CAPÍTULO SIETE

Halisstra zumbó suavemente, usando su bae’qeshel mágico para ocultarse a la vista. Descendió lentamente por un hilo de la telaraña en dirección a la pareja que paseaba debajo. El árbol por el que merodeaba estaba cubierto de un espeso follaje. Pese a los ligeros chasquidos que producía al bajar, ni el varón ni la hembra parecían darse cuenta. La pareja estaba en el fragor de una viva discusión, y sus voces estridentes amortiguaban los ahogados sonidos que procedían de la copa del árbol.

— …por qué tenemos que seguir apoyando esta ficción —decía el varón—. Ya no es una lady; ¡no tienes más que oír su voz!

—Eilistraee sigue siendo una hembra —insistía su compañera—. Aceptó la máscara, y la voz, para alentarte a que te unieras a su fe. Elegiste reconocerla como tu deidad protectora. Ahora debes mostrarle el debido respeto.

—No elegí nada —respondió el varón—. Me obligaron a ello.

—Podías haberte ido con los demás, con los que piensan que aún está viva una parte de Vhaeraun en algún lugar del plano astral.

—Él está vivo. Vive en Eilistraee.

—Ella lo mató.

—Vhaeraun permitió que su cuerpo fuera despedazado para de ese modo poder unirse a ella. La unión resultante es el Señor Enmascarado y la Señora de la Danza en uno. Ambos títulos le son igualmente apropiados. Tu fe ya no es un matriarcado.

—Nuestra fe, para bien o para mal. Nosotros…

La pareja siguió avanzado. Halisstra aterrizó suavemente en el suelo por el que ellos acababan de pasar. Su visión de ambos a través de las ramas iluminadas por la luna le había confirmado que eran drows. El varón vestía una armadura de cuero negro y una máscara negra flexible, e iba armado con una ballesta de muñeca en cada antebrazo. La hembra vestía una cota de malla de mithril sobre la ropa y portaba espada y escudo. Una estampa asombrosa: una sacerdotisa de Eilistraee y un clérigo de Vhaeraun que patrullaban conjuntamente en una franja del Bosque de las Sombras. Y no hacían un buen trabajo. Halisstra apuntó a una rama por encima de sus cabezas y a un lado del bosque. Entonó una breve melodía. La rama se dobló hacia atrás. La pareja dio un respingo; luego entró en acción. El varón señaló el flanco izquierdo y se replegó por el sendero en dirección al punto donde se agachaba la invisible Halisstra. Mientras la hembra avanzaba con cautela, Halisstra susurró su canción por segunda vez, lo que provocó un crujido en la parte más profunda del bosque. La hembra se movía entre los árboles, persiguiendo lo que fuera que imaginara que la estaba acechando a un lado del camino.

Un momento después, la pareja se habría dado cuenta de que les habían tomado el pelo, pero un momento era todo lo que necesitaba Halisstra.

El varón se había metido en la oscuridad, pero los ojos de Halisstra encontraron su pobre escondite. Saltó sobre él. Él se dio la vuelta y levantó ambos puños, mientras sus ballestas de muñeca repiqueteaban. Uno de los virotes impactó oblicuamente y sin producir daños en la piel endurecida de Halisstra. El segundo se le clavó en el torso, justamente bajo su seno derecho. Le escoció, pero la punzada empezó a curarse de inmediato y el virote fue empujado hacia fuera. El veneno que lo recubría sólo consiguió refrenarla. Cogiendo al clérigo por los brazos extendidos, lo acercó cuanto pudo y le clavó los colmillos en el cuello. El dolor paralizó el cuerpo del varón. Los ojos le dieron vueltas en las órbitas. Luego, emitió un suave gruñido y se dejó caer en los brazos de ella.

Halisstra, visible en ese instante, examinó el cuerpo. Su dentellada sólo había dejado inconsciente al clérigo. Lo inmovilizó, valiéndose de una fina capa de telaraña. Después, aferrando el cuerpo pegajoso contra su pecho con sus patas de arácnido, saltó hasta el árbol más próximo. Rápida como una araña, trepó por el tronco y depositó al clérigo en el gancho de una rama.

Al poco rato, la sacerdotisa de Eilistraee reapareció al pie del árbol.

—¿Glorst? —susurró, mirando alrededor.

Entonces, se agachó y palpó algo caído en el suelo. Cuando se levantó le brillaban los dedos por los restos de telaraña. Tocó el símbolo sagrado que colgaba de su pecho y echó una mirada hacia arriba.

Halisstra le hizo señas y la roció con una telaraña del grosor de un cabello.

La sacerdotisa emitió una nota aguda y cogió un rayo de luna que apareció sobre su cabeza. Lo arrojó como una lanza contra Halisstra. El rayo de luna se clavó en el estómago de Halisstra, penetró en sus órganos vitales e hizo que los sintiera sueltos y acuosos. A su garganta asomó una mezcla de bilis y sangre. A pesar de que se estaba ahogando, notó que sus dañados órganos se estaban recomponiendo.

—¿Por qué me atacas, sacerdotisa? —preguntó, jadeando—. Yo no te he hecho nada.

La sacerdotisa sacó un cuerno de caza de su cinturón e hizo sonar una estridente llamada de auxilio. Halisstra sabía que nadie llegaría a tiempo. Había elegido deliberadamente un lugar de emboscada en las afueras del territorio del santuario.

El virote de la ballesta casi se había abierto camino en las costillas de Halisstra. Ella tiró de él y lo arrancó.

—Tu compañero trató de matarme —insistió Halisstra—. Y sin embargo… —Levantó el cuerpo del clérigo y lo dejó caer—. Tuve piedad de él.

El clérigo, que estaba inconsciente, fue dando tumbos entre las ramas, mientras la adherencia de la tela que lo envolvía contribuía a frenar su caída. Aterrizó con un ruido sordo en el suelo del bosque.

La sacerdotisa entonó desesperadamente un himno de protección.

—¿No sabes quién soy? —gritó Halisstra—. ¿Por qué me temes?

—Tus trucos no te valen conmigo, demonio —gritó la sacerdotisa, y aunque tenía la espada lista en la mano, su voz temblaba. Se inclinó para tocar levemente con los dedos la garganta de su compañero.

El gesto indicó a Halisstra todo lo que necesitaba saber: la pareja era algo más que un par de compañeros clérigos. Nadie a menos que estuviera loco haría un alto para comprobar si su consorte estaba vivo. Halisstra había tomado la decisión correcta al no matar directamente al varón.

