CAPÍTULO SEIS

Urlryn Khalazza atravesó la puerta del escritorio; la atravesó literalmente, como si la maciza puerta de madera fuera una simple ilusión. El escriba que se sentaba a la mesa más cercana a la puerta dio un salto y perdió el control de la pluma, pero los demás siguieron atentos a su trabajo de copia, repiqueteando con los nudillos mientras dirigían mágicamente las plumas, que escribían a toda velocidad sobre los pergaminos.

Seldszar miró de pasada las diminutas esferas que giraban alrededor de su cabeza, observando la puerta. Durante unos instantes, le mostraron un perfil de Urlryn, pintado con índigo chispeante. Luego, el fuego mágico se extinguió.

—Maestro Urlryn —dijo—, gracias por haber respondido con tanta rapidez a mi invitación.

El maestro del Colegio de la Conjuración y la invocación asintió. Era un varón alto, de espaldas anchas para ser un drow, con un vientre que tensaba las ataduras de su túnica, resultado visible de su gusto por los banquetes de conjuración demasiado abundantes. La insignia de su colegio colgaba de una cadena de mithril que llevaba al cuello: una copa de oro, embrujada para agrandarse y llenarse de vino cuando él la acercaba a sus abultados labios. Aunque el cabello ralo de Urlryn y las mejillas flácidas lo hacían parecer viejo y desidioso, estaba ampliamente protegido. Corriendo a su lado —invisible para los escribas, pero nítido para Seldszar— iba un perro fantasma. El animal miró a Seldszar con cautela; tenía los labios retorcidos y el pelo del lomo erizado. A la menor señal de amenaza a su amo, atacaría.

Urlryn se detuvo frente a Seldszar y observó de manera significativa el fuego mágico que chispeaba en la frente del otro maestro.

—¿Deseas debatir el problema que tenemos en común?

—Por supuesto que sí.

Seldszar hablaba sin perder de vista las esferas. Aunque el fuego mágico ocasionaba irritantes interrupciones en su visión, no dejaba de observarlas. Dirigió la atención a su colega y a los magos presentes.

—Me he enterado de algo interesante sobre la… disrupción.

Urlryn se aclaró la garganta en señal de advertencia e hizo un gesto con la cabeza en dirección a los escribas más cercanos.

—De acuerdo —respondió Seldszar a la sugerencia—. Demasiadas escuchas interesadas —susurró, lanzando un conjuro.

Se oyó el golpeteo de las cabezas sobre las mesas de madera cuando los escribas, inconscientes, se derrumbaron sobre ellas. Un tintero se hizo pedazos en el suelo, dejando una mancha de tinta azul oscura. Las plumas siguieron rasgueando sobre los pergaminos unos instantes más; luego, cayeron sobre ellos.

—¿Tienen tus sabios algunas respuestas ya? —preguntó Urlryn.

Seldszar observó de reojo la esfera que mostraba a los magos más sabios del Colegio discutiendo a gritos alrededor de una mesa.

—No, pero no hace mucho que recibí una visita que aseguraba saber quién está causando esta plaga de fuego mágico; de todos modos, no fue muy precisa en los detalles. Era una sacerdotisa de Eilistraee, de El Paseo. Culpa al culto de Kiaransalee. Algo que están haciendo en un templo lejano en el nordeste está provocando el aumento del Faerzress en toda la Antípoda Oscura, incluidos nosotros.

—Ya veo.

Por unos momentos, ninguno de los dos magos dijo nada. El único sonido provenía de un reloj de agua que colgaba del techo del escritorio. Eran las gotas que caían de un diminuto agujero practicado en el fondo del cuenco de cristal tallado sobre una bandeja colocada debajo, provista de engranajes metálicos. El reloj era un objeto del mundo de la superficie, calibrado para señalar los cuartos tanto de día como de noche, pero poco práctico hasta ese momento para usarlo en la Antípoda Oscura. Al igual que el agua disminuía imperceptiblemente en el cuenco, así pasaba el tiempo.

—Yo también recibí a un visitante —dijo finalmente Urlryn—. Era un clérigo de Vhaeraun, del Puerto de la Calavera. Me dijo prácticamente lo mismo, incluido el hecho de que lo de los Faerzress parece haber afectado sólo a los drows.

Seldszar asintió sin apartar la atención de sus esferas. Había ofrecido al otro maestro un pellizco de información, y Urlryn había reaccionado según lo previsto. La había engullido y luego le había proporcionado un chisme a cambio. Así era como se planteaba el juego.

Por supuesto que Seldszar ya tenía noticias de la visita del Sombra Nocturna al Colegio de Urlryn. Cuando Miverra abandonó el Colegio de Seldszar, este había fijado una de sus diminutas bolas de cristal sobre ella. Y a través de la esfera la había visto modificar su cuerpo femenino y convertirlo en la imagen de un pícaro varón. Luego, se había teletransportado al interior del Colegio de la Conjuración y la Invocación, algo que le habría resultado imposible a un extranjero. Había atraído la atención de Urlryn enseguida. A las preguntas del maestro había admitido ser un Sombra Nocturna, y después le había contado una historia muy parecida a la que había oído Seldszar.

La diferencia había consistido en que le había dicho a Urlryn que eran los clérigos de Vhaeraun los que necesitaban la ayuda del Cónclave.

Había sido casi como si hubiera sabido qué papel había desempeñado Urlryn en el traslado a un lugar seguro de los supervivientes de la matanza de la Torre del Mago Enmascarado, una acción que no parecía condecir con el carácter dé Urlryn, a menos que se conociera el pequeño favor que los asesinos de la máscara negra le habían hecho hacía más de doce años. Un favor que implicaba veneno.

—¿Creíste la historia del Sombra Nocturna? —preguntó Seldszar.

Urlryn arrugó el entrecejo.

—Tal vez.

Las respuestas sin compromiso eran típicas de Urlryn. Pero el otro maestro se había tomado en serio al visitante. Al igual que Seldszar, Urlryn había estado de acuerdo en designar magos de su Colegio a la avanzadilla de espías que merodearían alrededor del templo de Kiaransalee. En ese momento, Seldszar vio en una de las esferas que lo orbitaban la partida de los tres conjuradores de Urlryn. Por suerte, la imagen desapareció demasiado deprisa como para que este pudiera captar detalles de las escenas mostradas.

