CODA

El rostro reseco de Kiaransalee se agrietó al sonreír. Dirigió una mirada feroz a la pieza de la sacerdotisa enmascarada que Eilistraee acababa de mover.

—¿Crees que puedes rodearme? —cacareó—. Piénsatelo mejor.

Empujó una de las piezas de sus sacerdotisas con su mano huesuda, para bloquear el movimiento. La pieza se tambaleó cuando la soltó, retorciéndose como una espiral de humo. Parecía como si fuera a romperse con sólo respirar. Y aun así, Eilistraee pudo percibir, incluso desde la distancia, que contenía una voluntad tan sólida e inquebrantable como la roca.

Rápidamente, Kiaransalee movió una segunda pieza, una sacerdotisa más pequeña, hecha de carne pútrida y grisácea, hacia un lado. A continuación, volvió a sentarse en la lápida de mármol que le hacía las veces de silla, apoyando sus dedos huesudos y llenos de anillos en las rodillas. Miró a Lloth con cara de suficiencia, señalando la pieza que acababa de bloquear.

—Tu turno. Si tu guerrero demoníaco ataca a su otra sacerdotisa, no podrá contrarrestarlo sin perderla.

Lloth no hizo ningún comentario. Agitó una mano sobre el tablero de sava, utilizando las telarañas que colgaban de ella para limpiar un trozo de moho que había caído de la túnica hecha jirones de Kiaransalee. Mientras la mano de Lloth se movía hacia su guerrero demoníaco, Kiaransalee reía, expectante. Cuando en su lugar cogió la pieza de la sacerdotisa con las patas de araña sobresaliéndole del pecho, y la movió para flanquear a las piezas que había movido Kiaransalee, la diosa con aspecto de lich cerró bruscamente su boca de dientes amarillentos.

—¿Qué estás haciendo? —exclamó Kiaransalee. Un dedo marchito le dio un golpecito a la pieza de la sacerdotisa de Eilistraee, haciéndola tambalearse ligeramente—. ¡Le acabas de proporcionar a esa pieza una vía de escape!

—Qué aguda eres, Kiaransalee, al señalar lo que ya es obvio —dijo Lloth, arqueando una de sus blancas cejas—, y qué estúpida al pensar que jugaría en tu bando.

Eilistraee también se sobresaltó al ver el movimiento de Lloth. Buscó algún tipo de truco, pero no vio ninguno. Su pieza de sacerdotisa podía comerse fácilmente la pieza del guerrero de Lloth. ¿Era eso lo que Lloth pretendía? ¿Acaso la Reina Araña estaba dispuesta a sacrificarla deliberadamente, tal como había hecho con Selvetarm?

—Tu turno, hija —dijo Lloth, inclinándose en su negro trono de hierro—. Estamos esperando.

Eilistraee se negó a que le metieran prisa. Examinó cuidadosamente el tablero, tratando de decidir si el movimiento de Lloth había sido una treta. No parecía serlo, y la oportunidad que le estaba dando era demasiado buena para no aprovecharla. Cogió su pieza de sacerdotisa y la movió a la casilla que ocupaba la pieza del demonio alado.

—La sacerdotisa se come al guerrero.

Sacó la pieza del tablero, y emitió un grito ahogado cuando se quemó los dedos con ella. La dejó caer. La pieza del guerrero cayó hacia el tablero de sava, batiendo desesperadamente sus alas membranosas. Un instante antes de golpear contra el tablero estalló en una bola de fuego y desapareció. No quedó ni una mota de ceniza.

Eilistraee observó, atónita. La pieza del guerrero no le había permitido ponerla a un lado del tablero, sino que se había eliminado a sí misma del juego. Había subestimado su poder. Era casi igual al de la pieza de la madre perteneciente a Lloth.

¿Era por eso por lo que Lloth la había sacrificado?

Lloth estaba jugueteando con un mechón de pelo que se había enredado con una telaraña y observaba a Eilistraee, esperando una reacción. Kiaransalee simplemente observaba con sus cuencas vacías e inexpresivas. A Eilistraee todavía le dolían las puntas de los dedos que se había quemado con la pieza del guerrero, pero la máscara que llevaba escondía sus labios apretados, signo de preocupación. Apoyó la mano quemada en uno de los árboles que tenía cerca con fingida despreocupación. Rozó subrepticiamente una fruta de piedra de luna con las puntas de los dedos, que la curó al instante. Sin embargo, se le quedó una ligera marca roja en la muñeca, en el lugar donde la base de la pieza del guerrero había estado en contacto con su piel.