—Vengo a pedir vuestra ayuda —le dijo a la sacerdotisa—. Y en lugar de mostrar la misericordia de Eilistraee, tú y tu varón tratáis de matarme.

Saltó al suelo, se agarró a sí misma mientras aterrizaba, e hizo como si se tambaleara. Se forzó a vomitar, y llenó el aire con el hedor a sangre y bilis.

Para honra suya la sacerdotisa no se estremeció. Pese a que Halisstra avanzó hacia ella, no se movió para amparar al paralizado varón.

—No pienso hacerte daño —prosiguió Halisstra—. Estoy buscando a lady Cavatina. Ella prometió ayudarme. —Echó una mirada a sus manos deformes—. No siempre he sido un monstruo. Era sacerdotisa, como tú, hasta que la magia demente de Lloth me transformó. En los ojos de la sacerdotisa apareció por primera vez una sombra de duda.

—¿Quién eres?

—Halisstra Melarn.

—No —susurró la sacerdotisa, pero sin la menor convicción; bajó la espada muy despacio—. Por los rizos de Eilistraee, ¿es eso cierto?

Halisstra levantó una mano; dudó, pero luego extendió los dedos, que estaban ennegrecidos con la sangre de sus heridas.

—Es verdad —cantó.

Con esas dos breves palabras, tejió una poderosa magia. La expresión de la sacerdotisa se ablandó. Envainó la espada.

—Cuanto lo siento —dijo—. De haberlo sabido…

Halisstra rechazó la disculpa con un gesto de la mano, cubierta de telas de araña.

—¿Cómo podías saberlo? Me capturaron los yochlols y me sometieron a… tormentos inimaginables —dijo, bajando la voz hasta el nivel de un simple murmullo—. Durante casi dos años, languidecí en la Red de Pozos Demoníacos, hasta que finalmente escapé.

La sacerdotisa experimentó un escalofrío.

—¿Dos años? Lady Halisstra, han pasado casi cinco años desde que partiste hacia la Red de Pozos Demoníacos con la Espada de la Medialuna.

—Y hace casi dos años que me escapé, y volví a la Red de Pozos Demoníacos con lady Cavatina, para matar a Selvetarm.

La sacerdotisa frunció acusadamente el ceño.

—Pero… fue lady Cavatina la que mató a Selvetarm…, ¿no es así?

—Con mi ayuda.

—Entonces, ¿por qué las odas no dicen nada de…?

—Aparte de lady Qilué, sólo Cavatina supo que yo seguía viva. Y Cavatina tiene el orgullo de una Dama Canción Oscura. Difícilmente admitiría haber permitido que los secuaces de Lloth me capturaran por segunda vez. ¿Lo haría? Mejor no mencionar mi participación y simular que yo había muerto años atrás, durante el Silencio de Lloth.

Al oír la palabra muerte, la sacerdotisa miró al varón. El clérigo no tenía buen aspecto; los ojos se le habían puesto en blanco y su piel se estaba volviendo gris. Halisstra se acercó y levantó la barbilla de la sacerdotisa, obligándola a apartar la mirada.

—Es sólo un veneno débil —mintió—. Tienes tiempo suficiente para curarlo. Mucho tiempo, todavía.

Los ojos de la sacerdotisa le recordaron a Halisstra los de otra hermana que había sucumbido a su bae’qeshel mágico algunos años atrás. Seyll había escrutado con idéntica confianza los ojos de Halisstra segundos antes de que esta le clavara la espada. Y aun así, Seyll le había dicho, mientras se moría, que la redención estaba al alcance de todos, incluso de ella.

Se había equivocado.

La sacerdotisa tenía la boca grande y arrugas a ambos lados de los ojos, que podrían haber sido ocasionadas por reír a menudo. El ceño de confusión parecía fuera de lugar en su frente. La ligera prominencia de su vientre indicaba que tal vez estuviera embarazada.

Halisstra la odió.

—¿Cómo te llamas, sacerdotisa?

—Shoshara.

—Tengo que encontrar a Cavatina, Shoshara. Es la única que puede levantar la maldición de la Reina Araña. Las sacerdotisas del santuario del Lago Sember me dijeron que había venido aquí para la Alta Caza. ¿Sigue aún en el Bosque de Shilmista?

La sacerdotisa negó con la cabeza.

—Lady Cavatina se marchó hace unos días. La convocó lady Qilué a El Paseo.

Halisstra apretó los dientes.

—¿Por qué ruta viaja?

—No va por la ruta habitual. Usó el portal. Ya estará en El Paseo.

Halisstra masculló algo con ira. Ese era un obstáculo con el que no había contado. Con portal o sin él, nunca conseguiría entrar en El Paseo teniendo como tenía una marca demoníaca en la palma de una mano. Sin darse cuenta apretó con los dedos la barbilla de la sacerdotisa, y las uñas pellizcaron la carne. Cuando Shoshara resolló, Halisstra aflojó la presión y fingió disculparse, doblando su cuerpo a modo de reverencia de sumisión.

—¡Lo siento! No quería hacerlo.

—Por favor, señora, no vuelvas a herirme.

La sacerdotisa se frotó la barbilla; luego contempló el casi imperceptible rastro de sangre de sus dedos.

—No me hiciste daño, en realidad —dijo con un leve arranque de risa—. La misericordia de Eilistraee es infinita.

Miró al clérigo. Tenía la máscara aplastada sobre la boca y la nariz; ya no respiraba.

Halisstra se levantó y cogió las manos de la sacerdotisa entre las suyas. Giró levemente a Shoshara para que no siguiera mirando al cadáver.

—Por favor, Shoshara. Yo no puedo entrar en El Paseo. No con este… aspecto. Tienes que avisar a Cavatina para que vuelva al bosque de Shilmista.

—Le enviaré un mensaje para decirle que has venido y lo que te ha pasado.

—¡No! —gritó Halisstra—. Cavatina se va a sentir muy culpable de haberme abandonado a mi suerte. No querrá venir.

—Lady Cavatina no hará eso. Su honor está por encima de todo.

—No la conoces. No del modo que yo la conozco. No has visto de lo que es capaz. Yo… —Halisstra hizo una pausa, tratando de hacer brotar lágrimas de sus ojos, pero no había manera—. Yo lo he visto. Hace casi dos años, en la Red de Pozos Demoníacos. —Bajó la voz hasta convertirla en un áspero susurro—. Abandonada.