—¿Dijiste al Sombra Nocturna algo acerca de los Faerzress? —preguntó Seldszar.

Esperó la respuesta; había una ligera oportunidad de que Urlryn hubiera confundido su escudriñamiento previo.

El otro maestro movió negativamente la cabeza.

—No.

Seldszar observó el paso rápido de su esfera púrpura; su color había cambiado. Podía ser que Urlryn hubiera blindado su mente contra las intrusiones —todos los magos que tenían esa capacidad lo hacían siempre que estaban al alcance de los conjuros de Seldszar—, pero Urlryn no podía hacer nada con respecto a la esfera. No estaba mintiendo. El secreto de ambos estaba a salvo.

Y se trataba de un extraño secreto. Durante siglos había pasado de un maestro a otro. Seldszar no estaba al corriente de cómo se había hecho en el Colegio de la Conjuración y la Invocación, pero sabía cómo se hacía en su propio Colegio. Hacía más de dos siglos, cuando el anterior maestro del Colegio de la Adivinación había muerto y Seldszar había sido elegido para ocupar la silla de maestro, había tenido un sueño. En él, el primer maestro del Colegio, Chal’dzar, se le había aparecido en espíritu para relatarle cómo se había formado la ciudad en la que vivían.

Más de cuatrocientos años atrás, Chal’dzar, en compañía de un poderoso conjurador llamado Yithzin, especializado en teletransportación, había formulado un conjuro que había alterado para siempre el aspecto de Sshamath. Ambos habían extraído los Faerzress que impregnaban la piedra que rodeaba la ciudad, dejando a un lado ese impedimento para sus conjuros.

O eso fue lo que habían creído. En los tres siglos anteriores a su conjuro, habían nacido más varones que hembras. Después de la desaparición de los Faerzress, los regidores de la ciudad —sacerdotisas de Lloth, en esa época— se dieron cuenta de que los varones duchos en conjuros estaban desarrollando poderes superiores. Si continuaba el desequilibrio en los nacimientos, esos individuos, unidas sus fuerzas, llegarían a tener algún día mayor poder que las sacerdotisas de Lloth. En un típico intento drow de frenar la rebelión que indudablemente llegaría, las sacerdotisas trataron de sacrificar de forma selectiva a los que tenían dotes arcanas. Su ataque no tardó en provocar la rebelión que habían querido prevenir. Las Casas nobles y los magos se hicieron con el poder. El Cónclave gobernaba Sshamath desde entonces.

El espíritu de Chal’dzar no había dado detalles del conjuro que él y su socio habían formulado, pero había especulado sobre el hecho de que los Faerzress, en lugar de haberse desplazado a otro lugar de la Antípoda Oscura, habían encontrado un nuevo hogar en Sshamath, entre los drows que habitaban en la ciudad. Por ello suponía que si todos los drows de Sshamath abandonaban de repente la caverna, el Faerzress volvería a la piedra de la que procedía.

En los siglos siguientes hubo pruebas sobradas de que las conjeturas de Chal’dzar eran correctas. A medida que aumentaba la población de la ciudad, declinaba paulatinamente el porcentaje de los nacidos con capacidades arcanas innatas. Los Faerzress, al parecer, se diseminaban más a medida que se instalaban entre los drows de Sshamath —tanto entre los nacidos allí como entre los que acababan de llegar a la ciudad—, hasta conseguir manifestarse externamente cada vez que un drow formulaba un conjuro que implicaba adivinación o cualquiera de los modos de teletransportación. Con un gesto de la cabeza, Seldszar señaló el fuego mágico que chispeaba entre su frente y las esferas orbitantes.

—¿Te previno el Sombra Nocturna de que esto va a empeorar?

—Sí, aunque no nos perjudicará tanto a nosotros como a ti. Sólo más o menos la mitad de nuestros conjuros dejará de funcionar. Todavía nos queda una pierna para sostenernos en pie…, hasta que alguien nos dé un empujón —concluyó Urlryn con una risotada sarcástica—. Podría volver locos a los demás maestros durante un tiempo y provocar un incidente que los forzara a un cierre mágico de la ciudad, pero Masoj se daría cuenta a tiempo.

—Lo mismo que el resto del Cónclave —añadió Seldszar.

Hizo un gesto con la cabeza en dirección a la esfera que mostraba el grupo de estalagmitas y estalactitas finamente entretejidas que formaban el templo de la Reina Araña, pero pasó demasiado deprisa para que Urlryn pudiese verlo.

—Y también se darían cuenta las sacerdotisas de Lloth. Posiblemente llegaran a la conclusión de que todos los Colegios están a punto de desmoronarse. Podríamos volver a la rebelión. Esta vez a la inversa.

Urlryn conjuró un pañuelo de seda en su mano y se limpió la frente. Pese al frío y seco aire del escritorio, estaba sudando. Un chasquido de los dedos hizo desaparecer el pañuelo.

—¿Piensas que son las arpías?

—No necesito pensarlo. Lo sé. Son la causa de todo.

Urlryn ladeó la cabeza ligeramente, algo que hacía cuando tenía segundos pensamientos.

—¿Deberíamos informar al Cónclave? ¿Enviar un ejército?

—No —dijo Seldszar con convicción—. Eso sería un error.

Urlryn asintió.

—¿Es una de tus premoniciones?

—Sí —respondió Seldszar, hablando más para sí mismo que para su interlocutor—. Sería un completo error. Observa.

Juntó las palmas de ambas manos y formuló un encantamiento; pasado un instante, apareció entre ambos una imagen. En ella proyectó el recuerdo de lo que se le había revelado en un breve contacto con el plano astral: una prospección del futuro en la cual los guerreros de Sshamath luchaban, morían y luego volvían a luchar contra sus antiguos camaradas. Oleada tras oleada de no muertos se diseminaban por la Antípoda Oscura aplastándolo todo como una marea arrolladora, alimentándose y creciendo con cada nuevo ejército que se enviaba contra ella. A medida que se desarrollaba la visión, sonaba una sola palabra como una campana: «Derrota…, derrota…, derrota».

