Leliana hizo que el grupo se detuviera cuando divisó a Brindell corriendo por el túnel hacia ellos. La halfling tenía los ojos desorbitados por el miedo. Al revés que un drow, sus emociones se reflejaban claramente en su rostro.
Brindell se paró bruscamente frente a Leliana, con el pelo cobrizo empapado por el sudor.
—Una oleada —dijo entrecortadamente, olvidándose de utilizar el lenguaje de signos debido al miedo— de carne putrefacta. Se dirige hacia aquí; lo deshace todo a su paso.
—Por la sangre de la Madre —susurró Leliana.
Pudo oírlo en ese mismo momento: un sonido burbujeante al que se sobreponía un débil siseo. Se volvió hacia los magos, que estaban varios pasos por detrás de ella, y les hizo una señal para que emprendieran el camino de vuelta.
«Pero ya casi estamos allí —protestó Gilkriz—. De acuerdo con lo que pone en el mapa…». Sus manos pararon de agitarse repentinamente, al quedarse mirando algo que había tras Leliana.
Esta se volvió con rapidez. La cosa que Brindell había detectado estaba allí en ese mismo momento. Parecía un charco de grasa estropeada que llegaba hasta la cintura, lo bastante ancho como para llenar el túnel de un lado a otro. Unas venas tan gruesas como piernas sobresalían mientras avanzaba, dejando un rastro viscoso. Una de ellas estalló y llenó las paredes del túnel de sangre. En la superficie de aquella cosa se formaron ampollas que estallaban entre chapoteos. La monstruosidad todavía estaba a unos cien pasos de distancia, pero aun así Leliana pudo percibir el hedor a podredumbre que despedía.
—¡Uníos a mi plegaria! —gritó—. Vamos a hacer que retroceda.
Las sacerdotisas se pusieron a cantar, alzando las espadas en miniatura, que eran los símbolos de su fe.
—Por la espada y la canción os lo ordenamos. Que la luz de la luna os haga retroceder…
La monstruosidad continuó avanzando. Las plegarias de las sacerdotisas no parecían haberle afectado.
Leliana bajó su símbolo sagrado. Si no podían detener a aquella cosa, se verían obligados a huir a través del foso que acababan de escalar para alcanzar aquel túnel. Era un pozo que sólo descendía, y era muy profundo. Antes de que llegaran al fondo, aquella monstruosidad ya se estaría derramando sobre ellos.
Una ráfaga de escarcha pasó junto al hombro de Leliana: uno de los magos había lanzado un conjuro. Los cristales de hielo florecieron a lo largo de la parte delantera de la ola pútrida y la congelaron. Sin embargo, unos segundos más tarde el hielo se quebró, y la monstruosidad volvió a avanzar. Mientras tanto, una rata surgió de una grieta en la pared del túnel justo por delante de la masa supurante y escaló un tronco, tratando de escapar. La masa pútrida fluyó tras ella, escalando la pared. La rata chilló mientras la envolvía y se deshacía. El tronco que había tratado de escalar se rompió y también se deshizo.
—¡Apartaos! —gritó Gilkriz, abriéndose paso a empujones—. ¡Kulg! —exclamó, extendiendo las manos, con los dedos rígidos, con un golpe seco, como si fueran una puerta que se cerrara.
Se oyó un estruendo, seguido de otro golpe seco, y el túnel que tenían delante quedó bloqueado. Donde antes había un pasadizo abierto, ahora había una pared de piedra sólida que bloqueaba el paso al monstruo.
Brindell comenzó a lanzar vítores.
—¡Alabada sea Eilistraee! Estamos a salvo.
Los demás fueron más moderados; simplemente expresaron su alivio entre susurros.
—Ya está, entonces —dijo Leliana. Le dio la espalda a la pared—. Tendremos que ir por otro…
Se quedó quieta. ¿Qué era ese ruido?
Ahí estaba de nuevo. Un ruido débil se acercaba desde el foso que acababan de escalar.
Tash’kla fue corriendo hasta allí y miró hacia abajo. «¡Otro más! —dijo por señas, como si permanecer en silencio fuera a arreglar algo—. ¡Está trepando por el foso!».
—¡Gilkriz! —llamó bruscamente Leliana.
El hechicero asintió. Corrió hasta el lugar donde estaba Tash’kla y repitió el hechizo, juntando las manos. La roca gimió, deformándose. La salida del foso quedó tapada.
Brindell miró hacia adelante y hacia atrás, entre el túnel bloqueado y el foso cerrado.
—¿Y ahora qué?
Leliana miró a su alrededor. ¿Qué iban a hacer ahora?
Se fijó en que el mago humano permanecía algo apartado del grupo, estudiando atentamente un tramo de las paredes del túnel.
—¿Qué sucede, Daffir? ¿Has encontrado algo?
Se volvió hacia ella, apoyándose en el bastón.
—Hay una puerta oculta por medios mágicos —señaló—. Aquí.
Las lentes oscuras que flotaban delante de sus ojos impedían ver su expresión, pero su voz sonaba tensa, y eso a Leliana no le gustó.
—¿Adónde conduce?
—Hacia la muerte… y la libertad.
—¿La muerte de quién? —preguntó Gilkriz, avanzando a grandes pasos. Inspeccionó la pared, con el rostro iluminado por el brillo del Faerzress.
Daffir se encogió de hombros.
—Está claro que no podemos permanecer aquí —dijo Tash’kla—. Nos quedaremos sin aire.
Levantó la espada, sosteniéndola con ambas manos; la hoja emitió un suave zumbido. Estoy preparada para enfrentarme a la muerte, si eso significa encontrar un camino que nos aleje de esas monstruosidades.
—Yo, también —dijo Brindell, que frotó su símbolo sagrado con su mano regordeta.
—Quizá la adivinación no tiene un sentido literal —dijo Eldrinn—. Muerte podría referirse a las arpías, y la puerta podría ser otra ruta hacia la Acrópolis, de ahí el término libertad. —Se volvió hacia el mago que estaba junto a él—. ¿Tú que opinas, Q’arlynd?
—¿Por qué no intentas abrirla, Daffir? —sugirió Q’arlynd, acercándose más al otro mago—. Veamos que hay tras la puerta, y tomemos una decisión.
Leliana se dio cuenta de que Q’arlynd desviaba la mirada una y otra vez hacia el bastón que sostenía Daffir.
—Preparaos —dijo a los demás—, podría salir cualquier cosa por esa puerta. —Levantó la espada—. Adelante, Daffir.
Daffir cerró el puño, se lo llevó a los labios y profirió una palabra en su interior.
No ocurrió nada; la pared seguía siendo igual de sólida que antes.
—Necesito ayuda —dijo—. Gilkriz, Q’arlynd, ¿podéis ayudarme?
El hechicero asintió. Q’arlynd también, pero sin tanto entusiasmo.
—A la de tres —dijo Daffir—. Uno…
Gilkriz se llevó el puño a los labios. Q’arlynd le hizo señas a Eldrinn para que se apartara, e hizo lo mismo.
—Dos…
Las sacerdotisas también hicieron caso de la advertencia. Todas retrocedieron un paso.
—¡Tres!
