Tally se adentró en la oscuridad dando vueltas en el aire. El silencio de la noche la envolvió, y por un momento simplemente se dejó caer. Tal vez se hubiera rozado con alguna gota plateada de aquel líquido mortífero al pasar por el agujero, o estuviera a punto de caerle una desde lo alto, o encontrara la muerte al final de la caída, pero al menos allí fuera tenía una sensación de bienestar y tranquilidad.
De repente, sintió un tirón en la muñeca, y la silueta familiar de su aerotabla pasó surcando la oscuridad como una flecha. Tally se dio la vuelta en el aire y aterrizó sobre ella de pie, en una posición perfecta.
Shay se dirigía ya a toda velocidad hacia el límite más cercano de la ciudad. Tally orientó la tabla en aquella dirección y puso en marcha las hélices elevadoras, las cuales comenzaron a emitir un repiqueteo que se convirtió rápidamente en un bramido.
El firmamento que tenían a su alrededor se veía repleto de brillantes siluetas, todas ellas alejadas de Tally. No había una sola aeronave que no intentara poner distancia entre sí misma y las demás, pues ninguna de ellas sabía cuál estaba salpicada de líquido y cuál no lo estaba. Las que se veían claramente contaminadas se retiraban a la zona de exclusión aérea, apagando las hélices antes de que infectaran al resto.
Tally y Shay contaban con unos minutos de ventaja antes de que la flota de naves consiguiera organizarse.
Imaginando pinchazos de calor en brazos y manos, Tally se miró con detenimiento en busca de algún punto plateado que pudiera estar esparciéndose por su cuerpo. Se preguntó si los aviones pulverizadores habrían logrado controlar a los corrosivos nanos, o si por el contrario el edificio entero estaría a punto de venirse abajo.
Si aquella porquería era lo que guardaban en el museo del arsenal, ¿cómo serían las armas «serias» almacenadas bajo tierra? Naturalmente, destruir un edificio no era gran cosa para la forma de pensar de los oxidados, que habían arrasado ciudades enteras con una sola bomba, y causado graves enfermedades a generaciones de personas por culpa de la radiactividad y el uso de sustancias tóxicas. En comparación con ello, aquel líquido plateado era realmente una pieza de museo.
A su espalda vio llegar varios aerovehículos contra incendios procedentes de la ciudad, que comenzaron a pulverizar todo el recinto del arsenal con nubes enormes de espuma negra.
Tally dejó atrás aquel caos y salió disparada tras Shay bajo el oscuro firmamento, aliviada de ver que su amiga no tenía ninguna gota plateada en el traje de infiltración, negro como la noche.
—Estás limpia —dijo en voz alta.
Shay dio una vuelta rápidamente alrededor de Tally.
—Tú tambien. ¡Ya te he dicho que los especiales hemos nacido con suerte!
Tally tragó saliva al mirar hacia atrás. Unas cuantas aeronaves habían logrado salir intactas del infierno que tenía lugar en el arsenal y se habían lanzado en su persecución. Puede que Shay y ella fueran invisibles con los trajes que llevaban, pero sus aerotablas relucían desde lejos cual destellos de calor.
—Yo no cantaría victoria antes de tiempo —dijo Tally a voz en cuello.
—No te preocupes, Tally-wa. Si quieren jugar, tengo más granadas.
Cuando ambas llegaron al borde de Ancianópolis, Shay descendió al nivel de los tejados para aprovecharse al máximo del impulso magnético de la reja.
Tally tomó aire poco a poco y siguió su ejemplo. El hecho de que le consolara pensar que Shay tenía granadas de mano era indicativo del cariz que habían tomado los acontecimientos aquella noche.
Oyó el rugido cada vez más fuerte de las aeronaves que las perseguían. Por lo visto, el líquido plateado no había acabado con todas.
—Se están acercando.
—Son más rápidas que nosotras, pero no nos molestarán mientras sobrevolemos la ciudad. Por nada del mundo querrían matar a una persona inocente.
«Lo que no nos incluye a nosotras», pensó Tally.
—¿Y cómo vamos a librarnos de ellas?
—Si encontramos un río a las afueras de la ciudad, podemos saltar.
—¿Saltar?
—Solo ven las tablas, Tally, no a nosotras. Si saltamos al vacío con nuestros trajes de infiltración, seremos completamente invisibles para ellas —explicó Shay, jugueteando con una de las granadas—. Tú búscame un río.
Tally puso ante sus ojos una lámina superpuesta con un mapa de la zona.
—La potencia de fuego hará trizas las tablas —dijo Shay—. Con lo que quede de ellas no les bastará para… —La voz de Shay se fue apagando.
De repente, las aeronaves habían desaparecido en un abrir y cerrar de ojos, dejando el firmamento vacío.
Tally hojeó varias láminas superpuestas con la visión de infrarrojos, pero no vio nada.
—¿Shay?
—Seguro que han apagado las hélices elevadoras, y que ahora vuelan sobre la reja magnética para ser lo más sigilosas posible.
—Pero ¿qué sentido tiene? Si sabemos perfectamente que nos siguen.
—Puede que no quieran asustar a los ancianos —respondió Shay—. Nos rodean y nos marcan el ritmo a la espera de que salgamos de la ciudad. Y entonces comenzarán a disparar.
Tally tragó saliva. En aquel silencio momentáneo sintió que le bajaba la adrenalina y finalmente se dio cuenta de la magnitud de lo que habían hecho. Por su culpa, los militares se hallaban en pleno alboroto, pensando probablemente que la ciudad estaba siendo atacada. Por un momento el encanto glacial de ser especial se desvaneció.
—Shay, si esto sale mal, gracias por intentar ayudar a Zane.
