Las seis aerotablas se deslizaban entre los árboles con la elegancia y la rapidez de unas cartas lanzadas por un crupier sobre una mesa de juego. Los que las montaban esquivaban risueños las ramas cargadas de hielo, con las rodillas dobladas y los brazos estirados. A su paso dejaban una lluvia cristalina de carámbanos diminutos que caían de las hojas de los pinos, lluvia que se veía resplandeciente a la luz de la luna.
Tally lo percibía todo con una claridad glacial; notaba el viento helado en sus manos desnudas y la fuerza de gravedad variable que mantenía sus pies pegados a la tabla. Cada vez que aspiraba el aire del bosque, los zarcillos de los pinos le impregnaban la lengua y la garganta con su aroma, espeso como el almíbar.
El aire frío parecía acartonar los sonidos; el faldón de la cazadora de la residencia que llevaba puesta restallaba como una bandera azotada por el viento, y sus zapatos de suela adherente crujían al rozar la superficie de la tabla cada vez que viraba. Fausto estaba poniéndole música de baile a todo volumen a través de la antena de piel, pero en el mundo exterior reinaba el silencio. Por encima del ritmo frenético de la música, Tally oía cada uno de los movimientos, por leve que fuera, que efectuaban sus nuevos músculos revestidos de monofilamentos.
Entrecerró los ojos para protegerlos del frío, pero las lágrimas agudizaban aún más su visión. Los carámbanos de hielo la azotaban cual haces centelleantes, y la luz de la luna lo cubría todo con un baño de plata, dándole el aspecto de una vieja película gris que cobraba vida en momentos fugaces.
Eso era lo que tenía ser un cortador, que todo era glacial, como si el mundo le lacerara a uno la piel.
Shay descendió en picado para ponerse al lado de Tally y, rozando sus dedos un instante, le sonrió. Tally intentó devolverle el gesto, pero algo se le revolvió en el estómago al mirar su rostro. Aquella noche los cinco cortadores iban de incógnito, con los iris negros ocultos bajo lentillas de un tono apagado y la mandíbula afilada de una perfección cruel suavizada por máscaras de plástico inteligente. Se habían convertido en imperfectos con la intención de colarse en una fiesta en el parque Cleopatra.
Para el cerebro de Tally, aún era demasiado pronto para jugar a disfrazarse. Solo llevaba dos meses siendo especial, pero cuando miraba a Shay esperaba ver la nueva perfección cruel y maravillosa de su mejor amiga, no el disfraz de imperfecta que llevaba aquella noche.
Tally inclinó la tabla hacia un lado para esquivar una rama cargada de hielo, separándose de Shay. Se concentró en el mundo resplandeciente que tenía a su alrededor, y en ondular el cuerpo para que la tabla se deslizara entre los árboles. La ráfaga de aire frío le sirvió para volver a centrar la atención en el exterior, no en la sensación de añoranza que tenía en su interior, derivada del hecho de que Zane no estuviera allí con los demás.
—Ahí delante tenemos una fiesta llena de imperfectos. —Las palabras de Shay se abrieron camino a través de la música, fueron captadas por un chip que llevaba en la mandíbula y se extendieron por la red de antenas de piel hasta percibirse como un susurro en el oído—. ¿Seguro que estás preparada para esto, Tally-wa?
Tally inhaló una amplia bocanada de aquel aire frío que tan bien le iba para aclarar la mente. Aún tenía los nervios a flor de piel, pero volverse atrás en aquel momento sería totalmente aleatorio.
—No te preocupes, jefa. Esto va a ser glacial.
—Por fuerza. Al fin y al cabo, se trata de una fiesta —dijo Shay—. Venga, metámonos en la piel de unos imperfectillos felices.
Algunos de los cortadores soltaron una risita, mirándose sus rostros de pega los unos a los otros. Tally tomó conciencia de nuevo de la máscara que llevaba puesta, de un grosor milimétrico, con bultos y protuberancias de plástico que semejaban granos y defectos propios de una cara imperfecta, bajo los cuales se ocultaba una fantástica red de tatuajes flash que no paraban de girar. Una serie de fundas dentales de aspecto irregular tapaban su afilada dentadura, e incluso sus manos tatuadas se veían cubiertas por una capa de piel artificial.