Los tres magos pronunciaron una palabra al unísono. Nada más salir de sus bocas, apareció una puerta negra de hierro. No tenía picaporte, pero en el centro de la superficie picada de metal colgaba un llamador con forma de cabeza de cabra. El llamador se alzó y golpeó los cuernos contra el metal con un potente golpe que sonó a hueco. La puerta se abrió con un chirrido hacia el interior y por ella salió una bocanada de aire que olía a polvo.
Leliana avanzó un paso. La parte superior de la puerta le llegaba a la altura del pecho, por lo que tuvo que agacharse un poco para echar un vistazo al interior. Incluso sin un rezo de adivinación, pudo sentir el frío contaminado que salía de la habitación. Cuando su mirada se posó en una estatua que había contra la pared del fondo, entre dos arcos, comprendió la razón. Al igual que el llamador, tenía cabeza de cabra. En las cuencas vacías brillaban unas gemas rojas como la sangre, que reflejaban la luz del Faerzress, el cual estaba presente en todas las superficies, incluida la estatua. Las proporciones de la estatua correspondían a las de un rechoncho duergar, pero le doblaba la altura a Leliana, y sus cuernos curvados casi rozaban el techo de la estancia. Tenía los brazos cruzados a la altura del pecho y estaba mirando un charco plateado que brillaba frente a sus pezuñas: mercurio.
Las sacerdotisas y los magos se apelotonaron tras ella, con más curiosidad que miedo.
—¿Qué es eso? —susurró Tash’kla— ¿Un gólem?
—Tiene una runa en el pecho —dijo Gilkriz—. Una runa duergar. Está descolorida, pero todavía se lee: «Orcas».
Leliana entonó rápidamente una plegaria. Tras ella, oyó cómo las demás sacerdotisas hacían lo mismo.
—¿Significa algo para ti? —preguntó el hechicero.
Leliana asintió.
—Orcus es un demonio. El príncipe de los muertos. Kiaransalee lo mató.
Q’arlynd se agachó detrás de ella.
—Has dicho que es un demonio. ¿Acaso volvió de entre los muertos?
—Sí, a pesar de los denodados esfuerzos de Kiaransalee. No sólo lo mató, sino que también conquistó su reino, esa capa del Abismo conocida como Tánatos. Sus sacerdotisas quisieron conmemorar su victoria dándole ese nombre a su templo principal. Pero el señor demoníaco volvió después de un tiempo para reclamar su reino.
—¿Los duergar de esta zona adoraban a Orcus? —preguntó Gilkriz.
—Es evidente que los que excavaron esta mina sí lo hacían —contestó Leliana—. Sin embargo, es extraño que este santuario permanezca intacto. Los seguidores de Kiaransalee se propusieron erradicar todo vestigio del príncipe demoníaco. Las leyendas dicen que la diosa convocó una magia que borró el nombre de Orcus, sin importar dónde o cómo se hubiera escrito.
—Y aun así esta runa permanece —dijo Gilkriz.
—Quizá deberíamos cerrar la puerta —soltó Eldrinn.
Q’arlynd se quedó mirando a la pared del fondo de la estancia.
—Yo me estoy preguntando adónde conducirán esos pasadizos. No sé si alguno de vosotros se ha dado cuenta, pero no brillan. El Faerzress termina en el muro a ambos lados de esos arcos. Creo que son portales.
—Pues entonces adelante, prueba uno de ellos —le sugirió Gilkriz con voz suave—. Podemos prescindir de un mago.
Q’arlynd se enojó y retorció los dedos.
—Ya está bien —los reconvino Leliana—. He tomado mi decisión: vamos a sellar esta habitación y a probar suerte con el cieno putrefacto. Tal como Gilkriz señaló antes, estábamos a punto de llegar a la caverna de las arpías cuando…
—Señora —dijo Daffir, interrumpiéndola con suavidad—, por favor, apartaos.
Leliana se volvió.
—¿Qué sucede, Daffir? ¿Has visto algo?
—Sí. Mi destino.
Se acercó a la puerta y echó un vistazo al interior. Inclinó la cabeza como si pudiera ver algo que los demás no podían. A continuación, asintió, se enderezó y le dio el bastón a Eldrinn, que se sobresaltó, para después agacharse y entrar en la estancia.
—¡Detente! —exclamó Leliana. Trató de agarrarlo de la túnica, pero falló—. Te necesitamos. Tú eres el único que…
Daffir cruzó la estancia rápidamente y con decisión.
—Protectoras —dijo bruscamente Leliana—, preparaos.
Las sacerdotisas levantaron las espadas y echaron mano de sus símbolos sagrados.
Sin apenas mirar atrás, Daffir se introdujo en el pasadizo que estaba a la izquierda de la estatua y desapareció.
Pasaron varios instantes.
Gilkriz rompió el silencio con un resoplido.
—Magos —murmuró. Hizo girar los dedos en el aire junto a la sien, como indicando que estaban locos.
Leliana esperaba que Eldrinn o Q’arlynd le dieran la réplica, pero ambos se habían apartado de los demás. Pudo ver cómo Q’arlynd movía los brazos; le estaba diciendo algo al mago más joven con gestos rápidos y silenciosos, pero estaba de espaldas y no pudo ver sus manos. El chico abrió mucho los ojos y asintió. Agarró fuertemente el bastón con ambas manos y se lo acercó al pecho en un ademán protector.
Leliana cruzó la mirada con Gilkriz.
—Sella esa puerta —ordenó.
Estaba a punto de averiguar lo que tramaban Q’arlynd y Eldrinn cuando la voz cantarina de Qilué resonó en su cabeza: «Leliana, tengo noticias. Kâras se ha introducido en la Acrópolis y ha descubierto lo que traman las arpías».
Gilkriz estaba lanzando el hechizo para sellar la puerta, y sus cánticos la distrajeron. Leliana se tapó los oídos con las manos para no oírlos. Escuchó mientras Qilué describía lo que había descubierto Kâras: un inmenso orbe de piedra de vacío en pleno corazón de la Acrópolis, protegido por una arpía espectral. Y aquello no era lo peor.
«A juzgar por lo que me describió Kâras, las arpías están intentando abrir una puerta al plano de la energía negativa, al igual que en Maerimydra —prosiguió Qilué—. Y me temo que sé lo que están tratando de traer a través de ella. Un ejército de no muertos liderado por un vampiro minotauro. Las legiones del Corazón de la Muerte».
—El Corazón de la Muerte —repitió Leliana con voz tensa.
«Debemos detenerlos. Esta vez no contaremos con la ayuda de los Guardianes, y Cavatina…».
La voz se detuvo.
—¿Qilué? —preguntó Leliana—. ¿Aún sigues ahí?
Los otros se habían quedado callados y miraban, nerviosos, a Leliana.
«Cavatina está fuera de mi alcance, me temo lo peor».
Leliana notó, aunque sin oírlo, el suspiro preocupado de Qilué.
«Depende de ti, Leliana. Debes encontrar la manera de tomar la Acrópolis para detener lo que está ocurriendo, antes de que las arpías liberen una plaga profana sobre este mundo».
—Los Sombras Nocturnas no están con nosotros —dijo Leliana—. Se fueron por otro camino, y estamos…
«Eso me dijo Kâras. Necesitaréis refuerzos, por lo que enviaré a más gente a través del portal, pero quiero que los que ya estáis ahí os pongáis en marcha inmediatamente hacia la Acrópolis. Kâras dijo que ya podía ver siluetas moviéndose en el interior de la piedra de vacío. Ya ha escupido a un monstruo. No pasará mucho tiempo antes de que la puerta se abra».