Al menos esa emoción le resultaba bastante fácil mostrarla. No tenía, más que pensar en la traición de Eilistraee. La Señora de la Danza había retirado, efectivamente, su favor a Halisstra; la había dejado sola frente a la Reina Araña en el primer viaje a la Red de Pozos Demoníacos durante el Silencio de Lloth. Y no importaban las excusas que pudiera haber dado Qilué; el hecho estaba ahí.

Y a la vista estaban sus resultados.

—¡Pero lady Cavatina volvió a la Red de Pozos Demoníacos después de matar a Selvetarm! —exclamó la sacerdotisa—. Seguramente fue a buscarte antes de sellar el portal.

Halisstra abrió los ojos de par en par, fingiendo asombro.

—¿Cavatina selló el portal? ¡Yo pensé que había sido cosa de Lloth! —Meneó la cabeza con simulada incredulidad—. Por eso fracasó mi primer intento de fuga. Cavatina traicionó mi confianza. —Su mirada adquirió mayor brillo—. Cavatina debe disculparse conmigo. Me debe eso, al menos.

El encantamiento a que había sometido a Shoshara era fuerte; Halisstra podía ver la piedad en los ojos de la otra hembra, y la creciente rabia por la traición de Cavatina hacia Halisstra. Shoshara se creía la historia de Halisstra. Palabra por palabra.

—¿Mencionaste que te vales de la magia para comunicarte con Cavatina? —preguntó Halisstra.

Shoshara asintió, para gran alivio de Halisstra.

—¿Con una canción de envío?

Nuevo asentimiento.

—¿La llamarías para que venga a Shilmista? Quiero oír de los labios de la propia Cavatina que, en realidad, no me abandonó. Pero, por favor, busca otro motivo para hacerla venir. No le digas que estoy aquí. Quiero ver cómo reacciona cuando me vea, y darle la oportunidad de explicarse. Si estoy equivocada con respecto a ella, no querría ponerla en una situación embarazosa ni… enfadarla.

Shoshara respiró hondo; luego tomó una decisión.

—Lo haré.

La sacerdotisa entonó una breve melodía y clavó su mirada en el bosque en sombras, como si estuviera mirando a larga distancia. Durante unos momentos permaneció en silencio. Experimentó un ligero temblor; después asintió.

—Lady Cavatina no puede venir al Bosque de Shilmista en este momento. Lady Qilué la ha enviado a una misión urgente, tanto que anula todas las demás.

—¿Adónde? —preguntó entre dientes Halisstra—¿Adónde la han enviado?

Su estallido sobresaltó a Shoshara. La sacerdotisa parpadeó.

—Se lo pregunté pero no… —Su mirada se desvió hacia el clérigo que estaba tendido boca abajo; luego abrió los ojos desmesuradamente—. ¡Gulp! —carraspeó. Miró a Halisstra con sorpresa—. Tú…

El encantamiento se había roto.

Halisstra le propinó una bofetada tan fuerte que dejó la marca de los dedos sobre la cara de la sacerdotisa.

—¡Muere! —chilló.

Con apenas un grito, Shoshara se desplomó sobre el cuerpo de su consorte.

Halisstra les echó una mirada, con una mueca de disgusto que deformaba su boca.

—¡Débil! —le gritó a la sacerdotisa—. Eres una débil. —Su voz se volvió un chillido—. ¡Mira lo que has hecho!

Cogió en brazos el cuerpo de la sacerdotisa y la mordió salvajemente en la cara, la garganta y los brazos. Una y otra vez. Cuando finalmente la tiró al suelo, el cuerpo de la sacerdotisa era una piltrafa. Jadeando, sacudió la cabeza para despejarla de restos. Una vez que recuperó su respiración normal, se inclinó y —esa vez de manera deliberada— dio varios mordiscos al cuerpo ya frío del varón.

Desenvainó la espada de la sacerdotisa y la colocó donde podría haber caído si la hubiera soltado la mano muerta de Shoshara, y envolvió ambos cuerpos con una telaraña. Halisstra no podía imitar los jugos digestivos de una araña, pero podía tejer una tela entre los arbustos, como si hubiera sido lanzada desde arriba por peones hiladores.

Halisstra estaba furiosa consigo misma, y lo estaba por no haber preguntado primero dónde se encontraba el portal para El Paseo. Pero podía aventurar una suposición. En la etapa que había pasado en el santuario del Velarswood, había observado que las sacerdotisas recién llegadas de El Paseo chorreaban agua. Había un estanque cerca del santuario, nada sospechoso a primera vista, pero fuertemente guardado desde la salida a la puesta de la luna. Y había descubierto un estanque similar en el Bosque de Shilmista.

Observó el cielo nocturno entre las ramas de los árboles y sonrió.

La luna de Eilistraee la alumbraría hacia su presa.

Cavatina miró a través del agua helada mientras nadaba. La superficie del lago, reluciente por la luz de la luna llena, estaba ondulada. El grupo había entrado en el portal de las profundidades; la superficie estaba más lejos de lo que había supuesto. Sus pulmones empezaban a encogerse por la falta de aire. Cuando emergió, tomó una profunda y gratificante bocanada de aire.

Chapoteando en el agua, dio una vuelta completa. El Mar de la Luna de las Profundidades centelleaba a la luz de la luna, que tenía el brillo suficiente como para iluminar el techo, casi a doscientos pasos por encima del agua.

Cerca de ella emergió Kâras. Tenía la máscara aplastada contra la boca; sacudió la cabeza para liberarla.

—Tendrías que habernos… avisado… que el portal estaba… muy profundo —dijo, jadeando.

Cavatina había pensado lo mismo…, con respecto a Qilué.

—Busca a los demás —le encomendó a Kâras—. Si alguien no lo consigue, tendremos que revivirlo.

Después de decirlo, levitó. Una rápida mirada a su alrededor no descubrió amenazas inminentes. Salvo la perturbación ocasionada por el portal, el Mar de la Luna de las Profundidades estaba tranquilo. Pero ella no había previsto que la luz de la luna iluminaría el techo. A cualquier parte que mirara, la piedra de la caverna estaba bañada por una claridad difusa. Resplandecía con una luz azul pálido que era casi blanca: el mayor Faerzress que había visto jamás.

