Los caballeros van a la guerra
Oh, que se eche a temblar el reino
si alguna vez los Caballeros van a la guerra.
Ilmdrar de Zazesspur,
Sueños de un futuro siniestro:
Visiones de un sabio sobre la hermosa Tethyr,
publicado en el Año de las Espadas Ensombrecidas
—Seguid avanzando —murmuró Florin cuando Intrépido vaciló al salir del fuego azul y se encontró bajo tierra, en un pasadizo de piedra húmedo y totalmente oscuro—. Dos pasos más. Eso le dará espacio suficiente a lady Laspeera para no chocar contra vos.
Intrépido accedió con un gruñido y dio los dos pasos requeridos. Por el espectro del aliento se dio cuenta de que había alguien cerca de él. Arrugó la nariz por el olor a cuero y un leve tufo a sudor. Sudor femenino, proveniente de alguien tan alto como él. Islif.
—¿Dónde estamos?
Islif no dijo ni una palabra, pero Semoor respondió con tono animado.
—En algún lugar oscuro y bajo tierra. —Su voz sonó como si estuviera pegado a una pared unos pasos más adelante, o tirado en el suelo de piedra.
Intrépido volvió a gruñir, descargando así en parte su mal humor.
—En algún lugar que nos es totalmente desconocido —se apresuró a añadir Jhessail desde más allá de Semoor—. Puedo hacer que tengamos luz, pero la magia de lady Laspeera puede ser mucho mejor que…
El frío fuego azul volvió a parpadear y de él salió Laspeera.
—¿Dónde estamos? —preguntó deteniéndose.
—Tenía esperanzas de que pudierais ayudarnos a averiguarlo —dijo Florin a su lado—. Jhessail puede proporcionamos luz para ver, pero si vos tenéis un conjuro que pueda darnos mejor servicio…
—No, Jhessail, por favor, proceded.
El conjuro fue sencillo, y cuando estuvo terminado dos esferas de luz parpadeante aparecieron por encima de las palmas de las manos de Jhessail. Su voluntad las dirigió hacia el techo —húmedo, de grandes bloques de piedra encajados, y muy bajo— y los envió un poco más adelante. Las esferas de luz les mostraron un pasadizo largo, recto, revestido de piedra. Después los fueron balanceando en la otra dirección, más allá de los Caballeros, iluminando ambos lados del portal y un poco más allá. El panorama era más o menos el mismo.
—Apasionante —comentó Semoor—. No tiene nada que ver con la emoción de la posada, pero…
Laspeera le entregó una poción y otra a Doust.
—Vuestras pociones curativas —murmuró—. Bebed todos los que lo necesitéis.
Cuando Islif la rechazó, la voz de la maga de guerra se hizo más firme:
—En nombre de la Corona de Cormyr, Islif Lurelake, os ordeno que os toméis una de estas. Los héroes tozudos pronto suelen estar demasiado muertos para hacer nada.
Islif asintió, cogió la ampolla que le ofrecía, y bebió.
—Sigue resultando oscuro, húmedo y totalmente desconocido —comentó Doust, mirando pasadizo adelante—. ¿Dónde estamos?
Un instante después se oyó la voz de Florin.
—¡Pennae, vuelve aquí ahora mismo! —dijo con brusquedad.
A sus espaldas, más allá del portal, la dama ladrona había avanzado sin hacer ruido por el pasadizo, pero ante la orden de Florin —y el hecho de que de las luces danzarinas de Jhessail se le acercaran— se detuvo, apoyó una mano en la cadera y echó a Florin una mirada que no tenía nada de inexpresiva.
—¿Y desde cuando eres tú mi guardián?
—Pennae —dijo Islif—, ya hemos hablado de esto. Cuando no sepamos dónde estamos debemos mantenernos juntos hasta que decidamos qué hacer.
Intrépido rió entre dientes y Pennae lo fulminó con la mirada.
Laspeera sonrió.
—Pennae… no, va para todos. Tengo pleno conocimiento de vuestra cédula real y de los juramentos que la acompañaron, pero ahora debo oír la verdad de vuestras bocas: ¿Sois leales a la Corona de Cormyr?
—Señora —replicó Florin—, lo somos.
—Conozco bien vuestra lealtad, explorador —respondió Laspeera—, pero todavía tengo que convencerme de la de algunos de los vuestros. ¿Vos, ladrona?
Su mirada se posó con decisión en Pennae. Cuando la de esta se convirtió en un desafío, Laspeera bajó los ojos significativamente a las pertenencias de Yassandra, que ahora pendían del cinto de Pennae, y después volvió a mirarla a la cara.