Leliana se pasó la lengua por los labios, nerviosa.
—Señora —aventuró—. ¿Liderarás tú los refuerzos?
«No puedo… Hay… asuntos que tengo que arreglar».
—Entonces, que así sea, señora —dijo Leliana—. Haremos lo que podamos.
«Que Eilistraee le dé fuerzas a vuestras espadas y armonía a la canción. Adiós».
¿Adiós? La palabra hizo que se le formara a Leliana un nudo en el estómago. ¿Tan poca fe tenía Qilué en ella que ya la creía perdida? Durante un breve instante, Leliana se arrepintió de haberse ofrecido voluntaria para aquella misión. Después, el enfado se sobrepuso al miedo. Le demostraría a Qilué que se equivocaba. Lo haría, tomaría la Acrópolis y destruiría la piedra de vacío…, sin refuerzos.
Y si fallaba; bueno, morir no sería nada nuevo. Ya había dado su vida por la señora antes. Sonrió con amargura, recordando la batalla en el Bosque Brumoso.
Los demás estaban esperando. Leliana se armó de valor y rápidamente les contó lo que Qilué le acababa de decir.
—Lady Qilué nos ha ordenado atacar la Acrópolis y destruir la piedra de vacío. Enviará refuerzos, pero seguramente no llegarán a tiempo, lo cual significa que depende de nosotros. —Se quedó mirando a la pared con la que Gilkriz había bloqueado el túnel—. Vamos a tener que luchar con ese monstruo para abrirnos paso.
Las demás Protectoras asintieron con la misma expresión de amargura que ella.
Gilkriz respiró profundamente y miró a la pared que había conjurado.
—Cuando estéis preparados, hacédmelo saber. —Levantó las manos.
—¡Esperad! —dijo Q’arlynd—. Puede ser que haya otra manera de llegar a la Acrópolis.
Leliana se volvió.
—¿Y cuál es, Q’arlynd? Suéltalo.
—Señora, tengo una idea que me ha inspirado la magia combinada de los tres magos que acabamos de usar para abrir la puerta —señaló hacia la pared. La puerta, que estaba cerrada, de nuevo permanecía oculta por medios mágicos.
—Continúa —dijo Leliana.
—Vas a utilizar energía positiva para destruir la piedra de vacío, ¿verdad?
—Ese es, en esencia, el plan. Con la bendición de Eilistraee, bastantes de nosotros conseguiremos acercarnos lo suficiente como para hacerlo.
Q’arlynd sonrió.
—¿Qué te parecería si te digo que podría llevaros a todos a la Acrópolis? —Chasqueó los dedos—. Así.
—Te escucho.
Q’arlynd golpeó la pared con la palma de la mano.
—Lo único que me impide teletransportarnos a la caverna donde está la Acrópolis es el Faerzress. Sin embargo, es posible que haya un modo de contrarrestarlo.
Gilkriz enarcó las cejas.
—¿De repente, eres un experto en Faerzress?
Q’arlynd sonrió.
—Cuando me quedé rezagado en el Mar de la Luna de las Profundidades, realicé un experimento. Intenté teletransportarme. El fuego mágico no brotó de mi cuerpo, como pasó en Sshamath, sino de la pared que… sin querer había tocado. Surgió de dentro del Faerzress. El contacto con mi cuerpo hizo que de alguna manera saliera a la superficie de la roca. Creo que el problema está dentro de nosotros, por alguna conexión única que los drows tenemos con la energía del Faerzress, que a su vez se alimenta de energía negativa. De algún modo absorbemos el Faerzress y lo liberamos en forma de fuego mágico. Por lo tanto, lo lógico sería que si llenáramos nuestros cuerpos de energía positiva, podríamos obligar al Faerzress a salir. Entonces, yo podría…
Leliana vio inmediatamente adónde quería llegar.
—Teletransportarnos a todos a la Acrópolis —dijo, terminando la frase.
—Exacto.
—Todo eso está muy bien en teoría —dijo Gilkriz con voz seca—. Pero Q’arlynd jamás ha visto la Acrópolis.
—Estudié el mapa y oí una descripción detallada del templo. Eso me basta.
Leliana asintió.
—Creo que merece la pena intentarlo.
Los demás expresaron su aprobación, salvo Gilkriz, que se quedó de brazos cruzados y tamborileando los dedos sin parar sobre las mangas.
—De acuerdo, entonces. —Q’arlynd se bajó el piwafwi y flexionó los dedos—. Eldrinn, quédate junto a mí; puede ser que necesite tu ayuda con el conjuro. El resto, formad un círculo a mi alrededor y cogeos de las manos. Cuando termine de lanzar el hechizo, tocaré a uno de vosotros e iremos todos juntos.
—Eldrinn es un novicio —protestó Gilkriz—. ¿Cómo va a poder ayudarte?
—Ahí te equivocas —dijo Q’arlynd—. Eldrinn ya me ha ayudado en mis teletransportaciones otras veces. Sabe exactamente lo que debe hacer, y cuándo debe hacerlo. Simplemente coge a los demás de las manos, Gilkriz, y vendrás con nosotros, a menos… —Q’arlynd arqueó una ceja—. A menos que prefieras quedarte aquí, cómodo y seguro tras estas agradables paredes que acabas de conjurar, hasta que acabe todo y podamos enviar a alguien a buscarte.
Las ventanas de la nariz de Gilkriz se dilataron, pero se unió al círculo.
—Sigo sin creer que esto vaya a funcionar… —murmuró.
—Tú no me has visto teletransportarme. —El mago señaló a Leliana con la cabeza—. Ella sí.
Gilkriz no dijo nada.
—Simplemente aseguraos —instruyó Q’arlynd a las sacerdotisas— de mantener el flujo de energía positiva incluso después de llegar a la Acrópolis. Mantenedlo unos instantes. De otro modo, podríamos perder nuestro objetivo. Si aterrizamos en otro lugar, podríamos acabar atrapados en roca sólida. Y eso sería…, bueno…, lamentable.
—Define lamentable —dijo Leliana.
Q’arlynd sonrió ampliamente.
—Perder unos kilitos, en el mejor de los casos. En el peor, os reuniréis con Eilistraee bastante antes de lo previsto.
Leliana se dirigió a sus sacerdotisas.
—Haced vuestros preparativos. Si esto funciona, en poco tiempo estaremos enfrentándonos no sólo a las arpías, sino también a un espectro.
Las Protectoras prepararon sus armas.
Leliana miró a la halfling.
—¿Brindell?
Esta cargó su honda con una piedra silenciadora.
—Estaré lista.
Las sacerdotisas formaron un círculo, mirando hacia el interior del mismo. Todas sostenían la espada con la mano derecha, y tenían la izquierda apoyada en el hombro de la persona que quedaba al lado. Sus espadas emitían un suave zumbido. Gilkriz estaba junto a Brindell, que tuvo que ponerse de puntillas para alcanzar su hombro.
—Bien —dijo Leliana—. Comencemos.