Contó las cabezas a medida que las Protectoras y los Sombras Nocturnas iban emergiendo uno tras otro. Algunos utilizaron plegarias para sostenerse sobre las ondas iluminadas por la luna, y otros avanzaron bajo la superficie y cuando emergieron expulsaron agua por la nariz en finas rociadas.

Dos de los magos salieron sin ninguna ayuda mágica visible: Q’arlynd y el joven mago del Colegio de la Adivinación. A poca distancia de ellos, asomó a la superficie la hembra de los conjuros en una burbuja: las manos ahuecadas de un elemental que debía de haber convocado. Mientras estaba aún sumergida en el lago, un remolino alteró la superficie justo por debajo. El mago humano del bastón salió, seco como un hueso, y empezó a levitar.

Los demás magos emplearon también métodos creativos para salir de las profundidades. Uno trepó lago arriba como si estuviera subiendo por una escalera invisible, y otra salió a la superficie succionando de una botella azul de vidrio soplado que no parecía que pudiera contener aire suficiente para mantenerla. El mago del casquete de oro sacó una diminuta caja de madera en el momento de emerger y, desplegándola, la convirtió en un pequeño bote. Saltó al interior, chorreando, y con un pase de la mano puso a remar mágicamente los remos.

Estaban todos allí. Los que habían emergido sin usar medios mágicos chorreaban agua. Cavatina miró a su alrededor para orientarse; luego señaló hacia el punto en el que se encontrarían con los svirfneblin: un túnel, excavado en la caverna, con un montículo de guijarros a modo de playa en el lago que estaba a sus pies. Por suerte no estaba demasiado lejos.

«Ese túnel. —Hizo señas a los demás—. Id hacia él».

Con una orden mental, descendió hasta quedar suspendida horizontalmente por encima del lago. Luego , nadó hacia adelante, hundiendo sólo las manos en el agua. Cuando alcanzó la base del montón de rocas, desenvainó la espada cantora y trepó por la ladera. Sus botas le permitían saltar con soltura de un apoyo al siguiente. Haciendo un alto en la cima, escrutó el túnel de la mina. Debía de haber sido sombrío, en cambio sus paredes estaban iluminadas por la chispeante y pálida luz del Faerzress.

No se movía nada dentro del túnel.

Pero eso no la sorprendió. La Acrópolis estaba a muchas leguas de allí, y el Mar de la Luna de las Profundidades quedaba muy lejos y recibía pocas visitas. Las arpías colocarían algunos guardias más cerca de su propia caverna. Sin embargo, cuando la primera de las Protectoras alcanzó el punto en que se encontraba Cavatina, ella señaló hacia el estrecho túnel: «Explora —le ordenó con una expresión silenciosa— unos mil pasos. Informa cada doscientos cincuenta». La sacerdotisa asintió y desapareció en el interior del túnel.

Cavatina ordenó a otra Protectora que se quedase en la base del promontorio de piedras y que vigilase el lago. Esa sacerdotisa ocupó su puesto, empuñando la espada cantora, como los demás que treparon o levitaron hasta el punto en que se encontraba Cavatina.

Para gran irritación suya, Kâras estableció su propia guardia en la base del promontorio y ordenó a un Sombra Nocturna que penetrase en el túnel. Cavatina aferró el brazo del varón cuando trataba de pasar por delante de ella.

—Espera —murmuró—. En un momento tendremos el primer informe.

El Sombra Nocturna se volvió para mirar a Kâras.

—Yo doy las órdenes —recalcó Cavatina al Sombra Nocturna—. No él.

—Sí, señora —murmuró él.

Kâras subió para unirse a ellos.

—¿Acaso no vamos a seguir las órdenes de Qilué? «Mantenernos juntos», tal como tú dijiste. Nar’bith es un maestro del camuflaje, silencioso como una sombra. Y cuatro ojos ven más que dos.

Otros dos Sombras Nocturnas subieron por la ladera detrás de Kâras; tenían los ojos vigilantes tras la máscara.

—Cuatro ojos ven más que dos —asintió Cavatina—. Pero si das órdenes que se solapan con las mías, las consecuencias serán funestas. —Con un gesto autorizó al Sombra Nocturna que retenía por un brazo—. Este varón acabará ensartado en la espada de la Protectora. Tendré que avisar a mi sacerdotisa de su llegada.

Kâras inclinó la cabeza.

—Es muy fácil. —Su mirada permaneció impertérrita—. Avísala.

Cavatina entrecerró los ojos. Sabía que, una vez más, él estaba tratando de ponerse por encima de ella, de dar la impresión de que impartía las órdenes, pero ella no iba a perder el tiempo peleando con él. Avisó a Halav mediante un mensaje y luego soltó al Sombra Nocturna.

El enmascarado se internó en el túnel sin que apenas se oyeran sus pasos. Kâras se dio la vuelta y bajó la pendiente hasta el agua. Desapareció de la vista de Cavatina.

El resto de las Protectoras, Sombras Nocturnas y magos se reunieron a su alrededor en la boca del túnel, con la ropa aún chorreando agua. Algunos tenían la vista puesta en el Faerzress, pero la mayoría prestaba atención a Cavatina.

—Hasta aquí, todo ha ido bien —les dijo en voz baja—. Al parecer hemos llegado sin que nadie lo advirtiera.

Mientras hablaba se preguntaba dónde estarían los gnomos de las profundidades. Se les había dicho que volvieran aquella noche, tan pronto como apareciera la luna llena sobre la superficie del mar subterráneo. Pero las señoras de la guerra de El Paseo no tenían claro de qué modo llegarían los svirfneblin. ¿Por mar, en barca? ¿O por los túneles?

Pasaron unos momentos interminables. Las Protectoras esperaban pacientemente las órdenes de Cavatina, pero los magos y los Sombras Nocturnas empezaban a impacientarse.

¿Dónde estaban los svirfneblin?

Llegó un recado de la sacerdotisa que Cavatina había enviado al interior del túnel: «He recorrido una distancia de doscientos cincuenta pasos —informaba Halav—. Todo despejado hasta aquí».

Un momento después, Kâras regresó al lado de Cavatina.

—Acabo de encontrar a un svirfneblin en el agua —dijo en voz baja—. Está muerto.

—Llévame allí.

