—¡Ay!
Allie retiró el brazo que le estaba palpando Sylvain y se lo protegió con la mano.
—Allie, tengo que enrollarte la manga para ver la herida —insistió él con dulzura—. Ya sé que te duele pero hay que detener la hemorragia.
—Ya lo sé —repuso ella—. Es que… uf.
En las inmediaciones, los guardias pululaban de acá para allá como insectos, registrando hasta el último centímetro de las ruinas del castillo en busca de cualquier pista que Nathaniel hubiera dejado tras de sí.
—Espera un momento —dijo Carter. Se giró hacia uno de los guardias—. Perdona, colega. ¿Me puedes prestar un cuchillo?
El guardia se detuvo y observó la escena. El brazo de Allie aún perdía sangre, que se mezclaba con el barro en el suelo. Se sacó una inquietante daga de la funda que llevaba a la cadera, le dio la vuelta con un giro experto y se la tendió a Carter por la empuñadura.
—Gracias —Carter le pasó el cuchillo a Sylvain.
—Venga, Allie —Sylvain alargó la mano hacia ella—. Un intento más.
Mordiéndose el labio, Allie le mostró el brazo. Con sumo cuidado, el francés le levantó el puño de la camisa y cortó la manga con el cuchillo. La hoja estaba muy afilada y la tela se rasgó con facilidad hasta la altura del hombro. Sylvain le devolvió el cuchillo a Carter y luego retiró la tela empapada. Allie notó el aire frío contra la herida.
Sylvain silbó entre dientes al ver el corte. Le apretó la muñeca con fuerza.
Ella solo había visto la sangre. Hizo una mueca de dolor y desvió la vista para no mirar.
—Es un corte largo, pero no creo que haga falta un torniquete —Sylvain se volvió hacia Carter como pidiéndole su opinión.
Mirando la herida, Carter asintió.
—La hemorragia ya está parando. Véndale el brazo y volveremos para que le pongan puntos.
Todos se quedaron mirando cómo Sylvain se quitaba la chaqueta y cortaba una manga con el cuchillo. Envolvió la herida con la tela y luego usó una tira de la manga rota de Allie para hacer un atado.
El vendaje quedó bien sujeto. Allie se sintió mejor al instante.
—Colócalo así —le mostró Sylvain, doblando su propio brazo contra el pecho. Obediente, Allie lo imitó, y él sonrió apretándole la mano buena—. Ahora tenemos que llevarte de vuelta.
—Primero hay que encontrar a Rachel —exclamó Allie—. No me iré sin ella.
Frunciendo el ceño, Nicole oteó el bosque.
—Hace siglos que Zoe ha salido a buscarla. Ya deberían haber vuelto.
—Vamos a buscar a Raj —propuso Carter—. Él sabrá qué hacer.
—Creo que lo he visto por la zona de la muralla —señaló Sylvain.
Se dirigieron hacia allí. Carter sujetaba a Nicole por la cintura para ayudarla a caminar. En cuanto a él, tenía la mandíbula amoratada e hinchada. A Allie no le gustaba nada su aspecto.
—Eso tiene mala pinta, Carter.
—Solo necesita un poco de hielo —el chico se frotó la nuca—. Lo que más me duele es el cuello. Ha sonado un crujido muy feo cuando Gabe me ha golpeado.
Sylvain se volvió a mirar a Allie.
—Eres tú la que me preocupa. Has perdido mucha sangre.
—Me encuentro bien —le aseguró ella. Luego lo miró un momento de reojo—. Zoe y tú habéis estado impresionantes. Aún no os he dado las gracias.
Sylvain apretó los labios.
—Siento que Nathaniel haya escapado.
—Yo también —dijo Allie en voz baja.
Cuando llegaron a la muralla, uno de los guardias les sugirió que se encaminaran a los bosques. Allí encontrarían a Raj.
Carter ayudó a Nicole a pasar al otro lado. Sylvain se encaramó al muro y ayudó a Allie a cruzar levantándola en vilo como si fuera una niña.
—Allí está Zoe.
Un poco adelantado, Carter señalaba en dirección a los bosques, donde acababa de aparecer una figurita que llevaba de la mano a otra más alta.
A Allie se le paró el corazón.
—Rachel —musitó.
Echó a andar hacia ellas sin importarle lo mucho que le dolía el brazo.
