A la noche siguiente encontraron a Zane y a un pequeño grupo de rebeldes esperándolas, apiñados en la sombra de la presa que calmaba las aguas del río antes de que estas rodearan la ciudad de Nueva Belleza. El sonido de la cascada y el olor a nerviosismo de los rebeldes hizo bullir los sentidos de Tally, mientras los tatuajes flash de sus brazos giraban como molinillos.
Tras la aventura de la noche anterior, su cuerpo habría acabado reventado de haber sido el de la aleatoria que era hacía unos meses. Shay y ella habían regresado al centro de la ciudad a pie antes de llamar a Tachs para que les llevara unas tablas nuevas, una caminata que habría tenido en cama a cualquier persona normal durante días. Pero a Tally le había bastado con unas horas de sueño para recuperarse casi por completo, y la proeza conseguida en el arsenal parecía ahora una broma, que quizá se les había ido un poco de las manos…
Su antena de piel restallaba con la alerta máxima decretada en la ciudad, la cual se hallaba tomada por los guardianes y los especiales normales, una situación ante la cual la prensa se preguntaba abiertamente si la ciudad estaría en guerra. La mitad de Ancianópolis había presenciado el infierno que se había desarrollado en el horizonte, y costaba encontrar una explicación convincente al enorme montón de espuma negra que se acumulaba donde hasta entonces se hallaba el arsenal. Un grupo de aerovehículos militares sobrevolaban el centro de la ciudad con la misión de proteger al gobierno local ante la posibilidad de futuros ataques. Los fuegos artificiales nocturnos se habían cancelado hasta nuevo aviso, por lo que el perfil de los edificios se veía sumido en una extraña oscuridad.
Incluso habían llamado a los cortadores para encargarles que buscaran cualquier posible conexión entre los habitantes del Humo y la destrucción del arsenal, un hecho que no dejaba de tener su gracia para Tally y Shay.
El zumbido de la señal de emergencia infundió vigor a Tally, a la que todo le parecía de lo más glacial, como cuando siendo pequeña suspendían las clases a causa de una ventisca o un incendio. Aun con los músculos doloridos, se sentía preparada para seguir a Zane por el exterior durante semanas o meses, si hacía falta.
Pero mientras su tabla tomaba tierra, Tally se aseguró de no cruzarse con la mirada llorosa de él. No quería traslucir aquella sensación glacial y arriesgarse a que la debilidad de Zane la convirtiera en aleatoria. Así que volvió la vista hacia el resto de los rebeldes.
Había ocho en total. Entre ellos estaba Peris, que al ver el nuevo rostro de Tally abrió los ojos como platos. En la mano llevaba un racimo de globos, como un animador en una fiesta de cumpleaños infantil.
—No me digas que te vas de la ciudad —le espetó Tally con un resoplido.
Peris le devolvió la mirada sin pestañear.
—Sé que contigo me rajé, Tally. Pero ahora soy más chispeante.
Tally se fijó en los labios carnosos de Peris y en la blandura de su expresión que intentaba ser desafiante, y se preguntó si su cambio de actitud se debería a una de las pastillas de Maddy.
—¿Y para qué son esos globos? ¿Por si te caes de la tabla?
—Ya lo verás —respondió Peris, exhibiendo una sonrisa.
—Más vale que vayáis preparándoos para un largo viaje, cabezas de burbuja —dijo Shay—. Puede que los del Humo se tomen su tiempo antes de que se decidan a recogeros. Confío en que lo que llevéis en esas mochilas no sea champán, sino un kit completo de supervivencia.
—Estamos preparados —contestó Zane—. Cada uno de nosotros lleva un depurador de agua y comida deshidratada para sesenta días. Vamos cargados de EspagBol.
Tally hizo una mueca de asco. Desde que había viajado por primera vez al exterior, el mero hecho de pensar en los EspagBol le revolvía el estómago. Por suerte, los especiales se alimentaban de lo que recogían en plena naturaleza; sus estómagos reconstruidos podían extraer los nutrientes prácticamente de todo lo que crecía en la tierra. Algunos cortadores habían empezado a cazar, pero Tally limitaba su dieta a las plantas silvestres, pues ya tenía bastante con los animales muertos que había comido durante su estancia en el Humo.
