Capítulo 18

Cuando se acaba la diversión

Preparaos, oh juglares,

para entonar vuestras alegres canciones

porque la sangre teñirá las alfombras

al acabarse la diversión.

Orammus, el Bardo Negro, de Aguas Profundas.

De Al acabarse la diversión,

una balada incluida en El libro negro del viejo Or;

publicado en el Año de la Plaga

—Me gustan mucho las piedras luminosas de estos guardias —comentó Doust, levantando la que tenía en la mano para mirar otro cruce de caminos en el oscuro laberinto de pasadizos en el que estaban perdidos—. Dejan pequeños a los faroles.

—Úsala, no la admires —le espetó Pennae, señalando el camino que consideraba que era el correcto—. Hay algo que nos urge muchísimo, ya lo sabes.

—Ya caigo —dijo Semoor, malhumorado, mientras empezaban a correr otra vez—. Por eso que envenenaste a lady Laspeera y al ornrion, y vamos por ahí luchando contra todo leal Dragón Púrpura que se nos pone delante. Ya sabía yo que tenía que haber algún motivo.

Pennae le dedicó una mirada exasperada.

—Estamos buscando —dijo sin dejar de correr— unas cámaras conectadas llamadas las Cámaras de la Sima del Dragón. Estaría bien que las encontráramos antes de que los guardias se despertaran y empezaran a hacer sonar ese gong. —Meneó la cabeza—. Todavía no puedo creer que lo hubieran reforzado con alambre adamantino. ¿Qué clase de servidores pueden hacer semejante cosa?

—Los de Cormyr —respondió Doust.

Pennae le soltó una Obscenidad antes de añadir:

—Recuerda simplemente que necesitamos encontrar las Cámaras de la Sima del Dragón.

Semoor miró hacia la pared del pasadizo por el que corrían.

—No veo ninguna señal que lo indique.

—Pues sigue rezando —le aconsejó Pennae.

—A los próximos guardias que veamos les preguntamos —dijo Jhessail—, antes de despacharlos a la tierra de los sueños.

—O de que nos atraviesen con sus espadas —añadió Semoor.

Doust alzó la mano y agitó la piedra luminosa para advertir a los Caballeros que se detuvieran. Cuando los tuvo a su lado, señaló con la piedra sin decir una palabra. Se encontraban en el cruce de seis pasadizos oscuros, aparentemente idénticos.

—¿Y ahora por dónde? —preguntó Florin.

Pennae frunció el entrecejo. Alzó las manos para indicar dos pasadizos adyacentes que corrían un poco en ángulo hacia su derecha y que daban la impresión de divergir apenas un poco el uno del otro. Finalmente se encogió de hombros y dejó caer una mano mientras seguía apuntando con la otra.

—Por ahí. Las Cámaras deben de estar a cierta distancia todavía.

—Vaya —dijo Semoor mientras rompían a correr otra vez hacia la oscuridad—. Igual que el tesoro que se suponía iba a empezar a llover sobre nuestras cabezas cuando consiguiéramos la cédula real.

—A ti podemos reemplazarte —le dijo Islif.

—Oh, no —replicó alzando las manos como si estuviera furioso—. No lo creo. Un consagrado de Lathander, dispuesto a recorrer el reino abatiendo Dragones Púrpura, combatiendo a una multitud de magos malditos por todos los dioses, de la fabulosa Hermandad Negra de Zhentil Keep que los dioses confundan, mientras las posadas se desmoronan sobre él y las magas de guerra nos sermonean sobre ética, por no hablar de lo que le mandan hacer sus compañeros de armas, muchos de los cuales parecen unos imbéciles desaprensivos (y en esto procuro ser amable), creo que no se encuentra todos los días. Ni mucho menos.

—Contemplad, Dioses Vigilantes, cómo habla la verdad por la boca de nuestro Diente de Lobo —comentó Jhessail, sardónica—. Por una vez en la vida.

