Capítulo 2

Lo que se traen entre manos los traidores

… Y si llegase a suceden entre muertes de dragones

o tras toda una noche de consumir océanos de bebidas fuertes

en los brazos ávidos de doncellas demasiado dispuestas,

que por una vez tuviéramos tiempo de paramos y usar nuestro ingenio,

que no nos pille sin nada en que pensar.

En Cormyr nunca sucede eso; hay al menos dos cosas

que jamás se cansan de considerar:

qué lecho será la siguiente y sensual conquista del rey Azoun

y qué se traen entre manos esta mañana

estos o aquellos traidores.

Sharanralee de Everlund,

Mis años con la espada y el arpa,

publicado en el Año del León

—Matar a un hombre, cómo no.

Si Caladanter había pretendido que esas palabras causaran impresión en su guardaespaldas de más confianza, no lo consiguió. No era de extrañar. No era esta la primera vez que había ordenado semejante cosa. Boarblade se limitó a asentir y esperar.

—Conoces a lord Eldarton Feathergate. Para mí ha dejado de ser útil. Ve y mátalo de tal modo que no atraigas hacia aquí a todos los magos de guerra del reino. Sal sin que te vean y regresa con prontitud. Te estará esperando la recompensa habitual.

Telgarth Boarblade llevaba años siendo capaz de controlar todos los músculos de su cara. Tampoco en esa ocasión le resultó difícil evitar una mueca desdeñosa.

La recompensa habitual, cómo no.

Telgarth Boarblade sabía que la recompensa que Caladanter le tendría preparada a su regreso no sería la habitual bolsa de monedas de oro, sino una andanada de flechas disparadas por una docena de arqueros que lo estarían esperando y que tendrían la misión de no dejar con vida a nadie que conociera las intenciones traicioneras del noble, salvo el propio Rhallogant Caladanter.

—¿Y te fiarías de un necio como tú? —murmuró Boarblade a modo de reproche—. Los demás no somos boquetes en tu armadura, señor.

Rhallogant Caladanter parpadeó, incrédulo, mirando a su guardaespaldas.

—¿Eh?, ¿qué has…?

—Lord Caladanter —dijo Boarblade con firmeza—, ha llegado el momento de que tú conozcas mis secretos.

El joven noble lo miraba como si tuviera varias cabezas y empezaba a ponerse pálido. Bien.

—Soy un mago —anunció el zhent en voz baja, acercándose un paso más a Caladanter, que se encogió como si su guardaespaldas hubiera esgrimido una espada con un amenazador floreo en lugar de extender sus manos vacías para tranquilizarlo—, pero no un mago de guerra. Lo que hago es espiar a los magos de guerra para la familia real. Estoy al servicio de los Obarskyr.

Boarblade alzó una mano como diciendo «tómalo con calma».

—Sin embargo —añadió—, el rey no te echa en cara tu pequeño complot. Más bien considera que tu amor por nuestra hermosa tierra y tu indignación por lo que se está haciendo te induce a tratar de hacer algo para ayudar a Cormyr. Al rey le entristece que como tantos nobles de tu edad hayas sido llevado con malas artes por ese villano de Vangerdahast a pensar que la familia real de Cormyr es tu enemigo. ¡Nada más lejos de la verdad! Los Obarskyr se consideran prisioneros del mago real y de sus siniestros magos de guerra y quieren hacer causa común con los nobles descontentos contra los magos intrigantes que han gobernado el Reino del Bosque durante demasiado tiempo. El rey te necesita, lord Rhallogant Caladanter, y te tiene reservado un alto puesto en la Corte y gran riqueza y poder cuando se acabe con el malvado poder de Vangerdahast.

Rhallogant Caladanter respondió con prontitud impresionante. Pero por desgracia para él, lo único que hizo fue abrir la boca y tragar saliva varias veces, como una hambrienta rana cantadora demasiado torpe para cazar moscas tratando de atraerlas con la lengua.

Cuando quedó claro que el noble, ahora blanco como la leche, era incapaz de encontrar nada inteligible que decir, Boarblade continuó.

