Capítulo 13

Maldiciones de ahogamientos y desmembración

Mientras ríes, hombre, escucha mi maldición:

si no dices la verdad, simple y llana,

si este hecho no prepara la victoria,

que acabes ahogado, desmembrado, o aún peor.

El personaje de Talanassa la Pescadora,

en Chanathra Jestryl, dama juglar de Yhaunn,

La vuelta a casa de Karnoth,

representada por vez primera

en el Año del Pájaro de Sangre

El mago de guerra que no era mago de guerra en absoluto avanzaba sigiloso a lo largo del pasillo de una de las alas más polvorientas de la extensa Corte Real, con aspecto caviloso. Su identidad era fingida, pero su expresión pensativa era totalmente real.

Boarblade había pasado algún tiempo practicando el verdadero paso renqueante de Torst Khalaeto, el tono de voz del tímido mago de guerra, y sus frases favoritas, porque necesitaba engañar a unas cuantas personas; no tanto nobles, que eran proclives a la distracción y casi no reparaban en nada que no estuviera directamente relacionado con ellos, sino a la gente que conocía a Khalaeto: los magos de guerra y los cortesanos a los que podía encontrarse en esos salones y cámaras.

Por fortuna, esa peligrosa pequeña impostura parecía a punto de tocar a su fin. Unas cuantas copas con Torst en su taberna favorita y la habilidad del hargaunt había dado a Boarblade una copia perfecta de la cara del tímido mago de guerra con gafas Torst Khalaeto, y el destino, en la forma de una disputa por la posesión de la tierra entre dos antiguas familias de Immersea, había obligado a Khalaeto a recluirse en una de las más polvorientas cámaras de los archivos de la Corona durante unos días. Cuando Boarblade pensaba en magos de guerra, nunca se imaginaba a un escribiente de aspecto vacilante, tímido ante la vida y quisquilloso… Bueno, como decía el antiguo proverbio, los dioses enseñaban todos los días algo nuevo a quien quiere verlo.

Khalaeto, con su rodillo registrador, su tablilla y su pequeña colección de plumas, había sido el inquisidor perfecto para no despertar sospechas entre la nobleza. Fue a varias de las nobles familias en cuyos hijos lady Narantha Corona de Plata había plantado gusanos mentales para preguntarles qué mago de guerra había estado visitándolos últimamente.

Sus respuestas habían sido siempre las mismas: o bien el mago real Vangerdahast, o bien el mago de guerra Lorbryn Deltalon.

Tal vez Telgarth Boarblade fuera muchas cosas, pero no tenía un pelo de tonto, y sabía muy bien que no debía tratar de hablar con Vangerdahast. Sin embargo, tal vez hubiera una manera de, cómo decirlo, sonsacar a los magos de guerra de menos categoría los secretos del uso de gusanos mentales para controlar a esos nobles.

Así pues, había ido a buscar a Lorbryn Deltalon, sólo para descubrir que el hombre al parecer se había ausentado de palacio.

Lo que más preocupaba a Boarblade era el por qué de aquella desaparición y de sus implicaciones. Apresuró el paso, deseoso de despojarse de este disfraz y también de salir de la Corte Real lo más pronto posible.

La maga de guerra Maraertha Dalewood sabía muy bien que el mago real Vangerdahast estudiaba muy minuciosamente cada palabra de los informes de los magos de la casa. Aun así, tenía la costumbre de preguntar como de pasada a cualquiera que le trajese uno de esos informes si había algo de importancia a lo que debiera prestarle atención. También sabía que el viejo lanzaconjuros hacía esas preguntas mucho más para probarlos a ella y a los demás que por la preocupación de pasar por alto un hecho, una pista, un matiz.

Debido a eso, como una persona joven, callada y de aspecto no muy agraciado, pero ambiciosa, había prestado mucha atención a los informes provenientes de casas nobles del reino, a fin de estar preparada para las preguntas de Vangey.

Procuraba despojarse de toda señal de triunfo o de orgullo.