—Pero ¿tan endiabladamente grande puede ser este palacio? —preguntó Doust jadeando—. ¿O es que sus mazmorras y pasadizos recorren una buena parte de Suzail?

—Así es —respondieron al unísono Pennae e Islif. Las dos se miraron con incredulidad antes de preguntar también al unísono—: ¿Y tú cómo sabes eso?

Semoor puso los ojos en blanco.

—Un hatajo de chiflados. Y yo, atrapado aquí abajo con ellos.

—Oye, Florin —preguntó Islif—. ¿Se consideraría un quebrantamiento de nuestro acuerdo si la punta de mi bota golpeara el trasero de cierto Diente de Lobo?

—No si es sólo una bota —respondió Florin riendo entre dientes.

Un poco más adelante repitió la risita y al fin echó atrás la cabeza y rompió a reír a carcajadas. Casi de inmediato se unieron a él Doust e Islif.

Y así fue que los Caballeros de Myth Drannor iban riendo como locos cuando al salir de la oscuridad se dieron de bruces con los siguientes Dragones Púrpura que el destino quiso ponerles delante y que se los quedaron mirando boquiabiertos. Eran cuatro soldados con armadura completa y muertos de aburrimiento, reunidos en torno a un Dragón Púrpura pintado en la pared del pasadizo.

Un puesto de guardia. Este, por suerte, no tenía gong.

El joven zhentarim respiraba agitado cuando entró por la puerta.

—He conseguido traerlos a todos de vuelta… justo a tiempo. ¡Nunca creí que Cormyr pudiera reunir tantos Dragones Púrpura como los que en este momento cabalgan hacia Halfhap!

—Era de esperar, después de que los comandantes locales enviaran noticia de que lord Manshoon y Bastón Negro y Elminster hicieron volar por los aires una posada de la ciudad —dijo el zhentarim más viejo, apartándose del escritorio, cubierto de balanzas, grimorios y pergaminos.

—Uf. Creo más bien que Vangerdahast se llevó el susto de su vida y volvió a casa con el rabo entre las piernas y se puso a dar gritos ante el rey. ¡Y Azoun quedó tan azorado al ver a su mago real, tan pagado de sí mismo, balbuceando de miedo, que desplegó a todo su ejército!

—Es muy probable que haya sido así. O sea, que es mejor mantenerse al margen. Y podemos dar las gracias a lord Manshoon por tener todavía la cabeza sobre los hombros.

—¿Queréis decir que también él se llevó un buen susto?

—Cuidado, Mauliykhus, cuidado. Uno nunca sabe qué palabras podría oír él o cómo podría tomarlas. Es mejor no especular sobre lo que piensa. No ve con buenos ojos a quienes lo hacen. En absoluto. Todo lo que sé es que, de ahora en adelante, debemos mantenernos al margen.

—¿Sólo eso? ¿Mantenernos al margen? Aumrune, ¿dónde has oído esas palabras?

—Órdenes. De arriba. He oído que lord Manshoon no quiere que ninguno de nosotros ande por allí cuando la emisaria de Luna Plateada sea recibida en las Cortes con toda la pompa y el boato del que es capaz Suzail. Parece ser que a algunas de las hechiceras que la acompañan les encanta darnos caza a los de la Hermandad, y tienen algo que las mantiene vinculadas y hace que sean mucho más mortíferas que un simple puñado de entrometidas aficionadas al Arte. Según Manshoon, si huelen que andamos por ahí acudirán en tropel a Cormyr y nos perseguirán durante años, dándonos de palos cada vez que nos presentemos.

Mauliykhus parpadeó.

—Ah, bueno. En ese caso…

—Exactamente. —Aumrune sacó un decantador, señaló dos copas indicando a Mauliykhus sin palabras que se las acercara, y se volvió a sentar ante su escritorio, apartando de forma descuidada con un movimiento del brazo las hojas llenas de signos de magia refulgente.