Siguió a Kâras pendiente abajo, arrastrando tras ella a un puñado de los congregados. A medida que se acercaban, divisó una onda en el agua, algunos pasos más allá, en pleno mar: un pequeño animal que se acercaba nadando. Parecía una rata. Como si presintiera la presencia de Cavatina, la rata se sumergió bajo el agua y desapareció.

Kâras se agachó en la orilla. «Allí», señaló, indicando una grieta llena de agua entre las rocas.

Cavatina se arrodilló a su lado. Era un gnomo de las profundidades, sin duda, poco más alto que un niño, pero con un cuerpo robusto en el que destacaban los músculos. Cavatina se metió en el agua, empujó suavemente el cuerpo hacia la orilla y lo colocó sobre las piedras, a sus pies. Le faltaba la cabeza, y por el aspecto quebrado del cuello le había sido arrancada o comida de un bocado. Era imposible establecer si eso había ocurrido antes o después de que el gnomo hubiera muerto. No había otras heridas visibles. La vestimenta del svirfneblin —unos sencillos pantalones de cuero y una camisa sin mangas— tampoco estaba deteriorada. Tenía los pies descalzos; tal vez estuviera nadando cuando murió.

—Por la gracia de Eilistraee —murmuró Cavatina.

Los demás se amontonaron para ver el cadáver. Q’arlynd se acuclilló a su lado. Levantó una mano flácida y, después de estudiarla un instante, la dejó caer.

Daffir pasó una mano sobre el cuerpo, sin apenas tocarlo. En la otra apretaba su bastón.

—Es un mal augurio.

Cavatina no necesitaba que la magia se lo revelara.

—¿Es este nuestro guía? —preguntó la maga.

Kâras la miró con gravedad.

—Ya no lo es.

Otro mensaje de Halav: «He recorrido quinientos pasos. Ni señales de los svirfneblin, salvo el pico de un explorador. Parece como si lo hubieran dejado caer aquí. No se puede saber cuándo».

La carne grisácea del svirfneblin tenía el aspecto de estar recubierta de cera. Pese a su inmersión en el agua helada, el cuerpo estaba empezando a oler.

—Si este es nuestro guía, llegó con varios días de adelanto.

Cavatina se puso de pie y observó el reflejo de Selûne y la dispersión de Lágrimas que arrastraba a medida que se deslizaba por el Mar de la Luna de las Profundidades.

—Bueno, seguiremos esperando. Le daremos de plazo hasta la puesta de la luna.

—Esperar es una pérdida de tiempo —opinó Kâras—. No va a aparecer ningún guía; no, después de lo que le ha ocurrido a este tipo.

—Eso no lo sabemos —replicó Cavatina—. Si nos vamos ahora tendremos que adivinar el camino una vez que hayamos llegado a los límites de nuestro mapa, lo cual significará una pérdida de tiempo todavía mayor. —Hizo un gesto a los magos—. Eso no sentaría bien a los maestros de vuestros respectivos colegios.

Muchos de los magos asintieron.

Sin embargo, el elfo del sol movió la cabeza negativamente.

—No encuentro motivo alguno para esperar —manifestó Khorl—. Cuando lleguemos al final de la región cartografiada, mi magia nos mostrará el camino. A diferencia de vosotros, yo todavía puedo formular adivinaciones, a pesar del Faerzress que nos rodea.

Cavatina negó, inmutable, con la cabeza.

—Puede ser que las sacerdotisas de Kiaransalee estén locas, pero no son tontas. Han protegido su caverna con medidas semejantes a las de El Paseo. Tus adivinaciones pueden encontrar el camino, o pueden no dar con él. En el caso de que no puedan, nos atenemos al plan original. Esperamos.

Señaló el cadáver.

—Entretanto, ¿alguno de vosotros sabe lo que hay que hacer? ¿Qué costumbres tienen los svirfneblin con respecto a la muerte? Cuando nuestro guía aparezca, no querremos ofenderlo.

—Yo sé lo que hay que hacer —dijo Q’arlynd—. Tuve un…, un aliado, hace años, que era svirfneblin. Me habló del dios que veneran los gnomos de las profundidades, Calarduran Manostersas, maestro de la piedra. Cuando un gnomo de las profundidades muere, lo adecuado es que lo «devuelvan al abrazo de Manosfinas». —Q’arlynd hizo una pausa y se golpeó la barbilla—. Con tu permiso, lady Cavatina, tengo un conjuro que puede hacer exactamente eso.

—Úsalo —asintió Cavatina.

Llegó otro mensaje de Halav: «Estoy a setecientos cincuenta pasos de la entrada. Sigue despejado».

Q’arlynd hizo retroceder a los demás. Buscó en un bolsillo de su piwafwi, sacó una pizca de algo y la puso sobre las piedras que estaban al lado del cuerpo. Mientras cantaba, las rocas que había debajo del cadáver se fueron deformando y se volvieron blandas como el barro. Q’arlynd empujó suavemente el cuerpo hacia abajo, hasta que quedó sumergido. Después de hacerlo, se lavó para quitarse el barro que le cubría las manos y pronunció una segunda palabra arcana. El barro se solidificó y se volvió otra vez piedra.

Mientras bajaban la pendiente en dirección a la boca del túnel, Cavatina se acercó a Q’arlynd.

—Bien hecho. Tu amigo estaría orgulloso de ti.

—Mi aliado —la corrigió Q’arlynd.

—Como quieras.

Los que habían seguido a Cavatina hasta la orilla del agua volvieron a la boca del túnel. Una vez más se detuvieron allí, a la espera. Cavatina se preguntaba si aparecería el svirfneblin. Tal vez el cadáver que acababa de enterrar Q’arlynd había sido ese guía.

El adivino humano estaba apoyado sobre su bastón, observando. De repente se puso tenso.

—Algo viene hacia aquí.

—¿Qué es? —preguntó Cavatina, poniéndose en guardia.

—Algo… grande.

Daffir se dio la vuelta y observó a lo lejos, hacia el mar subterráneo.

—¿Una barca? —aventuró una de las Protectoras.

—Es tan grande como una barca, pero… no es una barca. Una… criatura. Sea lo que sea, representa un peligro para nosotros.

Cavatina escrutó el Mar de la Luna de las Profundidades, pero la superficie estaba totalmente lisa. No se movía nada, ni siquiera una rata. Miró a Daffir, pero no pudo ver sus ojos tras aquellas lentes oscuras.

Los demás aprestaron las armas o pusieron a punto los componentes de los conjuros. Los Sombras Nocturnas se perdieron en el túnel.