—He hecho un juramento —dijo Pennae envarada— y me atengo a él.
—Bien. ¿Sacerdotes?
—Perdonadme, lady Laspeera, pero mi lealtad está sobre todo con lo divino —dijo Doust—, y a continuación con mis compañeros Caballeros. En tercer lugar soy leal a la Corona de Cormyr.
—Hago mías esas palabras —añadió Semoor.
Laspeera asintió.
—Habéis sido sinceros, por lo tanto no trataré de arrestaros ni de obstaculizar vuestras acciones. En lugar de eso os diré que estamos en lo que se ha dado en llamar el Pasadizo Largo, un camino que pasa por debajo del patio que hay entre las Cortes y el palacio, uniendo pasadizos secretos que discurren por dentro de las paredes de ambos edificios. En uno y otro extremo están vigilados, siempre, de modo que es mejor que no os apartéis de mí… ni del ornrion Intrépido.
—¿Entráis en un pasadizo de piedra desnuda y sabéis dónde está? —preguntó Semoor, con desconfianza—. ¿O es que ya conocíais el portal por el que acabamos de pasar?
—No, no lo conocía. Sin embargo, puedo percibir las custodias que nos rodean, y me resultan tan familiares como pueden serlo para vosotros las casas donde os criasteis. El portal forma parte de ellas y estuvo tanto tiempo dormido que no tenía ni idea de su existencia. Ya está volviendo a hacerse invisible. ¿Lo veis?
Todos miraron lo vieron.
—De modo que estamos en Suzail —musitó Doust—, en algún lugar entre el palacio y los despachos, los salones de audiencias y los otros despachos que quedan enfrente. Y supuestamente, estamos en un lío por no haber permanecido fuera del reino. —Miró hacia ambos extremos del pasadizo—. Entonces, ¿hacia dónde está el palacio y hacia dónde las Cortes?
Laspeera señaló en la dirección que había tomado Pennae.
—Por ahí está el palacio.
Las movedizas luces de Jhessail avanzaron sin tropiezo un poco más allá de donde estaba la ladrona, siguiendo por el pasadizo. Todos pudieron ver que había una curva… y algo escrito en la pared, cerca del suelo.
Algo recién escrito.
Pennae corrió hacia allí, lo examinó y luego estudió la pared que estaba enfrente.
—Vaya —dijo, luego se volvió y corrió a reunirse otra vez con sus compañeros.
Laspeera sonrió.
—Sí, Pennae, «vaya». Las bóvedas del tesoro están por ahí detrás. Antes de que salgáis corriendo en su búsqueda, sabed que los guardianes de esas bóvedas eran viejos y sabios hace mil años, y que pueden destruirnos con toda tranquilidad.
—¿Incluso al mago real? —Semoor pareció interesado.
—Sí, si no tiene cuidado. Ahora mismo está siendo muy pero que muy cuidadoso: os está vigilando. Bien, ¿tengo vuestra palabra de que me acompañaréis pacíficamente al punto del Valle de las Sombras adonde pueda translocaros sin peligro, ahora mismo, o voy a tener que…?
Pennae dio un gran salto que la llevó directa hasta la maga de guerra. Intrépido dio un paso adelante para protegerla, pero la muchacha le apartó las manos y dio un golpe a Laspeera en la cara al pasar.
La maga de guerra se tambaleó y se llevó una mano a la mejilla, de la que ahora brotaba sangre.
—¿Veneno? —farfulló con tristeza.
—Un narcótico —le dijo Pennae con ternura, alzando la mano para mostrar un anillo en forma de colmillo que llevaba en el dedo.
Laspeera bajó la cabeza y se desplomó. Florin la sostuvo mientras Intrépido maldecía y sacaba la espada.
Pennae volvió de un salto junto al ornrion y aterrizó, haciendo el pino justo delante de su espada, y le asestó un puntapié en la cara.
Sacudiendo la cabeza y gruñendo de dolor, Intrépido la sujetó por la rodilla para derribarla.
Pennae lo golpeó dos veces en la mano mientras él tiraba de ella, pero el ornrion torció el cuerpo para protegerse la cara y consiguió apartarle el brazo, consiguiendo espacio suficiente para agarrarla por el pecho y la corva, y lanzarla contra la pared del pasadizo.
Pennae dio un respingo, que hizo estremecer a Jhessail, al sentir que algo se partía blandamente, y el ornrion la hizo caer contra la dura piedra.
Medio oculta detrás de él, la ladrona lanzó un gemido.