—Eso creo, lord Vangerdahast, aunque entiendo plenamente que puedo desconocer las órdenes que has dado a otros. He observado una pauta en los informes. Muchos magos de la casa dicen que el mago de guerra Torst Khalaeto visitó las casas nobles, sin anunciarse, para preguntar si sus herederos habían recibido últimamente la visita de un mago de guerra. Además, preguntó sobre la identidad del visitante.

Vangerdahast la miró profundamente y frunció el entrecejo.

—¿Y en esos informes se dice qué respuesta dieron?

El corazón de Maraertha dio un vuelco. A menos que el viejo lanzaconjuros fuera mejor actor de lo que ella sospechaba, aquello era realmente importante.

—Todos —dijo con cautela— subrayan que le dijeron a Khalaeto la verdad, que el visitante habías sido tú mismo o el mago de guerra Lorbryn Deltalon.

—Bien, bien —respondió Vangerdahast con aire casi ausente, levantándose y caminando hacia la puerta—. Deja los informes sobre mi mesa, muchacha, y no digas nada de esto a nadie. Si alguien llegara a preguntarte, toma nota de quién es.

—Sí, señor —dijo Maraertha, mirando su espalda.

El mago real alzó la mano a modo de breve señal de reconocimiento y desapareció por el pasillo exterior.

Con todo cuidado, acomodando bien los papeles, colocó los informes sobre su escritorio, procurando no echar siquiera una mirada al resto de las cosas que había sobre la superficie.

Lord Manshoon, de Zhentil Keep, sonreía para sus adentros, fiel a su larga y arraigada costumbre de no dejar traslucir sus estados de ánimo.

Esos Caballeros podían servir muy bien para sus fines actuales.

No se atrevía a realizar él mismo la Desvinculación. Ciertas partes del ritual podían ser fatales para quien las llevara a cabo, de modo que necesitaba a varias personas capaces que trabajaran juntas y que siguieran adelante con el proceso, incluso después de que más de una de ellas muriera en lugar de abandonar por miedo o por pena.

En suma, necesitaba aventureros, aventureros como esos, ansiosos de servir a Cormyr y de enorgullecerse de hacer algo, a pesar de la desaprobación y sospecha aparentes del mago de guerra Vangerdahast, y de la habitual y generosa provisión de maliciosa y noble ralea.

Además, eso haría que la ironía fuese aún más deliciosa, cuando la Desvinculación liberara a todos los liches desquiciados del Palacio Perdido y los volcara, en una inundación asesina y arrolladora en el corazón mismo del Palacio Real de Suzail, condenando a la mayor parte de los habitantes de esa ciudad a las proverbiales muertes mágicas espantosas. La Desvinculación sería considerada como un acto de traición que pocos llegarían a olvidar incluso siglos después; una adecuada compensación por la celosa lealtad al Dragón Púrpura y una advertencia a todos los aventureros entrometidos.

Vangerdahast avanzaba por la Corte Real, con el manto flotando a su espalda. Y de todos modos, ¿dónde demonios estaba Deltalon, y por qué andaba buscándolo Khalaeto, precisamente Khalaeto, que nunca se ocupaba de nada que no fuera un documento?

Sus convocaciones mágicas a Lorbryn Deltalon, cuya mente había leído levemente pero a menudo en los últimos años, y de cuya lealtad no había dudado ni una vez, sólo recibían el silencio como respuesta. Torst Khalaeto, en cambio, respondía de forma instantánea desde un lugar muy próximo, desde otra ala de la Corte Real.

Vangerdahast se detuvo, haciendo caso omiso de varios lacayos impasibles que montaban guardia muy atentos en sus puestos. Indagó en la mente de Khalaeto con más violencia de la que hubiera querido.

Encontró un azoramiento sincero y una aprensión creciente, no por el propio Torst, porque el tímido mago realmente no tenía ni idea de ningún error ni de nada malo o desleal por su parte, sino por alguna calamidad desconocida que acechara al reino. Vangerdahast también encontró un torbellino de hechos y de notas mentales a modo de recordatorios sobre cierto acuerdo de propiedad de siglos de antigüedad entre la Corona y cierta familia plebeya.