—Llevo años espiando a los magos de guerra para la familia real. Sé perfectamente que son los verdaderos traidores de Cormyr, los que han oprimido a los nobles del reino, han culpado a los Obarskyr, y han inducido a los enfurecidos señores a la traición, una traición que Vangerdahast usa luego como pretexto para recortar aún más los derechos de todos los de alta cuna. Tú también lo sabes si lo piensas bien. ¿Acaso últimamente los magos de guerra no han protagonizado un escándalo tras otro incluyendo siempre a traidores egoístas en sus filas?

Boarblade hizo una pausa para permitir que Caladanter asintiera con la cabeza. El asustado noble se las arregló para hacerlo. Asintió ansiosa y repetidamente, como una especie de juguete de resortes, sumando ahora una chispa de esperanza al terror que expresaban tan claramente sus ojos.

¡Por Bane y por la experta mano de Manshoon!, de ese botarate no se podía esperar que ayudara a la Hermandad, ni siquiera por el miedo más abyecto. O sea que no debía tener ni la menor sospecha de los zhentarim.

Boarblade siguió insistiendo.

—Decir o hacer algo contra los Obarskyr sólo conseguirá que acabes muerto, de una manera desagradable, dolorosa y vergonzosa además. Y piensa: ¿por qué has contemplado la deslealtad al Trono del Dragón? Seguramente no por odio personal por una familia real a la que apenas conoces. No, sólo te proponías vengar las injurias a los nobles de nuestro Reino del Bosque, y luchar para devolver el poder que se les haya podido quitar, ¿no es así?

Caladanter encontró por fin la voz que había perdido.

—¡S… sí! —gritó casi, y luego se llevó la mano a la boca, asustado, mirando suplicante a su guardaespaldas en busca de aceptación.

Boarblade se la concedió, sonriendo con la calidez de un amigo admirado. El joven lord Caladanter suspiró, aliviado, mientras el engañoso zhentarim le arrojaba el collar que apretaría con fuerza el cuello de aquel señorito botarate.

—Así pues, en lugar de encaminarte a una innecesaria ejecución que hará caer en desgracia el linaje de los Caladanter, ¿por qué no recuperar el poder para los nobles y el Trono del Dragón para los Obarskyr y para todos nosotros trabajando conmigo en mi pequeño plan? Es un plan que cuenta con la aprobación personal del rey Azoun. Me propongo eliminar a unos cuantos venenosos magos de guerra, desacreditar a un montón de ellos y debilitar la fuerza con que tienen al bello Cormyr en un puño. Cuando el rey Azoun pueda gobernar otra vez realmente desde el Trono del Dragón, necesitará oficiales y cortesanos leales, y él sabe que no los hay mejores que los nobles de Cormyr. No los que tienen los linajes más antiguos y orgullosos, ni tampoco los que poseen riquezas más fulgurantes. Más bien se fijará en los que lo ayudaron en los tiempos difíciles, cuando la sombra de Vangerdahast se proyectaba sobre la tierra. A ellos les concederá gran poder y altos puestos, y confirmará la alta estima de todos los cormyrianos por hombres tan valientes. Tú, lord Rhallogant Caladanter, puedes ser uno de ellos.

Su jefe lo miraba incrédulo y vació de un gran trago lo que quedaba en la descomunal copa. Después, parpadeando para mantener a raya las lágrimas, dijo con voz entrecortada:

—¿Y… yo?

Boarblade asintió.

—Lo he notado en todo este tiempo que llevamos juntos. Sé que te cuentas entre los lores más destacados de Cormyr. —Se inclinó más hacia Caladanter y recalcó bien sus palabras—. ¡Sé que lo mereces!

—¿S… sí?

—Claro que sí —confirmó con firmeza Boarblade—, y ha llegado el momento de demostrarlo. No a mí, señor, pues yo ya conozco tu verdadera valía; al rey, cuyas esperanzas están puestas en ti, y que hace tanto tiempo me envió aquí con el propósito de que me tomaras a tu servicio. Y así te puso en el camino que te ha conducido hasta aquí, hasta este día.

¿Iba a tener que rogar a Oghma que lo perdonara por lanzar tan grandiosas alabanzas y recurrir a tantos lugares comunes? ¿O a Deneir? Boarblade decidió que a ambos, y ya puestos, a Milil y a unos cuantos dioses más; todos debían de estar resoplando ante las tonterías que decía.