El mayor de los dos zhentarim dio vuelta en el dedo a un anillo e hizo surgir en el aire un zumbido que Mauliykhus hacía tiempo que sospechaba que era una protección antiescudriñamiento.

—Nada de esto nos impide hablar de algunos puntos interesantes de esta cuestión que, obviamente, no tuvieron nada que ver con la decisión de lord Manshoon —dijo bajando el tono de la voz—. Por ejemplo, la desaparición de uno de sus magos de más confianza, Sarhthor, y de unos cuantos nobles traicioneros cuyas rutas comerciales tal vez hayamos aprovechado para algún uso privado. Ah, y podemos hablar de algo llamado «hargaunt». Y de seres espectrales que vieron introduciéndose y probablemente poseyendo a demasiados zhentarim leales, haciendo que se volvieran contra sus compañeros de la Hermandad. O de la posibilidad de que la magia de Fuego de Dragón, después de tantos años, no sea más que una mera ilusión o fantasía de juglares.

Mauliykhus sonrió y tras dejar las copas sobre la mesa se sentó frente a su superior de la Hermandad.

—Ah, bueno, he estado conteniéndome para no hacer demasiadas preguntas sobre todas esas cosas que no podía sacarme de la cabeza todos estos días.

—Lo he notado —comentó Aumrune con el tono más seco que Mauliykhus le hubiera oído jamás, y después llenó las copas hasta el borde—. Sin embargo, procura que todo lo que hagas sea hablar y observar hasta que recibamos nuevas órdenes. Por ahora, nos mantenemos al margen y dejamos que los nobles se condenen con sus pequeñas traiciones, y que el ornrion Intrépido brame y gruña como un jabalí en celo, y que esos Caballeros de Myth Drannor lo revuelvan todo como los tontos ingenuos que son. Si Bane nos es propicio, sus meteduras de pata nos permitirán averiguar más cosas sobre la verdadera naturaleza de esos espectros y sobre lo que es realmente la magia de Fuego de Dragón, antes de que…

—¿Antes de que sea necesario lanzarse sobre esos Caballeros de Myth Drannor?

—No, antes de que sea demasiado tarde.

—¡Venimos en son de paz, Dragones Púrpura! —gritó Florin agitando la mano abierta y vacía—. ¡Servimos al rey y a la reina y nos han otorgado una cédula real! ¡No tenemos nada contra vosotros, pero debemos encontrar en seguida las Camaras de la Sima del Dragón!

Se calló con un suspiro. Los soldados habían endurecido la expresión y se habían desplegado, desenfundado las espadas. Esto dejó a la vista una puerta que había detrás de ellos y de la cual salieron otros cuatro Dragones, armados con espadas y mazas.

—¿Paz? ¿Parlamentamos? —dijo Islif.

—¡Rendíos! —ordenó el Dragón de más edad—. ¡Tiraos al suelo y arrojad las armas!

—¿Conque este es el camino más corto a las Cámaras de la Sima del Dragón? —preguntó Pennae con malicia.

—¡Eh, mirad! —dijo uno de los soldados con agradable sorpresa—. ¡Entre ellos hay mujeres!

—¿Qué te parece? —dijo Jhessail echándose una mirada—. En todos estos años ni me había dado cuenta.

—¿Por fin te has despertado, Dragón? —le preguntó Islif a aquel Dragón Púrpura con tono agrio, al tiempo que le desviaba la espada con la suya y retorciendo esta hasta hacer que la otra se desprendiera de su mano y cayera con estrépito.

El Dragón que estaba al lado del anterior trató de alcanzar la garganta de Islif con su acero y gritó:

—Rend…

No pudo completar la orden, ya que Islif esquivó la punta de su espada y con el otro brazo lo cogió por aquel con que sostenía la espada, y tiró con fuerza. Con la otra mano, le asestó un buen golpe en la barbilla que lo hizo caer hacia adelante, con un resoplido y los ojos en blanco, hasta dar en el suelo como un saco de patatas.

