CAPÍTULO CATORCE

«Ya estamos lo bastante cerca», dijo Cavatina en lenguaje de signos.

Se detuvieron en las proximidades de la cabecera de la multitud. Las arpías se agolpaban en todas direcciones. La esfera de piedra de vacío estaba flotando a pocos pasos por delante de ellos, dominándolo todo como antes lo había hecho el templo. Desprendía oleadas de energía negativa que enfriaban el aire. El Faerzress que había bajo sus pies brillaba con más fuerza a cada pulsación. El espectro estaba flotando por encima de la piedra de vacío, con las manos en alto y dirigiendo el cántico con lúgubres lamentos.

Junto a Cavatina, el Kâras disfrazado levantó las manos y fingió seguir con el cántico. Cavatina hizo lo mismo. Era extraño que fuera a librar su última batalla al lado de un Sombra Nocturna, y aun así era apropiado, en cierto sentido.

Cruzó una mirada con Kâras y movió rápidamente la mano.

«Ahora».

—¡Eilistraee! —cantó Cavatina, despojándose de su disfraz.

Las arpías más cercanas se volvieron rápidamente para enfrentarse a ella; tenían los rostros desencajados por la ira.

Kâras, que estaba a su lado, le clavó la daga a una arpía y tocó el brazo de Cavatina. La energía fluyó a su interior, lo que aumentó la potencia de su rezo.

—¡Envía a estas horrendas abominaciones a su descanso eterno mediante mi canción! —cantó Cavatina, incluso mientras las arpías se abalanzaban sobre ella, haciéndole profundos arañazos con sus dedos curvos que enseguida se ulceraban.

Junto a ella, Kâras lanzaba tajos desesperadamente con la daga, tratando de derribar a todas las que pudiera.

En respuesta a su plegaria, del símbolo sagrado que llevaba fuertemente agarrado surgieron rayos de luna entremezclados con sombras. Se extendieron por las filas de las arpías como una corriente de agua. Varias de las que estaban más cerca se desplomaron mientras se eliminaba la magia de muerte que las había reanimado. Otras, las que todavía no habían entrado en la no muerte, continuaron atacando. Cavatina cayó bajo la multitud de manos y perdió de vista a Kâras, pero vislumbró al espectro cuando la corriente de luz lunar y sombras que había convocado lo golpeó. El espectro se retorció, gritando, mientras la canción sagrada de Eilistraee rasgaba su esencia.

Entonces, el hechizo se desvaneció.

El espectro seguía allí.

Echó la cabeza hacia atrás y su pecho se hinchó. Mientras exhalaba, inició un espantoso gemido.

—¡Eilistraee! —exclamó Cavatina—. ¡Dame tu…!

El gemido golpeó a Cavatina como el badajo de una campana y le provocó violentas convulsiones que interrumpieron su plegaria. Mientras tanto, las arpías se lanzaron sobre ella. Sus dedos ganchudos le abrieron la mano, y el símbolo sagrado cayó al suelo. Las que estaban más cerca de él retrocedieron, chillando, pero hubo otras que saltaron sobre ella y la derribaron. Su mandíbula crujió al chocar contra la piedra y notó el sabor de la sangre. Cada nueva laceración la hacía sentir un agudo dolor. Se esforzó por ponerse en pie, pero no fue capaz. Miró hacia la izquierda, y vio a Kâras a un par de pasos, sin su disfraz de arpía. Estaba tendido sobre un charco de sangre, con la piel llena de docenas de heridas. No se movía.

Sintió el frío de la tumba. Apenas podía mantenerse consciente, pero intentó pronunciar el nombre de su diosa, a pesar de que le castañeteaban los dientes.

—Eil…is…tr…

El espectro se cernió sobre ella.

—Has perdido —siseó, y de algún modo oyó aquel susurro por encima de los gritos enfurecidos de las arpías—. Cuando terminemos contigo, no quedará ni un fragmento de tu alma. —Retrocedió, dejando escapar una risa macabra. Hizo un gesto con la mano, que incluyó a Cavatina y Kâras, y a la esfera de piedra de vacío—. Arrojadlos a ella.