Comunicándose mentalmente con Khalaeto, con una disculpa por la intrusión y agradeciéndole su ayuda, Vangerdahast puso fin a su intervención mágica y se quedó meneando la cabeza.

Quien había visitado a los nobles no había sido Khalaeto, sino alguien que se había hecho pasar por él. Esto significaba que podía ser cualquier maldito transformista o lanzaconjuros de Faerun. Así pues, Deltalon era su única pista para tratar de averiguar lo que estaba pasando.

—Se han desatado las sospechas —musitó Vangerdahast, y luego echó una mirada furiosa al lacayo más próximo, como diciendo «¿Estás escuchando a alguien»? Y se marchó sin rumbo fijo.

Tenía que encontrar a Lorbryn Deltalon y echar una buena mirada a su mente. ¿Sería eso alguna menudencia, una ridiculez, u otra conspiración en las filas de sus magos de guerra?

—Señora —preguntó con aire desdichado el telsword Bareskar de la Guardia de Palacio tratando de escrutar las tinieblas de la mansión en ruinas—, ¿qué es, o era, este lugar?

—Antiguamente fue parte de la mansión campestre de los Corazón de Ciervo, que fueron despojados de su título nobiliario y desterrados hace mucho —replicó la Alta Dama Ismra Targrael—. Este era el pabellón de caza. La mansión propiamente dicha estaba más allá, donde ahora se pueden ver esos árboles. Duar mandó arrasarla. En aquellos tiempos sí que sabían hacer las cosas. La clemencia es la peor debilidad de los reyes.

—¡Oh, sí!, lady Tar…

—Mi nombre —le recordó glacialmente la dama, aplicando la punta de su espada a la garganta del guardia— no debe usarse bajo ningún concepto.

—Lo s…, siento, lady, oh, señor, oh…

El telsword Bareskar estaba muy lejos del Palacio Real de Suzail, y eso no lo hacía demasiado feliz. Le gustaban las guardias mortalmente aburridas, todo lo simple, regido por normas precisas que hacían totalmente innecesario pensar. Y eso por no hablar de estar relativamente libre de peligros, no…

—Sí, baja la escalera —le dijo Targrael al oído—, y como un favor personal, trata por todos los medios de no sonar como una carga de la caballería bajando los escalones a trompicones.

—S…, sí —replicó Bareskar, que inició el descenso con la espada por delante, siguiendo el camino a lo largo de una barandilla invisible y echando muchísimo en falta un farol.

Había bajado seis escalones hacia lo que daba toda la impresión de ser un húmedo sótano de piedra cuando Targrael le habló desde atrás.

—Para. No hay nadie aquí. Se han ido, de modo que sube y rodeemos la parte trasera. Vamos a tener que hacer lo que yo pretendía evitar: buscar detrás de cada maldito árbol del bosque.

Cuando Bareskar llegó otra vez arriba, Targrael estaba mirando absorta por un agujero abierto en el suelo que supuestamente daba al sótano del que él acababa de subir. Sin mirarlo, le señaló con la espada un cuadrado de luz donde antes había habido una puerta de dos hojas, y Bareskar, obediente, fue a donde ella le indicaba y echó una mirada cautelosa al bosque, sin ver nada más que árboles, más árboles, penumbra, y más árboles todavía. Dio un paso hacia fuera, mirando a derecha e izquierda, y llevado por un impulso, optó por la izquierda y anduvo pegado a la pared para mirar detrás de la esquina…

—¡Ahora! —ordenó alguien desde el bosque que tenía a la derecha, y eso fue lo último que el telsword Bareskar oyó en su vida.

El halcón que volaba en círculos no tuvo ni tiempo de parpadear, y mucho menos de emitir un chillido de alarma.

La espada, más veloz que cualquier flecha, apareció de golpe y desapareció con igual presteza, surcando el aire, de punta y reluciente, hacia el sudoeste de Zhentil Keep, hasta un lugar del bosque justo al norte del camino del Mar de la Luna, donde en otro tiempo había ondeado el estandarte de los Corazón de Ciervo.

Del mismo modo, ahora agitaba las alas el halcón, aturdido tras el paso de la vertiginosa espada.

Lord Corona de Plata puso los ojos en blanco.

