Muchos encantamientos parpadeantes relumbraban a modo de pálida advertencia de la presencia de Viejo Fantasma a lo largo de los tenebrosos corredores de piedra de la Ciudadela del Cuervo. Por dicho motivo, se movía cauteloso entre esas amenazas, sin apurar el paso más de lo conveniente. Nuevas protecciones, cerrojos e ilusiones que ocultaban puertas, cerraduras y paneles deslizantes en las paredes surgían por todas partes. No es de extrañar.
Los zhentarim prosperaban en ese Año de la Espuela. La Ciudadela parecía atestada de aprendices de magos de ojos brillantes y crueles, todos ansiosos de impresionar a los magos más antiguos para ganarse un lugar entre ellos. Necios vanidosos.
Necios a los que había que tener alejados de las asambleas en las que algunos de ellos estaban siempre prestos a echarse encima y arrollar a algún esclavo o sirviente presuroso, o a algún colega al que tuvieran ojeriza.
Al menos algunos de ellos tenían empuje, y era ese brío, esa vitalidad, esa fuerza vital superior, ese entusiasmo, esa capacidad y esa ambición arcanos lo que buscaba Viejo Fantasma. Lo que ansiaba, pongo a los Dioses Vigilantes por testigos. Lo que necesitaba.
En todo esto iba pensando Viejo Fantasma mientras se deslizaba bajo una puerta muy antigua y entraba en una habitación en la que resonaban las cadenas.
Rodeado por tres magos en ciernes de mirada feroz, una prisionera indefensa se debatía en vano por librarse de los enormes grilletes de hierro que la mantenían de pie con los brazos abiertos.
Con los dientes apretados, gruñía y sollozaba hasta que el agotamiento se apoderó de ella… pero inmediatamente se puso tensa y miró horrorizada al ver un súbito y arrollador resplandor justo por encima de su cinturón.
—¿Qué…? —dijo con un respingo.
Los tres magos rieron.
—Soy Delzyn de los zhentarim —dijo uno de ellos con aire grandilocuente, dando un paso adelante y sacando una daga larga y curva—, y mío es el conjuro que ahora sientes.
De una cuchillada cortó la cuerda que sujetaba los bombachos de la prisionera sin llegar a cortarle la piel.
La prenda cayó. La prisionera chilló, o intentó hacerlo, pero Delzyn siguió cortando trozos del justillo para desnudarla, desde los pechos hasta la saya, dejando a la vista un gusano largo y serpenteante de la propia piel de la mujer que había sido extraído de los órganos rojos y relucientes que había debajo. Ante las miradas de los cuatro, el gusano arqueó el cuerpo y le salió una cabeza ciega, de víbora, provista de colmillos.
Los magos rieron entre dientes y murmuraron unas palabras de aprobación mientras aquella víbora se apartaba del cuerpo de la aterrorizada prisionera para atacarla a continuación, clavando sus colmillos afilados como cuchillos en el mismo cuerpo del que había nacido.
—Observad —comentó Delzyn sin hacer el menor caso de los gritos de agonía de la mujer— lo rápido que devora…
Los gritos cesaron de repente, cuando Viejo Fantasma atravesó a la desdichada desde atrás, dejándola con expresión atónita y sin habla.
—Ahora dinos —dijo uno de los zhentarim—: ¿no es cierto que eso no debería suceder? Delzyn, tu conjuro debe necesitar…
Delzyn lo miró con ojos desorbitados. Emitió un sonido extraño, importuno, ahogado, mientras alzaba una mano que trataba en vano de asir el aire, como si este se le estuviera clavando. Se tambaleó. Su expresión pasó de un terror incontrolable al vacío más absoluto, y a continuación cayó sobre las losas de piedra.
Los otros dos zhentarim dieron un salto hacia atrás y dejaron que Delzyn diera con los huesos en el suelo. No querían tener nada que ver con lo que hubiera salido mal en el conjuro, fuera lo que fuese. Evidentemente…
Aquello también se abalanzó sobre ellos, tan rápido que no pudieron hacer nada. Uno tras otro vacilaron un instante mientras algo casi visible relucía entre ellos. Acto seguido cayeron de bruces al suelo, uniéndose a la suerte de Delzyn.