Las arpías, haciéndose eco de la risa de su suma sacerdotisa, arrojaron a Cavatina y a Kâras por los aires. Estuvieron a punto de dejar caer a Cavatina. Estaba cubierta por su propia sangre, por lo que su cuerpo resultaba tan resbaladizo que era difícil de coger. Con las últimas fuerzas que le quedaban, Cavatina trató de levantar la cabeza, para enfrentarse a su destino con valentía. No serviría de nada encomendarle su alma a Eilistraee; en un instante, todo habría acabado. Mientras las arpías la llevaban al borde de las piedras medio derruidas que rodeaban la esfera, entonó una última plegaria entre susurros.

—Eilistraee, no dejes que esto termine así, por favor.

—¡Ahora! —gritó el espectro.

Las arpías columpiaron a Cavatina hacia atrás, preparándose para lanzarla a la esfera de piedra de vacío. Pero la mitad se desplomó, pasando de la no muerte a la muerte en un instante. Aquellas que permanecieron, las que aún vivían, trataron de sostener a Cavatina en el aire, pero no eran lo bastante fuertes. La dejaron caer y se alejaron tambaleándose, como si hubieran renunciado a matarla.

Un cráneo se hizo pedazos contra el suelo a un par de pasos de Cavatina. Después otro. Se volvió y vio a Kâras, que también yacía en el suelo. Varios cráneos cayeron del techo y se hicieron pedazos a su alrededor.

Con sus últimas fuerzas, Cavatina se incorporó, levantando un brazo por encima de la cabeza para protegerse de los cráneos que caían. Algo acababa de pasar, pero… ¿qué? Miró a su alrededor, agotada, intentando limpiarse la sangre que le caía sobre los ojos.

El espectro había desaparecido.

Las arpías daban vueltas de un lado a otro, sin prestarles la más mínima atención ni a Cavatina ni a Kâras. Hacía un momento estaban llenas de decisión y lúgubres intenciones, pero ahora se veían confusas. Se miraban unas a otras, a los cadáveres de las arpías no muertas que habían caído, a los anillos de plata que llevaban en los dedos, con expresión perpleja. Una de ellas, una arpía que hacía unos instantes había estado agarrando a Cavatina, la miró con el ceño fruncido, como si estuviera intentando recordar quién era.

Cavatina se levantó trabajosamente. Se le ocurrió la posibilidad de que lo que acababa de pasar fuera cosa de Qilué. ¿Quizá la Espada de la Medialuna había reclamado una segunda deidad? ¿Era esa la razón por la que la suma sacerdotisa no había contestado a su llamada hacía un rato… porque se había estado preparando para matar…?

Hizo una pausa, llena de dudas. ¿Cómo se llamaba aquella diosa?

Miró a su alrededor, alas mujeres de túnicas grises que vagaban por doquier. Recordó que se hacían llamar arpías, y que servían a una diosa de la muerte. Pero por más que lo intentaba, Cavatina no podía recordar el nombre de la diosa.

Un cráneo la golpeó en el hombro y casi la derribó. Fue hacia su símbolo sagrado, tambaleándose, y cayó de rodillas junto a él. Apretó con una mano la espada en miniatura y rezó.

—Eilistraee —dijo con dificultad—, sáname.

La gracia de Eilistraee fluyó hacia el interior de Cavatina. Sus heridas se cerraron. No recuperó todas sus fuerzas, pero al menos podía sostenerse en pie. Arrastró a Kâras hasta un lugar resguardado, junto a una de las paredes, para evitar la lluvia de cráneos. A continuación se volvió para enfrentarse a la piedra de vacío.

La esfera todavía flotaba sobre el templo en ruinas, pero había dejado de expandirse. Los cráneos que caían sobre ella desaparecían de inmediato. Las legiones de no muertos que estaban en su interior gritaban y golpeaban las paredes, pero no podían escapar. Mientras tanto, las arpías vagaban de un sitio a otro entre las no muertas caídas, aturdidas. Iban arrastrando los pies, confusas. Un puñado de las que seguían vivas estaban en el suelo, abatidas por la lluvia de cráneos. La horrenda lluvia duró unos instantes más. Cuando por fin terminó, el aire se llenó con un triste lamento. Eran las arpías, que lloraban sus pérdidas.