—¡Sí, os ordené que lo destruyeseis! ¡Y no, no os ordené que derribaseis esa esquina del edificio!

—¿Qué importancia tiene?

Los tres magos mercenarios sembianos estaban conscientes otra vez, pero nada contentos. Sus pociones sanadoras habían hecho efecto, pero esos bebedizos eran caros y nada fáciles de reponer en medio de aquel lugar apartado de todo.

—Es una ruina.

—¡Sí que importa, porque esta tierra es un hervidero de entrometidos magos de guerra que no podrán por menos que reparar en un edificio derribado por una descarga mágica! ¡Y también lo notará cualquier Caballero que ande merodeando por ahí!

El sembiano que había lanzado el conjuro se encogió de hombros.

—¿Piensas que osarán algo después de…?

El cuchillo que surcó el aire para hundirse en su garganta le impidió para siempre acabar la pregunta. Fue el conmocionado noble el que musitó.

—¿Aquello?

Los otros dos magos se volvieron hacia el lugar de donde había partido el cuchillo y lanzaron sus mejores conjuros.

—Es hora de cortar leña —dijo con sorna uno de ellos, viendo cómo caían unos árboles enormes.

—Nunca me gustaron los bosques —coincidió el otro, observando una oleada de llamas crepitantes que se perdían en la chamuscada distancia.

Lord Corona de Plata parpadeó sin que pudiera creérselo, y luego hizo una mueca de disgusto. Tanta madera buena y valiosa…

Manshoon estaba seguro de que su conjuro era perfecto. No sería su aspecto el que lo traicionara.

Su actuación también tendría que ser perfecta, aunque eso no lo preocupaba. Por Bane y por el cuerpo expectante, complaciente, de Symgharyl que eso iba a ser divertido.

Targrael esbozó una sonrisa. Magos imbéciles. No habrían durado mucho en Sembia si volaban edificios así. Aunque ese necio de Corona de Plata hubiera tomado a Bareskar por uno de los Caballeros, lo lógico habría sido mantenerlo entretenido para atraer a los demás, y no disparar y quemar cuanto tuvieran a la vista.

Ella estaba a salvo detrás de las ruinas de los Corazón de Ciervo, sólo le faltaba un cuchillo, por ahora, y estaba ansiosa de cobrar un alto precio por la muerte de Bareskar. Sin duda, valía por lo menos tres magos sembianos mentecatos.

Le llegó el olor a humo. Iba a tener que acercarse con un poco de cuidado, considerando que esos chiflados no tenían el menor reparo en acabar en un instante con todo un bosque, pero si Beshaba no superaba a Tymora en unos instantes, no le cabía la menor duda de que podía matar a los dos magos supervivientes. Eso dejaría al noble en sus manos y podría amedrentarlo para que hiciera lo que a ella se le antojara.

Todo por el bien de Cormyr, por supuesto.

—¡Volved adentro —dijo lord Corona de Plata—, que es ese trocito que dejó en pie vuestro colega!

Los dos sembianos supervivientes se miraron. Al parecer, la irritación de Corona de Plata le estaba haciendo olvidar su habitual cautela.

El noble retrocedió, adentrándose en el ruinoso pabellón de caza.

—Es evidente que encontraron una forma de salir; al menos uno de ellos lo consiguió. Debemos mirar bien ese extremo del sótano para ver cuántos yacen muertos allí. Después volved a subir, cuando el fuego se haya extinguido, y averiguad a cuántos habéis asado. Me gusta saber cuántos enemigos me persiguen.

Los sembianos volvieron a mirarse. No necesitaban palabras para dejar claro que ambos pensaban que su jefe se había vuelto loco, que había perdido totalmente la razón en su ansia de matar a los Caballeros de Myth Drannor —todos los Caballeros de Myth Drannor, de todas partes—, pero…

Los dos se encogieron de hombros. Al fin y al cabo, él era el que pagaba. Siguieron al rabioso noble sin molestarse siquiera en mirar hacia atrás.

Fue por eso por lo que no pudieron ver a la Alta Dama vestida de cuero negro cuando recuperó su cuchillo de la garganta del mago al que había matado, lo limpió contra la ropa del muerto y acortó la distancia que la separaba de ellos.