Antes de salir, Tally se había mirado en el espejo. Su aspecto era propiamente el de una imperfecta: desgarbada, mofletuda, con la nariz torcida y una expresión de impaciencia, impaciencia por cumplir años, por someterse a la operación que la dotaría de una mente chispeante y por mudarse al otro lado del río. En otras palabras: tenía el aspecto de una quinceañera aleatoria cualquiera.
Aquel era el primer ardid de Tally desde su transformación en una especial. Imaginaba que a partir de entonces estaría preparada para lo que fuera, con todas aquellas operaciones que le habían llenado el cuerpo de nuevos músculos helados y reflejos que reaccionaban con la velocidad propia de una serpiente. Y luego se había pasado dos meses de instrucción en el campamento de cortadores, viviendo en plena naturaleza sin apenas dormir y sin provisiones.
Pero había bastado un vistazo en el espejo para que su confianza flaqueara.
Tampoco le ayudaba el hecho de que hubieran entrado en la ciudad por los barrios residenciales de Ancianópolis, sobrevolando hileras interminables de casas ensombrecidas, todas ellas iguales. El tedio aleatorio del lugar en el que se había criado le transmitió una sensación viscosa que se extendió por el interior de sus brazos, sensación que se vio potenciada por el tacto del uniforme reciclable de la residencia en su nueva piel, de una sensibilidad extrema. Los árboles podados del cinturón verde parecían apiñarse a su alrededor, como si la ciudad tratara de aplastarla para que recuperara la mediocridad que había dejado atrás. Le gustaba ser especial, estar en plena naturaleza y sentirse glacial y mejor, y no veía la hora de regresar al exterior, lejos de la ciudad, y quitarse aquella máscara de imperfecta que le tapaba la cara.
Tally apretó los puños y escuchó la red de antenas de piel. La música de Fausto y los sonidos de los demás la envolvieron, con la suave respiración de cada uno de ellos y el soplo del viento en sus rostros. La parecía que casi podía oír el latido de sus corazones, como si la creciente excitación de los cortadores resonara en sus propios huesos.
—Separaos —ordenó Shay al ver las luces de la fiesta cada vez más cerca—. Que no se note que vamos en grupo.
La formación de los cortadores se disgregó. Tally se quedó con Fausto y Shay, mientras que Tachs y Ho se desviaron hacia la parte alta del parque Cleopatra. Fausto reguló el volumen de la caja de resonancia y la música se perdió entre el silbido del viento y el rumor lejano de la fiesta.
Tally respiró nerviosa y por un momento percibió el olor de la multitud imperfecta, una mezcla de sudor y alcohol derramado. El equipo de sonido de la fiesta no utilizaba antenas de piel; la música retumbaba de un modo rudimentario a través del aire, dispersando ondas sonoras en un millar de reflejos entre los árboles. Los imperfectos siempre eran ruidosos.
Por la formación que había recibido, Tally sabía que podía cerrar los ojos y valerse del eco más imperceptible para moverse por el bosque a ciegas, como un murciélago que sigue sus propios sonidos. Pero aquella noche necesitaba su visión de especial. Shay tenía espías en Feópolis, y estos habían oído decir que en la fiesta se habían colado unos intrusos venidos del Nuevo Humo con la intención de repartir nanos y armar lío.
Por eso estaban allí los cortadores, porque aquella era una Circunstancia Especial.
Los tres aterrizaron justo fuera de las luces estroboscópicas de los aeroglobos y de un salto se plantaron encima del suelo del bosque sembrado de pinaza, que crujió bajo la escarcha. Tras volver a enviar las tablas para que esperaran entre las copas de los árboles, Shay clavó en Tally una mirada divertida.
—Hueles a nervios.
Tally se encogió de hombros, incómoda con aquel uniforme de imperfecta que llevaba puesto. Shay tenía la capacidad de detectar cómo se sentían los demás por el olfato.
—Es posible, jefa.