Pero, un momento, el joven petimetre por fin estaba encontrando sus pies, aunque con bastante trabajo.

—Dim… me —dijo balbuceante—. ¿Cuál es la mejor manera en que puedo servir a Cormyr?

—Perdónale la vida a Feathergate y mantenme cerca de ahora en adelante. Acuéstate y duerme un poco; si estás demasiado excitado para dormirte con facilidad, toma un trago o dos. Debes estar alerta y descansado dentro de tres mañanas, cuando me lleguen las próximas órdenes del rey Azoun.

—De acuerdo —accedió Caladanter, moviendo la copa con un floreo descontrolado que a punto estuvo de lanzarlo contra la pared más próxima del estudio.

Tras recuperarse, le dirigió a Boarblade una mirada, se encaminó hacia la puerta que llevaba a su dormitorio y casi se cayó al dibujar un saludo de fantasía.

Noble idiota.

Boarblade observó cómo se cerraba la puerta y luego oyó una serie de golpes amortiguados que señalaban el avance del señorito borracho hacia su distante y grandioso lecho con dosel.

—¡Esto ha ido bastante bien! —se dijo el Zhent antes de acomodarse en la butaca favorita de su señor.

Formuló otro conjuro de escudriñamiento de la mente que lord Manshoon le había enseñado y que tan a menudo usaba para espiar los pensamientos de Caladanter, en su mayor parte superficiales, prepotentes y egoístas, para asegurarse de que el joven noble no corría a disponer la muerte de su asesino contratado o a ponerse en contacto con un mago de guerra.

Entonces, se relajó, permitiéndose un suspiro. El joven Rhallogant, tal como esperaba, había corrido a adormecer su conciencia con más vino.

—¡Vaya resistencia! —murmuró Boarblade en voz alta.

Recorrió displicentemente el estudio con la mirada mientras se preguntaba qué maldad podría hacer que le resultara especialmente provechosa ahora que su amo estaba pasado de bebida y roncando. Los fugaces pensamientos que estaba espiando se hicieron más desordenados y confusos cuando todo ese vino hizo efecto.

La mirada de Boarblade se fijó en un mapa de Cormyr con magníficos dorados que había admirado más de una vez. Había que reconocerle a Rhallogant una cosa: tenía un gusto impecable para los mapas.

Boarblade cruzó las manos y se frotó con ellas la barbilla. Si conseguía evitar que ese señorito ahora controlado hiciera algo tan rematadamente estúpido como para atraer sobre sí la atención de Vangerdahast, podría causar mucho daño a los magos de guerra.

Y esperaba con impaciencia el día en que pudiera lanzar el conjuro que lo enfrentara, en las profundidades de su propia mente, con la fría sonrisa de aprobación con que lord Manshoon recibiría su comunicación de que había conseguido subvertir a los magos de Cormyr y de que el reino estaba disponible para que él lo gobernara de forma encubierta.

No es que Boarblade —a diferencia de algunos nobles a los que podía nombrar, ese y otros mucho más viejos, que deberían saber mejor qué hacer— fuera tan tonto e impaciente como para esperar que ese día llegara pronto. No. Paciencia y lento pero sagaz avance, y más paciencia. Un paso cauteloso tras otro, hasta que el destino pasara a ser inevitable. Los que avanzaban con osadía subían caerse; a veces, con consecuencias fatales.

Perdido en esas cavilaciones, con las desdibujadas glorias de Azoun conduciendo hacia los brazos ávidos y merecedores de lord Rhallogant Caladanter a docenas de mujeres nobles desnudas, hermosas del reino en actitud de adoración, Telgarth Boarblade de los zhentarim no se dio cuenta de que algo silencioso y sigiloso se le iba acercando por la espalda.

Algo moteado y de forma cambiante. Parecía un trozo viejo de piel de jabalí, curtida, provista de vida, y de la que brotaban tentáculos que continuamente adoptaban nuevas formas y, sin embargo, hacían avanzar a la cosa informe con una determinación amenazadora.