—Esa es la predicción del Observatorio —dijo Seldszar, juntando sonoramente las palmas de las manos.

Pasaron unos instantes antes de que Urlryn hablara.

—Si pudiéramos encontrar un modo de invertir el conjuro que habían formulado Yithzin y Chal’dzar, y retrotraer los Faerzress a la piedra, entonces tal vez…

—Yo soy de la misma opinión, pero no tiene solución. Aunque ocultaría el problema, no lo resolvería. Dentro de nosotros o encerrados en la piedra de la caverna de Sshamath, los Faerzress seguirán invalidando nuestros conjuros.

—Nuestros colegas podrían reubicarse en algún lugar fuera del alcance del efecto.

—¿En dónde? ¿En una ciudad gobernada por estos?

Seldszar sacó de la órbita una esfera de cristal, la enfocó hacia el templo de Lloth en Menzoberranzan y la mantuvo en esa posición para que Urlryn pudiera verlo. Dentro de la pequeña esfera, avanzaba una sacerdotisa en una guardería templo, y con su látigo de cabeza de serpiente conducía a un aterrorizado grupo de niños que marchaban delante de ella. Un varón resbaló sobre su propia sangre y cayó al suelo, sin dejar de recibir latigazos durante todo el tiempo que su cuerpecito se detuvo.

Urlryn frunció los labios.

Seldszar devolvió la esfera a su órbita.

—Incluso si optamos por escapar, sólo sería una medida temporal. Nuestro visitante dijo que el efecto se extendería por todo Faerun. Por toda la Antípoda Oscura. Eso va a pasar aquí y ahora. El mundo de la superficie quedará a salvo. Y eso es algo que seguramente ni tú ni yo querríamos vivir.

—Debe de haber un modo de evitar esto —aventuró Urlryn—. Ya lo hemos visto antes.

Los ojos de Seldszar brillaban cuando miró a su colega.

—Me gustaría mostrarte algo. Compláceme, si puedes. Intercambia nuestras posiciones.

El otro maestro lo miró desconcertado.

—Como quieras. —Se apartó unos pasos de Seldszar, y luego levantó la mano—. ¿Preparado?

Seldszar asintió.

Urlryn se concentró en los pies de Seldszar y chasqueó los dedos. Al instante, ambos intercambiaron sus lugares. Urlryn quedó situado cerca del reloj de agua; el cuerpo le chispeaba a causa del fuego mágico. Seldszar lo miró a través de su propio velo de chispas verde pálido.

—Otra vez —pidió Seldszar.

Susurrando una palabra, Urlryn volvió a intercambiar mágicamente su posición con la de su colega.

—Una vez más.

En la tercera ocasión, ambos magos estaban cubiertos de la cabeza a los pies por el chispeante fuego mágico. Urlryn, bizqueando, levantó las manos.

—¡Basta! ¿Qué demuestra esto?

Seldszar levantó los brazos y giró en círculo lentamente.

—¿Qué has observado?

Urlryn parpadeó a causa del brillo del fuego mágico que lo rodeaba. Agitó una mano delante de la cara, como si intentara espantar un mosquito.

—No mucho, por culpa de esto.

—Sí, pero fíjate en el color. Tu fuego mágico es azul oscuro. El mío, verde pálido.

—¿Es importante?

—Compláceme una vez más. Pero en esta ocasión convoca el fuego mágico intencionadamente. A ver si esta vez puedes conseguir que sea violeta.

Urlryn formuló un breve encantamiento e hizo un trazo en el aire con un dedo. El agua del reloj se iluminó de pronto desde dentro con motas de índigo. Una arruga de concentración se marcó sobre su frente, cambió el color a un azul más claro, luego a verde, después de negro a azul de nuevo y finalmente a un tono purpúreo.

—Como yo pensaba —dijo Seldszar—. Puedes manifestar de manera consciente el fuego mágico en cualquier tono que desees, pero las manifestaciones involuntarias están reducidas a tu color habitual.

Urlryn miró a Seldszar.

—Color habitual. Es una expresión que no había oído nunca.

Seldszar sonrió.

—Es una aportación que yo hice algunos años atrás. Un poco académico, pero servirá. Pide a un drow que evoque el fuego mágico, y manifestará habitualmente un color particular. Apuesto a que es el mismo color que está manifestando involuntariamente en ese momento —dijo, e hizo un gesto en dirección a los magos inconscientes—. Si despertáramos a uno de ellos y repitiéramos el experimento que acabo de hacer, verías lo mismo. El fuego mágico que manifieste cuando se le pida que formule un conjuro, o una adivinación, o que se teletransporte coincidirá, sea cual sea su color habitual.

Seldszar sacó de órbita una de las esferas que giraban en el aire.

—Observa a los magos de mi colegio.

Urlryn se acercó y escrutó la esfera de cristal. Dentro, chisporroteaba un fuego mágico azul en torno a la cabeza de un mago mientras formulaba un conjuro, y un fuego de color verde alrededor de las manos de otro. Otros magos emitían tonos lavanda o púrpura cuando hacían sus adivinaciones.

Seldszar volvió a poner la esfera en órbita.

—Hay una hipótesis en la que he estado trabajando durante algún tiempo. El Faerzress y el fuego mágico son una y la misma cosa.

Urlryn cruzó los brazos.

—¿Quieres decir que todos los drows de Toril poseen energía Faerzress? ¿No sólo los de Sshamath? ¿Hasta ese punto se expandió el conjuro de Yithzin y Chal’dzar?

—No creo que sea así —respondió Seldszar—. Pero da la impresión de que todos los drows, conjuradores o no, pueden canalizar esa energía. Actúan como conductores. Nuestra raza está ligada a ella, en cierto modo.

—Eso explicaría por qué los drows son los únicos afectados por el aumento del Faerzress. —Urlryn daba pasos atrás y adelante—. Pero ¿por qué instigaría el culto de Kiaransalee, si realmente está detrás de esto, algo que podría atar de pies y manos a los drows de Toril? ¿Qué finalidad perseguiría?

—¿Quién lo sabe? —Seldszar meneó la cabeza—. Por lo poco que he oído acerca del culto de Kiaransalee, esa diosa está incluso más loca que Lloth. Tal vez esta sea la versión que hace Kiaransalee del Silencio de Lloth.