—¿Dónde está ahora, Daffir? —preguntó Cavatina.

Daffir movió la cabeza.

—Eso, señora, no puedo saberlo. Sólo sé dónde… estará.

—Podemos apartarnos del agua —sugirió el mago del casquete de oro—, entrar en el túnel.

—De acuerdo —opinó Kâras—, antes de que quienquiera que haya matado al svirfneblin se dé cuenta de que estamos aquí.

—No —lo contradijo Cavatina—. Nos quedaremos donde estamos. Nos ocultaremos y observaremos el lago.

Sin embargo, ordenó regresar a las Protectoras y a los Sombras Nocturnas que se encontraban a la orilla del lago. No tenía sentido correr riesgos.

Un nuevo recado informaba; «Hemos avanzado mil pasos. —Con una risita, Halav añadió—: Todavía nada, salvo un par de botas esta vez».

Cavatina frunció el ceño. ¿Botas? Dirigió la mirada al lugar donde yacía el svirfneblin. «¿De qué medida son?».

«Pequeñas De niño».

El Sombra Nocturna al que Kâras había enviado al túnel reapareció e indicó que el camino estaba despejado.

—Fantástico —dijo Kâras—. Pongámonos en marcha.

Con el índice hizo una señal a los demás Sombras Nocturnas. «Adelante».

—Quedaos donde estáis —dijo con voz atronadora Cavatina.

Los Sombras Nocturnas dudaron un instante. Miraron alternadamente a Kâras y a Cavatina.

Ella dio una vuelta alrededor de Kâras.

—Quiero que esto termine de una vez por todas —le espetó en voz baja—. Qilué me dio a mí el mando de esta expedición, no a ti. Eilistraee consideró que debía ser así. ¿Te atreves a correr el riesgo de disgustarla desobedeciéndome?

Sin esperar la respuesta, se volvió hacia los demás.

—Mi sacerdotisa acaba de encontrar un par de botas en el túnel. —Señaló hacia el svirfneblin muerto—. Botas de la talla de un gnomo. Si son de él, es posible que se viera obligado a salir corriendo antes de que pudiera calzárselas. Quienquiera que lo haya matado podría seguir escondido y espiando en el túnel.

—Ya has oído la profecía de Daffir —la contradijo Kâras—. Lo que sea que vaya a atacarnos está fuera del túnel, sumergido en el Mar de la Luna de las Profundidades.

—¿Atacarnos? —repitió Cavatina, y movió la cabeza negativamente; ella se creció con eso—. Dime qué. Haré que vuelva mi sacerdotisa. Tú mismo puedes ocupar su lugar. De ese modo, si surge algo del Mar de la Luna de las Profundidades, tú estarás en un hermoso y seguro lugar donde no te va a…

Se oyó un débil gemido procedente de las profundidades del túnel: el sonido de una espada cantora en combate; Un segundo más tarde llegó el recado de la Protectora: «¡Un no muerto! ¡Enorme! ¡Sólo su cabeza ya bloquea el…!».

El mensaje se interrumpió abruptamente.

«Retrocede —fue el recado de Cavatina a Halav—. Ya vamos». —Señaló rápidamente a las Protectoras.

—Tú, tú y tú, seguidme. El resto que espere aquí. Sea lo que fuere que haya detectado Daffir no está en el lago, sino en el túnel. Lo atraeremos hasta aquí. Atacad cuando aparezca.

Para su sorpresa, Kâras obedeció rápidamente. Gilkriz hizo lo mismo. Mientras Cavatina se lanzaba a la carrera hacia el túnel, las tres Protectoras le iban pisando los talones; miró por encima del hombro y vio a algunos magos levitando en dirección a la boca del túnel y a otros que se desvanecían. Sin embargo, Daffir permaneció a la vista, apoyado sobre su bastón y asintiendo.

Cavatina siguió corriendo. El suelo del túnel era plano. Ella y sus sacerdotisas alcanzaban una buena velocidad. El sonido de la espada cantora de Halav —y los aullidos de aquello con lo que estaba luchando, fuera lo que fuese— se oía cada vez más alto. Luego, Halav quedó a la vista.

La Protectora luchaba con furia, mientras su espada entonaba una difusa melodía cuando ella acosaba ala cosa que bloqueaba el túnel: una enorme cabeza, grande como la de un gigante. Reptaba por el túnel sobre un manojo de venas hinchadas similar a un tentáculo, abriendo y cerrando la enorme boca a medida que avanzaba. De su frente y sus mejillas brotaban otras cabezas más pequeñas mientras se deslizaba hacia adelante. Todas gritaban o gemían lastimeras cuando rompían la piel; luego se callaban al retraerse otra vez.

Aunque estaba alejada; Cavatina sintió las oleadas de miedo que emitía la cosa. Levantó la espada cantora mientras corría y sintió que se abría paso en el medio mágico, separándolo en dos mitades. Sólo faltaban cien pasos; casi estaban allí.

Mientras retrocedía, la monstruosidad apuntó un tentáculo contra Halav.

—Muere —graznó.

Halav se quedó rígida, empuñando la espada, cuya canción se fue apagando hasta convertirse en un lamento. Pero Halav era fuerte y estaba protegida por las bendiciones de Eilistraee. Sacudiéndose el conjuro de la criatura, retrocedió.

—¡Halav! —gritó Cavatina—. Estamos justo detrás de ti. ¡Retírate!

Cavatina estaba lo bastante cerca como para ver con claridad los rostros más pequeños que brotaban de la monstruosa cabeza. Una de ellas era gris y calva: un svirfneblin. Echó mano de su símbolo sagrado mientras corría, tratando de cantar una plegaria.

—¡Retrocede, Halav! —gritó—. Estás en su camino.

Halav trató de retroceder, pero un tentáculo la golpeó y se enroscó en su pecho. Al apretar la derribó al suelo. Luego, levantó a la sacerdotisa y la acercó a la enorme boca. Los dientes se cerraron de golpe y le cortaron el cuello.

—¡No! —gritó Cavatina.

El tentáculo apartó a un lado el cuerpo sin cabeza. Un instante después, la cara de Halav se asomó a la mejilla de la cabeza monstruosa, gritando.

