PRELUDIO

Dos deidades se miraron, una a otra, a través de un inmenso abismo: una puerta forjada en medio de dos dominios. Lloth y Eilistraee, madre e hija. Diosa de la oscuridad y la crueldad, la una; diosa de la bondad y la luz, la otra.

Eilistraee estaba en un bosque, bañada por la luz de la luna. Sobre su cabeza se entrelazaban ramas cargadas de piedras lunares blanco—azuladas del tamaño de una manzana. La diosa estaba desnuda; sus cabellos plateados, que le llegaban hasta el tobillo, flotaban sobre su negra piel aterciopelada como si fueran líquida luz lunar; Dos espadas gemelas levitaban en el aire, cada una junto a una cadera. Sus filos plateados vibraban con suavidad, y la música de ambas sonaba al unísono como voces femeninas que cantaran una canción sin palabras. El rostro de Eilistraee era orgulloso y sus rasgos eran de una gran perfección. Las pocas sacerdotisas que lo habían mirado directamente sólo eran capaces de recordar, con voz llorosa, que de tan hermoso, resultaba imposible describirlo. Sus ojos eran lo que mejor recordaban aquellas mujeres mortales: los iris, que mostraban un reflejo azul cambiante, el mismo esquivo reflejo que se encontraba en las piedras lunares.

Lloth, Diosa de las Arañas, estaba sentada en un trono de hierro negro; sus bulbosas posaderas estaban tan abultadas como un abdomen lleno de huevos, y le servían de soporte ocho patas segmentadas. Sobre ella, los gritos de las almas torturadas llenaban un cielo negro y púrpura en plena ebullición. Lloth lucía su forma drow, tan sólo uno de los ocho aspectos en los que la diosa se había fragmentado después de terminar su Silencio. Su piel de ébano estaba cubierta por capas y capas de seda de araña que ella misma se tejía y que le cubrían los hombros, por debajo del pelo blanco como el hueso. Mientras hablaba, pequeñas arañas rojas salían en tropel de su boca y colgaban del labio inferior mediante finos hilos de seda, balanceándose con la fétida brisa. Sus ojos presentaban un brillo rojizo, debido al reflejo de los fuegos de los Pozos Demoníacos, pero eran los únicos puntos de luz en su cuerpo. La oscuridad parecía envolverla como una capa.

En medio de ambas diosas, extendido hacia uno y otro lado de la puerta, había un tablero sava. El tablero, que flotaba a la altura de la cadera y estaba suspendido por su propia magia, tenía la forma de una telaraña. Estaba hecho a partir de un bloque de madera viviente que, al mismo tiempo, era parte del Árbol del Mundo y estaba separado de él. El juego que se jugaba sobre él se había iniciado con el primer aliento de los mortales. Cientos de miles de fichas de juego cubrían el tablero circular, la mayor parte de ellas eran Esclavos. Unos cuantos miles eran de más alto mérito, como las piezas de Sacerdotisa, Mago y Guerrero.

La colocación tradicional de fichas blancas y negras no se aplicaba a este juego. Todas las fichas de Lloth eran negras, como la piel de ébano de un drow, pero también lo eran la mayoría de las de Eilistraee; sin embargo, las diosas conocían sus fichas por el tacto. Cada una contenía un alma mortal.

Lloth había permanecido sentada en silencio durante varios turnos, como resultado de su autoimpuesto Silencio. Durante ese tiempo, Eilistraee había hecho considerables avances. Por primera vez en muchos, muchos siglos, sentía que podía ganar, así que cuando Lloth se movió y propuso añadir una ficha adicional en cada lado, aquello despertó su interés.

—¿Qué tipo de ficha? —preguntó con cautela. Su madre era, por encima de todo, traicionera.

—La Madre.

Eilistraee inspiró bruscamente.

—¿Nosotras mismas entramos en el juego?

Lloth asintió.

—Una batalla a muerte. El ganador se lo lleva todo, con Ao como testigo de nuestra apuesta —le dedicó a su hija una sonrisa burlona—. ¿Estás de acuerdo con las condiciones?

Eilistraee dudó. Miró fijamente hacia el otro lado del tablero, con el rostro contraído por la pena, la profunda tristeza y la esperanza. «Esto podría acabar —pensó—. Para siempre».

—Estoy de acuerdo.

Lloth sonrió.

—Entonces, empecemos. —Sus manos dieron forma a la malicia y a la oscuridad, y crearon una araña tan negra como la noche, otro de sus ocho aspectos. La puso sobre el tablero, en el centro de su Casa.

Eilistraee le dio forma a la luz de la luna, creó una brillante imagen de sí y la colocó en el centro de su Casa. Hecho esto, miró hacia arriba y vio algo que la sobresaltó. Lloth ya no estaba sola. Una figura familiar permanecía agazapada a la derecha de su trono: una araña enorme con cabeza de drow, el campeón de Lloth, el semidiós Selvetarm. Dejó la espada y la maza en el suelo y creó una figura de sí mismo. La puso en el tablero junto a la ficha Madre de Lloth.

—¡Es injusto! —exclamó Eilistraee.