—Una telaraña de silencio —dijo el otro maestro, citando la antigua canción—. Y en su centro, la muerte. —Levantó la mirada—. Entonces, ¿cómo nos ayudará tu comprensión más profunda del Faerzress?

—No nos ayudará a menos que podamos encontrar un modo de romper el vínculo entre los drows y la energía del Faerzress.

—Es una tarea difícil —apuntó Urlryn.

—Sí lo es, y nos llevará meses, tal vez años. Un tiempo que no tenemos. —Al decirlo, Seldszar clavó la mirada en el otro maestro—. ¿Por qué motivo te he pedido que vinieras? Te propongo una alianza de nuestros respectivos Colegios. Sumar nuestros talentos es la mayor esperanza de encontrar una respuesta antes de que sea demasiado tarde. Compartirás conmigo los frutos de todo lo que puedan descubrir tus sabios; y yo haré lo mismo contigo. —Hizo una pausa—. ¿Y bien? ¿Estás de acuerdo?

—Lo estoy —respondió Urlryn con una inclinación que puso de manifiesto su abultado vientre bajo la túnica—. Tienes mi palabra.

Un rápido vistazo a la esfera de discernimiento —que se había oscurecido, pero sólo levemente— confirmó a Seldszar que la mayor parte de lo que estaba diciendo el otro maestro era verdad. Cooperaría…, por ahora.

—Te agradezco el tiempo que me has dedicado —dijo Seldszar a Urlryn—. Y el hecho de que me hayas escuchado. Resulta gratificante saber que otro maestro comparte mis preocupaciones.

—Q’arlynd, que agradable sorpresa —dijo Qilué—. Me preguntaba si volvería a verte. Tu marcha de El Paseo hace un año y medio fue algo… abrupta.

Q’arlynd, Eldrinn y los otros dos adivinadores se inclinaron cuando la suma sacerdotisa entró en la sala. Qilué era tan imponente —y hermosa— como la recordaba Q’arlynd.

—Pido disculpas por ello, lady Qilué, pero tenía cosas muy urgentes que resolver en otra parte —respondió mientras se erguía.

—Fuiste a parar a Sshamath, por lo que me dijo Miverra.

—La ciudad de los magos me viene a la medida, señora. He establecido allí mi residencia.

Eso no era una novedad para Qilué, que lo había escudriñado desde que él había abandonado El Paseo. Desde entonces, le había picado la nuca varias veces indicándole que alguien lo estaba observando desde lejos. Claro estaba que podría haber sido el maestro Seldszar.

—Miverra me dijo también que has fundado allí una escuela de magia. ¿Son estos tus aprendices?

Q’arlynd se dio cuenta sin mirar directamente a Eldrinn que los hombros del muchacho se tensaban. Los otros dos magos que el maestro Seldszar había elegido para la misión escuchaban con atención; también habían reparado en el tiempo que habían pasado juntos Eldrinn y Q’arlynd, y debían preguntarse si el hijo estaba planeando sustraerse a la sombra del padre.

Q’arlynd sonrió.

—Que reconozcan a una escuela como Colegio es el sueño de todos los magos de Sshamath —respondió con voz reposada—. Por lo que se refiere a mi escuela, apenas es más que una sala, una reunión de amigos del joven hijo del maestro, aquí presente —concluyó, y extendió las manos—. Les enseño lo que puedo.

Qilué lo miró directamente a los ojos.

—¿Teletransportación?

—Entre otras cosas.

—Eras muy bueno en eso, por lo que recuerdo.

Q’arlynd inclinó ligeramente la cabeza.

Se preguntó si la teletransportación que acababa de realizar había sido una prueba, bien de las defensas de El Paseo, o bien del grado en que la energía de los Faerzress estaba afectando a Sshamath. Tal vez de ambas. Suponía que la había superado. Pese al fuego mágico que había brotado en el momento en que formulaba su conjuro, le había sido relativamente fácil dar el salto. También ayudaba el hecho de que la habitación que Miverra le había mostrado en su escudriñamiento era bastante emblemática: circular, las paredes ornadas con columnas arqueadas que se encontraban en lo alto, y dotada de una sola salida. El suelo estaba pavimentado con miles de tejuelas de piedra coloreada: un mosaico que mostraba hembras drows adiestrándose con la espada.

Qilué se volvió hacia los magos que acompañaban a Q’arlynd.

—Soy lady Qilué, suma sacerdotisa de El Paseo, Elegida de Mystra. ¿Y estos magos son…?

Q’arlynd señaló al mayor de los magos.

—Khorl Krissellian, mago y clarividente.

Khorl era un elfo del sol, de piel pálida y cabello blanquecino. Cuando dio un paso al frente y retribuyó la inclinación de cabeza de Qilué, a su cara surcada de arrugas asomó un atisbo de altivez. Tenía casi cuatro siglos de edad y había vivido la mayor parte de su vida en Sshamath, lo suficiente como para vestir como un drow y ser igual de maquinador que uno de ellos, por más que seguía calificando a los drows un punto por debajo de la auténtica raza elfa.

Sin embargo, su saludo, lento y pronunciado, era del todo cordial.

—Lady Qilué, Elegida de Mystra. Por supuesto que es un honor conocer a la persona de la que he oído tantas historias maravillosas.

Los amuletos mágicos que festoneaban su piwafwi tintinearon cuando Khorl se irguió.

Q’arlynd presentó al segundo mago.

—Daffir el Clarividente.

—Señora —dijo Daffir al mismo tiempo que hacía una reverencia.

Era un humano del sur, con la piel casi tan oscura como la de los drows. Era calvo, flaco como una espingarda, y tan alto como Qilué. Sus ojos estaban ocultos por unos anteojos ovalados que flotaban sobre su nariz. Se apoyaba en el cayado que sostenía Eldrinn cuando Q’arlynd lo había encontrado en el Páramo Alto. El hecho de que se le hubiera permitido a otro mago sacarlo de la ciudad probaba hasta qué punto se había tomado en serio la misión el maestro Seldszar; el bastón era una de sus pertenencias más preciadas. Junto con su hijo, por supuesto.

—Un humano y un elfo del sol —observó Qilué—. Sabia elección teniendo en cuenta el lugar al que os encamináis.