Se pusieron a cantar, concentrándose en su interior, en la energía que estaban invocando dentro de sí mismas y canalizándola al centro del círculo, donde permanecían Q’arlynd y Eldrinn. En el segundo verso de la canción, un rayo de luz lunar floreció alrededor de cada sacerdotisa. Los círculos de luz se expandieron lentamente hacia el centro del círculo. Cada uno dejó un área de oscuridad a su paso, la cual oscureció el brillo del Faerzress.
—¡Está funcionando! —exclamó Eldrinn—. ¡Puedo sentirlo!
Q’arlynd agarró al muchacho por la muñeca. Levantó la mano que le quedaba libre y la puso sobre el hombro de Leliana, sin tocarlo. Pudo sentir cómo la inundaba la energía positiva, una sensación de calidez y bienestar tan relajante como un himno cantado con suavidad. Ella hizo un gesto de asentimiento: la señal. Él pronunció rápidamente un encantamiento y le puso la mano sobre el hombro.
Ella sintió una agitación en el estómago cuando la puerta dio un bandazo hacia un lado bajo sus pies. De repente, estaba con los demás, junto a un edificio que se cernía de manera siniestra sobre ellos. ¡El templo que estaba en lo alto de la Acrópolis! Unas arpías bastante sorprendidas se volvieron para enfrentarse rápidamente a ellos, gritando con rabia. Las espadas de las Protectoras respondieron con un alegre repiqueteo.
Tal como Q’arlynd les había pedido, las Protectoras mantuvieron la nota final de la canción un instante más. La mano de Q’arlynd se levantó del hombro de Leliana. Cruzaron la mirada y, extrañamente, la de él parecía pedir perdón. A continuación, desaparecieron tanto él como Eldrinn.
Leliana pestañeó, sorprendida. ¿Acaso había fallado algo en su hechizo?
—¡Cobardes! —gritó Gilkriz hacia el espacio vacío en el centro del círculo.
Las arpías avanzaron en tropel con las manos en alto. En las puntas de sus dedos crepitaba la magia vil. A una orden de Leliana, las Protectoras se dieron la vuelta, mirando hacia fuera y con las espadas en alto, repiqueteando mientras las sacerdotisas entonaban sus himnos de batalla. Después, las arpías se enfrentaron a ellas.
Mientras las Protectoras luchaban con la espada y la canción, Brindell se escabulló entre los combatientes y corrió hacia el templo, haciendo oscilar la honda. Seguramente había detectado algo dentro del edificio. Un instante después, una figura monstruosa, el doble de alta que un drow y con patas de araña que sobresalían de su pecho, salió rápidamente por la puerta.
—¿Halisstra? —dijo Leliana sin aliento—. Pero ¿cómo…?
Brindell le lanzó la piedra. Golpeó a Halisstra en el centro del pecho, entre las movedizas patas de araña. Halisstra se paró en seco y gritó algo, pero su voz se perdió en el silencio que se aferraba a ella.
Una mano, la de una arpía que aprovechó la distracción, arañó a Leliana en el costado y le hizo sangrar. Leliana lanzó un tajo con su espada y le cortó el brazo a la arpía. Esta salió huyendo y dando aullidos.
Leliana volvió a mirar y palideció. Una forma espectral había surgido de la roca, justo detrás de Brindell. Era la imagen traslúcida de una arpía. ¡El espíritu del que habían sido advertidas! La halfling estaba de espaldas a aquella cosa; no conseguiría verla a tiempo.
Leliana pasó entre dos arpías, agachándose, y corrió hacia el espectro, entonando una plegaria de batalla que hizo brillar su espada. Pero cuando estaba bajando el arma, el espectro echó la cabeza hacia atrás y dejó escapar un lamento.
A Leliana aquel sonido se le clavó como si fuera un dedo de hielo, y la obligó a romper el paso. Su espada dio contra algo: un golpe sesgado que llegó un segundo tarde. Leliana pasó junto al espectro, con el corazón latiéndole fuertemente. A su alrededor, vio a sus compañeros adquirir un color ceniciento antes de desplomarse. Leliana y Tash’kla apenas podían tenerse en pie. Tash’kla estaba doblada sobre sí misma, rodeándose el pecho fuertemente con los brazos y sosteniendo la espada sin fuerza.
El espectro emitió una risa siniestra.
—Acabad con ellas —susurró.
Las arpías comenzaron a acercarse.
Cavatina se quedó mirando la figura arácnida que tenía delante. Era tan grande como un buey, y estaba al final del fino camino de luz lunar que había estado siguiendo. Ya había visto antes a otros como él: los cobradores a menudo se aventuraban a moverse por el plano material para cazar a los que habían provocado las iras de un señor demoníaco. No le sorprendió encontrar a uno vigilando el portal.
Lo sorprendente era que no se había movido en absoluto. Lo había estado observando un buen rato y ni siquiera había cambiado de postura. Estaba de pie, rígido como una estatua. Podría haber permanecido esperando ahí un día o mil años a que alguien se acercara al portal.
Cavatina respiró con profundidad, preparándose mentalmente. La batalla con Wendonai la había dejado exhausta. Estaba desnuda e iba armada tan sólo con su espada cantora. Tendría que tener cuidado.
Se acercó con cautela al cobrador, con la espada en la mano. El portal era un agujero en el suelo a un par de pasos de él, un promontorio redondo en aquel terreno duro y agrietado. Junto al portal había un cuerpo acurrucado. Al acercarse, lo reconoció por la túnica: era Daffir, el adivino humano.
Incluso desde aquella distancia, pudo ver que estaba muerto. El fuego le había achicharrado el pelo y gran parte del cuero cabelludo, y se entreveía el hueso carbonizado. Las lentes que solían flotar frente a sus ojos estaban en el suelo, a poca distancia, y su túnica estaba hecha trizas y empapada de sangre. Yacía con un brazo extendido hacia adelante, rígido, y los dedos de esa mano rodeaban con fuerza un pequeño disco plateado. La luz del sol se reflejó en él.
Cavatina se aproximó, reptando por el suelo. El cobrador permaneció impasible.
Rodeó el cuerpo de Daffir, lo bastante cerca como para haber tocado al demonio. Se inclinó hacia adelante y empujó una de sus piernas con la espada.
La hoja emitió un sonido metálico al chocar contra piedra sólida.
Volvió a mirar a Daffir.
—¿Así que lograste devolverle uno de sus rayos, eh? —Levantó la espada, saludando al hombre muerto—. Bien hecho.
—Entonó una súplica, pidiéndole a Eilistraee que reclamara el alma de Daffir, si no lo había hecho ya alguna otra deidad.
Tenía los pies doloridos tras su larga caminata por la llanura salada, y estaba cansada de tener que llevar constantemente la espada. Daffir llevaba botas y cinturón. Los cogió. Le quitó la parte inferior a la funda de la daga del mago y la modificó para llevar en ella la espada. A continuación, se abrochó el cinturón alrededor de la cintura. Las ropas del mago estaban estropeadas y llenas de sangre, así que las dejó en su cuerpo. Cogió los anteojos y el espejo y los envolvió en un trozo de tela, que ató alrededor de su muñeca. Si las sacerdotisas de El Paseo conseguían revivirlo, los necesitaría.
Después de las preparaciones, cogió a Daffir por los tobillos y lo arrastró hasta el portal. Empujarlo al interior no sería una manera muy digna de devolverlo, pero no podía llevarlo a cuestas. Si había criaturas hostiles al otro lado del portal, necesitaría tener ambas manos libres para luchar.