Cayeron escaleras abajo, precedidos de quejas sobre la falta de un mago para encender una luz mágica donde se necesitaba…

Y pararon de repente, atónitos, al ver que las quejas de Corona de Plata tenían una súbita respuesta.

Un óvalo de aire resplandeciente, un portal que jamás habían visto, apareció en el sótano de las ruinas, justo en el lugar donde, después de que el fuego encendido por sus varitas hiciera que aquella parte del sótano se viniera abajo, se encontraban de pie los Caballeros de Myth Drannor.

—¡Vangerdahast! —exclamó Jhessail. Todos los Caballeros se quedaron mirando.

El viejo mago, barbudo y panzudo, con su manto característico, los contemplaba desde el cruce de los pasillos, con la expresión a la que los tenía acostumbrados: de severo y prepotente desagrado. Meneó la cabeza.

—Tendría que habérmelo imaginado —dijo.

—¿Qué es este lugar? —preguntó Semoor—. Y por los Nueve Infiernos, ¿qué haces tú aquí?

—Te ruego que hables en voz más baja, Diente de Lobo —replicó el mago real con acritud—, a menos que cuentes con algún medio que yo desconozca de superar a los liches. Estamos en el Palacio Perdido de Esparin, y yo estoy aquí porque me encerró un zhent impostor que tiene malas intenciones para con el reino, mientras que vosotros, supongo, estáis aquí porque sois aventureros dispuestos a hacer cualquier cosa menos abandonar el reino de Cormyr según se os ordenó.

Pennae lo miró con frialdad.

—¿De modo que estamos en algún lugar dentro de Cormyr?

Vangerdahast no le hizo el menor caso.

—¿Y cómo entrasteis aquí, entonces? —preguntó.

—¿De modo que estamos en algún lugar dentro de Cormyr? —Islif repitió las palabras de Pennae.

—Bajo tierra, cerca de Cormyr, probablemente al norte del reino propiamente dicho. —El mago se volvió a mirar los pasillos en todas direcciones, y luego se dirigió hacia los Caballeros y se puso de espaldas a una pared—. Es mi turno, creo. Vuelvo a preguntar: ¿cómo llegasteis a este lugar?

—¡Magia! —dijo Pennae—. No nuestra. Algo que hizo lord Corona de Plata, o más bien sus tres magos mercenarios, moviendo sus varitas. Magos sembianos. En el bosque, justo al norte del camino, al este de Halfhap, en unas viejas ruinas sin tejado que hay detrás de un lugar donde acampan las caravanas, un lugar al que tú seguro que puedes ponerle nombre.

—Sin duda —dijo Vangerdahast—. Entonces…

—Eso no fue una simple observación —le espetó Islif—. Por tu forma de actuar y tus vacilaciones, creo que vas a pedirnos ayuda, Vangey, de modo que, por favor, ten la cortesía de decirnos lo que queremos saber.

Las pobladas cejas del mago real se enarcaron a un tiempo, y miró directamente a Florin.

—¿Todavía no habéis aprendido el coste de tener unas lenguas excesivamente largas? Los aventureros ya suelen tener problemas más que suficientes sin necesidad de buscarse más.

Florin miró a Vangerdahast con toda la calma.

—No recuerdo que nuestra cédula real dijera nada en absoluto sobre obedecer al mago real de Cormyr, ni al mago de la Corte, ni, dicho sea de paso, a ningún mago de guerra. Gracias por el consejo. A cambio, aquí va uno para ti: contesta educadamente a la señora. Así vivirás más tiempo.

—Vaya, Mano de Halcón ¿te están saliendo colmillos? Dime, ¡oh, sabio asesor!: ¿es este un buen momento para eso? —El mago real suspiró, movió la mano como para desechar sus palabras y dijo—: Perdonadme, Caballeros. Estoy… en una situación difícil en este momento. Necesito con urgencia salir vivo de este lugar, y tal como me veis en este momento, no convertido en un pájaro, ni en una bota, ni en nada por el estilo. La verdad es que ahora mismo me encuentro necesitado de vuestra ayuda.