Siguieron moviendo piezas. Kiaransalee empujó a sus dos sacerdotisas hacia la pieza que Lloth acababa de mover, obligándola a retirarse al otro lado del tablero. Eilistraee movió una sacerdotisa hacia adelante y vio cómo las de Kiaransalee la eliminaban, por lo que se vio obligada a pasar a la defensiva. Las piezas se movían de un lado a otro del tablero de sava. Varias de las piezas de sacerdotisas de Eilistraee cayeron.

Por fin, Kiaransalee hizo el movimiento que Eilistraee había estado esperando. La diosa no muerta apartó una pieza secundaria de sacerdotisa y, a continuación, hizo avanzar su pieza de madre. Desde esa nueva posición, la pieza estaba lista para acabar bien con la sacerdotisa que había eliminado anteriormente al guerrero demoníaco de Lloth, bien con la sacerdotisa enmascarada que había sido la primera que Eilistraee había movido dentro de la Casa de Kiaransalee. Si cualquiera de esas piezas caían, se abriría un camino hacia el corazón de la Casa de Eilistraee.

La diosa de la muerte rio secamente por lo bajo. Sus huesos crujieron cuando se reclinó cómodamente en su lápida.

—Tu turno, Eilistraee —dijo, regodeándose—. Tu último turno.

Lloth asintió con aprobación.

—Qué telaraña más astuta has tejido, Kiaransalee —dijo con tanta sequedad como esta—. No veo qué podría hacer Eilistraee para defenderse.

Al contrario que Eilistraee, Kiaransalee no notó el sarcasmo. Vio cómo su madre enarcaba una ceja y asentía casi imperceptiblemente.

—Tomo mis propias decisiones —le dijo, fríamente.

—Es posible. —Lloth sonrió con suficiencia—. Pero sigues mi ejemplo. Siempre lo has hecho, desde Arvandor.

—Los sacrificios son necesarios si quiero salvar a los drows.

Durante este intercambio, la suspicacia de Kiaransalee aumentó. Se inclinó hacia el frente, frunciendo su ceño lleno de arrugas. Movió su cabeza de atrás hacia adelante, examinando el tablero con sus cuencas vacías.

Eilistraee debía mover ficha inmediatamente, antes de que la diosa de la muerte se diera cuenta de lo que se avecinaba y encontrase alguna nueva manera de hacer trampas.

Eilistraee cogió la pieza del mago, que había permanecido en la esquina del teclado, y la movió, rápidamente, al mismo corazón de la Casa de Kiaransalee.

—¡Mago come a madre! —canturreó victoriosa.

—¡No!

Kiaransalee se inclinó hacia adelante, manoseando el tablero con sus manos huesudas. Cogió una pieza de sacerdotisa, pero quedó reducida a polvo, que se le escurrió entre los dedos. Cogió otra, que también se desvaneció de la misma manera. Intentó desesperadamente mover una pieza tras otra, pero ya no obedecían sus órdenes.

—¡No! —volvió a gritar, y su voz se transformó en un largo lamento que se apagaba poco a poco. Su cuerpo comenzó a arrugarse, ondulándose y descascarillándose como una hoja podrida.

—Sí —dijo Eilistraee con firmeza.

Se inclinó hacia adelante y sacó la pieza de madre de Kiaransalee del tablero. Al mismo tiempo que la diosa de la muerte quedaba reducida a una pequeña y triste montañita de escamas, la pieza de la madre se transformó en ceniza en las manos de Eilistraee. Esta puso la palma hacia arriba, se levantó la máscara y se quitó la ceniza de la mano de un soplido.

Kiaransalee se había ido. Sus dominios permanecieron un instante más. A continuación, sus lápidas crujieron y se deshicieron, las tumbas se hundieron y sólo quedaron agujeros vacíos. Mientras desaparecían, los dominios de Eilistraee y Lloth se unieron para llenar el hueco. Un anillo de plata que se le había caído a Kiaransalee del dedo rodó por el tablero de sava, ennegreció cada vez más y a continuación cayó de lado. Lloth se inclinó y lo tocó, tras lo cual quedó reducido a polvo.

Una vez más, quedaban sólo dos jugadores. Madre e hija, malicia y piedad, oscuridad y luz de luna, una luz entreverada con sombras, que provenía de una luna casi menguante, pero al fin y al cabo luz de luna.

Eilistraee miró a Lloth, que estaba al otro lado del tablero.

—Tu turno.