Empujó a Daffir al interior del agujero con un gruñido.
Su cuerpo desapareció.
Cavatina desenvainó la espada y la sostuvo con ambas manos.
—Cuida de mí, Eilistraee —susurró—. Guía mis pasos.
Saltó al interior del portal.
Abajo estaba de repente detrás de ella. Aterrizó de espaldas sobre un suelo frío de piedra, lo cual le cortó el aliento. Se puso en pie con dificultad y se dio la vuelta, con la espada zumbando a modo de mortífera advertencia. Estaba en una habitación, junto a un charco de mercurio. Era una habitación dominada por una estatua con cabeza de cabra que la doblaba en altura. Una estatua del príncipe demoníaco Orcus.
—¡Eilistraee! —exclamó—. ¡Protégeme!
De su piel surgieron rayos de luna entremezclados con sombras, que eliminaron la luz más débil proveniente de paredes, suelo y techo impregnados de Faerzress.
La estatua no se movió. Al parecer era simple piedra, pero las apariencias podían engañar.
Estaba delante de un arco que conducía a la oscuridad, y había un segundo arco al otro lado de la estatua. En el extremo opuesto de la habitación había un llamador de hierro forjado que parecía una puerta. Se apartó de la estatua, giró un poco en dirección a la puerta y buscó un picaporte con la mano.
No había ninguno.
—Al parecer sólo hay una manera de salir de aquí —susurró, hablando tanto con el cadáver de Daffir como consigo misma—. Ese otro portal. ¡Ojalá estuvieras vivo para decirme adónde conduce!
Arrastró el cuerpo frente al segundo arco. Dejó la espada en el suelo, metió las manos debajo del cadáver y comenzó a empujarlo hacia el interior del portal. Antes de que pudiera terminar, sintió cómo algo tiraba de Daffir. Se asustó y tiró nuevamente del cuerpo, lo bastante fuerte como para descubrir unas manos que aferraban la túnica de Daffir. Cada uno de los oscuros dedos llevaba un anillo de plata.
¡Una arpía!
Cavatina agarró la espada. Cuando las manos llenas de anillos volvieron a tirar de Daffir hacia el portal, lanzó una estocada al interior del mismo, apuntando al lugar donde creía que estaría la arpía. El dulce repiqueteo de su espada se apagó cuando entró en lo que había más allá. Notó cómo la espada se hundía en algo. Tiró de ella otra vez; la hoja estaba manchada de sangre.
—¡Eilistraee! —gritó.
Cargó hacia el interior del portal mientras su espada cantaba.
Q’arlynd aterrizó sobre un suelo de piedra con una fuerte sacudida. Lo rodeaba un humo denso y caliente que el viento rugiente llevaba de un lado a otro. Junto a él, Eldrinn se tambaleó hacia un lado y soltó de repente la mano de Q’arlynd. Este oyó el ruido del bastón al caer y alejarse dando tumbos. Sin embargo, no veía nada. El humo era demasiado denso, y hacía que le dolieran la garganta y los pulmones cada vez que respiraba. Los ojos le lagrimeaban profusamente.
—¡Eldrinn! —tosió—. ¡El bastón!
Oyó más ruidos.
—Ya lo tengo —respondió el muchacho entre resuellos.
A través del humo, Q’arlynd distinguió un brillo azul verdoso que relucía con fuerza en el suelo y las paredes. ¿Faerzress? Lo invadió la preocupación. ¿Habían ido a parar al lugar equivocado? ¿O quizá el Faerzress crecía con tanta fuerza en aquel lugar?
—¡Hay alguien en el pasadizo! —exclamó una ronca voz femenina proveniente de algún lugar a la izquierda—. ¡Dentro del humo!
—¿Alexa? —gritó Eldrinn—. ¿Eres tú?
—¡Es Eldrinn! ¡Ha vuelto!
Había más voces hablando, pero no lo bastante alto como para que Q’arlynd distinguiera sus palabras.
—Y Q’arlynd. ¡También estoy aquí! —gritó.
Q’arlynd no quería que nadie lo golpeara con un hechizo. Al ver que nadie lo hacía, dejó escapar un suspiro de alivio, que rápidamente se convirtió en un ataque de tos.
Eldrinn tropezó con él por detrás, y Q’arlynd tiró del piwafwi del muchacho. Mientras arrastraba a Eldrinn, avanzó hacia las voces, aunque se puso de lado para hacer frente al viento.
Salieron del humo. La Puerta de Kraanfhaor estaba justo enfrente, al igual que Alexa, Baltak, Piri y Tarifar. La teletransportación de Q’arlynd había dado en el blanco, después de todo.
—¿Qué demonios… —tosió—… están haciendo… —volvió a toser—… tus aprendices?
Piri se agachó; sostenía una vara que introdujo en un agujero que estaba quemando, muy entretenido, en la piedra próxima a la puerta. Oleadas de calor bailaban sobre la vara. Si no hubiera tenido manos de demonio, la piel de Piri se habría llenado de ampollas. Del agujero ennegrecido salían nubes de humo que pasaban por su lado.
Zarifar estaba de pie junto a él, jugueteando con los dedos índices; redirigía el humo hacia el pasadizo al que acababa de teletransportarse Q’arlynd. Se quedó mirando con expresión soñadora los fuertes tornados horizontales en que su hechizo había convertido el humo.
Baltak y Alexa estaban junto a un montón de equipamiento. Habían extendido los petates en el suelo. Alexa se dirigió apresuradamente a ayudar a Eldrinn, que estaba encogido en medio de un ataque de tos. Baltak permaneció donde estaba, con los brazos en jarras. Había cambiado sus accesorios de oso lechuza por algo distinto. Su cuerpo musculoso llevaba una capa de escamas blancas como el hielo del tamaño de monedas. Probablemente, los dragones que estaban tallados en la superficie de la puerta habían inspirado su último cambio de forma.
—Ya era hora de que volvierais —bramó con voz vibrante—. Ya casi hemos acabado.
—Veamos si estás en lo cierto.
Piri sacó la vara del agujero con ambas manos. El metal raspó contra la piedra. En el extremo de la vara había una bomba de piedra incendiaria gastada, y el metal que tenía justo debajo estaba incandescente. La luz que emitía le daba un brillo chillón a la piel grasienta y verdosa de Piri.
—¿Cómo estaba Sschindylryn? —preguntó Alexa.
Eldrinn se enderezó.
—¿Eh?
—Repleta de viajeros, como es habitual —respondió rápidamente Q’arlynd.
—¿Y la misión comercial? —preguntó Baltak.
—Está yendo por buen camino, incluso mientras hablamos —dijo Q’arlynd, atrayendo la mirada de Eldrinn.
—Eso es —dijo Eldrinn—. Exitosa. Ya no se nos necesitaba allí. Las negociaciones marchaban tan bien que pudimos irnos pronto.
Q’arlynd ocultó una mueca de dolor bajo una sonrisa y un gesto de asentimiento. Los tartamudeos del muchacho habían sonado sospechosos, pero al menos Eldrinn había dejado de protestar. Había tenido que convencerlo, pero finalmente había comprendido la forma de pensar de Q’arlynd.