Al verse a la entrada de la fiesta, un recuerdo viscoso le trajo a la memoria lo que sentía siempre que acudía a una celebración como aquella. Incluso en sus días de hermosa cabeza de burbuja, Tally detestaba las punzadas de nervios que le daban cuando la gente se agolpaba a su alrededor y sentía el calor de tantos cuerpos y el peso de sus miradas clavadas en ella. Y ahora la máscara que notaba pegada a la cara se le antojaba extraña, como una barrera que la separaba del mundo. Nada especial. Sus mejillas se sonrojaron un instante bajo el plástico, en lo que pareció un acceso de vergüenza.
Shay alargó el brazo para apretarle la mano.
—No te preocupes, Tally-wa.
—No son más que imperfectos. —La voz susurrante de Fausto cortó el aire en dos—. Y nosotros estamos aquí, contigo. —Fausto posó su mano sobre el hombro de Tally para empujarla hacia delante con suavidad.
Tally asintió mientras percibía la respiración lenta y calmada de los otros a través de la conexión de antenas de piel. Era tal como Shay le había prometido: los cortadores estaban conectados, formando un clan irrompible. Nunca más volvería a estar sola, ni aun cuando sintiera un vacío en su interior. Ni aun cuando sintiera la pérdida de Zane con aquella sensación de pánico que hacía que le diera vueltas la cabeza.
Se abrió paso entre las ramas a la zaga de Shay, encaminándose hacia las luces intermitentes.
Los recuerdos de Tally en aquel momento eran perfectos, no como cuando era una cabeza de burbuja y se veía sumida en un estado perpetuo de confusión y aturdimiento. Recordaba lo importante que era la Fiesta de Primavera para los imperfectos. La llegada de la primavera significaba días más largos para hacer trastadas y montar en aerotabla, así como para celebrar más fiestas al aire libre.
Pero mientras ella y Fausto seguían a Shay abriéndose paso a través de la concurrencia, Tally no sentía nada de la energía que recordaba del año anterior. La fiesta parecía de lo más sosa, apática y aleatoria. Los imperfectos pululaban por allí sin hacer nada, tan tímidos y cohibidos que aquel que se atrevía a bailar parecía hacer demasiado esfuerzo. Se les veía a todos aburridos y artificiales, como extras de una fiesta en una pared de vídeo, esperando a que llegaran los actores de verdad.
Con todo, era cierto lo que le gustaba decir a Shay: los imperfectos no eran tan ineptos como los cabezas de burbuja. La multitud le abrió paso con facilidad, apartándose de su camino a medida que avanzaba. Por muchos granos y defectos que tuvieran en la cara, los imperfectos poseían una mirada penetrante, llena de nerviosas punzadas de conciencia. Eran lo bastante perspicaces para intuir que los tres cortadores eran diferentes. Nadie se quedó mirando a Tally más de la cuenta ni se percató de quién se ocultaba tras la máscara de plástico inteligente que llevaba puesta, pero los imperfectos se hacían a un lado al menor roce con su cuerpo, sintiendo un escalofrío en los hombros a su paso, como si percibieran la presencia de algo peligroso en el aire.
Era fácil ver los pensamientos que pasaban por sus mentes. Tally notaba los celos y el odio, la rivalidad y la atracción, todo ello escrito en sus expresiones y en la forma en que se movían. Ahora que era especial, todo se le presentaba con suma claridad, como si divisara un sendero en mitad del bosque desde lo alto.
Se sorprendió sonriendo, ya por fin más relajada y preparada para la caza. Detectar a los intrusos sería pan comido.
Tally buscó con la mirada entre la gente a alguien que pareciera estar fuera de lugar, alguien que se viera demasiado seguro de sí mismo, musculado y bronceado por vivir en plena naturaleza. Sabía perfectamente el aspecto que tenían los habitantes del Humo.
El otoño anterior, cuando aún era imperfecta, Shay había huido de la ciudad para escapar de la operación que la convertiría en una cabeza de burbuja. Tally había ido tras ella para llevarla de vuelta a la civilización, y ambas habían acabado viviendo varias semanas en el Viejo Humo. Tener que andar escarbando como un animal había sido una auténtica tortura, pero aquellos recuerdos le venían ahora muy bien. Los habitantes del Humo se caracterizaban por su arrogancia; se consideraban mejores que la gente de la ciudad.