Cavatina pronunció una plegaria. De su mano salió disparado un rayo de luna como si fuera una lanza. Golpeó la enorme frente en el instante mismo en que pasaban a su lado dos ataques mágicos: una llamarada de fuego sagrado y un relámpago chispeante de energía positiva, que se extendió por el túnel como polvo de diamantes llevado por las ondas sobre la superficie de un estanque. La enorme cabeza se tambaleó hacia atrás sobre sus tentáculos al recibir los golpes.

Ahí estaba. Era la ocasión de Cavatina. Saltó hacia adelante, la espada en alto…

Un tentáculo la golpeó en el peto. Fue un golpe débil, insuficiente para detener su carga, pero Cavatina sintió una oleada de miedo. Tenía el pecho caliente y húmedo. Sangraba. La cosa había empleado la magia para herirla, una magia que había traspasado la armadura.

Retrocedió y murmuró una plegaria curativa. Esperaba que la criatura la siguiera, tratando de apresarla con un tentáculo, pero se quedó donde estaba. Una de las cabezas más pequeñas desapareció con un chapoteo, como si hubiera reventado una burbuja. La enorme boca chirrió al abrirse de par en par, como si estuviera respirando hondo.

—¡Tash’kla! —gritó Cavatina—. ¡Protégenos!

En ese instante, la Protectora que estaba detrás de Cavatina entonó su plegaria y la cabeza no muerta emitió un gemido espantoso. Un escalofrío sacudió su cuerpo. Luego, la sala amortiguó el sonido. Cavatina y las tres sacerdotisas que estaban tras ella siguieron en pie, salvadas por la gracia de Eilistraee.

Cavatina extendió un brazo haciendo una indicación.

—¡Levantad el cuerpo de Halav y lleváoslo de aquí!

Al mismo tiempo, acentuó su ataque.

Recibió el coletazo de un tentáculo, pero lo cercenó. La cosa no muerta se echó hacia atrás, mientras sus cabezas más pequeñas brotaban y se retiraban, todas ellas gritando y aullando. Cavatina dio una estocada en el punto donde aparecía la cabeza de Halav —un golpe de gracia—, pero su espada tropezó con un escudo invisible y se desvió hacia un lado. El consiguiente desequilibrio la hizo trastabillar hasta casi caer al suelo. Se recuperó rápidamente, bailando para quedar fuera del alcance de otro tentáculo. Poniéndose en peligro, echó una mirada hacia atrás y vio que dos de las Protectoras levantaban el cuerpo decapitado de Halav y salían corriendo. La halfling Brindell levantó la espada cantora de Halav con una mano mientras hacía girar su honda. Antes de que Cavatina pudiera ordenarle que no lo hiciera, lanzó uno de sus proyectiles mágicos.

De pronto, Cavatina estaba luchando en completo silencio. Podía ver las cabecitas que gritaban a medida que emergían como burbujas y luego se retraían en la carne mórbida. Su espada vibraba en sus manos, pero no podía oír su agudo chasquido al chocar contra la carne, ni el sonido de su canción.

Brindell había silenciado a la cabeza, pero también había atrapado a Cavatina, que estaba a punto de cantar una plegaria, y ya no pudo.

Retrocedió danzando, luchando con una mano. «¡A mi lado! —indicó con la mano libre—. Una retirada combativa».

Retrocedió con la halfling a su lado, sólo a unos cuantos pasos de la cabeza monstruosa, que se les echaba encima en medio de un sobrecogedor silencio. Halav tenía razón: llenaba por completo el túnel. No había modo de colarse, y parecía muy poco lo que podían hacer para derrotarla. Las plegarias que tendrían que reducir a la criatura no muerta a una masa de carne inerte no tenían efecto, y la cabeza podía crear a voluntad un escudo mágico ante ella. Avanzaba sin pausa, utilizando sus tentáculos, empujando alas dos sacerdotisas en retirada.

El silencio mágico que envolvía a la cabeza cesó abruptamente. Sus cabezas más pequeñas lanzaban gritos agónicos y la cabeza monstruosa se deslizaba por las paredes como si fuera ingrávida. Parecía evitar el suelo del túnel. ¿Por qué?

Cavatina miró hacia abajo. El suelo estaba resbaladizo a causa del agua que había chorreado de las ropas mojadas de los que habían entrado en el túnel. Un tentáculo resbaló en el suelo, y luego retrocedió.

Cavatina sonrió. Ahora sabía cómo vencer a la cosa.

Giró medio cuerpo hacia atrás y envió un recado a la maga: «¡Mazeer! Inunda el túnel de agua. ¡Ya!».

Instantes después, una tumultuosa corriente llenó el túnel que se extendía ante ellas.

—Aguanta la respiración —le gritó Cavatina a Brindell.

Una cortina de agua se abalanzó sobre las sacerdotisas y les hizo perder pie. Cavatina se estrelló contra la cabeza monstruosa, consiguiendo a duras penas conservar su espada. Los tentáculos se aferraron a sus brazos, a sus piernas y a su torso. Uno de ellos se enroscó sobre su cuerpo y empezó a apretar; sintió que se le vaciaban los pulmones de aire. Después, resbaló. La pared de carne se retorció y la cacofonía de las cabecitas se volvió un débil gorgoteo. Y entonces la cabeza se partió en dos. El agua empujó a Cavatina y a Brindell hacia adelante, arrastrándolas junto con una oleada de carne en desintegración y hueso empapado.

Cavatina logró ponerse de pie cuando el agua viscosa retrocedió en una ola pestilente. Brindell yacía tosiendo en el suelo. Se dobló para alcanzar la espada cantora y su funda.

Un instante después, se oyó el chapoteo de pasos que se acercaban a ellas. Kâras se detuvo ante Cavatina y observó los restos de la cabeza.

—¿Contra qué demonios estabais luchando?

—Contra una cabeza gigantesca —respondió Cavatina, jadeando aún por la lucha—. Había sido recuperada de la muerte y animada para que se moviera por sus propios medios. El agua del lago la desintegró.

Otros dos Sombras Nocturnas entraron a la carrera en el túnel y se dirigieron hacia el grupo. Con un gesto de la mano, Kâras los envió algunos pasos más allá del punto donde se encontraban para que vigilaran. Su mirada era pensativa cuando contempló los restos de carne putrefacta esparcidos por el suelo.

—Parece que tu suposición sobre las botas resultó ser cierta —concedió Kâras—. La cosa sobre la que nos prevenía Daffir estaba finalmente en el túnel. Pero ¿cómo supiste que el agua…?