De haber seguido vivo, Ghoruld Applethorn habría sabido identificarlo y habría querido saber por qué el hargaunt, después de haber disfrutado con él de una compañía tan satisfactoria, lo había abandonado tan abruptamente en algún lugar del Palacio Real de Suzail.

No obstante, el complot había fracasado, y Applethorn estaba muerto, de modo que no había nadie capaz de identificar al hargaunt mientras atravesaba decididamente el estudio de Caladanter sin que Telgarth Boarblade se diera cuenta. Para regodearse en algo, se necesitaba cierta concentración.

En silencio, aquella extraña cosa cambiante trepó con fluidos movimientos por el respaldo de una silla ricamente tallada, se replegó para dar hábilmente forma a un delgado tentáculo, y lo lanzó, con igual delicadeza, a uno de los oídos de Boarblade.

El zhent se puso rígido y se estremeció apenas un instante. Entonces, cuando el tentáculo le llegó al cerebro, la cara de Boarblade pasó del horror de la sorpresa a una expresión más calma de interés, y luego lanzó una exclamación complacida.

—¡Oh! ¡Vaya, qué bien!

A continuación, Telgarth Boarblade esbozó una sonrisa malévola.

Con su aspecto adusto y amenazador, Brorn había sido uno de los dos mejores espadas de lord Yellander, y Steldurth, alto y lleno de cicatrices, el otro. Cada uno de ellos había estado al mando de una docena de hombres de armas con los colores de Yellander.

«Mis formidables matones», los llamaba lord Yellander con orgullo, y les confiaba a ellos todo el «trabajo siniestro». Habían matado a muchos por él, y habían traído drogas y venenos en caravanas desde Sembia para enriquecerlo. También se habían dedicado al robo y al espionaje. Estaban las leyes del Trono del Dragón, y estaba el escaso número de esas leyes que lord Yellander se molestaba en respetar.

El espacio que quedaba entre unas y otras había sido asunto de sus formidables matones. Así había sido hasta la desaparición de su señor. Los Dragones Púrpura habían llegado a las tierras de Yellander entonces, seis o siete por cada formidable matón, y los acompañaban magos de guerra. Habían tomado posesión de las propiedades y de la fortuna de Yellander, especialmente de un granero tras otro, llenos de drogas ilegales como thaelur, laskran, mascaranegra y behelshrabba, por no hablar de varios cofres de venenos. Esos graneros, totalmente abarrotados, habían estado protegidos por los formidables matones de los Yellander.

Ni el más tonto de los granjeros de las tierras altas se habría creído sus afirmaciones de que ellos servían fielmente a lord Yellander, pero nada sabían de lo que había en los graneros.

Como consecuencia de ello, Brorn, Steldurth y el resto de los matones se habían quedado sin trabajo, sin que les pagaran y bajo sospecha. Por más que proclamaron su inocencia airadamente, se los había desterrado del reino durante seis semanas y se habían marchado a la frontera sembiana seguidos de cerca por miradas vigilantes.

Fue Brorn el que los reunió en un establo de Daerlun y mató al espía cormyriano que intentó infiltrarse en su asamblea. Fue Steldurth el que sacó las monedas que llevaba escondidas en sus botas para comprar a los guardias de una caravana con rumbo a Suzail que hacía noche en Daerlun. Una vez más fue Brorn el que encontró a unos cuantos mercaderes de Suzail que querían hacer llegar rápidamente mercancías al norte, a Arabel, y puso en marcha una caravana más reducida antes de que ningún mago de guerra tuviera tiempo de sospechar. A continuación, fue Steldurth el que vendió las carretas y los caballos de tiro en Arabel, compró monturas resistentes y puso en circulación a los formidables matones sin dueño por el camino del Mar de la Luna antes de que a un comandante de los Dragones le pareciera que había reconocido la cara de Brorn.

Para cuando el oficial le puso nombre a esa cara, los formidables matones se habían perdido entre los árboles, y un Dragón Púrpura de mayor grado se encogía de hombros y le decía al oficial que le comunicó su sospecha que probablemente los matones habían vuelto clandestina mente al reino para apoderarse de uno de los tesoros de Yellander y dirigirse a continuación al Mar de la Luna, donde podían dedicarse al bandidaje siguiendo el dictado de sus oscuros corazones.