La multitud había disminuido tanto que Cavatina pudo ver los cuerpos de las Protectoras caídas, y a los magos Daffir y Gilkriz. Leliana también yacía entre ellos, con la espada cantora junto a ella.

Cavatina fue hasta allí y cogió la espada.

Cuando la levantó, el arma emitió un estridente repiqueteo, una canción a Eilistraee y la victoria.

—¡Qilué! —llamó.

Un instante más tarde, la mente de la suma sacerdotisa se puso en contacto con la suya.

«¡Cavatina! ¿Dónde estás?».

Cavatina le describió rápidamente lo que acababa de ocurrir.

—Lady Qilué, ¿ha sido cosa tuya?

«No, no fui yo la que ha matado a…».

Cavatina percibió la duda en su voz mental.

—¿Qué ha ocurrido, entonces?

«No puedo responder a eso. Pero ahora es el momento de atacar. Debemos ocuparnos de las arpías supervivientes, rápidamente, antes de que se pase el efecto».

Cavatina miró a su alrededor, a las desorientadas arpías. Sus rostros ya no estaban contraídos por la locura de su fe, sino que parecían perdidos, cansados y tristes. Una de ellas tocó a Cavatina en el brazo y la miró de manera suplicante, como si buscara una respuesta a algo que no sabía cómo preguntar.

Cavatina se la quitó de encima.

—¿Deberíamos ofrecerles la redención? —le preguntó a Qilué—. Podría haber algunas que…

La voz mental de Qilué resonó como un látigo.

«No. Hay que matarlas».

—Pero…

«Eilistraee exige su muerte. No pueden ser redimidas. Mátalas».

Cavatina levantó el arma. Le habían dado una orden, y una Dama Canción Oscura hacía lo que su suma sacerdotisa le ordenaba. Cavatina se dijo que las arpías habían plantado las semillas de su propia destrucción eligiendo adorar… a esa diosa maligna que acababa de ser destruida. Cavatina era simplemente la guadaña que llevaba a cabo aquella inexorable cosecha.

Apretó los labios con fuerza e hizo oscilar su arma. Lanzaba tajos a izquierda y derecha, cortando arpías. Era tan fácil como cortar trigo.

Las arpías que quedaban ni siquiera opusieron resistencia. Fueron cayendo una tras otra bajo su espada.

Cavatina lideró a tres docenas de sacerdotisas, refuerzos de El Paseo, en la canción. Estaban de pie, formando un amplio círculo alrededor de las ruinas que habían sido el templo de Kiaransalee, apuntando con las espadas a la piedra de vacío. Mientras cantaban, la energía curativa fluyó a través de sus armas y cruzaron el espacio entre el metal y la esfera. La energía positiva pura, más brillante si cabe que la propia luna, hizo girar a la piedra de vacío, puliéndola como un canto rodado.

Ocho Sombras Nocturnas trabajaban con las sacerdotisas. Eran menos hábiles convocando las energías curativas del plano material, pero aun así cumplían con su cometido. Su cántico, susurrado desde detrás de sus máscaras, aseguraría que tras la destrucción de la piedra de vacío, cualquier conexión con el plano de energía negativa quedaría sellada.

En otros puntos de la isla, las Protectoras perseguían a los pocos no muertos que habían sobrevivido a la caída de Kiaransalee. Y respecto a aquellas sacerdotisas y Sombras Nocturnas que habían caído en las primeras batallas, sus cuerpos se llevaron de vuelta al Mar de la Luna de las Profundidades. Los devolverían al templo de El Paseo y los resucitarían, si así lo quería Eilistraee. También lo harían con Daffir y Gilkriz, si era posible. En caso contrario, enviarían sus cuerpos a Sshamath, para que los enterraran. Lo mismo harían con Mazeer, una vez que lo encontraran.

Kâras fue sanado. Estaba a la derecha de Cavatina. Ya no le molestaba ver a un Sombra Nocturna participando en uno de los rituales sagrados de Eilistraee. Desde su redención, aquella ira había desaparecido. Comprendió, entonces, cómo se sentiría un Sombra Nocturna después de cometer un asesinato: exactamente igual que ella después de que Qilué le ordenara matar a las arpías que quedaban.