Q’arlynd asintió.

—Nuestro tercer miembro es Eldrinn Elpragh, también del Colegio de la Adivinación.

—¿Dirigirás tú la expedición, lady Qilué? —preguntó Eldrinn mientras hacía una profunda reverencia.

La suma sacerdotisa movió negativamente la cabeza.

—Tengo asuntos urgentes que requieren mi presencia en El Paseo.

Mientras hablaba, su mano derecha se deslizó hasta la cadera de la que habitualmente pendía una espada; luego se detuvo cuando se dio cuenta de que no iba armada. Un gesto curioso.

—Deseo conoceros personalmente a todos, y agradeceros que os unáis a nuestra expedición —continuó diciendo Qilué—. Por favor, acompañadme. Quiero dirigirme a todos los participantes antes de vuestra partida.

Q’arlynd y los demás atravesaron la puerta tras ella. Los condujo a una zona más recóndita del edificio, que resultó ser un cuartel. Atravesaron varias puertas cerradas. El sonido de los cánticos inundaba la zona; eran sobre todo voces femeninas, subrayadas por un grupo de voces varoniles más graves.

El pasillo desembocaba en una puerta de dos hojas macizas que daba paso a una amplia sala rectangular. Los escudos colgaban a lo largo de las paredes, mientras que sobre cada entrada se veían espadas cruzadas. La viga central tallada en el techo abovedado representaba una medialuna apoyada sobre sus puntas. Pero no fue la arquitectura lo que atrajo la atención de Q’arlynd. En el centro de la sala se veía a tres drows, observando a su alrededor como si acabaran de llegar al lugar.

Eran dos varones y una hembra. Q’arlynd reconoció de inmediato a uno de ellos: Gilkriz, uno de los magos senior del Colegio de la Conjuración y la Invocación de Sshamath. Gilkriz, con su nariz aguileña, estaba con los brazos cruzados, tamborileando con sus dedos inquietos, llenos de anillos, sobre sus mangas de paño de oro. Un casquete de oro cubría su cabeza afeitada.

Q’arlynd metió una mano bajo el brazo contrario, le dio un codazo a Eldrinn y se comunicó con él por signos con la mano escondida: «¿Qué está haciendo ese aquí? ¿Quiénes son los otros dos?».

Eldrinn le respondió de la misma manera: «No te preocupes. Mi padre me avisó de esto. Trabajarán con nosotros».

Q’arlynd tuvo que disimular su irritación. Eldrinn debía de habérselo dicho antes.

Khorl miró a Eldrinn de arriba abajo, como si estuviera buscando un motivo del que colgar su reacción. Daffir se limitó a hacer un gesto con la cabeza, como si hubiera estado esperándolo.

Eldrinn levantó los hombros y se dirigió al lugar donde estaban los otros magos.

—Gilkriz —dijo con tono educado—, me alegra verte aquí. Urlryn hizo una buena elección. —Se volvió hacia los demás, saludándolos uno por uno con la cabeza—. Jyzrill, Mazeer, también me satisface teneros aquí.

Q’arlynd ocultó una mueca. El chico estaba tratando de hacerse con la situación, pero no resultaba nada convincente. Era demasiado joven y sus movimientos inseguros.

Jyzrill, un varón insólitamente corto de talla, barbilla puntiaguda y un profundo ceño que era más propio de un enano, murmuró un saludo. La maga Mazeer permaneció con las manos sobre las caderas; tenía los antebrazos erizados de varitas mágicas que estaban insertadas en dos muñequeras especialmente diseñadas. Devolvió el saludo a Eldrinn con voz aterciopelada, pero su mirada era fría como el acero.

Gilkriz ignoró a Eldrinn. Se volvió hacia los demás adivinadores y sonrió, dejando al descubierto los dientes revestidos de oro.

—Khorl, Daffir, encantado de que hayáis venido a ayudarnos con esto. —Entonces, se dirigió hacia Q’arlynd—. Y…

Eldrinn respondió antes de que lo hiciera Q’arlynd.

—Q’arlynd Melarn, originario de Ched Nasad, destacado mago de batalla de esa ciudad que se unió a nuestro Colegio hace más de un año, algo que obviamente no sabíais.

Q’arlynd hizo un leve gesto con la cabeza, lo justo para ser correcto.

—¡Ah, sí! —dijo Gilkriz—. Ahora lo recuerdo. ¿No es el mago que te rescató después de tu desastroso viaje a la superficie?, ¿ese viaje en el que resultaste debilitado mentalmente?

Su broma desdeñosa encontró eco en el leve fruncimiento de labios de Jyzrill y Mazeer.

Eldrinn respiró hondo.

—Yo…

—No digas nada, Eldrinn —intervino Q’arlynd, interrumpiéndolo—. Están tratando de saber ahora lo que sus espías no fueron capaces de descubrir entonces. Puede que uno de sus magos tenga el mismo problema, y no sepan cómo resolverlo.

Eldrinn tuvo el buen tino de sonreír de manera cómplice.

Detrás de ellos se oyó un gran ruido de voces. Q’arlynd miró hacia atrás, hacia las puertas dobles en las que aún permanecía Qilué. Avanzando hacia ellos venía una hembra escultural a la que Q’arlynd reconoció enseguida: Cavatina, la ejecutora de Selvetarm. La seguían seis mujeres, cinco de ellas eran drows y la sexta era una halfling que vestía los hábitos del culto de Eilistraee. Las sacerdotisas mostraban respeto a Cavatina con cada gesto y su expresión reflejaba sobrecogimiento. Intercalados en las filas de las sacerdotisas iba un número equivalente de Sombras Nocturnas, es decir, seis. Aunque los varones marchaban con las sacerdotisas, transmitían la impresión de estar separados de ellas. Lanzaban miradas furtivas a Cavatina, y su expresión estaba lejos de ser de veneración.

Q’arlynd se puso rápidamente en alerta. Escrutó los rostros de los Sombras Nocturnas buscando señales de que alguno lo hubiera reconocido, pero las miradas que le echaban eran anodinas. No le prestaban más atención que a cualquiera de los otros magos.