Junto a Islif, Pennae dio unos pasos de baile frente a tres de los Dragones, les envió un beso y luego, con una voltereta se les lanzó a los tobillos, haciéndolos caer por encima de ella. Cuando aterrizaron, lanzando maldiciones, Doust se inclinó y los golpeó en la parte posterior del yelmo con su maza, contando como lo haría un niño jugando en la calle.

—¡Un Dragón, dos Dragones, tres Dragones!

—¿Qué locura es esta? —gruñó el oficial—. ¿Qué os creéis que estáis haciendo?

—¡Buscar las Cámaras de la Sima del Dragón! —dijo Florin—. ¿Podéis ayudarnos?

El oficial alzó la espada en pose dramática.

—¡Nunca!

Semoor lanzó su maza que impactó sobre la frente del hombre, cubierta por el yelmo, e hizo que se tambaleara. Pennae no dudó en deslizarse detrás de él y ponerse de rodillas… y él cayó de espaldas, con un bramido de dolor. La ladrona se volvió, dio un salto y cayó de rodillas sobre su pecho cubierto por la armadura, dejándolo sin respiración.

Cuando el oficial alzó la cabeza, tratando de recobrar el aliento, le sonrió con dulzura y le dio un revés que hizo rebotar su cabeza sobre el suelo de piedra.

—¡Y sed tan amable de sumiros en el sueño y dejarnos el camino despejado! —le dijo a la cara con desdén—. ¡Tenemos un reino que salvar! ¡Nada menos que el vuestro!

—No, Torsard, la espada enjoyada no. Recordad, nada de magia.

—Pero… pero…

Lord Elvar Espuelabrillante suspiró.

—¿No lo hemos discutido ya? ¿Acaso no has sido instruido sobre la etiqueta de la corte a lo largo de todos estos años?

—Pero Algranth Genuina Plata lucirá su mejor espada. ¡Tiene grandes gavilanes dispuestos en forma de alas de águila desplegadas! ¿Por qué él…?

—Él no lo hará —lo interrumpió lord Espuelabrillante—. Puede que Vangerdahast, frunciendo el gesto, permita que los Obarskyr lleven armas provistas de magia a una recepción, e incluso puede que no despedace a la emisaria de Luna Plateada ante nuestras narices por atreverse a hacer lo mismo, pero nosotros no somos la realeza. Ese es el motivo por el cual tu señora madre no lucirá la tiara que tintinea, ni tus hermanas esos pectorales de gemas relucientes de los que están tan orgullosas. Puede que sea una norma arbitraria, o incluso fastidiosa, pero el deber de Vangerdahast es proteger la Corona, y así lo hace, y se las arregló para hacer que esta norma quedase sólidamente establecida mucho antes de que tú nacieras. Tú has crecido dándola por sentada, del mismo modo que das por sentada tu posición como noble. ¿Cómo puedes aceptar la una sin aceptar la otra?

Los labios de Torsard se curvaron en una sonrisa.

—¡Perdonadme, padre, pero no se puede comparar nuestro orgulloso linaje con una arbitraria etiqueta de la corte que sólo se aplica en determinados casos!

—¿Ah, sí? ¿Acaso nuestros privilegios como nobles no forman parte de la misma etiqueta? La Corona puede borrarlos de un plumazo si se le antoja. ¿O no?

—¡Ah, la Corona —dijo Torsard—, el propio rey, no un mago cualquiera!

—¡Bueno, ese mago en particular, a diario gobierna el reino más que el rey y la reina juntos, y casualmente es lo que hace ahora mismo! ¡Controla tu carácter, deja esa espada y elige una sin encantamientos!

—¿Y qué pasa si algún forastero o un aventurero a sueldo irrumpen en la recepción y amenazan a los magnánimos Obarskyr? ¿Entonces qué?

—Entonces todos los magos de guerra vigilantes se enfrentarán a esas amenazas con sus conjuros, y todas las hechiceras que pasan por doncellas de lady Bosquestival harán lo propio —replicó lord Espuelabrillante—. Y si por casualidad quedara algo de esas amenazas después y los Dragones Púrpura de medio reino dieran la impresión de necesitar ayuda ¡entonces podría resultar útil tu espada no mágica!