Tally tardó tan solo unos segundos en distinguir a Ho y Tachs entre la muchedumbre. Destacaban como un par de gatos moviéndose con sigilo entre una bandada de patos.
—¿No te parece que se nos ve demasiado, jefa? —musitó Tally, dejando que la red transmitiera sus palabras a través de la antena de piel.
—¿Por qué lo dices?
—Porque parecen todos tan ineptos… Y nosotros tan… especiales…
—Es que somos especiales. —Shay volvió la mirada hacia Tally, exhibiendo una amplia sonrisa en su rostro.
—Pero yo pensaba que teníamos que ir disfrazados.
—¡Eso no significa que no podamos divertirnos! —Shay se alejó de repente de la multitud como una flecha.
Fausto alargó la mano para tocar el hombro de Tally.
—Observa y aprende.
Fausto llevaba más tiempo que ella siendo especial. Los cortadores eran una sección totalmente nueva dentro de Circunstancias Especiales, pero la operación de Tally se había prolongado más que en ningún otro caso. En el pasado había hecho un montón de cosas mezquinas, y a los médicos les había costado lo suyo borrar de su mente toda la culpa y la vergüenza que había ido acumulando. Las emociones residuales aleatorias podían sumir el cerebro en un estado de confusión, lo cual no era muy propio de un especial. El poder derivaba de tener una claridad glacial, de saber exactamente lo que uno era, de obrar como correspondía a un cortador.
Así, Tally se quedó atrás con Fausto para observar y aprender.
Shay cogió a un chico al azar, separándolo de un tirón de la chica con la que estaba hablando. La bebida que llevaba el joven en la mano salpicó el suelo cuando hizo amago de soltarse en señal de protesta, pero en aquel momento se cruzó con la mirada de Shay.
Tally reparó en que Shay no se veía tan imperfecta como el resto de ellos, pues pese al disfraz que llevaba puesto aún eran visibles los toques violeta de sus ojos, que brillaron como los de un depredador con las luces estroboscópicas cuando tiró del muchacho para acercarlo a ella. Al notar el roce de su cuerpo, los músculos de Shay se convulsionaron de arriba abajo como una soga al recibir una fuerte sacudida.
Después de aquello su presa no pudo apartar la mirada de ella, ni siquiera al pasar su cerveza a la chica, que contemplaba la escena boquiabierta. El joven imperfecto apoyó las manos en los hombros de Shay, y su cuerpo comenzó a seguir los movimientos de ella.
En ese momento, todo el mundo estaba mirándolos.
—No recuerdo esta parte del plan —dijo Tally en voz baja.
Fausto se echó a reír.
—Los especiales no necesitamos tener un plan. Y menos si hay que ceñirse a él a pies juntillas. —Fausto se pegó a la espalda de Tally y le rodeó la cintura con los brazos. Ella notó su aliento en la nuca, y un cosquilleo comenzó a recorrerle el cuerpo.
Tally se soltó de él. Los cortadores eran muy dados a tocarse entre ellos, pero ella no estaba acostumbrada a aquella faceta de los especiales. Y el hecho de que Zane todavía no se hubiera unido a ellos le hacía sentirse más extraña.
A través de la red de antenas de piel oyó a Shay susurrando al oído del chico. Su respiración se había vuelto más profunda, aunque Shay era capaz de correr un kilómetro en dos minutos sin soltar una sola gota de sudor. Un sonido seco a lija traspasó la red cuando Shay pegó su mejilla a la del joven, y Fausto rio entre dientes al ver que Tally se estremecía.
—Estate tranquila, Tally-wa —dijo Fausto, masajeándole los hombros—. Sabe lo que hace.
Eso era evidente: el baile de Shay se propagaba entre la gente que había a su alrededor. Hasta aquel momento, la fiesta había sido como una pompa que flotaba trémula en el aire, y ella había hecho estallar la tensión existente en su superficie, liberando algo glacial que albergaba en su interior. La muchedumbre comenzó a ponerse en parejas, abrazándose entre ellos, y a moverse cada vez más rápido. Quienquiera que estuviera a cargo de la música debió de percatarse de ello, pues el volumen subió y los graves se intensificaron mientras los aeroglobos que planeaban en lo alto pasaban de la oscuridad más absoluta a emitir un resplandor cegador. La concurrencia, por su parte, había comenzado a dar saltos al ritmo de la música.