—¿Tu necesidad nos hace acreedores de una recompensa adecuada? —preguntó Pennae.

—¿En qué consistiría concretamente?

Vangerdahast sonrió de forma desabrida un instante.

—Títulos nobiliarios, para todos vosotros, además de un legado de fondos de la Corona y la eliminación de cualquier pena de abandono del reino que pueda haber sobre vosotros. Si además seguís camino hacia el Valle de las Sombras y os establecéis allí, puedo prometeros financiación abundante, ayuda militar de los magos de guerra sometidos a vuestra autoridad, para transformar el valle en lo que queráis que sea. Incluso podemos convertirlo en parte de Cormyr. ¡Ah!, sólo si es lo que vosotros deseáis, por supuesto.

Pennae enarcó una ceja.

—Vaya, sí que debes de estar desesperado.

Jhessail frunció el ceño.

—¿Qué clase de ayuda necesitas?

—¿Y cómo sabemos que eres Vangerdahast —preguntó Pennae—, y no un lich chiflado que juega con nosotros?

El mago suspiró y movió una mano indicando con un gesto a Doust y Semoor.

—¿No hay hombres santos entre vosotros? Una simple magia por su parte revelará mi naturaleza no muerta, es decir, lo haría si diese la casualidad de que yo fuera un no muerto. En cuanto a lo de ayudarme, necesito hacer algo que los conjuros de los que soy víctima me impiden hacer yo mismo, por supuesto. Se llama la Desvinculación y, no pretendo mentiros, tiene sus riesgos.

—Si es un riesgo fatal —dijo Pennae—, ¿te importaría ser más concreto?

Vangerdahast le echó una mirada sombría.

—Si trabajas con conjuros arcanos, pueden desviarse hacia magia muy diferente y ser desatados sin advertencia contra ti mismo y los demás. Esto ocurre sólo tras hacer una Desvinculación específica, en la larga secuencia de que se compone el ritual.

—De modo que esta Desvinculación es una serie de pequeños pasos —preguntó Pennae—; pasos destructivos, supongo.

—Sí, y debo advertiros que poderosos ingenios encantados pueden verse afectados del modo que pueden resultarlo conjuros poderosos. La magia menor de uno u otro tipo no debería causar daño, aunque su presencia puede produciros algún dolor de cabeza.

El mago real señaló a lo largo de la pared que limitaba con aquella en la que estaba apoyado.

—Hay muchos paneles tallados entre la madera que recubre estas paredes. Algunos son realmente delgados, piedra trabajada, pintada y tratada para que parezca madera. Vosotros deberéis destrozar un determinado panel de piedra en la dirección que os indique, y luego hacer lo mismo con cualquier panel próximo que destelle una vez destruido el primero. La Desvinculación no es más que una serie de esas rupturas.

—¿Y qué hará cada uno? —preguntaron Islif y Florin al unísono.

—Liberarnos a todos de este lugar. Los liches caerán destrozados. Las vinculaciones son lo único que impide que lo hagan ahora mismo. Sabréis que la Desvinculación ha funcionado porque los portales ahora ocultos que hay por todo este palacio se activarán y nos absorberán para llevarnos a todos a un lugar: el vestidor que hay detrás de la Sala del Trono en el Palacio Real de Suzail.

—¿Y entonces? —preguntó Semoor—. ¿Acabaremos atacados por algún mago de guerra que nos esté esperando?

—No, pero me haríais un gran favor si combatierais a mi lado mientras busco al falso Vangerdahast. Tendremos que actuar deprisa y, por desgracia, acabar con cualquier mago de guerra con que nos topemos y que trate de detenernos, porque el impostor, sin duda, tratará de llegar a la familia real, probablemente para matar a uno de sus miembros y asumir esa forma o tomarlo como rehén a cambio de una vía de escape para sí mismo.

Dicho eso, Vangerdahast guardó silencio y volvió la cabeza para echarles a todos lo más parecido a una mirada implorante que los Caballeros hubieran visto jamás en su cara habitualmente altiva.

Los Caballeros se lo quedaron mirando, y luego se miraron los unos a los otros.