Esa opción siempre estaba abierta, pero Brorn y Steldurth todavía tenían en su corazón un lugar para Cormyr, y también un poco más de odio para los Caballeros de Myth Drannor.

Mientras andaban trapicheando por Suzail, se habían enterado por un espía de Yellander que subsistía en la Corte, de que los Caballeros iban a pasar por allí y del tesoro que el mago real estaba a punto de entregarles.

Brorn y Steldurth habían reaccionado de idéntica manera a esa noticia, y juntos habían llegado a la conclusión de que sería una venganza oportuna matar a los Caballeros, reivindicar su lealtad al reino proclamando que los Caballeros estaban aniquilando a granjeros y mercaderes inocentes —asesinatos que ellos mismos cometerían para abastecerse de dinero, alimentos y bienes— y, de paso, aligerar a los Caballeros de todas esas riquezas.

Así pues, ahí estaban, con un número reducido de sus enemigos todavía en pie.

Brorn sonrió. La venganza iba por buen camino. Alzó la mano para indicar al cerco de hombres que se detuvieran sin acercarse más.

—Todos estos son lanzadores de conjuros —dijo tajante a los mejores arqueros que había entre los formidables matones, señalando a los tres Caballeros—. Convertidlos en alfileteros.

—La echas de menos, ¿verdad? —murmuró Torsard Espuelabrillante, que volvió a llenar la copa de su padre.

Dos veranos antes habría pronunciado esas palabras con furia, rabioso ante la idea de que el flirteo de su padre con la emisaria de Luna Plateada, y la amistad realmente antigua que sin duda compartían, hubiese representado un desprecio insultante para su madre, lady Delandra Espuelabrillante. Claro estaba que por aquel entonces, es decir dos veranos antes, absolutamente todo lo que decía y hacía lord Elvarr lo ponía furioso, o al menos le molestaba. Ahora entendía a su padre y estaba mucho más familiarizado con las cuestiones mundanas, o como mínimo con las costumbres de Cormyr.

En el presente lo habría dado casi todo por tener una vieja amiga en quien poder confiar tanto como lord Espuelabrillante y lady Aerilee Bosquestival confiaban el uno en el otro. Y si esa vieja amiga también pudiera ser una amante…

Y si pudiera tenerla… ¡Por los dioses, si fuera a él, a Torsard, a quien aquella dama de belleza sin igual acogiera en sus brazos para fundirse con ella! «¡Oh, Sune y Tymora, llenaría de oro vuestros altares!». Y todo sin dejar de amar a una esposa comprensiva y de ser amado por ella…

O bien las mujeres eran mucho más tontas de lo que jamás había pensado en los años de su mocedad vividos hasta ahora, o lord Elvarr Espuelabrillante era alguien… extraordinario.

En su época de resentimiento, jamás se le había ocurrido tratar de ver realmente a su padre con los ojos de los demás. Ahora que lo estaba haciendo, por más que odiaba admitirlo, suponía que su padre era un hombre ciertamente notable.

Eso hacía que su hijo, Torsard Espuelabrillante, fuera mucho más importante. Y también ponía en evidencia que era un botarate inexperto.

—Es cierto —respondió su padre, mirándolo a los ojos con esa mirada gris suya que sorprendía a Torsard por su sinceridad. Su padre, hablándole a él de igual a igual. Bueno, ahora…

Siempre había considerado a su padre como un hombretón adusto y un poco terrible. El gran represor que no hacía más que poner límites al comportamiento de Torsard, y sin embargo, era también la persona cuya aprobación más ansiaba el heredero de los Espuelabrillante. Y que más difícil le resultaba conseguir.

Sortear aquella gran oscuridad y mirar a su progenitor como a un… Espuelabrillante de su misma categoría, tal vez incluso como a un amigo…

Se sorprendió mirando con estupor a alguien familiar y que, al mismo tiempo, parecía una persona totalmente diferente.

Claro estaba que nunca antes había visto a su padre tan melancólico. Sombrío, sí, y con arranques de ira, más de una vez…, pero no con esa tristeza cansada que se superponía a recuerdos felices.

Quería conseguir que volviera a enfadarse.