El varón delgado y musculoso era, sin lugar a dudas, el jefe de los Sombras Nocturnas. Iba vestido de negro y una máscara le cubría buena parte del rostro. El ojo izquierdo estaba marcado por una antigua cicatriz. Su amplia zancada obligaba a Cavatina a marchar a paso ligero para poder mantenerse por delante de él.

Q’arlynd sacudió mentalmente la cabeza. Los clérigos y las sacerdotisas, al igual que los magos, trataban de destacar unos sobre los otros. Facciones dentro de las facciones.

Se fijó en Qilué. Como siempre, su expresión era imperturbable. Observaba cómo los recién llegados se ordenaban. Luego, cerró la puerta de doble hoja y caminó hasta la cabecera de la sala.

Salvo por Cavatina —y Daffir, cuya altura lo hacía sobresalir por encima de los varones drows—, qilué era la más alta de los congregados. Cuando elevó las manos por encima de su cabeza cesaron todos los murmullos.

—Una canción de bienvenida —ordenó— para los magos de Sshamath.

Las mujeres empezaron a cantar. Los clérigos se les unieron un segundo después. Cantaban en voz baja, como si lo habitual fuera hablar siempre en susurros. Su jefe estudió a los magos mientras cantaba. En realidad, cruzó su mirada con las de ellos, algo raro en un Sombra Nocturna.

Cuando finalizó la canción, Qilué hizo una señal con la cabeza a Cavatina.

—Para la mayoría de vosotros, la sacerdotisa que mandará esta expedición no necesita presentación, pero puede ser que los de Sshamath no la conozcan. —Indicó a Cavatina que diera un paso al frente—. La Dama Canción Oscura Cavatina, ejecutora de Selvetarm.

Q’arlynd miró a sus compañeros magos. Tenían los labios entreabiertos y ojos de asombro. Sólo Khorl permanecía impasible. Eldrinn la miró como un criado apaleado hasta que Q’arlynd le dio un ligero codazo.

Cavatina, con la pose de una estatua, le echó una mirada desdeñosa al grupo. Sus ojos se detuvieron un instante en Q’arlynd; era obvio que lo había reconocido, aunque no dio muestras de ello.

Qilué se apartó un poco.

—Cavatina os explicará lo que sigue. Que la Señora Enmascarada os bendiga y os proteja.

Dicho esto se desvaneció.

Q’arlynd tuvo la tentación de sacar su cristal del bolsillo y echar una ojeada en su interior para ver si la suma sacerdotisa se había teletransportado realmente fuera de allí, o si estaba cerca, observando desde su invisibilidad; pero sólo era un curiosidad tonta. En cambio, estudió a Cavatina. Había tenido un breve encuentro con ella hacía dos años. Quería encontrarle un sentido al hecho de que se hubiera convertido en líder.

La Dama Canción Oscura no era de las que perdían el tiempo con bienvenidas formales.

—Todos conocéis nuestra misión —les dijo—. Detener lo que está aumentando los Faerzress. Creemos que la causa está en la Acrópolis de Kiaransalee. Eso es lo que ha suscitado nuestra decisión de atacarla.

Q’arlynd enarcó las cejas. Captó la mirada de Eldrinn.

«¿Atacar?», lo interrogó con signos, de modo que nadie pudiera verlo.

Eldrinn se encogió ligeramente de hombros.

Q’arlynd observó a Gilkriz. El entrecejo del conjurador se había arrugado un poco. Gilkriz se lo estaba ocultando a la mayoría de los presentes, pero parecía tan sorprendido como Q’arlynd por las palabras que Cavatina había elegido. También a él le habían dicho que se trataba sólo de una misión de reconocimiento.

—Partimos esta noche, tan pronto como Selûne haya asomado —prosiguió Cavatina—. Usaremos el portal de la salida de la luna. Los que no lo hayáis usado todavía no olvidéis que implica la inmersión en el agua. Si lleváis pergaminos o artículos que puedan resultar dañados, o bien encontráis el modo de protegerlos, o bien los dejáis atrás. —Hizo una pausa—. Y si alguno no sabe nadar, este es el momento de decirlo. Emergeremos en un lago. En un lago profundo.

—El Lago de la Luna de las Profundidades —apuntó el Sombra Nocturna al que los demás trataban con deferencia. Avanzó un paso, y se puso al lado de Cavatina—. Está al nordeste del Mar de la Luna de las Profundidades, en el Desierto de las Profundidades, a varias leguas de nuestro destino. A donde vamos no es posible realizar una teletransportación, por eso hay que estar preparados para una larga marcha.

—Gracias, Kâras —dijo Cavatina, relajándose frente a él—. Yo seguiré desde aquí.

Chasqueó los dedos y en la sala se oyó el silbido de un disco de deriva. El grupo se dividió en dos, dejando que pasara entre sus filas. Se detuvo frente a Cavatina. Ella asió por el borde ese disco del tamaño de un escudo y lo colocó en posición vertical. Q’arlynd vio que tenía grabado un mapa. Cavatina, con la punta de la espada, siguió la línea de un óvalo irregular.

—La Acrópolis de Tánatos se encuentra aquí, en esta caverna. —La punta de su espada se movió hasta un círculo más amplio, en el lado opuesto del mapa—. Nosotros llegaremos al portal aquí, en el Mar de la Luna de las Profundidades. Desde aquí entraremos en una mina duergar abandonada, algunos de cuyos túneles nos conducirán finalmente hasta la caverna que alberga la Acrópolis. Estos pasadizos estarán bien guardados, pero este —dijo, y la punta de la espada trazó una línea que serpenteaba desde el mar, pero se detenía antes de alcanzar la primera caverna que ella había señalado— …no lo estará. Se encuentra en uno de los niveles más profundos de la mina y está parcialmente inundado. Al final de su recorrido hay una entrada de la que las arpías aún no saben nada. Se abrió hace muy poco debido a un derrumbamiento. No la han encontrado porque se halla bajo el agua. —Con la espada volvió a golpear el disco de deriva, que emitió un débil sonido—. Este es nuestro camino de entrada.

Kâras echó una ojeada al mapa.