—Chis, Tally-wa —dijo Shay entre dientes—. Tú búscame ese río.
Tally contó los segundos. El límite de la ciudad se hallaba a menos de un minuto de distancia.
Recordaba la emoción que había sentido la noche de la persecución de los habitantes del Humo por la frontera con el exterior. Pero ahora era ella la que se veía perseguida, superada en número y en potencia de fuego…
—Allá vamos —advirtió Shay.
En cuanto sobrepasaron a toda velocidad el oscuro borde de la ciudad, se vieron rodeadas por un montón de siluetas relucientes que aparecieron de repente de la nada. Tally oyó primero el estruendo de unas hélices elevadoras que cobraban vida y, acto seguido, una ráfaga de lanzas de calor luminosas comenzó a surcar el firmamento.
—¡No se lo pongas fácil! —gritó Shay.
Tally comenzó a contonearse para esquivar la trayectoria de los proyectiles resplandecientes que llenaban el aire. Ante ella pasó la llamarada de un cañón, cuyo calor notó en la mejilla como un soplo de viento del desierto y cuyo poder de destrucción destrozó los árboles que tenía a sus pies como si fueran cerillas. Tally dio un viraje y remontó el vuelo, sorteando por los pelos otra cortina de fuego procedente del flanco opuesto.
Shay lanzó una granada al aire por encima de su cabeza. Unos segundos después el proyectil estalló a la espalda de ambas, y la onda expansiva golpeó a Tally como si le hubieran dado un puñetazo, sacudiendo la tabla. De repente, oyó el chirrido quejumbroso de unas hélices elevadoras… ¡Shay había tocado una de las aeronaves sin apuntar siquiera!
Hecho que servía únicamente para poner de manifiesto la cantidad de vehículos que las perseguían…
Las estelas curvadas de dos llamaradas de fuego se cruzaron en el camino de Tally, quemando el aire a su paso, y la joven se retorció con esfuerzo para esquivarlas, manteniendo a duras penas el equilibrio sobre la tabla.
Frente a ellas divisaron a lo lejos el resplandor de una tira larga reflejada por la luz de la luna.
—¡El río!
—Ya lo veo —dijo Shay—. Programa la tabla para que vuele en línea recta y nivelada una vez que hayas saltado.
Tras sortear por poco otra ráfaga de proyectiles, Tally pulsó los controles de la pulsera protectora para programar que la tabla siguiera volando sin ella encima.
—¡Procura no salpicar! —le indicó Shay—. Tres… dos…
Tally saltó.
El oscuro río brilló a sus pies mientras caía, convirtiéndose en un sinuoso espejo negro que reflejaba el caos que tenía lugar en el aire. Tally respiró hondo varias veces para hacer acopio de oxígeno y juntó las manos para entrar en el agua con limpieza.
Tras golpear con fuerza contra la superficie del río, el estrépito de los cañonazos y las hélices elevadoras quedó ahogado por el rugido de las aguas. Tally se sumió en la oscuridad, envuelta en un manto de frío y silencio.
Agitó los brazos en círculos para evitar salir a la superficie demasiado rápido, a fin de permanecer allí abajo todo el tiempo que aguantaran sus pulmones. Cuando por fin sacó la cabeza, escudriñó el firmamento, pero solo vio unas luces parpadeando en el oscuro horizonte, a kilómetros de distancia. La corriente del río fluía rápida y tranquila.
Habían escapado.
—¿Tally? —gritó una voz rebotada desde la otra punta del río.
—Aquí —respondió en voz baja, chapoteando para ponerse de cara al lugar de donde procedía la voz.
Shay llegó hasta ella con unas cuantas brazadas enérgicas.
—¿Estás bien, Tally-wa?
—Sí. —Tally realizó un rápido diagnóstico interno de los huesos y músculos de su cuerpo—. No tengo nada roto.
—Yo tampoco —dijo Shay, sonriendo con cara de cansancio—. Vamos a la orilla. Tenemos una larga caminata por delante.
Mientras nadaban poco a poco en dirección a la orilla, Tally contempló el firmamento con inquietud; lo último que quería aquella noche era tener que repeler de nuevo el ataque de las fuerzas armadas de la ciudad.
—Ha sido superglacial —comentó Shay mientras se arrastraban por la ribera enfangada. Y, sacando la herramienta que había encontrado en el museo, añadió—: Mañana por la noche, a estas horas, Zane estará ya de camino al exterior. Y nosotras lo seguiremos de cerca.
Tally miró el cortador de aleaciones, haciéndose cruces de que hubieran estado a punto de perder la vida por algo más pequeño que un dedo.
—Pero después de la que hemos armado en el arsenal, ¿tú crees que alguien se tragará que han sido un puñado de rebeldes?
—Puede que no —contestó Shay. Se encogió de hombros y soltó una risita—. Pero, cuando logren detener ese líquido plateado, ya no quedarán muchas pruebas. Y tanto si piensan que han sido rebeldes, los del Humo o un comando de especiales de otra ciudad, sabrán que Zane-la tiene amigos pendencieros.
Tally frunció el ceño, pues la intención inicial era hacer que Zane pareciera chispeante, no que se viera envuelto en un ataque a gran escala.
Naturalmente, ante una situación de amenaza como aquella, seguro que la doctora Cable pensaría en reclutar a más especiales lo antes posible para proteger la ciudad. Y Zane sería un candidato lógico.
Tally sonrió.
—Ya lo creo que tiene unos amigos pendencieros, Shay-la. Nos tiene a ti y a mí.
Shay se echó a reír al tiempo que se adentraban en el bosque y sus trajes de infiltración se mimetizaban rápidamente con los rayos veteados de la luz de la luna.
—Y que lo digas, Tally-wa. Ese chico no sabe la suerte que tiene.