—¿Asustada? —se burló Lloth—. ¿Deseas rendirte? —Se inclinó sobre el tablero como si fuera a recoger las fichas.

—Jamás —dijo Eilistraee—. Debí esperarme esto de ti. Juguemos.

Lloth se reclinó en su trono. Miró el tablero y movió una ficha: un Esclavo, con la capucha de su piwafwi ensombreciéndole el rostro, y una daga sujeta a la espalda. La ficha tenía adheridas hebras de la seda de las manos de Lloth, que se soltaron cuando se posó en el tablero e hicieron que se balanceara suavemente.

Lloth se volvió a sentar con indolencia en el trono y dijo:

—Tu turno.

Un movimiento furtivo detrás de Lloth atrajo la atención de Eilistraee. Una silueta se escondía en las sombras de su trono. Un drow de exquisita belleza, con la parte inferior del rostro oculta por una suave máscara negra. Se trataba del hermano de Eilistraee, Vhaeraun. ¿También había deslizado una ficha sobre el tablero? Y, si era así, ¿de qué lado? Era tan enemigo de Lloth como de Eilistraee.

Quizás estaba tratando de distraerla.

Haciendo caso omiso de él, Eilistraee estudió el tablero sava. Ahora podía ver por qué su hermano quería distraer su atención del juego. Lloth acababa de hacer un movimiento estúpido, uno que dejaba su ficha de Esclavo totalmente expuesta. Podría comerla fácilmente con una de sus fichas de Mago, una ficha que acababa de entrar en juego recientemente. Levantó la ficha del tablero, sopesando su fuerza y su voluntad mientras la sostenía en la mano. A continuación la movió hacia delante. La posó sobre el tablero de nuevo, empujando a un lado la ficha de Lloth.

—El Mago se come al Esclavo —anunció Eilistraee. Sacó la ficha de Lloth del tablero con sus finos dedos. Al observarla mejor y darse cuenta de lo que era, los ojos de Eilistraee se abrieron con sorpresa. No era una ficha de Esclavo en absoluto.

Lloth se inclinó hacia delante con los ojos brillantes.

—¿Qué? —Sus manos se cerraron sobre las patas nudosas de su trono—. Yo no había puesto ahí…

Miró tras el trono, pero Vhaeraun ya no estaba.

Eilistraee disimuló la sonrisa mientras Lloth se volvía de nuevo hacia el tablero, con una profunda arruga surcándole la frente. Entonces, de repente, la arruga desapareció. La Reina Araña rio y un nuevo torrente de arañas cayó en cascada de sus labios.

—Mal hecho, hija —dijo—. Tu impulsiva contrajugada ha abierto un camino directo hacia el corazón de tu Casa.

Lloth se inclinó hacia delante y alcanzó la ficha de Guerrero que Selvetarm había situado en el tablero. La movió por la línea que conducía a la Madre de Eilistraee. Junto a ella, Selvetarm observaba atentamente, recreándose en las armas que sostenía cruzadas sobre su cuerpo de arácnido.

—Has perdido —se regodeó Lloth—. Has perdido la vida y los drow son míos. —Con una mirada brillante de triunfo, bajó la ficha hasta el tablero—. El Guerrero come…

—¡Espera! —exclamó Eilistraee.

Cogió un par de dados que estaban en el borde del tablero sava. Dos octaedros perfectos de la más negra de las obsidianas, cada uno con un rayo de luna atrapado en su interior: una chispa de la luz de Eilistraee en el interior del negro corazón de Lloth. Los dados estaban marcados con un número distinto en cada cara. El uno era la figura redonda de una araña con las patas desplegadas.

Los dados repiquetearon en las manos cerradas de Eilistraee como si fueran huesos que traquetearan bajo el viento gélido.

—Una tirada por juego —dijo—. La reclamo ahora.

Lloth se detuvo, con la ficha con forma de Guerrero draña casi oculta bajo la telaraña que cubría sus dedos. En sus ojos se atisbó un destello de inquietud que desapareció rápidamente.

—Una tirada imposible —dijo con una sonrisa satisfecha—. Las probabilidades de que no salgan dobles arañas son tan altas como profundo es el Abismo. Hay tantas probabilidades de que Corellon perdone nuestra traición y nos llame de nuevo a Arvandor como de que tú consigas realizar esa tirada.

Los ojos azules de Eilistraee se llenaron de ira.

—¿Nuestra traición? —escupió—. Fue tu magia oscura la que hizo girar mi flecha en pleno vuelo.

Lloth enarcó una ceja.

—Aun así aceptaste el exilio sin rechistar. ¿Por qué?

—Sabía que entre los drow habría algunos que, a pesar de tu corrupción, se unirían a mi baile.

Lloth se reclinó sobre su trono, aún sosteniendo la ficha del Guerrero. Hizo un gesto de desdén con la mano, y al moverla se agitaron varias hebras de telaraña.

—Hermosas palabras —dijo con infinita burla—, pero ya es hora de que termine el baile. Haz tu tirada.

Eilistraee sostuvo las manos en forma de copa frente a sí como una suplicante, sacudiendo suavemente los dados dentro de ellas. Cerró los ojos, extendió las manos sobre el tablero de sava, y los dejó caer.