—Pero…

—Veamos. ¿Eres tú uno de esos Caballeros de Myth Drannor, favoritos de Filfaeril, o tal vez un forajido asesino? ¿O eres un noble leal de Cormyr del que su padre tiene motivos para estar orgulloso?

Torsard dio un bufido, alzó las manos con exasperación, y giró sobre sus talones para abandonar el estudio de su padre. Pero volvió de inmediato con el entrecejo fruncido.

—Y dime, ¿por qué, por todos los dioses, tenemos que vestirnos de gala y mezclarnos con todos los plebeyos que pueden darse el lujo de un baño y de una guerrera decente?

—No tenemos que hacerlo. Podemos quedarnos aquí y no participar en esa recepción. No me sorprendería que los Bleth y los Illance hicieran eso. Ellos son contrarios a estrechar vínculos con Luna Plateada.

—Ya. Quieren todo el oro que puedan transportar sus barcos, en un comercio cada vez más intenso con los Vilhon, ¿no es cierto?

—Precisamente —dijo lord Espuelabrillante—, aunque tampoco me sorprendería si el joven Bleth y los hombres de Illance se introdujeran cubiertos con máscaras para disfrutar de la recepción, a pesar de la prohibición de sus padres.

—¿Cómo? ¿Una recepción para una emisaria extranjera? ¿De una ciudad amante de los elfos y perdida en medio de los bosques de la Costa de la Espada, que se congela invierno tras invierno y se inunda todos los veranos? ¿Por qué?

—Me asombras con tus vastos conocimientos de Luna Plateada. En cuanto al «por qué», bueno, dicen que lady Bosquestival es casi tan hermosa como la propia Alustriel.

—Ah, sí, la bella y legendaria Alustriel —dijo Torsard—. Una de esas estacas de pelo plateado que se van a la cama con todo el que se les pone a tiro y dicen ser hijas de una diosa. Si uno pudiera atravesar los conjuros que usan para hacerse tan hermosas y tocarlas realmente, me atrevería a decir que uno se encontraría con caras llenas de arrugas y verrugas, y todas las demás delicias que caracterizan a las viejas brujas.

—Oh, ¿eso crees? Pues bien, mi sabiondo heredero, mis dedos han recorrido ese camino al que te refieres con tanto desdén. Fue antes de que tomara a tu madre por esposa, podría añadir, y encontré a Alustriel muy hermosa. Realmente muy hermosa.

Torsard se quedó mirando a su padre. La voz de lord Elvar Espuelabrillante sonaba dulce y ronca a la vez, y sus ojos evocaban algo muy lejano y remoto. Eran unos ojos que brillaban sospechosamente… hasta que lord Espuelabrillante le dio la espalda a su hijo.

—Y bien —dijo con brusquedad—. ¿Cuánto tiempo piensas que te va a llevar elegir esa espada? ¡Te recuerdo que la recepción es hoy!

—Buscamos las Cámaras de la Sima del Dragón —dijo Semoor sacudiendo al vapuleado Dragón Púrpura por la garganta, con la nariz casi pegada a la del otro—. ¿Dónde están?

—¡Jamás lo diré! —gruñó el guardia—. ¡Cormyr por siempre!

Semoor le dio al hombre un revés en toda la cara que hizo que su casco resonara al chocar contra la pared de piedra que tenía detrás. Entonces el sacerdote sonrió satisfecho.

—¡Eh, esto es divertido! —les dijo a sus compañeros—. ¡Después de años de recibir tortazos de los soldados, por fin tengo ocasión de resarcirme!

Florin miró hacia otro lado.

—¿Realmente es necesario que hagamos esto?

Islif le apoyó una mano en el hombro.

—Tranquilo —dijo en un susurro—. No dejaré que continúe mucho tiempo.