La piedra de vacío se encogió hasta un tamaño similar al de una roca, después de un melón, de un puño y de un guisante.

Por último, desapareció con un estallido que se desvaneció nada más sonar. Las sacerdotisas bajaron las espadas y callaron. Los Sombras Nocturnas bajaron las manos.

—Lady Qilué —llamó Cavatina—, ya está hecho. La piedra de vacío ha sido destruida, pero… —Se miró a los pies y vio que la piedra brillaba tanto como antes—. Pero el Faerzress no ha disminuido.

«Ya lo veo».

—¿Ha llegado hasta El Paseo?

«Sí».

—Señora, ¿deberíamos intentar…?

«No hay nada más que podamos hacer. Volved a El Paseo».

Y ese fue todo el mensaje de la suma sacerdotisa. No hubo felicitaciones para lo que Cavatina y su expedición habían conseguido, ni comentarios adicionales. Tan sólo aquella orden cortante.

—¿Algo va mal? —preguntó Kâras.

Cavatina se dio cuenta de que su preocupación era visible.

—No lo sé. Lady Qilué no parecía… —cerró la boca, desistiendo de decir nada más. Kâras había pasado la prueba, pero no le pareció apropiado confiarle sus temores, aunque sí compartió la orden—. Hemos acabado aquí. Debemos volver a El Paseo rápidamente. Es probable que Qilué tenga otra misión para nosotros.

—Hágase la voluntad de la Señora Enmascarada —murmuró Kâras.

Sin embargo, su mirada no decía lo mismo. Había un brillo en sus ojos que hizo desconfiar a Cavatina.

Comenzó a alejarse, pero Cavatina se plantó delante de él.

—¿Qué ocurre, Kâras? —preguntó—. ¿En qué estás pensando?

Este dudó, y después se encogió de hombros.

—Sólo que lady Qilué cada vez se parece más a un Sombra Nocturna. Juega sus piezas de sava muy cerca de su pecho. Me hace gracia.

Cavatina respiró profundamente. Kâras estaba volviendo a sus viejos trucos. Trataba de provocar una discusión.

—A mí no —dijo rotundamente—. Pero así son las cosas ahora. Tendremos que acostumbrarnos todos, sacar el mayor partido posible de nuestros nuevos aliados y continuar con la danza lo mejor que podamos.

Kâras enarcó ligeramente las cejas.

—De la luz a las sombras, y de vuelta, como desee la Señora Enmascarada.

—Sí.

Sus miradas se encontraron, se quedaron fijas un momento y, a continuación, como siguiendo una orden no pronunciada, ambos se separaron.

Q’arlynd entró a grandes pasos en el comedor, sorprendido de que Seldszar hubiera accedido a encontrarse con él en plena cena del maestro. A juzgar por el cubierto extra que habían puesto en la mesa, Seldszar estaba esperando a alguien más. Q’arlynd tendría que ir rápidamente al grano antes de que llegara esa persona.

El anciano mago dejó a un lado el tenedor y levantó la vista hacia Q’arlynd a través de las esferas de cristal que orbitaban alrededor de su cabeza. No dio muestras de haber percibido la kiira invisible que Q’arlynd llevaba en la frente.

—¿Querías hablar conmigo?

Q’arlynd hizo una reverencia.

—Quería felicitarte, maestro Seldszar, por resolver el problema del fuego mágico.

El maestro Seldszar frunció el ceño.

—Todavía queda trabajo por hacer. El Faerzress que se ha extendido por las afueras de nuestra ciudad supone un nuevo reto.

—Seguro. Pero al menos el efecto ya no aumentará más. La expedición de reconocimiento puso fin a eso.

—Sí que lo hizo. —Frunció aún más el ceño—. Por desgracia, no sucedió antes de que el Colegio de la Adivinación quedara gravemente debilitado.

Q’arlynd ocultó cuidadosamente una mueca de dolor. Hizo lo posible por no pensar en que había abandonado la misión.

—El nuestro no fue el único Colegio que ha sufrido consecuencias —señaló—. El Colegio de la Conjuración y la Invocación también se enfrenta a muchos retos. A su maestro se lo ha considerado responsable de que la teletransportación, tanto fuera como dentro de la ciudad, ya no sea posible.