Q’arlynd le había explicado antes de teletransportarse que ninguno de ellos conocía un hechizo capaz de canalizar energía positiva. No podrían ayudar a destruir la piedra de vacío. Una vez que Q’arlynd hubiera teletransportado a las sacerdotisas a la Acrópolis, su misión en la expedición habría terminado.
Mientras tanto, debían preocuparse por la Puerta de Kraanfhaor. Tenían que usar el bastón antes de que el Faerzress se hiciera tan intenso que bloqueara completamente la adivinación. Si Q’arlynd y Eldrinn hubieran permanecido en la Acrópolis y hubieran esperado a que las sacerdotisas terminaran su trabajo, podrían haber pasado días antes de que pudiesen regresar a la Puerta de Kraanfhaor. Para entonces podría haber sido demasiado tarde.
Gracias a la teletransportación de Q’arlynd, las sacerdotisas habían realizado un ataque por sorpresa contra la Acrópolis. Incluso en ese momento, sus espadas cantoras estarían dando buena cuenta de las arpías, y Leliana y sus sacerdotisas se ocuparían de la piedra de vacío. Todo de acuerdo con el plan.
Q’arlynd no tenía razones para sentirse culpable.
Ninguna en absoluto.
Piri dejó caer la vara al suelo y agitó las manos para enfriarlas. Podía sentir el calor, aunque no le hiciera daño.
—He oído que Sschindylryn está teniendo problemas con su Faerzress. —Señaló con la cabeza a las paredes—. Aquí también está empeorando.
Q’arlynd respondió con evasivas y se acercó a la puerta. Salía humo del agujero que había junto a ella, aunque no tanto como antes. Zarifar todavía estaba jugando con el viento que había convocado, así que era difícil oír lo que los demás estaban diciendo por encima de aquel estruendo.
Q’arlynd lo cogió del brazo.
—Para de hacer eso.
Zarifar bajó las manos y pestañeó.
—¡Oh, hola, Q’arlynd! ¿De dónde has salido?
Q’arlynd se agachó y miró a través del agujero. A pesar de que la bomba de piedra incendiaria había ennegrecido y fundido la piedra que la rodeaba, la puerta estaba intacta. No había ni rastro de hollín en ella. El agujero debía tener unos diez pasos de profundidad, el largo de la vara que Piri acababa de sacar de él. Por lo que vio Q’arlynd, la Puerta de Kraanfhaor tenía el mismo espesor.
Tocó la parte frontal de la puerta. La piedra bajo sus dedos estaba bastante más fría que el aire caliente que llenaba el pasadizo.
Q’arlynd señaló la bomba con la cabeza.
—Eso no funcionará.
—Al menos habremos probado una cosa —dijo Piri—. La piedra de la que está hecha esa puerta existe en algún tipo de espacio extradimensional. Cada vez que la piedra incendiaria comenzaba a mostrar la parte más alejada de la puerta, se extendía aún más. Alexa cogió una bandeja de madera y empezó a buscar entre los distintos viales de cristal que había sobre ella.
—Intenté varios ácidos distintos en la propia puerta, pero ninguno de ellos le hizo el más mínimo rasguño.
—El hielo tampoco le hará nada —soltó Baltak, que dio un golpe seco con la mano sobre la puerta. Tenía garras en los dedos, transparentes y brillantes como el hielo. Chirriaron contra la puerta cuando trató de arañarla—. La piedra ni siquiera se puede rayar.
—Hay algunos símbolos —dijo Zarifar—. He intentado identificarlos, pero no llego a… —Se encogió de hombros y dejó caer la mano—. Me evitan.
—¡Excelente! —anunció Q’arlynd.
Los demás lo miraron sin comprender.
—Escuchaos, estáis trabajando en equipo. Bien hecho.
Sus alumnos se miraron unos a otros cuando lo dijo, preocupados por si estaba utilizando un doble sentido. ¿Acaso habían bajado la guardia, habían mostrado debilidad o habían hecho algo malo?
Q’arlynd soltó una risita.
—Bien hecho —repitió—. Lo digo en serio.
Era la verdad. Lo mejor que podía haber hecho era dejar a sus aprendices solos. Si se hubiera quedado allí, habría dirigido sus experimentos, los habría conducido como al ganado. En cambio, habían intentado encontrar soluciones, por sí mismos. Se trataba de intentos infructuosos, pero al menos lo habían intentado. Su decisión inicial de trabajar en equipo podría haber estado motivada por un deseo de vigilarse unos a otros, pero eso no importaba. Se habían convertido en un equipo.
Y ya que Q’arlynd sabía cómo abrir la puerta, cosecharían las recompensas.
La expectación casi le producía vértigo al drow.
Se dio cuenta de que estaba sonriendo. Puso una cara más seria. Una sonrisa podía resultar desconcertante para un drow, ya que normalmente precedía a algún tipo de castigo doloroso.
—Eldrinn —dijo Q’arlynd—, tu bastón. Es hora de abrir la puerta.
—¿Realmente crees que el bastón es la solución?
—Lo averiguaremos dentro de poco.
—¡No me lo puedo creer! —exclamó Baltak—. Q’arlynd ha sabido cómo abrirla todo este tiempo.
—¿Por qué no nos lo contaste? —preguntó Piri con suspicacia.
—Era una prueba —contestó Q’arlynd—, para ver lo dispuestos que estabais a trabajar en equipo. Habéis aprobado.
Le quitó el bastón a Eldrinn. Cerró los ojos mientras los demás se agolpaban a su alrededor. Le llevó un instante bloquear los crujidos de sus ropajes y su respiración rápida y nerviosa, pero pronto alcanzó la concentración absoluta. Aproximó el bastón a su cuerpo y tocó con la frente el cristal del centro, tal y como Daffir había hecho.
—Muéstrame el pasado —susurró—. Muéstrame cómo los Miyeritari abrían esta puerta.
A pesar de la concentración de Q’arlynd, oyó el susurro sorprendido de Alexa:
—¿Puede hacer eso?
Q’arlynd esperó unos instantes, pero no ocurrió nada. No recibió visiones en su mente ni le susurró ninguna voz al oído. Lo intentó unos segundos más, con los ojos abiertos. Nada.
Sintió calor en las mejillas. Daffir jamás había proferido palabra alguna cuando utilizaba el bastón, pero quizá era necesaria alguna orden mental silenciosa. Eldrinn le había asegurado a Q’arlynd que no era así, pero el conocimiento de la orden podría haberse borrado de la mente del muchacho con el hechizo de debilidad mental.
Q’arlynd sintió cómo una mente se ponía en contacto con la suya, probablemente la de Baltak. Q’arlynd la expulsó.
—No me distraigas —gruñó—, te enseñaré cómo se hace en un momento.
Decidió probar el bastón. Le imploró en silencio que le mostrara una visión reciente, de cuando él y Eldrinn habían llegado. Al instante una visión se introdujo en su mente: los dos saliendo de una densa nube de humo dando tumbos. Q’arlynd, eufórico, hizo desaparecer la visión y se concentró aún más para intentar que su mente retrocediera a un pasado más lejano. Siglos atrás. Milenios. Vislumbró la imagen fugaz de un elfo de piel pardusca de pie frente a la puerta, con la mano levantada. En ese momento, el Faerzress interrumpió la visión; la oscureció con una llamarada de luz azul verdosa.
—Suéltalos de una vez —murmuró Q’arlynd, furioso.