Tally, maravillada ante la facilidad con la que Shay los había movilizado a todos, sintió que se le aceleraba el corazón. La fiesta estaba tomando otro cariz, estaba volviéndose del revés, y todo se debía a Shay. Aquello no tenía nada que ver con las ridículas trastadas que habían hecho siendo imperfectas, como cruzar al otro lado del río a escondidas y robar arneses de salto; aquello era magia.
Una magia especial.
¿Y qué, si llevaba un rostro de imperfecta? Como solía decir Shay durante el período de instrucción, los cabeza de burbuja lo tenían todo mal: tanto daba el aspecto que tuvieras. Lo que importaba era cómo te comportabas, cómo te veías a ti mismo. La fuerza y los reflejos no eran más que una parte de la condición propia de ser especial; Shay simplemente sabía que era especial, y obraba en consecuencia. Todos los demás eran un mero decorado, un rumor de fondo de charlas anodinas, hasta que Shay los iluminaba con su propia luz.
—Vamos —musitó Fausto, sacando a Tally de la muchedumbre cada vez más agolpada. Juntos se retiraron hasta el rincón más alejado de la fiesta, pasando sigilosamente ante los ojos cerrados de Shay y su chico elegido al azar.
—Tú vas por ahí. Mantente alerta.
Tally asintió al tiempo que oía cómo los otros cortadores cuchicheaban mientras se dispersaban por la fiesta. De repente, todo cobró sentido…
A su llegada, la fiesta estaba demasiado muerta y apagada para que los especiales o sus presas pasaran desapercibidos. Pero ahora la gente se movía a un lado y a otro al ritmo de la música, con los brazos en alto. Por el aire volaban copas de plástico en un torbellino de agitación que lo arremolinaba todo. Si los habitantes del Humo pensaban colarse en la fiesta, aquel era el momento que estarían esperando.
No era fácil circular entre aquella muchedumbre en trance. Tally consiguió abrirse paso a través de un enjambre de jovencitas —prácticamente unas niñas— que bailaban juntas con los ojos cerrados. El brillo de la tez irregular que caracterizaba sus rostros centelleaba con la luz intermitente de los aeroglobos, y no temblaron cuando Tally las apartó a empujones; su aura de especial había quedado eclipsada por la nueva energía de la fiesta, por la magia del baile de Shay.
Los cuerpos de los jóvenes imperfectos que rebotaban contra el suyo le recordaban lo mucho que había cambiado por dentro. Sus nuevos huesos estaban hechos de cerámica aeronáutica, un material ligero como el bambú y duro como el diamante, y sus músculos se veían revestidos de monofilamentos que se regeneraban por sí solos. Notaba aquellos cuerpos blandos y endebles, como juguetes de peluche que cobraban vida entre un gran bullicio, pero sin suponer una amenaza.
Un ruido metálico retumbó dentro de su cabeza al aumentar Fausto el alcance de la red de antenas de piel, y a través de sus oídos comenzaron a filtrarse sonidos diversos: los gritos de una chica que bailaba al lado de Tachs, siguiendo el ritmo estrepitoso procedente de los altavoces, junto a los cuales se hallaba Ho, y por debajo de todos ellos las palabras de distracción que Shay susurraba al oído del chico que había elegido al azar. Era como ser cinco personas a la vez, como si el estado de alerta de Tally estuviera desplegado por toda la fiesta, captando su energía en una mezcla de luz y sonido.
Respiró hondo y se dirigió hacia el límite del claro en busca de un rincón oscuro lejos de las luces de los aeroglobos. Desde allí podría ver mejor y tener un mayor control de la claridad de sus pensamientos.
A medida que avanzaba, Tally comprobó que era más fácil abrirse paso si bailaba, siguiendo el movimiento de la multitud. Se dejó empujar aquí y allá entre la gente que se agolpaba a su alrededor, como cuando dejaba que las altas corrientes de viento guiaran su aerotabla, imaginando que era un ave rapaz.