Hubo varios suspiros de desdicha antes de que Florin dijera lentamente:

—Debemos hablarlo y decidir juntos.

—De acuerdo —aceptó Pennae—. Hablemos.

Targrael se hundió en la escalera, fundiéndose con ella. No se atrevía a contar con que esos tres zoquetes fueran tan necios como para no mirar hacia atrás ni una sola vez.

Después de todo, era muy posible que se volvieran desde el portal en ese mismo momento y…

—Uno de vosotros delante de mí y el otro detrás —dijo lord Corona de Plata—. ¡Vamos! *** NO HAY *** más ventaja les demos…

Con aire cansino, uno de los sembianos llegó hasta el portal, lo atravesó y se desvaneció en un instante silencioso. Pronunciado entre dientes algo que lo mismo podría haber sido una plegaria que una maldición, el noble lo siguió. El segundo sembiano echó una rápida mirada a los escombros que había detrás del portal, donde las vigas y el techo se habían caído formando un torrente ahora congelado de derrumbe, suspiró sonoramente y se metió detrás de ellos.

Todavía pegada a la escalera, la Alta Dama Ismra Targrael esperó en cauteloso silencio durante un rato, hasta que se levantó en medio de un silencio felino y se dirigió al portal. Volviéndose suavemente en una rotación completa para mirar a todos lados por detrás, se dejó abrazar por él llevando la espada por delante.

La engulló el silencio, y ese silencio se prolongó unos instantes, hasta que algo más se movió en el oscurecido sótano, irguiéndose por detrás de un montón especialmente grande de escombros.

Era un hombre, un hombre conocido por un número cada vez más reducido de cormyrianos vivos como Brorn Hallomond, guardaespaldas personal al servicio de lord Prester Yellander, denominado con más precisión un «matón de su señor». Brorn Hallomond esgrimió su espada mientras miraba el portal por el que había visto pasar a cuatro personas.

¿Sería la locura de un necio ir tras ellos? ¿O sería el camino hacia riquezas suficientes para establecerse en un lugar seguro del Reino del Bosque y vivir como un señor el resto de sus días?

Un poco más adelante, pasillo abajo, más allá de donde estaban todos reunidos, se abrió una puerta, y un lich ricamente vestido de púrpura salió portando una varilla que estaba llena de luces mágicas que parpadeaban por toda su oscura extensión.

—¡Ajá! —gritó—. ¡Más ladrones todavía! ¡Vienen a expoliar las bóvedas reales del bello Cormyr! No puedo dar la espalda y perderme en un conjuro por media vela sin que uno de vosotros aparezca acechando detrás de mí…

Habiéndosele agotado las palabras y emitiendo un gruñido de furia cargó hacia delante, agitando el bastón.

Vangerdahast elaboró tranquilamente un rápido e intrincado conjuro, una fórmula como ninguna que Jhessail hubiera visto jamás, y una extraña niebla roja apareció, se extendió por el pasillo, derribó al lich al suelo, y lo obligó a volver atrás hecho un ovillo, con varilla y todo. La niebla hizo desaparecer los huesos, los ropajes y los pies del lich mientras este se debatía.

Entonces, la niebla cerró la puerta de golpe y se arremolinó frente a ella para dejarla sellada.

—Al menos eso —dijo el mago real, volviéndose hacia los Caballeros— todavía puedo hacerlo. —Pareció a punto de decir algo más, pero luego vaciló—. Entiendo perfectamente y respeto vuestra necesidad de tomaros algún tiempo para decidir si debéis ayudarme o no —añadió—. He esperado décadas para que ciertas cosas sucedieran en Cormyr; trabajé durante años para propiciarlas. He dominado la impaciencia. Me retiraré un poco más allá —dijo, y señaló por el pasillo abajo, un poco más lejos de la puerta donde hervía su conjuro—, y os daré ocasión de debatir sin intromisión.

Pennae asintió y alzó una mano para silenciar al resto de los Caballeros mientras contemplaba cómo Vangerdahast se alejaba.

—Doust —dijo en voz baja—, obsérvalo como si fueras un halcón hambriento. Avisa si lo ves hacer algo que se parezca a un conjuro.