Los rebeldes procedieron a cargarse las mochilas a la espalda, sin mudar el semblante solemne, tratando de parecer serios. Tally solo esperaba que no se echaran atrás ya en plena naturaleza y dejaran solo a Zane, que se veía ya un tanto frágil sin haber despegado aún.
Algunos de los rebeldes la miraban fijamente tanto a ella como a Shay. Nunca habían visto a un especial, y menos todavía a un cortador con cicatrices y tatuajes por todas partes. Pero no parecían tener miedo, como cabría esperar de unos cabezas de burbuja normales y corrientes, sino simplemente curiosidad.
Era evidente que los nanos de Maddy llevaban un tiempo circulando por la ciudad. Y los rebeldes solían ser los primeros en probar cualquier cosa que les hiciera chispeantes.
¿Cómo se podría gobernar una ciudad donde todo el mundo fuera rebelde? En lugar de acatar las normas, la mayoría de la gente se dedicaría a robar y a hacer de las suyas. ¿Y acaso al final no acabarían cometiéndose delitos de verdad, entre ellos, actos de violencia indiscriminada e incluso asesinatos, como en la época de los oxidados?
—Muy bien —dijo Shay—. Preparaos para poneros en marcha —añadió antes de sacar el cortador de aleaciones.
Los rebeldes se quitaron los anillos de comunicación de los dedos y Peris les entregó un globo a cada uno para que los ataran a las cuerdas.
—Muy ingenioso —dijo Tally, cuyo comentario fue recibido con una sonrisa de satisfacción por parte de Peris.
Cuando los globos se soltaran con los anillos sujetos a ellos, el sistema de comunicación de la ciudad interpretaría que los rebeldes estaban dando una vuelta todos juntos en aerotabla, dejándose llevar por el viento como era propio de los cabezas de burbuja.
Shay dio un paso hacia Zane, pero este levantó la mano.
—No, quiero que sea Tally quien me libere.
Shay dejó escapar una risa seca y lanzó a Tally el utensilio.
—Tu chico te quiere a ti.
Tally respiró hondo mientras se acercaba a Zane, prometiéndose a sí misma que no le dejaría aleatorizar su mente. Sin embargo, cuando alargó el brazo para coger la cadena metálica, sus dedos rozaron el cuello desnudo de él, y un escalofrío le recorrió todo el cuerpo. Tally mantuvo la vista fija en el collar, pero verse a solo unos centímetros de su cuerpo le trajo a la memoria recuerdos mareantes del pasado.
Pero, de repente, vio las manos temblorosas de Zane, y le invadió de nuevo una sensación de repulsión. La lucha que se libraba en su mente no llegaría a su fin hasta que él no se convirtiera en un especial, y su cuerpo fuera tan perfecto como el de ella.
—Mantente firme —le dijo Tally—. Esto está caliente.
A Tally se le nubló la vista cuando el utensilio cobró vida con un chisporroteo, que formó un arco iris azul y blanco en la oscuridad. El calor le golpeó en la cara como la bocanada de un horno recién abierto, y un olor a plástico quemado llenó el aire.
Las manos le temblaban.
—No te preocupes, Tally. Confío en ti.
Tally tragó saliva, reacia aún a mirarle a los ojos, pues no quería ver aquel color acuoso en ellos o los pensamientos tan transparentes de Zane en su rostro. Solo quería que se pusiera en marcha y llegara hasta el exterior, donde los habitantes del Humo lo podrían encontrar y capturar para rehacerlo.
Cuando el luminoso arco de calor tocó el metal, Tally oyó un sonido de alerta que le recorrió todo el cuerpo. Se trataba de una medida de seguridad que respondía a una disposición municipal: el collar estaba programado para enviar una señal en caso de resultar dañado. Cualquier guardián que se encontrara en las proximidades habría oído también aquel sonido.
—Será mejor que soltéis los globos —dijo Shay—. No tardarán en venir a ver lo que ocurre.