Tally cerró los ojos para percibir la fiesta con otros sentidos. Tal vez fuera aquello lo que significaba en el fondo ser especial: bailar con toda aquella gente, sintiéndose a la vez la única persona de verdad entre la multitud…
De repente, se le erizó el vello de la nuca y se le ensancharon las fosas nasales. Un olor, distinto del sudor humano y la cerveza derramada, hizo que su mente se remontara a sus días de imperfecta, a su huida de la ciudad, a aquella primera vez que había estado sola en plena naturaleza.
Olía a humo, a aquel hedor persistente a hoguera.
Tally abrió los ojos. Los imperfectos de la ciudad no quemaban árboles, ni siquiera antorchas; lo tenían prohibido. La única iluminación de la fiesta procedía de los aeroglobos estroboscópicos y de la luna situada en mitad del firmamento.
Aquel hedor debía de provenir de algún punto situado en el exterior.
Tally comenzó a moverse en círculos cada vez más amplios, recorriendo la multitud con la mirada en busca de la fuente del olor.
Nadie le llamaba la atención. Ante sus ojos tenía tan solo a una pandilla de imperfectos ineptos, que bailaban agitando los brazos y la cabeza y hacían volar vasos de cerveza por los aires. No había nadie con garbo, seguridad en sí mismo o fuerza…
Y entonces vio a la chica.
Estaba bailando lentamente con un chico, susurrándole al oído mientras mantenía la mirada fija en él. Los dedos del joven recorrían nerviosos la espalda de ella, y no estaban siguiendo el ritmo de la música; parecían dos niños pequeños jugando con torpeza a las parejitas. La chica llevaba la chaqueta anudada a la cintura, como si el frío no le afectara. Y en la parte interior del brazo presentaba una serie de cuadrados de un tono pálido donde antes había llevado pegados parches de protección solar.
Aquella joven había estado un tiempo fuera de la ciudad.
Al acercarse, Tally percibió de nuevo el olor a humo de leña. Sus nuevos ojos perfectos repararon en la textura basta de la camiseta de la chica, tejida con fibras naturales y llena de costuras, que desprendía otro extraño olor a… detergente. Aquella prenda no estaba diseñada para ser usada y lanzada después al reciclador, sino que había que lavarla con jabón y golpearla contra las rocas en un arroyo de agua fría. Tally se fijó en la forma del pelo de la joven, cortado a mano con unas tijeras metálicas.
—Jefa —susurró.
—¿Tan pronto, Tally-wa? —le respondió Shay con voz somnolienta—. Me lo estoy pasando bien.
—Creo que tengo a una intrusa.
—¿Estás segura?
—Afirmativo. Huele a detergente.
—Ya la veo. —La voz de Fausto se coló a través de la música—. ¿Es la de la camiseta marrón que está bailando con un chico?
—Sí. Y está morena.
Se oyó a Shay dejar escapar un suspiro airado y mascullar unas palabras de disculpa al tiempo que se soltaba de su imperfecto.
—¿Alguno más?
Tally volvió a recorrer la muchedumbre con la mirada mientras se movía a empujones alrededor de la joven en un círculo amplio, tratando de percibir otra ráfaga de olor a humo.
—Que yo sepa, no.
—No veo a nadie más que me parezca sospechoso. —Fausto inclinó la cabeza hacia la chica mientras se abría paso en su dirección. Desde la otra punta, Tachs y Ho se acercaban también a ella.
—¿Qué hace? —preguntó Shay.
—Está bailando. —Tally hizo una pausa al ver que la joven metía la mano en el bolsillo del chico—. Y le acaba de dar algo.
A Shay se le cortó la respiración con un leve silbido. Hasta hacía unas cuantas semanas, los habitantes del Humo se habían limitado a llevar propaganda a Feópolis, pero ahora estaban pasando algo mucho más pernicioso: pastillas cargadas con nanos.
Los nanos se comían las lesiones que hacían que los perfectos tuvieran una cabeza de burbuja, desatando sus sentimientos violentos y sus instintos salvajes. Y, a diferencia de una droga cuyo efecto desaparecía con el tiempo, producían un cambio permanente. Los nanos eran voraces máquinas microscópicas que crecían y se reproducían por momentos día a día. Y en el peor de los casos podían acabar comiéndose el resto del cerebro. Bastaba una sola pastilla para que uno perdiera el juicio.