—Por la profecía de Daffir —cortó Cavatina—. Dijo que sabía adónde se dirigía. —Señaló hacia la caverna principal—. Al Mar de la Luna de las Profundidades. En trozos —sacudió la cabeza—. No es extraño que estuviera tan tranquilo cuando el resto del grupo se dispersó. Él previó la victoria.

Kâras asintió. Miró hacia el túnel.

—¿Era allí donde estaba esa única cabeza?

Cavatina se puso furiosa de repente.

—Esa única cabeza bastó para matar a Halav —respondió bruscamente.

Kâras pareció arrepentido.

—Lo siento, señora. No quería ser irrespetuoso.

Cavatina suspiró.

—¿Dónde está ahora su cuerpo?

—He ordenado a Gilkriz que prepare su barca mágica y coloque en ella el cuerpo, de ese modo se la podrá devolver a El Paseo. Necesitará la resurrección, debido a que no está… completa.

Cavatina asintió con gesto cansado. Apenas se había iniciado la misión y ya se había muerto una de las personas que tenía a su mando. Halav resucitaría y volvería a estar completa, si Eilistraee lo quería, pero se trataba de un proceso que requería tiempo. Kâras estaba en lo cierto al aventurar que esa plegaria no podía intentarse en aquel lugar. Para gran sorpresa de Cavatina, él se había anticipado a dar la orden que ella estaba a punto de dar. Podría haber tenido la consideración de esperar, para que hubiese sido ella la que la hubiera dado.

—Gracias, Kâras. —Sopesó sus opciones, expresándose en voz alta—. Vamos a necesitar a las Protectoras si seguimos encontrando más cabezas como esta. Enviaremos a uno de tus Sombras Nocturnas a El Paseo acompañando el cuerpo.

—No será posible.

—¿Por qué no?

Kâras se encogió de hombros.

—Ninguno de ellos conoce el himno que abre el portal.

Cavatina no salía de su asombro.

—¿Acaso no se les enseñó?

—No. Al parecer no se aprecian nuestras voces.

—Eso no es cierto.

Kâras se volvió a encoger de hombros.

—Tu podrías enseñarle el himno a uno de nosotros, sin lugar a dudas, pero para entonces la luna ya se habrá puesto… y el retomo del cuerpo se pospondría hasta mañana. Si entretanto se nos aparece otra de esas cabezas… —Kâras miró por encima de su hombro, probablemente para ocultar la alegría que delataban sus ojos.

Cavatina apretó los dientes y miró a lo lejos. Kâras tenía razón, que el infierno lo confundiera. Debía ser una Protectora quien regresara con el cuerpo.

La buena voluntad que había sentido un momento antes se había evaporado. Kâras estaba utilizando la muerte de Halav para inclinar la balanza a su favor. Con una Protectora muerta y otra de regreso al templo, sólo quedaban cuatro Protectoras al mando de Cavatina, frente a los seis Sombras Nocturnas, incluido el rebelde Kâras. Ese desequilibrio duraría hasta la salida de la luna del día siguiente, cuando la sacerdotisa que acompañara el cuerpo de Halav a El Paseo estuviera en condiciones de regresar. Para entonces, el grupo se habría alejado bastante del Mar de la Luna de las Profundidades.

Sin mediar otra palabra, se dirigió a la caverna principal y dio instrucciones a la Protectora más joven de que volviera al templo con el cuerpo. La sacerdotisa tenía todo el aspecto de estar furiosa por tener que regresar, pero se inclinó inmediatamente en señal de obediencia.

—Se hará la voluntad de Eilistraee, señora.

La protectora saltó a la barca de Gilkriz y se sentó al lado del cuerpo de Halav. Gilkriz se colocó a su lado y pronunció la palabra demando. Los remos empezaron a levantarse y hundirse por su propia voluntad, impulsando la barca hacia el brillante reflejo de la luna creciente en medio del lago.

Entretanto, Cavatina convocó a los demás a su alrededor.

—He tomado una decisión —empezó diciendo—. Esa cosa… era sin duda alguna obra de las arpías. Deben de estar patrullando hasta este confín, por eso hemos de estar preparados para encontrarnos con más. Tan pronto como retorne Gilkriz, vamos a avanzar, y lo haremos sin nuestro guía. Veremos si Khorl puede mostrarnos el camino. Pero uno de nosotros se quedará aquí, por si el guía apareciera. —Paseó la mirada por el grupo—. ¿Quién de vosotros, además de las Protectoras, puede cantar un recado?

Los Sombras Nocturnas miraron a Kâras. Él no se dio por aludido, pero un instante después todos negaron con la cabeza. Lo mismo hicieron los magos.

—¿Ninguno de vosotros? —repitió Cavatina.

Le resultaba difícil de creer. Se trataba más bien de que nadie quería quedarse atrás por propia voluntad. No esperaba un comportamiento tan cobarde de los Sombras Nocturnas. En los magos era imperdonable.

—Q’arlynd —dijo por fin.

El mago se puso tenso.

—Tú mantienes relaciones inmejorables con los svirfneblin. Eres la elección lógica. Te quedarás.

Él le lanzó una mirada de súplica.

—Pero yo no puedo formular un recado. ¿Cómo lo haré…?

—Sólo tienes que seguirnos. Captarnos. Estudiaste el mapa minuciosamente. Estoy segura de que conoces el camino. —Anticipándose a su nueva protesta, todavía dijo más—. Sólo tienes que esperar aquí hasta la próxima salida de la luna. Cuando vuelva Chizra, tendrás una espada a tu lado. —Mientras hablaba tocó inadvertidamente su símbolo sagrado, para poner la magia de Eilistraee en sus palabras.

Q’arlynd inclinó la cabeza hacia el joven mago que tenía a su lado.

—Con tu permiso, lady Cavatina, querría que Eldrinn se quedara también. Para vigilar conmigo hasta la vuelta de Chizra.

El mago más joven miró de arriba abajo a los otros dos magos que lo acompañaban.

—No puedo, Q’arlynd. Padre me ordenó que…

—Eldrinn viene con nosotros, y tú te quedas —fue la respuesta de Cavatina a Q’arlynd—. Y no se hable más.

Cavatina observó cómo el mago apretaba los dientes, pero ocultaba rápidamente su enfado. Cuando se inclinó, su cara era inexpresiva.

—Como ordenes, lady Cavatina.