—Pequeña zorra —gruñó Intrépido, agitando la espada para mantener a distancia a los demás Caballeros—, como hayas hecho daño a Laspeeeraaahhh…
Su voz se convirtió en un gorgoteo mientras iba cayendo al suelo, deslizándose a lo largo del cuerpo de Pennae. Cuando llegó a sus botas, ya estaba roncando.
De un puntapié, Pennae se libró de él y fue hasta donde estaba Laspeera, en brazos de Florin. Hizo una mueca de dolor mientras se inclinaba para recuperar las últimas pociones que quedaban en el cinturón de la maga de guerra. Se bebió una y colocó las restantes en su propia bolsa.
—Pennae —le dijo Florin—. Pero ¿qué has hecho?
—¡Ganar algo de tiempo para rescatar a las princesas! —le respondió Pennae lanzando fuego por los ojos. Después los miró a todos, uno por uno, y alzó la voz—: ¡Escuchadme! ¡Hay una conspiración para matar al todopoderoso Vangerdahast y al rey, y también a la reina, y estoy empezando a pensar que todos los magos de guerra, a excepción de Vangey tal vez, están involucrados! ¿Veis aquello?
Señaló las palabras escritas en la pared.
—«Gotera aquí» —leyó Semoor lentamente—. No parece que nadie lo haya reparado todavía…
—Ajá. Ahora mirad al otro lado. ¿Hay algo escrito?
—No.
—Bien. Lo de este lado indica que un mago está listo. Si hubiera otra leyenda igual al otro lado, significaría que el otro también lo está, y todo empezaría por secuestrar a las princesas. ¡Tenemos que impedirlo! Ya habéis oído a Laspeera: Vangey nos está buscando. Pues bien. El maldito mago real no caza con perros ni con jinetes en el bosque. Caza con conjuros. En este momento lo prefiero bien lejos de mi trasero, y así quiero que siga. ¡Tú salvaste a la princesa! ¡Eso debería tener algún valor! Si podemos llegar hasta la reina y hacer que ella ordene que Vangey deje de perseguirnos y colabore con nosotros, es posible que podamos detener esta traición.
—Será una más de las órdenes que desobedezca —dijo Semoor con amargura—. Ese hombre es la ley.
—Y entonces —dijo Pennae, enfadada— ¿no va siendo hora de que nosotros también lo seamos?
Faerun tiene muchas cámaras de piedra, profundas y húmedas.
Innumerables cámaras, la mayor parte construidas por manos hace tiempo olvidadas y convertidas en polvo, muchas para fines que ahora no tienen sentido. Un hombre puede pasarse toda la vida visitando esas estancias en las cuales se puede entrar sin peligro, libres de persecuciones y monstruos, no sometidas a la celosa sed de venganza de reyes y ricos mercaderes que ven en cada visitante a un ladrón dispuesto a robar lo que han escondido allí abajo.
Incluso un vetusto elfo o un enano incansable pueden llegar al fin de sus días antes de ver o contar todas esas cámaras, aun cuando se limiten a las que no están a mayor profundidad que a ras de suelo.
Sin embargo, Faerun es suficientemente grande para contenerlas a todas, sin quejarse y sin murmuraciones, casi.
Veamos tan sólo una de esas cámaras. Esta está ocupada por un mago de guerra que anda muy atareado. Está trabajando, y como hacen muchos magos que no confían en nadie fuera de si mismos, y tal vez ni siquiera eso, habla solo.
—Primero debe caer Vangerdahast —murmuraba Ghoruld Applethorn, alzando la mano para tocar el contorno desigual de la última línea que había trazado con tiza—. Y después los Obarskyr.
—Alaphondar y media docena de altos caballeros han venido a consultar conmigo —una voz masculina estridente y exasperada salió de repente del aire, encima de su cabeza—, y no puedo escabullirme para escribir «gotera aquí». De modo que actúa ya.
—¡Ya te oigo! —respondió Ghoruld con una mirada al único cristal que estaba activado.
En la profundidad del mismo estaba teniendo lugar una escena luminosa. Se dirigió hacia allí, cruzó los brazos y observó.
—Sí —dijo, murmurando nuevamente para sí, con una sonrisa que parecía a punto de convertirse en una mueca desdeñosa—. En este momento, Vangey está a punto de estrechar su red en torno a ellos.
Se dio la vuelta y fue hacia la puerta, dejando que la mueca se enseñoreara definitivamente de su cara.