—Eso es cierto. Pero no has venido hasta aquí para contarme lo que ya sé.

Q’arlynd inclinó la cabeza, mostrándose de acuerdo.

—¿No es cierto que tú y el maestro Urlryn estáis trabajando juntos en vuestro problema común, tratando de encontrar la manera de romper el vínculo entre drow y Faerzress?

El maestro Seldszar enarcó las cejas.

—Has estado haciendo averiguaciones. O eso, o tus habilidades escrutadoras han mejorado.

—Lo primero —dijo Q’arlynd—. Tengo una fuente en el Colegio de la Conjuración y la Invocación.

—¿La consorte de mi hijo?

Q’arlynd sonrió.

—Tampoco has venido para contarme eso. Por favor, ve al grano.

Q’arlynd bajó la vista hacia la botella de vino fúngico que había sobre la enorme mesa de comedor, deseando poder mojarse los labios con él. En su lugar, respiró profundamente.

—¿Qué harías si te dijera que he estado hablando con elfos oscuros procedentes de un pasado muy remoto…, de los tiempos de los antiguos Miyeritari? ¿Con aquellos que tienen información de primera mano sobre cómo fue creado el vínculo entre los elfos oscuros y el Faerzress, y que quieren destruirlo?

El maestro Seldszar ya ni siquiera miraba sus esferas.

—Escucharía con mucha atención. —Le hizo un gesto con la mano para que se sentara en el asiento de enfrente—. Siéntate. Sírvete algo de vino.

Q’arlynd hizo lo que le decía. Tomó un sorbo de vino por educación y después dejó la copa sobre la mesa.

—¿Te has fijado en la kiira que llevo en la frente?

—En el mismo instante en que has entrado en el comedor. —A Seldszar le brillaron los ojos. Se inclinó hacia adelante y habló en voz baja—. Te agradezco que la recuperaras.

Q’arlynd se negó a dejarse intimidar.

—Sólo puede llevarlo un descendiente de la Casa Melarn —le advirtió—. Desde la caída de Ched Nasad sólo queda un miembro superviviente de esa Casa. Yo. Si alguien más intentara llevar esta kiira, acabaría como Eldrinn cuando lo llevé a casa desde el Páramo Alto: un idiota babeante. —Q’arlynd inclinó la cabeza—. No sería un estado muy apropiado para el maestro de una escuela, ¿verdad?

El maestro Seldszar se reclinó sobre el respaldo, con la vista fija en la de Q’arlynd.

—¿Qué es lo que quieres?

—He fundado una escuela. Quiero que se la reconozca como Colegio. Quiero un asiento en el Cónclave. Para conseguirlo, voy a necesitar la recomendación de un maestro. De ti.

—¿Y si me niego?

Q’arlynd se encogió de hombros.

—Entonces, hablaré con el maestro Urlryn.

Seldszar rompió a reír, sobresaltando a Q’arlynd.

—Te preguntarás qué es lo que me hace tanta gracia —dijo Seldszar—. ¿Qué pensarías si te digo que ya he oído antes esta conversación? —Le dio un golpecito con el dedo a sus esferas—. Que no la pude oír claramente por culpa del chisporroteo del fuego mágico, pero que pude enterarme de lo fundamental igualmente. Que le di mi bastón de adivinación a Daffir no porque pensara que lo iba a necesitar, sino porque sabía que tú lo necesitarías. Que sabía que había una selu’kiira esperando a que yo la reclamara, más allá de la Puerta de Kraanfhaor, una vez que me hayas enseñado cómo. ¿Qué dirías, entonces?

Q’arlynd enarcó las cejas.

—Diría que la alianza entre nuestros dos Colegios parece estar decidida de antemano.

El maestro Seldszar sonrió y levantó su copa.

—¿Todavía piensas en llamar a la tuya Colegio de los Antiguos Arcanos?

—¿Cómo sabes eso? ¿Acaso Eldrinn…? —Q’arlynd se dio cuenta de lo estúpida que era aquella pregunta, y se echó a reír.

Chocó su copa con la de Seldszar.

—Por las alianzas.