tally pareciera una babosa en su lento avance por el fango.
Los rebeldes estaban dormidos, pero las moscas que zumbaban a su alrededor y el viento que soplaba de vez en cuando les arrancaban suaves murmullos. Puede que los nuevos perfectos tuvieran mucha práctica en dormir hasta mediodía, pero nunca sobre un suelo duro. El más leve ruido podría despertarlos.
Al menos los sacos de dormir con estampado de camuflaje serían invisibles desde el aire. Pero las ocho tablas que se agolpaban desplegadas en la ribera brillaban con más intensidad a medida que el sol se acercaba a su cenit. El viento tiraba de las esquinas de las tablas, que estaban lastradas con piedras y montones de barro, haciéndolas destellar como globos llenos de purpurina.
Para recargar una tabla, había que desmontarla como si fuera un muñeco de papel para que quedara expuesta al sol la mayor superficie posible. Una vez desplegadas por completo, eran tan finas y ligeras como el plástico de una cometa, tanto que una ráfaga de viento podría llevárselas hasta los árboles; al menos eso era lo que cabría esperar que creyeran los rebeldes cuando despertaran y comprobaran que las tablas habían ido a parar al bosque.
Tally se acercó a gatas hasta la tabla más próxima y retiró las piedras de las esquinas. Acto seguido, se puso de pie poco a poco y la arrastró hasta la sombra. Tras manipularla unos minutos, consiguió que quedara encajada entre dos árboles de un modo que pareciera aleatorio, pero con la sujeción necesaria para que el viento no se la llevara volando para siempre.
Solo le quedaban siete.
Tally procedía en todo momento con una lentitud insoportable. Debía cuidar cada paso que daba entre los cuerpos de los dormidos, y con cada sonido que producía sin querer le daba un vuelco el corazón. Mientras tanto, estaba medio pendiente del coche patrulla que oía aproximarse a través de la antena de piel.
Finalmente, consiguió arrastrar con cuidado hasta el bosque la última de las ocho tablas. Se veían amontonadas todas juntas, como una maraña de paraguas tras un vendaval, con los brillantes paneles solares volcados hacia abajo sobre los matorrales.
Antes de regresar con sigilo al río, Tally se detuvo un momento para contemplar a Zane. Dormido como estaba, se asemejaba más a él mismo, pues no se veía alterado por aquellos temblores aleatorios y su rostro no traslucía sus pensamientos, por lo que parecía más inteligente, casi especial. Imaginó sus ojos afilados, dotados de una belleza cruel, y su rostro cubierto por un entramado de tatuajes flash. Tally sonrió y se volvió para echarse a andar en dirección al río…
En aquel momento oyó un sonido que la dejó paralizada.
Fue una inhalación súbita y suave, fruto de la sorpresa. Aguardó inmóvil, confiando en que se tratara de una simple pesadilla y que la respiración de quien fuera se sosegara de nuevo. Pero los sentidos le decían que alguien se había despertado.
Al final Tally volvió la cabeza con una lentitud exasperante para mirar hacia atrás.
Se trataba de Zane.
Entrecerrando los ojos para protegerse del sol, la miró medio dormido con cara de aturdimiento, dudando de si su imagen sería real.
Tally se quedó clavada, pero el traje de infiltración no tenía mucho con lo que mimetizarse. Podía mostrar una versión borrosa del agua que había a su espalda, pero a plena luz del día Zane vería igualmente una silueta humanoide transparente, como una estatua de vidrio sólido plantada en medio del río. Para colmo, aún le colgaban del traje pegotes de barro cuyo color marrón contrastaba visiblemente con el fondo.
Zane se frotó los ojos y recorrió la ribera vacía con la mirada, percatándose de que las tablas habían desaparecido. Luego volvió a alzar la vista hacia Tally, sin mudar el semblante de desconcierto.
Tally permaneció inmóvil, confiando en que Zane pensara que no era más que un sueño extraño.
—Eh —murmuró Zane con una voz que le salió ronca, por lo que carraspeó para hablar más alto.
Pero Tally no le dejó. Con tres pasos rápidos, se acercó a él a través del fango mientras se quitaba un guante y sacaba el aguijón del anillo.
En el momento en que la diminuta aguja se clavaba en su cuello, Zane logró emitir un grito apagado de sobresalto, pero un instante después puso los ojos en blanco y se desplomó en el suelo, perdiendo el conocimiento de nuevo.
—No será más que un sueñecito —susurró Tally al oído de Zane mientras este roncaba suavemente.
Acto seguido, se tumbó con el vientre en el fango y se deslizó hasta el río.
Media hora más tarde el vehículo patrulla sobrevoló la zona, moviéndose de un lado a otro como una serpiente perezosa, y no detectó la presencia de los rebeldes, por lo que pasó de largo sin detenerse ni un instante.
Tally se quedó cerca del campamento, al abrigo de un árbol situado a unos diez metros de Zane, con el traje cubierto de púas que semejaban la textura de las hojas de los pinos.
A medida que avanzaba la tarde, los rebeldes comenzaron a despertar. Nadie pareció preocuparse mucho por el hecho de que las tablas hubieran salido volando con el viento; se limitaron a arrastrarlas de nuevo hasta el sol y se dispusieron a levantar el campamento.
Bajo la atenta mirada de Tally, los fugitivos se adentraban en el bosque para hacer pis, se preparaban un plato de comida o se daban un chapuzón rápido en las frías aguas del río, intentando quitarse de encima el barro y el sudor del viaje y toda la mugre de dormir al raso.
Todos salvo Zane, que permanecía inconsciente por efecto de las potentes drogas que poco a poco fueron abriéndose paso en su organismo. No despertó hasta la puesta de sol, cuando Peris se inclinó sobre él para darle una pequeña sacudida.
Zane se incorporó lentamente, sujetándose la cabeza con las manos en lo que parecía la viva imagen de un perfecto con una resaca terrible. Tally se preguntó qué recordaría. Peris y los demás creían que era el viento lo que había movido las tablas, pero tal vez cambiaran de opinión tras escuchar el sueño de Zane.
Peris y Zane se quedaron un rato acurrucados juntos, y Tally rodeó el árbol con sigilo hasta dar con una posición estratégica desde donde casi podía leer sus labios. Peris parecía estar preguntando a Zane si se encontraba bien. Los nuevos perfectos rara vez enfermaban, pues la operación les dotaba de una salud inmune a las infecciones de poca gravedad, pero dado su estado y todo lo demás…
Zane negó con la cabeza e hizo gestos hacia la orilla del río, donde las tablas captaban los últimos rayos de luz. Peris señaló el lugar donde Tally las había amontonado, y los dos fueron hasta allí, acercándose de forma preocupante al árbol tras el que ella se ocultaba. A juzgar por la expresión de su rostro, Zane no parecía muy convencido. Sabía que al menos una parte de su sueño, la de las tablas desaparecidas, había sido real.
Tras unos largos minutos de tensión, Peris regresó para acabar de recogerlo todo. Pero Zane se quedó allí, escudriñando el horizonte con detenimiento. Pese a saber que el traje de infiltración la hacía invisible, Tally se estremeció al notar la mirada de él pasando de largo por su escondite.
Zane no estaba seguro de nada, pero sospechaba que lo que había visto había sido algo más que un sueño.
Tally tendría que ir con mucho cuidado a partir de entonces.