—De acuerdo —dijo Doust.

—Estamos aquí perdidos, y estos liches me parecen muy reales —dijo Islif sin esperar a que hablaran los demás—. Eso significa que vamos a morir, tarde o temprano, si uno de ellos se abalanza sobre nosotros como ese que acabamos de ver…, lo haya preparado él o no. Tal vez lo necesitemos tanto a él como él a nosotros.

—Sin embargo —dijo Florin, asintiendo—, antes de lanzamos a hablar de táctica…

—Hablar de táctica —lo interrumpió Pennae con sorna sin dejar de vigilar a Vangerdahast.

—¿Hablar de táctica? —concedió Florin—. Creo que debemos decidir hasta qué punto podemos confiar en Vangerdahast. ¿Nos estará diciendo la verdad?

Doust se encogió de hombros y señaló a Semoor.

—Si rezo, si lo hacemos adecuadamente uno u otro, o ambos sacerdotes, es posible que nos otorguen el poder de distinguir las falsedades cuando las oigamos. Podemos hacer esto y plantear a Vangey preguntas específicas, preguntas que debemos elaborar minuciosamente. Los conjuros tienen límites estrictos, pero sabremos si ese cuento de la Desvinculación y un impostor, y la concesión de un título nobiliario son verdad.

—Hagámoslo —dijo Islif.

—De acuerdo —accedió Pennae—, pero recordad esto: Vangey estará escuchando todo lo que digamos. Decidamos algunas cosas deprisa, mientras disfrutamos de esta intimidad.

Manshoon se había vuelto a medias, alejándose de los Caballeros, fingiendo lo que él imaginaba que podía ser la dignidad —o tal vez sería mejor llamarla pomposidad— de Vangerdahast. Ahora venían lentamente a reunirse con él, de modo que se volvió para recibirlos.

Florin venía a la cabeza, con expresión grave.

—Muy bien, lord Vangerdahast —dijo formalmente, deteniéndose unos pasos antes de llegar— lo haremos, y que las maldiciones de todos los dioses de Faerun te ahoguen y desmiembren si nos has engañado.

—Probablemente lo has conseguido —dijo Intrépido—. No se puede juzgar por el humo, que puede durar algún tiempo. Sin embargo, no creo que el bosque se incendie a nuestro alrededor. —Se encogió de hombros—. No obstante, llegarán patrullas de Dragones. El fuego las atraerá.

—No quería usar magia alguna —dijo Tsantress con gesto pesaroso—, pero…

Sacudió la cabeza, exasperada, y volvió a mirar por entre los árboles del bosquecillo donde se habían refugiado, y donde permanecían en cuclillas, hacia las ruinas sin tejado en que, al parecer, se había convertido la mitad de la población del Cormyr oriental.

Por los Dioses Vigilantes, no podía ser tan grande por dentro. Si no habían caído en algún pozo, tendrían que estar apilados como…, como…

—Oh, dioses —susurró—. ¿Crees que estarán todos muertos?

—Verás, lady maga, pensar es algo que siempre nos mete en líos a los Dragones Púrpura, como no deja de recordarnos el mago real —dijo Intrépido—. Si lo que me preguntas es si estoy ansioso de sacar una espada y entrar allí, la respuesta es no; no, en este momento.

Tsantress sonrió al oír de sus labios la imitación de una de las frases favoritas de Alaphondar. Se puso tensa y posó un dedo sobre la boca para imponer silencio. Cuando Intrépido le dirigió una mirada inquisitiva, usó ese mismo dedo para señalar en otra dirección a través de la maleza. Se pegó todavía más al terreno.

Había aparecido otro hombre. Caminaba cautelosamente y sostenía una varita ante sí como si fuera una espada. Parecía desconocer el terreno, como si avanzara al tacto, o más bien, guiándose por los sentidos.

—¿Qué está haciendo aquí Lorbryn? —dijo Tsantress en un suspiro, casi para sí misma—. ¿Qué está sucediendo? ¿Es que Vangerdahast está enviando vigilantes para vigilar a sus vigilantes?