—Ahora —Semoor sonrió mirando al guardia a la cara—, vamos a intentarlo de nuevo. Las Cámaras de la Sima del Dragón, ¿dónde están? ¿Cómo podemos llegar desde aquí?

—¡Jamás te lo diré, falso sacerdote! —le espetó el Dragón.

Esta vez, el puñetazo de Semoor fue realmente fuerte, y su sonrisa había desaparecido.

—Insultas más a Lathander que a mí, hombre —le soltó—. Ahora vas a…

Islif le sujetó el brazo y lo obligó a ponerse de pie y apartarse del guardia, que aprovechó para salir corriendo, hasta que Islif hábilmente le puso el pie delante y lo hizo caer de morros.

Pennae se dejó caer con fuerza sobre el Dragón Púrpura.

—Me pregunto qué tal te vendrá que te corte unas rebanadas.

Dejó que el hombre viera el cuchillo antes de cortar la correa trasera de su bragueta, y fue recompensada con un gemido y un furioso intento de escapar que acabó cuando Florin puso al hombre de pie de un tirón, para cogerlo en vilo a continuación y estamparlo contra la pared mientras pataleaba desesperado con la mano de Florin rodeándole el cuello.

—Servimos a la Corona de Cormyr igual que tú —le dijo el explorador—. El propio rey firmó nuestra cédula; la reina nos armó caballeros y nos dio su bendición. Ahora mismo, estamos tratando de salvar el reino. Necesitamos llegar a esas cámaras, donde, como tú bien sabrás, habrá magos de guerra en abundancia que no dudarán en detenernos si consideran que somos desleales. Necesitamos orientación. Os ruego que nos la deis.

—O continuará —añadió Pennae despreocupadamente— con esto. —Levantando la bragueta de acero del Dragón Púrpura, aplicó la punta de su cuchillo contra el cuero que había debajo, lo suficiente para que el hombre la sintiera.

—Yo… uh… ¡No dejéis que lo haga!

—Se me empieza a cansar el brazo —le informó Florin—. No tardaré mucho en dejarte caer, y entonces…

Rápidamente, Pennae movió el cuchillo para ejercer presión debajo del cuero abultado. El hombre tragó saliva.

—Tomad el pasadizo con las mirillas hasta el segundo camino de la sala. Girad a la izquierda y seguid hasta el final. Hay una encrucijada y dos puertas. ¡Cada una de ellas da a una Cámara de la Sima del Dragón!

—Gracias mil —dijo Florin educadamente—. Ha sido un placer hablar con vos, señor.

—Ahora, a dormir —susurró Jhessail y formuló el conjuro que sumiría al Dragón Púrpura en un sueño profundo; Florin dejó al hombre suavemente en el suelo de piedra.

—Y ahora ¿cuál es el pasadizo con las mirillas?

—Es este —dijo Pennae internándose en la oscuridad. El resto de los Caballeros salió corriendo tras ella.

—O sea, que esto es ser un héroe —musitó Doust cuando empezó a jadear otra vez—. ¡Jamás oí a los juglares cantar sobre esto de correr!

—¿Cómo se sabe cuál es el pasadizo indicado? —le preguntó Semoor a Pennae—. Dicho de otra manera: ¿Sabes cuál es?

Pennae volvió la cabeza y le dedicó una sonrisa.

—Por supuesto. ¿Ves aquello? —señaló unos cuantos puntos luminosos a lo largo de la pared del pasadizo.

—Pintura fosforescente —murmuró Islif.

—Eso es. Indican que hay pequeños paneles deslizantes que pueden correrse para ver por una mirilla; debe de haber una habitación al otro lado de esta pared para que los magos de guerra o los altos caballeros puedan observar a los que están dentro. Los baños de las damas, tal vez.

—Ya veo —dijo Islif—. ¿Y cómo es que tú reconoces esas mirillas a simple vista?

Sin parar de correr, Pennae empezó a canturrear una cancioncilla inocente a modo de respuesta.