Tally lo había visto con sus propios ojos.
—Id a por ella —ordenó Shay.
La adrenalina inundó el torrente sanguíneo de Tally, y la claridad de su mente borró la música y el movimiento de la gente que percibían sus sentidos. La primera que había visto a la chica era ella, por tanto era suyo el deber, y el privilegio, de apresarla.
Tally hizo girar el anillo que llevaba en el dedo corazón, notando el pequeño aguijón que sobresalía de él. Un solo pinchazo y la joven comenzaría a tambalearse hasta perder el conocimiento como si hubiera bebido demasiado. Despertaría en la sede central de Circunstancias Especiales, con todo dispuesto para que pasara por la mesa de operaciones.
A Tally se le puso la piel de gallina ante la idea de que la chica pasaría a ser en breve una cabeza de burbuja: perfecta, hermosa y feliz. Además de una inepta integral.
Pero al menos acabaría mejor que el pobre Zane.
Tally protegió la aguja con los dedos para no clavársela sin querer a algún imperfecto que tuviera cerca. Tras dar unos cuantos pasos más, alargó la mano que tenía libre para apartar al chico que estaba con la joven.
—¿Me permites? —preguntó.
El muchacho puso los ojos como platos y sonrió de oreja a oreja.
—¿Cómo dices? ¿Vais a bailar las dos juntas?
—No pasa nada —dijo la chica—. A lo mejor ella también quiere unos cuantos. —La joven se desató la chaqueta que llevaba anudada a la cintura para ponérsela sobre los hombros. Luego introdujo las manos por las mangas hasta meterlas en los bolsillos, y Tally oyó el crujido de una bolsa de plástico.
—A noquearse —las animó el chico, y retrocedió un paso, lanzándoles una mirada lasciva.
Ante aquella expresión, las mejillas de Tally volvieron a encenderse. El joven le sonreía divertido, con complicidad, como si Tally fuera una más y se pudiera pensar cualquier cosa de ella; como si no fuera especial. El plástico inteligente que le daba aspecto de imperfecta comenzó a quemarle en la cara.
Aquel imbécil creía que ella estaba allí para servirle de diversión. Había que sacarlo de su error.
Tally optó por un nuevo plan.
Golpeó con el dedo un botón de la pulsera protectora que llevaba en la muñeca, cuya señal comenzó a propagarse por el plástico inteligente que le cubría el rostro y las manos a la velocidad del sonido. Las moléculas que lo formaban se desintegraron rápidamente, hasta que la máscara de imperfecta explotó en una nube de polvo para dejar ver la cruel belleza que se ocultaba tras ella. Tally pestañeó con fuerza para que las lentillas le salieran solas y que sus iris de lobo, negros como el carbón, quedaran expuestos al frío invernal. Al notar que las fundas dentales se soltaban, las escupió a los pies del muchacho, devolviéndole la sonrisa con los colmillos al descubierto.
La transformación entera se produjo en menos de un segundo, y el joven apenas tuvo tiempo de borrar la expresión de su rostro.
Tally sonrió.
—Piérdete, imperfecto. Y tú —dijo, volviéndose hacia la intrusa—, saca las manos de los bolsillos.
La chica tragó saliva al tiempo que extendía los brazos a ambos lados del cuerpo.
Tally notó que sus crueles facciones atraían de repente la mirada de todos los presentes, que observaban deslumbrados los tatuajes que cubrían su tez a modo de un encaje negro centelleante.
—No quiero hacerte daño, pero no dudaré en utilizar la fuerza si me veo obligada a ello —sentenció para dar por finalizado su discurso de detención.
—No tendrás que hacerlo —repuso la joven con calma antes de realizar un movimiento con las manos para acabar con los pulgares vueltos hacia arriba.
—Ni se te ocurra… —comenzó a decir Tally, pero entonces vio, demasiado tarde, los bultos cosidos a la ropa de la chica; eran correas como las de un arnés de salto, que de repente se ciñeron por sí solas a los hombros y los muslos de la joven.