—¡Rachel! —cuando vio a su amiga de más cerca, gritó su nombre y salió corriendo.
Oyó que Rachel la llamaba también y luego la vio avanzar hacia ella dando traspiés. Poco después, las dos chicas se abrazaban llorando.
Rachel dio un paso hacia atrás. Estaba mirando a Allie con expresión asustada.
—¿Qué ha pasado? Estás sangrando.
—No es nada —repuso Allie como si la herida no tuviera importancia—. Solo necesito unos puntos. Es que nunca miro por dónde voy.
Rachel se volvió hacia los demás, que acababan de alcanzarlas.
—¿De verdad está bien? ¿Es grave?
Sylvain se colocó junto a Allie.
—Está bien. Vamos a llevarla a la enfermería. ¿Y tú cómo estás?
Señaló la nariz ensangrentada y la mejilla hinchada de Rachel.
—Son heridas superficiales —le aseguró ella—. Sobreviviré.
Sin embargo, parecía débil y exhausta a pesar de lo que decía.
—¿Has visto a tu padre? —le preguntó Allie—. Estaba muy preocupado por ti.
Los ojos de Rachel se inundaron de lágrimas.
—Ha salido a mi encuentro en cuanto he llegado al bosque.
—Qué bien —asintió Allie, a punto de llorar también.
Todo el mundo estaba a salvo.
—Tendríamos que movernos —se impacientó Zoe—. Raj ha ordenado que fuéramos directamente al colegio.
—Sí, pongámonos en marcha —asintió Carter—. No creo que la pierna de Nicole resista mucho más.
—No es nada —insistió Nicole, pero Allie se dio cuenta, por la cara que ponía, de que le dolía mucho la rodilla.
Aunque había dejado de llover, el camino estaba embarrado y debían avanzar con cuidado para no resbalar.
La adrenalina que había ayudado a Allie a llegar hasta allí empezaba a abandonarla, y mientras bajaban por la pendiente la pobre fue recuperando poco a poco las sensaciones. Tenía el cuerpo rígido y entumecido, como si acabara de sufrir otro accidente de coche. Por otra parte, sabía que los demás no estaban mucho mejor, así que apretó los dientes y siguió avanzando.
Sin embargo, poco después tropezó con una piedra que le provocó un fuerte dolor en el hombro y no pudo reprimir un gemido.
—Ven —Sylvain le rodeó la cintura con el brazo para que Allie lo usara como muleta—. Apóyate en mí.
—Estoy bien —mintió ella, y Sylvain estuvo a punto de sonreír.
—Ya lo sé —le dijo.
El camino de vuelta se les hizo eterno, aunque Allie sabía que no habrían tardado más de veinte minutos.
Cuando recorrieron dando traspiés los terraplenes del jardín trasero y cruzaron la puerta por fin, descubrieron que las luces del edificio estaban encendidas y que hacía casi un calor asfixiante después de tanto rato bajo la lluvia. Solo entonces, al notar el cambio de temperatura, Allie se dio cuenta de que estaba tiritando.
Qué raro… No había ni un alma esperándolos en el vestíbulo.
Intercambiando miradas de perplejidad, avanzaban dejando atrás las estatuas de mármol y las pinturas al óleo. Sus pasos resonaban en el silencio. Cuando llegaron al pie de la escalinata principal, se detuvieron y miraron a su alrededor, perplejos.
—¿Dónde se ha metido todo el mundo? —susurró Zoe.
Carter negó con la cabeza.
—¿En el salón de actos?
Fueron juntos a mirar, pero el gran salón de baile estaba desierto.
—A lo mejor deberíamos probar en el despacho de Isabelle —sugirió Allie con tranquilidad, aunque se estaba poniendo nerviosa. Algo iba mal. El silencio era excesivo.
Volviendo sobre sus pasos, se encaminaron otra vez a la escalera. Isabelle había dejado la puerta entornada, pero la luz del despacho estaba apagada. Allí no había nadie.
—No lo entiendo —dijo Zoe—. Tienen que estar en alguna parte.
—A lo mejor han salido al jardín —sugirió Nicole.
—¿Todos? —se extrañó Carter—. ¿Isabelle y los profesores también? No puede ser.