Al menos con ese personaje sabía a qué atenerse. Sentirse acobardado y censurado le resultaba algo familiar.

Trató de levantar nuevamente el ánimo a su padre para sacarlo de su melancolía. La causa se alzaba como un gran silencio entre ambos y era evidente para todos los habitantes de la casa después de la partida de lady Bosquestival hacia Luna Plateada. ¡Por los dioses! ¡Su madre debía de amar mucho a ese hombre de ojos grises que tenía al otro lado de la mesa para sonreírle y abrazarlo con tanta vehemencia y tan a menudo, la noche anterior e incluso ese día!

Claro que sí, y también era evidente que él la amaba, ya que la besaba con más ardor de lo que Torsard recordaba desde hacía años. Era como si la emisaria fuera un fuego que calentara e inflamara a todos cuantos tocaba, encendiendo en ellos pequeñas llamas a su paso.

Torsard tuvo un estremecimiento lascivo al recordar a Aerilee Bosquestival, esbelta y hermosa, la encarnación de la gracia felina, volviendo la cabeza, riendo. La había estado observando, conmovido por el deseo, pero sin atreverse a hablar ni a dar un paso. Su padre había cruzado con él la mirada y había visto el anhelo en sus ojos, aunque no había hecho nada más que asentir, comprendiéndolo en silencio. Sin condenarlo ni burlarse de él, sin sombra de enojo, sólo… comprendiendo.

Eran dos hombres alcanzados por la misma flecha gozosa.

Ese rostro sonriente, de ojos inquietos, el cuerpo exuberante, perfecto que se adivinaba… Torsard tragó saliva y tuvo que carraspear dos veces para poder hablar.

—¿Volveremos… a verla alguna vez?

Otra vez aquella mirada directa.

—El rey Azoun —dijo su padre, midiendo las palabras— me ha prometido enviarme a Luna Plateada como emisario de Cormyr a la Gema del Norte, pero no quedaría bien hacerlo antes de la primavera.

—¿Enviarte? —dijo Torsard, sin saber muy bien si debería haberse atrevido a preguntar aquello.

—No iré a ninguna parte sin llevarme a tu madre —dijo lord Espuelabrillante resueltamente—. Ni yo ni ella queremos separarnos, y lady Bosquestival quiere vernos a ambos.

Torsard parpadeó, tratando de imaginar a su madre en la cama con la emisaria de Silvaeren… y, a continuación, tratando de no imaginársela.

—Lo siento hijo —murmuró su padre—. Debes mantener altos los estandartes de la familia mientras estemos ausentes. Sin embargo, los enviados son alojados de una manera diferente en Luna Plateada. Los visitantes escogen el lugar de la ciudad donde quieren vivir, y todo lo paga la Alta Dama.

Torsard frunció el entrecejo.

—No sé adónde quieres ir a parar.

—Aerilee prometió ayudar a sus queridos amigos, los Espuelabrillante, a encontrar un alojamiento adecuado —dijo lord Espuelabrillante amablemente—. Si te enviara a ti a Luna Plateada algunos meses antes…, bueno, tú también eres lord Espuelabrillante. Ya viste la mirada de aprobación que te echó.

—¿A m… mí? —Torsard era consciente de que se había ruborizado, pero no le importaba. ¿Sería verdad que ella…?

Su padre asintió levemente, y sonrió de una manera que hizo que Torsard lo imitara, se sintiera muy reconfortado y quisiera estar ya en Luna Plateada. Optó por dar un… suave… puñetazo en la mesa y preguntar:

—¿Lo harás, padre? ¿Lo prometes?

—Con una condición. Tras haberte deleitado con la encantadora Aerilee, volverás aquí después de un tiempo estipulado y empezarás a comportarte como un auténtico lord Espuelabrillante, mi sucesor y jefe de la casa. Al fin y al cabo, los dioses podrían decidir que yo muriera en Luna Plateada. ¿Sí?

—Si eso sucede —osó decir Torsard, o al menos lo dijo antes de que pudiera evitarlo—, ¡puedo imaginar la causa!

Entonces, calló y se quedó mirando a su padre a los ojos, súbitamente asustado…, hasta que la sonrisa repentina y juvenil que apareció de forma fugaz en el rostro de su progenitor le hizo desechar cualquier temor.