—El Humo vive —dijo la muchacha entre dientes.
Tally alargó la mano…
… justo en el momento en que la chica salía disparada hacia arriba como una goma tensada al máximo para soltarla después desde abajo. Tally arañó con la mano el espacio vacío. Se quedó mirando boquiabierta la trayectoria de la joven, que seguía ascendiendo. Por lo visto, habían trucado de algún modo la batería del arnés de salto para impulsarla en el aire estando parada.
Pero… ¿no volvería a caer al suelo por la inercia?
Tally detectó movimiento en la oscuridad del firmamento. Desde el lindar del bosque, dos aerotablas sobrevolaron la fiesta como bólidos; en una de ellas iba montado un habitante del Humo vestido con pieles sin curtir, la otra estaba vacía. Cuando la chica alcanzó el punto más alto de su trayectoria, el individuo alargó la mano para cogerla al vuelo sin aminorar apenas la marcha y tirar de ella hasta depositarla sobre la tabla vacía.
Tally se estremeció de arriba abajo al reconocer la chaqueta artesanal de piel de aquel habitante del Humo. Un agudo destello procedente de un aeroglobo le permitió atisbar con su visión especial el trazo de una cicatriz que partía una de las cejas del joven.
«David», pensó.
—¡Tally! ¡Vamos!
La orden de Shay la sacó de su aturdimiento y desvió su atención hacia otras aerotablas que se precipitaron hacia la multitud, planeando sobre sus cabezas. Al notar que su pulsera protectora registraba un tirón procedente de su propia tabla, Tally flexionó las rodillas y calculó el momento exacto de su llegada para montarse en ella de un salto.
La gente comenzó a apartarse de Tally, impactada por la belleza cruel de su rostro y la súbita ascensión de la chica, pero el joven que había estado bailando con ella intentó agarrarla.
—¡Es una especial! ¡Hay que ayudarles a escapar!
El imperfecto trató de cogerla del brazo con un movimiento lento y torpe, y Tally le clavó en la palma de la mano el aguijón del anillo que aún no había utilizado. El chico retiró la mano en el acto, se la quedó mirando con cara de lelo y, un instante después, se encogió sobre sí mismo.
Antes de que cayera al cuelo, Tally ya estaba en el aire. Con las dos manos apoyadas en el borde de la tabla, se impulsó de un salto para subirse a la superficie y cambió el peso para hacerse con el control del vehículo.
Shay ya estaba encima de su tabla.
—¡Cógelo, Ho! —ordenó, señalando al imperfecto desmayado mientras su máscara desaparecía también en una nube de polvo—. ¡El resto, venid conmigo!
Tally avanzaba ya a toda velocidad, notando el azote del viento helado en su rostro desnudo al tiempo que un grito de guerra glacial se formaba en su garganta, mientras cientos de caras de asombro la miraban desde el suelo mojado de cerveza.
David era uno de los cabecillas del Humo, el mejor premio con el que podrían haber soñado los cortadores en aquella noche tan fría. Tally no daba crédito al hecho de que hubiera osado acudir a la ciudad, pero se encargaría de que no volviera a abandonarla nunca más.
Esquivó con destreza los aeroglobos luminosos antes de adentrarse en el bosque como una flecha. Su vista se adaptó rápidamente a la oscuridad, y localizó a los dos intrusos a no más de cien metros por delante de ella. Volaban bajo, inclinados hacia delante cual surfistas en la cresta de una ola empinada.
Llevaban ventaja, pero la aerotabla de Tally también era especial, la mejor que podía fabricarse en la ciudad. Se afanó en hacer que avanzara a la máxima velocidad posible, rozando con el morro las copas de los árboles azotados por el viento, que acababan convertidas al instante en una lluvia de plumas de hielo.
Tally no había olvidado que era la madre de David quien había inventado los nanos, las máquinas que habían dejado el cerebro de Zane como estaba. O que era David quien había persuadido a Shay para que huyera al exterior hacía ya tantos meses, y quien la había seducido primero a ella y luego a Tally, haciendo todo lo posible para destruir la amistad que las unía.
Los especiales no olvidaban a sus enemigos. Jamás.
—Ya te tengo —dijo Tally.