Una vez que el arco de calor hubo atravesado los últimos milímetros de la cadena, Tally cogió esta con ambas manos y la retiró del cuello de Zane, con cuidado de que los extremos incandescentes no le rozaran la piel.
Los brazos de Tally rodeaban a medias el cuerpo de Zane cuando este la agarró de las muñecas.
—Intenta pensar de otro modo, Tally.
Ella se soltó sin problemas, pues las manos de Zane la tenían cogida con menos fuerza que los hilos de una telaraña.
—Mi forma de pensar no tiene nada de malo.
Zane le pasó la punta de los dedos por el brazo, recorriendo las cicatrices de los cortes de arriba abajo.
—Entonces, ¿por qué haces esto?
Tally le miró las manos, temerosa aún de cruzarse con sus ojos llorosos.
—Nos hace sentirnos glaciales. Es como estar chispeante, pero mucho mejor.
—¿Qué es lo que te ocurre para que no sientas, para que tengas que hacer esto?
Tally frunció el entrecejo, incapaz de responder a aquella pregunta. Zane no entendía lo de cortarse porque nunca lo había probado. Y, para colmo, su antena de piel transmitía todas y cada una de sus palabras a Shay…
—Si quieres, puedes reprogramarte otra vez, Tally —dijo Zane—. El hecho de que te hayan convertido en una especial significa que puedes cambiar.
Tally se quedó mirando el cortador aún candente, recordando cuanto habían pasado para conseguirlo.
—Ya he hecho más de lo que te imaginas.
—Bien. Entonces puedes elegir de qué lado estás.
Tally lo miró por fin a los ojos.
—No se trata de que esté de un lado o de otro, Zane. Esto no lo hago más que por nosotros.
—Lo mismo digo —dijo Zane, sonriendo—. No lo olvides, Tally.
—¿A qué te…? —Tally bajó la vista, haciendo un gesto de negación con la cabeza—. Tienes que ponerte en marcha, Zane. No parecerás muy chispeante si los guardias te cogen antes de que hayas dado un paso.
—Y hablando de que te cojan —susurró Shay, que aprovechó el momento para entregar a Zane un rastreador—. Cuando encuentres el Humo, haz girar esto y nosotras iremos enseguida. También sirve si lo tiras al fuego, ¿verdad, Tally-wa?
Zane miró un momento el rastreador y luego se lo metió en el bolsillo. Los tres sabían que no lo utilizaría.
Tally se atrevió a mirar otra vez a Zane a los ojos. Puede que no fuera un especial, pero la intensidad de su expresión tampoco era propia de un cabeza de burbuja.
—Intenta cambiar, Tally —le dijo en voz baja.
—¡Vete ya! —le espetó ella antes de darle la espalda y alejarse unos pasos de él para arrebatarle a Peris los últimos globos que tenía en la mano y atar el collar aún candente con las cuerdas de todos ellos. Cuando los soltó, los globos se vieron frenados en su ascenso por el peso del collar, hasta que una ráfaga de viento les dio la fuerza necesaria para elevarse en el aire.
Cuando se volvió hacia Zane, vio que este ya estaba despegando sobre la tabla, con los brazos estirados en una posición inestable, como un niño pequeño caminando sobre una barra de equilibrio. Volaba flanqueado por dos rebeldes, preparados para ayudarlo en cualquier momento.
Shay dejó escapar un suspiro.
—Esto va a ser pan comido.
Tally se abstuvo de contestar, y siguió a Zane con la mirada hasta que desapareció en la oscuridad.
—Será mejor que nos movamos —sugirió Shay.
Tally asintió. Cuando llegaran los guardianes, podría parecerles aleatorio encontrar a un par de especiales merodeando en el último lugar donde se sabía que había estado Zane.
Las escamas de su traje de infiltración vibraron con una pequeña danza al activarse y, después de ponerse los guantes, Tally se tapó la cara con la capucha.
En cuestión de segundos, Tally y Shay se fundieron con la oscuridad del firmamento.
—Venga, jefa —dijo Tally—. Vamos a dar con el Humo.