Viejo Fantasma salió como un rayo de la cámara, buscando el camino más rápido hasta el centinela, al que también era necesario matar. Por lo general le gustaba demorarse mientras comía, recreándose en el flujo lento y reconfortante de la energía vital que lo invadía, pero en ese momento tenía algo de prisa.
No se atrevía a llegar tarde a la cita secreta que lo aguardaba.
En una cámara situada en la parte alta de la Ciudadela, Ilbrar Thaelwand, centinela de guardia de la Hermandad, observaba la reluciente esfera de escudriñamiento que tenía ante sí, meneando, incrédulo, la cabeza.
Por mucho que murmuró, tocó e incluso golpeó la esfera, la escena no se modificó. Por fin había sucedido algo, tras meses de tediosa observación sin encontrar nada notable. ¡Maldición! Acababa de ver una especie de espectro atravesando a Delzyn y a los demás, algo que los había vaciado hasta dejarlos muertos.
Con un resoplido de temor, Ilbrar se dispuso a hacer sonar el gong de alarma… y retrocedió al ver lo que surgió ante sus ojos: la mano izquierda de un hombre incorpóreo que salía de la nada e iba hacia él, acercándose más… y más…
Ilbrar empezó a farfullar aterrorizado mientras daba manotazos para apartar aquella mano que lo esquivaba con gran habilidad y se alzaba para tocarlo.
A su contacto, las maldiciones de Ilbrar se convirtieron en un sonido sibilante y él se desplomó, mientras de sus ojos, nariz y boca salían leves volutas de humo.
Molesto porque la prisa que tenía le impedía detenerse para regodearse, Viejo Fantasma se fue como un rayo.
El gong siguió silencioso, flanqueado por un centinela al que ya nada le importaba pues tenía el cerebro achicharrado.
En otra habitación de la Ciudadela, esta mucho más antigua y oscura y mejor escondida que las dos anteriores, un mago cuyo brazo izquierdo terminaba a la altura de la muñeca permanecía tranquilo, mirándose el muñón mientras la mano poco a poco se le iba corporizando otra vez.
Cuando nuevamente tuvo su aspecto íntegro, movió los dedos comprobando su funcionalidad. Satisfecho con el resultado, se volvió, colocándose de frente a la única puerta de la habitación.
Estaba cerrada con llave, pero al parecer eso no representaba el menor problema para la siniestra sombra que ahora la atravesaba y se erguía, transformándose en una forma espectral vagamente humana y profundamente ominosa.
Viejo Fantasma sabía bien cómo parecer amenazador.
—Hesperdan —dijo la forma espectral a modo de saludo—, ¿por qué me has invocado? No me gusta mostrarme tan abiertamente.
—Tu comportamiento con Horaundoon fue tan inclemente —replicó el mago—, que me pareció necesario reexaminar tus fines y creencias. Y eliminarte si fuera necesario.
—También yo tengo necesidades —replicó Viejo Fantasma y abrió de par en par puertas de su mente, que había mantenido cerradas a cal y canto durante algún tiempo, para mirar con furia las palabras de fuego que relucían tras ellas.
A modo de respuesta, el aire reverberó en cuatro puntos de la habitación, abriendo una especie de ventanas que daban a cuatro cámaras distantes de Faerun, en cada una de las cuales había un mago de cara inexpresiva con una varita mágica en la mano. Entre murmullos, los cuatro activaron la magia de sus varitas.
Conjuros voraces y aulladores salieron disparados furiosamente hacia Hesperdan desde todos los ángulos, aunque por algún motivo no tocaron al mago, que los observaba sin inmutarse. Algo invisible desviaba los conjuros, transformándolos en un caos rugiente y crepitante.
A través de la arrolladora confusión, Viejo Fantasma se lanzó como una flecha y penetró en Hesperdan con una mueca triunfal.
Lo único que consiguió fue aparecer al otro lado del mago, inmóvil, muy disminuido y humeante. Dio un respingo.
—¿Cómo has…? —balbució con voz temblorosa por el dolor.
El mago se encogió de hombros.
—Sigue preguntándotelo. A mí me desagrada dar información tan abiertamente. Baste decir que puedes seguir existiendo… por ahora.
—Te ruego que aceptes mi agradecimiento ante tu benevolencia —dijo Viejo Fantasma—. ¿Tiene esto un precio?
—Por supuesto: responderme sinceramente. ¿Todavía te consideras un leal miembro de los zhentarim?