—Hay peores formas de morir —observó Elvarr Espuelabrillante, aparentando hablar al borde de su copa. Siguió con la vista fija en ese sitio unos instantes mientras su sonrisa se desvanecía. Entonces, se sacudió y miró a Torsard con sus serios ojos grises.

—No obstante —dijo—, es hora de que nos pongamos serios. Te harás cargo de los asuntos de la Casa Espuelabrillante durante nuestra ausencia. Quiero que seas plenamente consciente de lo que eso significa. Claro está, la libertad para emborracharse y gastar cantidades imprudentes en mujeres fáciles durante más de una noche, pero, Torsard, escúchame bien, es hora de que aprendas a tener cuidado.

Torsard se sintió un poco irritado. Su padre parecía estar tratándolo otra vez como a un chico hosco que necesitara que lo llamaran al orden.

—¿Tener cuidado, padre?

—Ten cuidado con los complots de Vangerdahast. Procurará aprovechar la ventaja que tiene sobre nosotros ante los ojos del pueblo, de convencer a todo el mundo de que hace lo que es reprobable para las buenas gentes del reino porque nosotros, los nobles, olvidamos nuestros deberes. ¿Y por qué? ¡Porque todos los nobles son ricos y despreciables traidores a los que se debe sujetar!

Torsard abrió las manos sintiéndose realmente exasperado.

—¿Y cómo se supone que voy a saber siquiera lo que se propone el viejo lanzaconjuros? ¡Trabaja tras una puerta cerrada, y a cualquiera que trata de espiar, aunque sólo sea con magia, le fríe el cerebro!

Su padre asintió y respondió con calma.

—Observa a qué lugares del reino mandan a los Dragones Púrpura y también a los Caballeros de Myth Drannor.

—¿Los Caballeros? ¿Esos aventureros desterrados?

—Hijo, hijo, escúchame: son las mascotas de la reina, por eso Vangerdahast los considera como armas desechables de las que el reino puede prescindir. Es muy probable que caiga en la tentación de controlarlos, o incluso de deshacerse de ellos. Además, a los Caballeros los están persiguiendo, a estas alturas todo el reino lo sabe, porque llevan el Colgante de Ashaba. Si alguien los mata y se apodera del colgante, tiene derecho al señorío del Valle delas Sombras.

Torsard hizo un gesto despectivo.

—¿Un valle septentrional? ¿Unas cuantas granjas en medio de los bosques? ¿Quién…?

—Y el Valle de las Sombras —lo interrumpió su padre, cuya mirada no admitía réplica— es un lugar que Zhentil Keep quiere poseer desde hace mucho tiempo. Establecer una presencia manifiesta allí obligará a nuestros ejércitos a ponerse en marcha y a las Arpistas cazadoras de zhents a salir de detrás de cada árbol, por no hablar de los elfos merodeadores y de los sembianos oportunistas, y tal vez incluso de algunos necios de Hillsfar.

El encogimiento de hombros con que respondió Torsard fue más escueto que de costumbre. Por más que leer la cara de su padre no era fácil, tenía mucha práctica en eso y podía adivinar que se había ganado, aunque en pequeña medida, la aprobación de lord Espuelabrillante. Del porqué, no estaba seguro. Sabía que ahora lucía la expresión preocupada que siempre asomaba a su rostro cuando estaba pensando en serio, y tal vez esa fuera la razón.

—¿Y entonces? —dijo, haciendo que la pregunta tuviera menos de desafío insolente de lo que pretendía.

—Y entonces, cuando todos converjamos en las tranquilas granjas del Valle de las Sombras, los contempladores y los magos más poderosos de los zhentarim, apostados a distancia segura de lo que consideran valioso en Zhentil Keep, se darán el gusto de matarnos a todos aprovechando nuestra agresión como pretexto para todo tipo de cosas.

—¿Qué tipo de cosas? —Torsard no pudo eliminar el tono burlón de su voz.

—Alianzas con intereses de Puerta Oeste y de Sembia para invadir y conquistar Cormyr —replicó con firmeza lord Espuelabrillante—. Precisamente, ese tipo de cosas.