—Ya se ha divertido bastante con ellos, el viejo zorro —dijo mirando a la puerta mientras la abría—, y mi conjuro estará preparado. Y todos los cristales de escudriñamiento de Suzail estallarán y decapitarán a cuantos estén asomados a ellos al recibir mi señal. Es una pena que vuestra vanidad os mueva a rodearos de ocho o nueve cristales. No quedará de vosotros nada digno de ser enterrado.
Pennae salió corriendo por el Pasadizo Largo como un viento huracanado empeñado en no dejar atrás su borrasca. El resto de los Caballeros salió en tromba tras ella.
—Sólo me gustaría saber adónde vamos —preguntó Islif.
—Bueno, si Laspeera fue sincera con nosotros y el palacio es realmente el camino —dijo Pennae, jadeando, mientras corría delante de ella—, tenemos que superar a los guardias y subir desde las mazmorras hasta el palacio propiamente dicho. El ala noble está en el fondo y hacia el este, dando a los jardines.
—Una vez estuve hablando con una de las doncellas —dijo Semoor casi sin aliento—, y, bueno, ¿no estarán protegidos también todos los pasadizos secretos dentro del palacio?
—Sí —dijo Pennae.
—Tendremos que modificarlo absolutamente todo —musitó lord Yellander, que llevaba la delantera mientras avanzaban a buen paso por los pasillos de las Cortes—. No hay forma de hacer los envíos a través de Halfhap con individuos de toda laya merodeando por las ruinas de la posada.
—Cierto, cierto —coincidió Eldroon asintiendo y apuntando con el índice como si fuera una espada—. Sin embargo, lo más importante para nosotros en este momento es averiguar cuánto saben sobre nosotros los magos de guerra. Eso es lo que debe de saber Ruldroun, pero tenemos que entrar y salir lo más rápido posible, no sea que el viejo lanzaconjuros ya los haya puesto a todos a buscamos.
Yellander asintió con expresión sombría. Pasaron por una puerta, se detuvieron en el pasadizo que había inmediatamente después y, abriendo otra puerta que había a la derecha, entraron en la habitual penumbra.
—¿Ruldroun? —llamó Yellander—. El cuervo caza al atardecer.
A su alrededor, la oscuridad se transformó de repente en un estallido de luz blanca, brillante y mágica, que les permitió ver una butaca grande, semejante a un trono, con un escabel a juego. De ella se levantó un hombre con barba, de vestimenta archiconocida, que saludó a los dos nobles con una sonrisa gélida.
Los dientes de Vangerdahast relucían.
—Estoy seguro de que Ruldroun estará encantado de averiguar cuáles son los hábitos de los cuervos… aproximadamente dentro de una década, cuando lo deje salir de la profunda mazmorra donde está encerrado. ¡El viejo lanzaconjuros a vuestro servicio, traidores!
—¡Maldición! —exclamó lord Yellander, disponiéndose a salir corriendo.
Pero detrás de él ya no había ninguna puerta, sólo algo así como una pared carnosa, llena de ojos que observaban y bocas que gritaban sin emitir sonido, y dedos como garras, que se cernía sobre ellos como una gran oscuridad acechante.
Vangerdahast sonrió.
—Tratad de escapar, por favor —dijo con voz tan suave como la seda—. Hace días que no damos de comer al muro sepulcral.
—Lo prometisteis —dijo con furia lord Maniol Corona de Plata.
—Y lo haré —respondió el mago de guerra Ghoruld Applethorn, poniendo las manos sobre los trémulos hombros del noble—. Vuestra Jalassa volverá a la vida. Esta misma noche. Pero antes tenéis que hacer algo por mí.
—¿De qué se trata?
—Tenéis que presentaros ante Vangerdahast, ahora mismo, pasando por delante de todos los que traten de deteneros. Decidles que lleváis un mensaje privado y urgente del rey para él, algo que sólo Vangey debe saber. Si da la casualidad de que se encuentra con el rey, decid que el mensaje lo envío yo. ¡De todos modos, en cuanto estéis a solas con él, decidle al mago real que he capturado a las princesas! Que me habéis oído jactarme de ello antes de que desapareciera ante vuestros propios ojos y que ahora no sabéis adónde he ido.
—Pero ¿qué decís?
—Sólo tenéis que decir eso. ¡Nada más! ¡Id ya! ¡Jalassa volverá a estar otra vez en vuestros brazos esta noche, viva y amorosa!
Lord Corona de Plata parpadeó, sacudió la cabeza como para despejarse, y salió a toda prisa, derribando una mesa por el camino.
El mago de guerra lo miró mientras se marchaba y poco a poco se fue formando en su boca una sonrisa que nada tenía que envidiarle a la de un lobo.