—Con todo el respeto, lady Cavatina, has pasado algo por alto. Somos un grupo numeroso, demasiado grande como para ocultarse con facilidad, con miembros que no están tan duchos en el ocultamiento como los Sombras Nocturnas. Para que este ataque funcione, tenemos que mantener al grueso de las fuerzas en la retaguardia y enviar espías en varias direcciones. —Con el dedo trazó la línea que proponía cruzando el mapa hasta la caverna de la Acrópolis—. Entrar en la caverna de las arpías no sólo por la ruta que acabas de señalar, sino también por aquí, y por aquí, y…

—No —dijo Cavatina con voz firme al mismo tiempo que golpeaba el mapa—. Esta será la única ruta que no esté guardada.

—Mis Sombras Nocturnas pueden deslizarse sin ser vistos por los guardias.

—Pero una vez que los hayan dejado atrás necesitarán experiencia en la lucha y las espadas cantoras de las Protectoras. Y los conjuros de los magos. No; nos mantendremos todos juntos. —Hizo una pausa—. Son las órdenes de Qilué.

Kâras inclinó la cabeza, pero antes le dio tiempo a Q’arlynd de ver en sus ojos un relámpago de ira.

Cavatina siguió con la descripción dela Acrópolis. El templo, les decía, estaba situado en una isla en medio de una caverna cubierta por un lago. La caverna se reconocía inmediatamente por los miles de cráneos clavados en el techo de piedra. La isla había sido en otro tiempo la morada de V’elddrinnsshar, una ciudad drow que había sucumbido a la peste hacía ya un siglo; fue un apunte que levantó nerviosos murmullos entre los que la escuchaban. Cavatina les aseguró que la peste había desaparecido hacía mucho tiempo. Les recordó que la ciudad en ruinas albergaba peligros mucho más poderosos: las sacerdotisas de Kiaransalee y sus subalternos no muertos.

Ella tocó lo que parecía un abalorio cuadrado de madera sujeto en la parte superior de su brazo izquierdo. Todas las sacerdotisas y los Sombras Nocturnas llevaban uno igual.

—Estas filacterias ayudarán a mis clérigos y sacerdotisas a luchar contra los no muertos. —Se volvió hacia los magos—. Supongo que tendréis defensas similares.

—Por supuesto que las tenemos, señora —respondió Gilkriz, señalando con un gesto de la cabeza los anillos de sus inquietos dedos.

A su lado, Mazeer levantó un brazo para atraer la atención hacia las varitas mágicas insertadas en la muñequera. Jyzrill se limitó a gruñir, como si su ceño fruncido bastara para enfrentarse a los no muertos dondequiera que estuvieran.

—Mi personal me avisará —dijo Daffir.

—Y lo mismo harán mis chucherías —apuntó Khorl.

—Nosotros estamos protegidos —dijo Eldrinn, señalando a Q’arlynd y a sí mismo.

Q’arlynd asintió. El maestro Seldszar había entregado al chico media docena de pociones; cada una de ellas proporcionaría un ocultamiento total de las criaturas no muertas… por un tiempo. Tres estaban guardadas en el bolsillo de Q’arlynd como «medida de seguridad».

—Eso espero —respondió Cavatina—. Si se suscita una batalla, no nos enfrentaremos sólo a cadáveres animados sin mente. Muchas arpías rodean a los no muertos, o surgen como reaparecidos cuando se los mata, como puede atestiguar personalmente Kâras.

Kâras pareció incómodo, circunstancia que suscitó una importante alarma en Q’arlynd. Cavatina había difundido algo que el Sombra Nocturna no quería que se supiera. Ella no había sabido mantener la boca cerrada cuando había sido necesario. En la primera oportunidad que tuviera, Q’arlynd debía hablar con la Dama Canción Oscura. No quería que ella mencionara su papel en la muerte de Vhaeraun; no con seis Sombras Nocturnas a sus espaldas.

Kâras se aclaró la garganta.

—Incluso he visto surgir a las arpías como reaparecidas. Y como algo más que reaparecidas. Estuve en Maerimydra cuando sucumbió ante el ejército de Kurgoth Ralea del Infierno. Una vez finalizada la batalla, los traidores de la Casa T’sarran tomaron el control de la ciudad en nombre de Kiaransalee. Entre sus filas había espíritus cuyos gemidos segaban los cuerpos de docenas de mortales donde ellos estaban. —Hizo una pausa, luego adoptó un tono grave—. Esta es una pequeña muestra de lo que nos espera en la Acrópolis de Tánatos.

Una vez más, la sala fue un hervidero de murmullos.

—Estamos preparados —intervino Cavatina con tono de confianza, e hizo un gesto con la cabeza en dirección a la sacerdotisa halfling.

La halfling —una criatura de aspecto singular, cabellos color cobre y piel negra como la de un drow— buscó en su bolsillo y sacó lo que parecía una esfera de barro cocido tachonada de plumas.

—Piedras silenciadoras —explicó con una voz sorprendentemente ronca para una persona tan pequeña.

Palmoteó una funda enjaretada en su cinturón en el lugar del que habitualmente colgaría una vaina, pero ella llevaba la espada sujeta a la espalda.

Cavatina se volvió hacia el grupo.

—Si hay alguien de vosotros que tenga la capacidad de crear silencio mágico, le sugiero que repase los conjuros antes de que nos vayamos. Junto con las espadas cantoras, es nuestra mejor defensa.

Q’arlynd sintió que Eldrinn le estaba golpeando el brazo. Miró al chico y vio la pregunta rápida de Eldrinn: «¿Tú?».

Q’arlynd movió afirmativamente la cabeza: «¿Tú?».

«No».

Cavatina siguió adelante con sus recomendaciones y les previno acerca de las diferentes formas de no muertos que seguramente poblaban la Acrópolis. Q’arlynd la escuchaba con la máxima atención, con la mirada centrada en el mapa del disco de deriva mientras memorizaba todas las rutas posibles entre la Luna de las Profundidades y la Acrópolis. Por si acaso.

—No sólo debemos cuidarnos de los no muertos —agregó Kâras—. Crecí en el Desierto de las Profundidades y conozco sus peligros. —Levantó una mano y empezó a contar los dedos—. Gusanos púrpura, delvers, monstruosos umber hulks… —Echó una mirada en derredor—. Si alguno de vosotros siente la más mínima vibración, quiero que me avise.