—Sí. —El tono del espectro era tan firme como hosco.
—¿A quién exactamente eres leal?
—Al Alto Imperceptor. A ti, lord Chess.
—Hasta que se te presenta la ocasión de matarme, por supuesto. Sigues actuando contra los zhentarim, reiteradamente, en cuestiones de mayor o menor importancia. ¿Por qué?
—Por los motivos por los que lo he hecho siempre: para frustrar los planes de Manshoon y acabar con él. Él ha pervertido a nuestra Hermandad transformándola en una comunidad en permanente guerra consigo misma, y en su instrumento personal de dominio.
Hesperdan enarcó una ceja.
—¿Y para confundirlo destruyes a otros miembros y otros planes de los zhentarim?
—Así es. Los que lo obedecen más a él que a nuestras causas fundacionales forman parte de su progenie y arrojan una sombra sobre nosotros. Sus planes para alcanzar sus propios objetivos no son los nuestros, y cuanto más consigue sus propios objetivos más crece su poder. Los zhentarim se ven apartados de lo que deberían ser.
—En concreto: ¿por qué actuaste como lo hiciste en el caso del mago Rojo Hilmryn?
—El Thayan se atrevió a usar sus conjuros para influir sobre las mentes de unos cuantos de nuestros aspirantes a magos, una debilidad que nadie debe saber que existe. Hice que se volviera sobre los demás Magos Rojos con conjuros mortales y con ello impuse un elevado tributo antes de que se transformasen en polvo sanguinolento. Que todos los Magos Rojos se lo piensen muy bien en adelante antes de atreverse otra vez con un zhentarim.
Hesperdan asintió.
—¿Qué harán con Horaundoon ahora que te has… convertido en lo que eres?
—Él es mi rival, además de torpe y necio, y todavía trata de escapar a su nueva naturaleza mientras se va haciendo a ella, pero cuando se calme, si es que antes no cae en tácticas demasiado peligrosas, lo ayudaré a trabajar contra la Hermandad para debilitar el mandato de Manshoon.
—¿Y cuáles son tus intenciones respecto de los Caballeros de Myth Drannor?
—Sólo me conciernen a mí.
Hesperdan alzó una mano, y súbitamente una reluciente red de fuerza apareció rodeando a Viejo Fantasma, lanzando puntas de lanza de crepitante energía sobre él.
—Sinceramente… —recordó el mago.
—Son corceles capaces que tanto Horaundoon y yo sabemos muy bien cómo cabalgar con comodidad y rigor. Y van a donde queremos que vayan.
—Lejos de la Casa Escondida, a la que ninguno de los dos osáis acercaros —replicó Hesperdan sibilinamente—, y más cerca del Mythal de Myth Drannor, cuyas energías puedes aprovechar.
Viejo Fantasma hizo una pausa.
—O sea —dijo con tono sibilante tras un momento de tenso silencio—, que tú lo sabes.
—Por supuesto —respondió Hesperdan—. Ayudé a construir el Mythal y puedo sentir tus intentos de recurrir a él.
—¿Tú…?
—La incredulidad no es lo tuyo, Arlonder Darmeth. Veamos si te sienta mejor la obediencia. Haz lo que quieras con Manshoon y los zhentarim, pero no toques un pelo a los Caballeros de Myth Drannor. Esos necios inconscientes me pertenecen. De modo que no los azuces ni los detengas. En lo más mínimo. «Ni cosa alguna de este mundo», como ellos dicen.
En ese momento el mago sonrió. Era una sonrisa fría, como la de un lobo que enseña los dientes, y por primera vez desde que podía recordar. Viejo Fantasma se encontró temblando.
Hasta entonces no había sabido que todavía era capaz de temblar.
¿De modo que ese viejo zhent que no podía con su alma había participado en la creación del Mythal de Myth Drannor?
Y, por todos los Dioses Vigilantes, ¿cómo era posible que supiera su nombre?
—¿Quién era?
—No dejes de hacer todo lo posible por descubrirlo —dijo Hesperdan parsimoniosamente, como si Viejo Fantasma hubiera pensado en voz alta—, pero ahora vete. Los dos tenemos cosas más importantes que hacer que demorarnos aquí, intercambiando palabras amenazadoras.
Viejo Fantasma se marchó, y aunque trató de no darse prisa no pudo evitarlo.