Despegándose de Sylvain, Allie dio una vuelta sobre sí misma, escuchando el silencio. El edificio le producía una sensación extraña. No se oían pasos en el piso superior, ni risas procedentes de los dormitorios.
Parecía… hueco. Vacío.
El susurro suave de unos pasos quedos rompió el silencio; alguien bajaba por las escaleras.
Sylvain, Carter y Zoe —los únicos que conservaban fuerzas para luchar— se adelantaron con cautela.
Los pasos se acercaron a un ritmo lento y regular hasta alcanzar el rellano del primer piso; al llegar allí, se detuvieron.
—Oh, Dios mío —dijo Katie, horrorizada—. ¿Qué os ha pasado?
Se había recogido el despampanante cabello en una coleta baja. Llevaba el pijama blanco de Cimmeria y zapatillas de estar por casa. En la mano sostenía una botella de agua caliente, vacía. Se la veía tan limpia —tan normal— que se quedaron unos instantes mirándola.
Agotada y tiritando a causa del frío y de la pérdida de sangre, Allie se pasó una temblorosa mano por el pelo, como para alisárselo, antes de darse cuenta de lo que estaba haciendo.
—¿Dónde se ha metido todo el mundo? —Zoe subió unos peldaños en dirección a la pelirroja.
—Todo el mundo… ¿quién? —le preguntó Katie, mirándola con una expresión extraña.
—Se refiere a los profesores —aclaró Carter.
—Los profesores están reunidos en un aula —repuso Katie—. O, por lo menos, estaban allí hace una hora.
Allie, sin embargo, tenía un mal presentimiento. Aquel silencio no le gustaba nada.
—¿Y los alumnos? —preguntó con voz ronca y cansada—. ¿Dónde están los alumnos?
Katie bajó despacio hacia ellos. Sus zapatillas susurraron con cada paso.
—Los alumnos que quedan están en los dormitorios —levantó la botella—. Esto es para Emma. No puede dormir.
—¿Los alumnos que quedan, dices? —Nicole parecía pálida y derrotada a la luz blanca de la lámpara de araña—. ¿Cuántos se han ido?
La mirada de Katie se posó en la manga rota de Allie y en su brazo ensangrentado, en la barbilla hinchada de Carter, en la cara amoratada de Rachel.
—Quedamos cuarenta —dijo con gravedad—. Lo siento.
A Allie le dio un vuelco el corazón. Por la mañana, había casi doscientos alumnos en el colegio. ¿Y ahora solo quedaban cuarenta?
Se habría echado a llorar, pero estaba demasiado cansada. Habían luchado a muerte esta noche. Habían derrotado a Nathaniel y rescatado a Rachel… ¿pero habían perdido a pesar de todo?
¿Cómo era posible?
La desesperación se abatió sobre ellos como un peso tangible.
Katie intentó decir algo que los animara, pero no lo consiguió. Derrotada, les enseñó la botella.
—Mejor voy a llenar esto. No puedo dejar sola a Emma.
Aturdidos, se apartaron para cederle el paso, y las zapatillas de Katie susurraron pasillo abajo. Un par de metros más allá, la chica se detuvo y se dio media vuelta.
—Lo habéis hecho lo mejor que habéis podido. Todos los sabemos.
Cuando se marchó, todos se miraron mutuamente con impotencia. Allie no sabía qué decir; no tenía palabras. Los alumnos se habían marchado. No habían encontrado al espía. Y Nathaniel seguía ahí fuera, en alguna parte.
Las punzadas del brazo le recordaron lo mucho que se habían esforzado. Se lo cogió con la mano buena para calmar el dolor.
Mentalmente, seguía viendo la cara de Nathaniel, la expresión victoriosa de su mirada. Dile a Lucinda que está acabada.
¿Tenía razón? ¿Había terminado todo? Le parecía inconcebible. Pero aquello tenía toda la pinta de ser un fracaso.
—¿Y ahora qué? —la pregunta de Zoe resonó en el silencio.
Allie miró aquella carita embarrada. La niña se había caído y se había arañado la frente, pero sus ojos castaños seguían proyectando el mismo brillo.
Fue Carter quien contestó, ronco pero decidido.
—Ahora seguimos luchando. Hasta que ganemos.
Sylvain soltó un leve bufido y se alejó. Allie sabía, sin necesidad de oírlo, lo que estaba pensando. Porque ella pensaba lo mismo.
¿Cómo?