Se quedó mirando a la pared más cercana. El Faerzress no era lo bastante fuerte aún como para bloquear por completo las adivinaciones, pero no le permitía mantener la concentración que necesitaba para retroceder tanto en el tiempo.
A Q’arlynd le sudaban profusamente las palmas de las manos. Era evidente que la piedra de vacío aún no había sido destruida. ¿Acaso la decisión de separarse de las sacerdotisas había sido un terrible error? ¿Yacerían muertas en ese momento Leliana y las demás en la Acrópolis? Si era así, el Faerzress seguiría brillando en aquel lugar, y con el tiempo bloquearía cualquier tipo de adivinación. Si Q’arlynd se hubiera quedado en la Acrópolis y hubiera eliminado a varias de las arpías con sus hechizos, ¿habrían salido vencedoras las sacerdotisas?
—¿Qué sucede, Q’arlynd? —preguntó Eldrinn.
—Nada —dijo con sequedad.
Q’arlynd se sintió irritado porque Eldrinn, un simple muchacho, un aprendiz, hubiera sido capaz de extraer la visión necesaria del pasado cuando él mismo no podía. Pero eso había sido hacía dos años, antes del Faerzress. Él…
Un momento. Q’arlynd no necesitaba retroceder hasta los tiempos de los antiguos Miyeritari. La Puerta de Kraanfhaor había sido abierta mucho más recientemente. Eldrinn la había abierto hacía menos de dos años, y el mismo Q’arlynd la había abierto hacía incluso menos.
Cerró los ojos de nuevo y se concentró. «Muéstrame a mí mismo abriendo la puerta», le ordenó en silencio al bastón. Muéstrame cómo lo hice.
El Faerzress aún dificultaba la adivinación, pero no la oscureció por completo. Q’arlynd observó, fascinado, cómo aparecía una imagen de sí mismo. En la visión, Q’arlynd tenía una kiira en la frente, y caminaba hacia la puerta. Era extraño, a la vez que irritante, observarse a uno mismo, verla mirada vidriosa en los propios ojos. La kiira lo había controlado por completo. Observó atentamente cómo su propia imagen llegaba a la puerta, levantaba una mano, tocaba el enorme bloque de piedra con un dedo y…
La visión de Q’arlynd estaba inclinada hacia adelante y con una mano ocultaba los movimientos de los dedos, lo que le impedía verlos.
Por lo que parecía, la kiira había previsto que alguien pudiera estar espiando.
Q’arlynd respiró profundamente para calmarse. No importaba, aún podía resolver el acertijo observando a Eldrinn. En la frente de Eldrinn no había ninguna kiira la primera vez que había abierto la puerta.
Volvió a intentarlo. «Muéstrame a Eldrinn», le ordenó en silencio al bastón. Muéstrame la primera vez que abrió la puerta de Kraanfhaor.
Eldrinn apareció en su mente, de pie frente a la puerta. El muchacho llevaba ropas distintas, y sostenía el bastón. Otro hombre, el soldado que Q’arlynd había encontrado muerto en el Páramo Alto, estaba junto a él. El hombre iba a morir dentro de poco, pero no lo sabía, pobre desgraciado.
Q’arlynd desechó el inútil sentimiento y se concentró en Eldrinn. Observó cómo el muchacho se acercaba el bastón a la frente, igual que él mismo estaba haciendo. Tras un instante, Eldrinn rio. Movió la mano hacia la puerta y dibujó un símbolo con el dedo.
Q’arlynd se inclinó hacia adelante, expectante, pero sólo pudo ver parte del símbolo, la misma secuencia que había vislumbrado durante su experimento con la quitina. El resto quedó oculto cuando el soldado avanzó para ponerse junto a Eldrinn y bloqueó la visión de Q’arlynd.
La imagen se desvaneció.
—¿Y bien? —explotó Baltak.
—Estoy haciendo progresos —dijo Q’arlynd con brusquedad.
Se quedó pensativo. Si cambiaba de posición, y se dirigía al lugar opuesto, quizá podría ver el símbolo entero. Avanzó hasta ese lado de la puerta y volvió a invocar la visión. Observó atentamente a través de la imagen borrosa y oscurecida del fuego mágico mientras el Eldrinn de la visión llevaba a cabo las mismas acciones: caminaba hasta la puerta, se llevaba el bastón a la frente y hacía un símbolo con el dedo sobre la puerta.
Entonces, ocurrió lo mismo, alguien le estorbó la visión. Aun así, Q’arlynd pudo ver claramente al soldado, que estaba justo detrás de Eldrinn; ¿acaso una tercera persona había estado allí cuando Eldrinn había abierto la puerta?
Quienquiera que fuese, Q’arlynd no podía verlos detalles.
La silueta era difusa, poco clara. Estaba ahí, pero de algún modo… no lo estaba.
Q’arlynd apretó los dientes. Al darse cuenta de que de ese modo iba a permitir que se viera su frustración, fingió estirar los músculos entumecidos del cuello. No quería que los demás pensaran que la puerta lo había vencido. «Cálmate —se dijo a sí mismo—, e inténtalo otra vez».
Fue hasta el otro lado de la puerta e invocó de nuevo la visión. Una vez más había alguien impidiéndole ver. Q’arlynd se concentró en esa figura, tratando de enfocarla. El bastón luchó contra él. Parecía como si el diamante y su frente fueran dos magnetitas que se estuvieran repeliendo la una a la otra.
Q’arlynd insistió, concentrándose hasta que el sudor se acumuló en su frente.
Por fin, vio a la tercera figura con claridad. Estaba de espaldas a él, pero lo reconoció enseguida por su característico pasador en el pelo. Era Eldrinn el que le tapaba la visión.
Por un instante, Q’arlynd pensó que era el Eldrinn real el que se había puesto delante de él. Entonces, recordó que tenía los ojos cerrados. El Eldrinn duplicado también estaba sosteniendo el bastón. Los dos Eldrinn eran idénticos en todo, excepto en que uno sostenía el bastón a un lado mientras dibujaba el símbolo en la puerta, mientras que el otro sostenía el bastón contra la frente, con los ojos cerrados. Y daba igual lo que hiciera Q’arlynd, el segundo Eldrinn seguía impidiéndole ver bien.
Trató de eliminar de la visión al segundo Eldrinn, para ver cómo el primero abría la puerta, pero el bastón no se lo permitía. Acercó más el bastón, hasta que el diamante le hizo daño en la frente, y dijo, rechinando los dientes:
—Muéstrame…
El bastón salió despedido de las manos de Q’arlynd y cayó al suelo con estrépito.
Q’arlynd profirió un juramento, y apenas logró contenerse para no darle una patada.
—¿Qué sucede? —preguntó Piri, retrocediendo, asustado.
Alexa se encogió de hombros.
—Quizá no quiere mostrarle el pasado.
—Quizá no lo está haciendo bien —gruñó Baltak—. Quizá el bastón no muestra el pasado, sino el futuro.
—Muestra ambos —dijo Eldrinn—. Estoy seguro de…
—¡Por supuesto que lo hace! —exclamó Q’arlynd.