Tras oír semejante noticia, Vangerdahast no podría por menos que mirar al interior de un cristal de escudriñamiento, o teletransportarse a las Cámaras de la Sima del Dragón.
Y fuera como fuese, los magos reales decapitados no son muy capaces de ejercer el poder.
—¡Alto! ¿Quién va?
Era cierto que el final del Pasadizo Largo estaba vigilado, y el Dragón Púrpura que dio el alto a los Caballeros parecía furioso. Su lanza relumbró cuando se volvió para amenazarlos. Llevaba un collar que servía de soporte a otras ocho puntas de lanza, todas ellas apuntando a los caballeros, y parecían bastarse por sí solas para cubrir todo el pasadizo.
Más allá de él, en un pequeño círculo de luz resplandeciente, otros seis Dragones, o más, preparaban sus armas. Uno de ellos se volvió hacia el gong de alarma y rebuscó su daga para golpearlo con ella.
Pennae frenó en seco, jadeando y apoyándose en la pared para detenerse antes de chocar con aquellas puntas aguzadas.
—¡Detened al del gong! —gritó Florin.
Doust y Semoor asintieron y lo adelantaron, majestuosos, en armonía casi perfecta, mientras alzaban sus símbolos sagrados. Agitando los brazos, miraron a los guardias que estaban más atrás con fuego en los ojos e, invocando el poder divino, ordenaron.
—¡Abajo!
Y aquellos dos guardias se desplomaron sin tocar el gong.
—¡Son ocho en total! —gritó Pennae—. ¡Dos han caído!
—¡Por Cormyr! —bramó Florin mientras cargaba—. ¡Viva el rey!
—¡No olvides a la reina! —gritó Islif poniéndose a su lado de un salto mientras él hacía a un lado el collar de lanzas y seguía corriendo, lanzando todo su peso sobre los Dragones. Islif hizo lo propio, esquivando y parando de tal modo la lanza que la amenazaba que pasó por encima de su hombro. Aprovechando esto, clavó su espada entre las piernas del Dragón, sin dejar de correr, haciendo que el hombre cayera sobre otros camaradas que tenía detrás. Estos a su vez tropezaron con los dos Dragones caídos y se fueron hacia atrás, dando patadas al aire.
Ahora todos los Dragones estaban gritando, enredados los unos con los otros en el suelo. Pennae saltó hacia adelante y cayó sobre ellos golpeándolos en la cara con su anillo mientras saltaba, se agachaba y esquivaba brazos.
Tres veces golpeó al último de los guardias que quedaba en pie, y lo dejó sacudiendo la cabeza, mirándola con furia y amenazándola con su lanza.
Pennae retrocedió, mostrando la mano con el anillo a sus compañeros.
—Supongo que se ha acabado el narcótico —dijo con un suspiro.
—Vaya —respondió Semoor, avanzando con dificultad entre los cuerpos apilados—. Pues qué bien.
Una lanza giró hacia él, pero Semoor se apoderó del asta de otra lanza caída para bloquearla y desviarla hacia un lado.
—Os pido humildemente perdón por esta indignidad —le dijo al sorprendido Dragón—, pero las necesidades del glorioso Cormyr nos obligan, y en este caso en particular…
Aplicó todo el peso de su cuerpo a la lanza, el Dragón Púrpura gruñó y la sujetó con fuerza, pero perdió el equilibrio y se tambaleó hacia adelante, lo que aprovechó Semoor para levantar la rodilla y golpear al hombre bajo la barbilla.
Cuando el hombre se desplomó, Doust se abrió camino entre todos los Dragones caídos.
—¿Qué estás haciendo, santurrón? —le preguntó Islif mirándolo sorprendida.
—Me aseguro de desmontar este gong, sin hacerlo sonar, para que podamos llevarlo con nosotros. Les resultará un poco difícil dar la alarma si no lo tienen, ¿no te parece?
—Sí. Pero ten mucho cuidado.
—Esto no me gusta nada —dijo Jhessail entre dientes—. ¡Luchar contra leales Dragones del reino, arriesgándonos a ser desterrados o algo peor! —Le temblaba la voz mientras la luz de su conjuro empezaba a oscilar hasta apagarse—. ¿Qué estamos haciendo?
—Vamos, vamos, Jhess. Un poco de calma —le dijo Semoor—. Nosotros somos los héroes, ¿recuerdas? Todo va a acabar felizmente.
Jhessail lo atravesó con la mirada.
—¿Y si no es así?
Florin le rodeó los hombros con el brazo.
—Bueno, chica, no será el fin de todo.