—Gracias, Kâras, por tus advertencias —agradeció Cavatina, y luego se volvió hacia los demás—. Saber qué debemos evitar en el Desierto de las Profundidades será útil.

—Querrás decir, de qué debemos cuidarnos —interrumpió Kâras—. Si vemos un túnel recién excavado deberíamos ser capaces de utilizarlo. Acorta la distancia.

—No —dijo con voz firme Cavatina—. Nos atendremos estrictamente a la ruta que hemos elegido. No queremos deambular por un túnel sin salida y acabar atrapados en él.

—¿Cómo sabes que no resultaremos atrapados en la ruta que has elegido? —protestó Kâras—. Si las arpías han dado con ella…

Los ojos de Cavatina echaron chispas.

—No la han encontrado.

Kâras frunció el ceño.

—¿Cómo te enteraste de la existencia de esa ruta?

—Por nuestros aliados en el Desierto de las Profundidades.

Khorl se aclaró la garganta.

—¿De qué aliados estamos hablando, señora?

Cavatina pareció aliviada por tener que responder a las preguntas de alguien más.

—Los svirfneblin.

Q’arlynd abrió los ojos, sorprendido. Por un instante se preguntó si su antiguo esclavo podría haber sido herido en el Desierto de las Profundidades. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que Q’arlynd había visto a Flinderspeld, y en el año y medio transcurrido, se había preguntado a menudo qué habría sido del gnomo de las profundidades. Pero Luna Plateada estaba a una larga distancia de la Luna de las Profundidades. Más de quinientas leguas.

Kâras enarcó las cejas.

—¿Gnomos de las profundidades ayudando a los drows?

—Parecía que estuviera a punto de soltar una carcajada.

—Los svirfneblin nos odian. Nos llevarán directos a una emboscada o nos entregarán a las arpías.

—No, no lo harán —replicó Cavatina—. Los svirfneblin odian a las arpías. Y no odian a todos los drows; confían en la gracia de Eilistraee. Serán nuestros guías en esta expedición. Ya han sido muy valientes para explorar el camino hacia la Acrópolis. Uno de ellos se ahogó mientras trazaba la ruta a través de la caverna inundada. —Sostuvo la mirada de Kâras—. Haz el favor de recordar ese sacrificio, y trata a los svirfneblin con respeto cuando los encontremos.

Kâras inclinó la cabeza. Pero no demasiado.

—Trataré como se merece a todo varón que nos ayude en nuestra misión.

A juzgar por las expresiones de la sacerdotisa, Q’arlynd no era el único en haberse dado cuenta de la selección de género.

Cavatina finalizó su alocución e invitó a que se hiciesen preguntas. Había varias. Q’arlynd esperó hasta que se habían respondido la mayor parte, pues no quería parecer ansioso. Luego, carraspeó e hizo su pregunta en un tono brusco.

—Señora, tengo una pregunta: ¿nuestro paso por el portal será sólo de ida?

—No. Cuando hayamos cumplido nuestra misión, usaremos el portal para volver. Pero tened presente que sólo funciona entre la salida y la puesta de la luna, mientras el astro se refleja mágicamente sobre su superficie.

Q’arlynd volvió a levantar la mano.

—Si no podemos escrutar la superficie, ¿cómo sabremos cuándo ha salido la luna?

—El Mar de la Luna de las Profundidades es mágico —respondió Cavatina—. Cuando Selûne se refleja en el Mar de la Luna de la superficie, su reflejo ilumina también las aguas de las profundidades. De ahí su nombre. Pero no tenéis por qué preocuparos. Las sacerdotisas abrirán el portal. —Miró en derredor—. ¿Alguna pregunta más?

Había un montón.

El plan general ya estaba en marcha. Una vez dentro de la caverna donde se alojaba la Acrópolis, cruzarían el lago para infiltrarse en el templo, unos bajo la protección de la invisibilidad, otros volviéndose etéreos. Algunos usarían la ilusión para disfrazarse de no muertos.

—Cuando estemos en la isla, mataremos a todas las sacerdotisas de Kiaransalee que podamos —les recordó Cavatina—, pero nuestro objetivo es encontrar aquello que está aumentando los Faerzress. En el momento en que descubráis algo que a vuestro juicio pueda ser importante, comunicad vuestro hallazgo a Qilué. No tenéis más que pronunciar su nombre y os oirá. Será ella la que comunique a los demás esos hallazgos y nos conducirá a ellos.

Luego, centró su atención en los magos.

—Seguro que os sentiréis tentados de comunicar, en primer lugar, vuestros hallazgos a los maestros de vuestros respectivos Colegios. Es natural. Pero recordad que ellos no controlan el portal de la salida de la luna. Nosotros sí. Con la teletransportación bloqueada, es el único camino por el que los drows pueden acceder a una zona próxima a la Acrópolis. Si nuestra expedición tiene problemas, será El Paseo el que acuda en nuestra ayuda. —Hizo una pausa—. Tengo la impresión de que las promesas tienen poco valor en las ciudades de las que procedéis, pero os doy mi palabra de honor de que esto es así. Todo lo que se le comunique a Qilué llegará inmediatamente a vuestros maestros. Todos hemos apostado por ello. La cooperación es la clave.

Las sacerdotisas que la rodeaban asintieron. Q’arlynd afirmó con la cabeza con diligencia mientras percibió la mirada realmente escéptica de Gilkriz. También se dio cuenta del modo en que los Sombras Nocturnas se apiñaron en torno a Kâras, cuyos dedos hicieron un rápido gesto que Q’arlynd no pudo leer.

Las sacerdotisas volvieron a cantar. Q’arlynd habría preferido que hubieran desaparecido. Habían pasado dos días desde que había conocido a Miverra en Sshamath. En otros ocho días, tal vez menos, la magia de adivinación podría resultar imposible de practicar en Sshamath, y el Colegio de la Adivinación se vendría abajo. Y con él desaparecerían los sueños de Q’arlynd de convertirse en uno de los maestros de Sshamath.

Por el momento, aún había una probabilidad de evitar la crisis que se avecinaba.

En el supuesto, pensó mientras echaba una mirada a las facciones claramente visibles que le rodeaban, de que ese grupo se mantuviera unido el tiempo suficiente.