Echó la cabeza hacia atrás y rompió a reír. ¡Eso era! Esa era la razón por la cual había dos Eldrinn en la visión, porque el bastón le estaba mostrando dos pasados al mismo tiempo, dos pasados que estaban separados por unos breves instantes. Eldrinn no había utilizado el bastón para que le revelara cómo los antiguos Miyeritari habían abierto la puerta. En su lugar, el muchacho había visto el futuro. Su propio futuro. Se había visto a sí mismo abriendo la puerta, y después había copiado lo que estaba a punto de suceder.
Q’arlynd extendió el brazo y le dio un leve puñetazo en el hombro a Eldrinn.
—Muy listo. Realmente muy listo.
El muchacho pestañeó, sin comprender.
—¿Eh?
Los otros aprendices también lo miraron, atónitos.
Q’arlynd cogió el bastón.
—De acuerdo —les dijo a sus alumnos—. Voy a volver a intentarlo. Por favor, permaneced en silencio al igual que antes y… —Se dio un golpecito en la sien—. Guardad las distancias. —Cerró los ojos y apoyó la frente sobre el diamante.
«Muéstrame el futuro —ordenó en silencio—. Muéstrame a mí mismo, unos instantes más tarde, abriendo la puerta».
En el momento en que pensó las palabras, volvió la sensación de algo que lo empujaba y tiraba de él al mismo tiempo. Agarró con más fuerza el bastón, negándose a permitir que se le escapara de las manos. Entonces, llegó la visión, tal como había ordenado. Q’arlynd observó, casi sin respirar, cómo su mano se alzaba para dibujar un símbolo en la puerta. Un símbolo diferente del que había dibujado Eldrinn en la visión.
Pero al igual que el Q’arlynd dominado por la kiira, el Q’arlynd del futuro ocultó deliberadamente el símbolo que estaba dibujando.
—¿Por qué haces eso? —explotó.
La visión terminó.
Sus alumnos lo miraron, esperando con expectación. Por una vez, ni siquiera Baltak se atrevió a hablar.
Q’arlynd todavía estaba tratando de encontrarle algún sentido a lo que acababa de presenciar. Al igual que la kiira, su yo futuro no parecía querer que nadie viera cómo abría la puerta, pero eso significaba que el mismo Q’arlynd no podía ver cómo se hacía. Sin embargo, alguien tendría que verlo o, si no, no podría hacerse.
Q’arlynd se acarició la barbilla, pensativo. Se le ocurrió una idea que casi descartó instintivamente. Sin embargo, a regañadientes, se dio cuenta de que era la única línea de acción que podría funcionar. Si invitaba a otros a entrar en su mente, y los dejaba ver cómo el Q’arlynd del futuro abría la puerta, quizá uno de ellos podría reconocer el símbolo por los movimientos iniciales.
Miró a sus aprendices: Baltak, con el pecho hinchado de puro engreimiento; Piri, siempre escabulléndose con su piel de demonio; Eldrinn, mordiéndose el labio y sin duda nervioso por lo que diría su padre cuando descubriera que habían abandonado la expedición a la Acrópolis; Alexa, que estaba junto al muchacho, superándolo en altura por una cabeza, y Zarifar, que miraba la puerta con expresión soñadora, sin prestar ni la más mínima atención a los demás.
—Necesito vuestra ayuda —dijo Q’arlynd, haciendo un esfuerzo sobrehumano—. Utilizad vuestros anillos para uniros a mi mente, todos. Observad la visión que estoy teniendo. Estáis a punto de verme en un futuro inmediato, abriendo la Puerta de Kraanfhaor. Prestad mucha atención a mi mano; necesitamos saber qué símbolo arcano estoy dibujando.
Eldrinn enarcó las cejas.
—Así que fue de ese modo como lo hice.
—Sí.
Los demás miraron al muchacho con algo más de respeto.
—Comencemos —les dijo Q’arlynd.
Un instante después sintió cómo penetraban en su mente, uno tras otro. Algunos lo hicieron directamente, otros se introdujeron de manera sigilosa, como de costumbre. Baltak tuvo que darle un codazo a Zarifar para llamar su atención, pero al menos el mago geómetra estaba dentro también, y eso era bueno.
Q’arlynd acercó el bastón a la frente.
—Muéstrame… —le ordenó—, muéstrame el futuro. Muéstrame a mí mismo abriendo la puerta.
La visión se desarrolló igual que antes. Cuando terminó, Q’arlynd bajó el bastón.
—¿Y bien?
Sus aprendices se contemplaron unos a otros, miraron hacia arriba o fruncieron el ceño, pensando; todos menos Zarifar, que se balanceaba de adelante atrás, canturreando. De repente, Zarifar adoptó una pose distinta. Hizo una pirueta sobre un solo pie, con una mano por encima de la cabeza.
Piri se apartó, como si tuviese miedo de contagiarse de la locura de Zarifar.
Q’arlynd cogió a Zarifar de la muñeca.
—¿Qué estás haciendo?
Zarifar trató de liberarse de la mano que lo agarraba, como si no entendiera por qué de repente había parado de girar.
—El símbolo —dijo. Retorció los dedos en alto—. Yo soy el símbolo.
Alexa le dijo algo a Eldrinn mediante señales. Q’arlynd sólo pudo entender las dos últimas palabras y el signo que indicaba una pregunta: «¿…debilidad mental?».
Q’arlynd suspiró y le soltó el brazo a Zarifar. Quizá Alexa tenía razón. Algo había borrado los recuerdos de Eldrinn y los suyos propios. Era posible que el mero hecho de haber observado aquella última visión le hubiera hecho lo mismo a Zarifar.
Zarifar paró de bailar y agarró el brazo izquierdo de Q’arlynd con ambas manos.
—El símbolo —dijo de nuevo, con un brillo intenso en la mirada, sin rastro de la anterior expresión soñadora. Tiró de la mano de Q’arlynd hacia arriba, frente a su rostro, y la agitó de adelante atrás—. ¡El símbolo!
Q’arlynd se burló. Lo único que veía era su propia mano en alto y la muñequera de cuero con la insignia de su Casa grabada.
—Sí —susurró Zarifar—. Ese símbolo.
Q’arlynd se dio cuenta, aunque tarde, de que el aprendiz mantenía la conexión mental con él.
Zarifar le soltó, por fin, el brazo.
Q’arlynd se quedó boquiabierto. No le importaba. No podía creerlo que acababa de oír.
—¿Eso es lo que abrió la Puerta de Kraanfhaor? —agitó los dedos, fingiendo practicar un gesto. Le hizo una pregunta a Zarifar en silencio: «¿Lo he entendido bien? ¿El símbolo es el glifo de la Casa Melarn?››.
Zarifar asintió.
Q’arlynd tuvo que esforzarse por no sonreír.
Los demás posiblemente se dieran cuenta con el tiempo. Q’arlynd dudaba de que eso importase. En la visión en la que había visto a Eldrinn abriendo la puerta, la visión que no había compartido con ellos, este había dibujado un símbolo distinto en la puerta. «El glifo de otra Casa», dedujo Q’arlynd. Probablemente de la suya.
Por lo que sospechaba, la Puerta de Kraanfhaor sólo podían abrirla aquellos que conocieran el uso de su propia llamada personal.
Q’arlynd comprendió por qué había escondido la mano, por qué lo haría.
—Bien —dijo—. Ya es hora de abrir esto.
Le dio el bastón a Eldrinn, se volvió, y alzó la mano frente a la puerta.