Con la vista fija al frente, Allie recorría el tenebroso camino a paso rápido y decidido. Aguzaba los sentidos hasta tal punto que tenía la sensación de que se le había erizado el pelo. Notaba un hormigueo de puro nerviosismo en la piel.
No tengas miedo, Allie, se dijo. Puedes hacerlo.
Recordó cómo se había sentido cuando Sylvain la había abrazado con fuerza, justo antes de partir. Le había susurrado algo en francés, unas palabras que ella no conocía pero que, de algún modo, había entendido.
Podía hacerlo.
Reinaba el silencio. Solo oía el ruido de sus pasos sobre el blando suelo y el rápido latido de su corazón. Su propia respiración. Los otros ya debían de estar en el bosque, siguiéndola de lejos, pero nada quebraba la quietud del camino.
No había luna y las nubes tapaban las estrellas. El ambiente estaba cargado, como si fuera a llover. La noche era tan tenebrosa que Allie apenas veía el sendero que se extendía ante ella, pero no sabía si encender la linterna que llevaba colgando de la muñeca. Si la usaba, el rayo de luz ocultaría todo lo demás. Además, sus ojos acabarían por acostumbrarse, solo que estaban tardando más de la cuenta en aquella oscuridad tan densa.
Un poco más adelante, el caminó empezó a ascender para volverse más rocoso con cada curva y revuelta de la cuesta.
—Estoy en la colina.
Susurró las palabras con la cabeza agachada hacia el minúsculo artilugio que llevaba prendido a la chaqueta.
—Bien —la voz de Raj sonó clara y firme en su oído.
Allie siguió avanzando, demasiado preocupada por si resbalaba con las piedras como para tener miedo. Un par de veces tropezó, pero pudo recuperar el equilibrio a tiempo.
Casi había llegado a la cima cuando oyó algo en los bosques. Un ruido muy débil pero inconfundible; una ramilla que se partía, luego… silencio.
Se le secó la boca mientras escudriñaba la oscuridad que la rodeaba. La noche, sin embargo, guardó sus secretos. Volvió al centro del camino y dio un paso.
—Hola, Allie.
Se quedó helada. Habría jurado que la escalofriante voz de Nathaniel surgía del auricular, pero eso no era posible.
Temblando, Allie toqueteó la linterna. De repente tenía los dedos tan entumecidos que había perdido el sentido del tacto. Por fin consiguió apretar el botón y un brillante rayo de luz surgió ante ella. Sostuvo la linterna por encima de la cabeza, apuntando al frente.
El sendero estaba vacío.
Exhaló un sollozo ahogado.
¿Dónde está?
Aterrada, giró sobre sí misma; el haz de la linterna oscilaba enloquecido.
Nada.
—Quiero que llegues a la cima y que entres en el castillo.
La voz de Nathaniel sonaba tranquila en su oído.
Aquella calma la asustó aún más.
Ha pirateado el sistema de comunicación.
—Una vez estés allí, te diré adónde tienes que ir. Haz lo que te digo y a Rachel no le pasará nada.
Oye todo lo que decimos.
El corazón de Allie latía con tanta violencia que le costaba oír la voz del hombre.
—Eso de burlar mis exigencias utilizando auriculares ha sido una travesura por tu parte —la regañó Nathaniel—. Ya sé que la carta no lo prohibía estrictamente. De todas formas, voy a ponerte una condición más. Si avisas a Raj de que estoy hablando contigo, Rachel morirá igual que Jo. Espero que entiendas que hablo muy en serio.
El miedo paralizó a Allie unos instantes. El hombre había ordenado que no avisase a Raj; ¿significaba eso que ella podía oír a Nathaniel pero Raj no? ¿Debía responder? Si lo hacía, Raj la oiría.
Se moría por echar a correr colina abajo para advertir al jefe de seguridad. Tenía que saberlo.
Entonces pensó en Rachel… sola y prisionera de aquel monstruo. No podía volver. Tenía que intentarlo.
—Allie, ¿va todo bien?
En aquel momento, la voz firme de Raj surgió del auricular. No parecía en absoluto alterado. No tenía ni idea de lo que había hecho Nathaniel.
—Allie —repitió el padre de Rachel. Esta vez parecía preocupado; tenía que contestar.
—Todo bien —susurró Allie con voz estrangulada.
No podía hacer nada. No podía avisar a Raj sin poner en peligro la vida de Rachel. Debía continuar, pero estaba tan asustada que sus pies parecían hundidos en la tierra, las manos pegadas a los costados.
Venga, Allie, se apremió a sí misma. Rachel lo haría por ti.
Apretando los dientes, dio un paso. Luego otro. De esa guisa, remontó la colina a trompicones, aferrando la linterna con fuerza. El vacilante rayo iluminaba el vacío que la aguardaba y arrancaba sombras a las ramas que se tendían hacia ella como largos dedos.
La cresta de la colina estaba allí mismo. Más allá, se erguían las piedras irregulares de la torre del castillo.
Agachó la cabeza y siguió andando a un paso vacilante pero decidido.
Cuando llegó a los restos de lo que antaño fuera la imponente muralla del castillo, el corazón le latía tan deprisa que se mareó.
El viejo muro estaba en ruinas, pero en algunas zonas aún se erguía a más de dos metros de altura. Enfiló entre las piedras caídas hasta llegar al punto más bajo de la muralla. Allí, la gente había improvisado una escalera con los trozos de ruinas y Allie las remontó.
Se había levantado viento y el pelo le revoloteaba por la cara cuando llegó a lo alto de la muralla y miró la vieja torre, siniestra y ruinosa. Aquella noche, bajo las nubes de tormenta que se arremolinaban en el cielo, parecía tan encantada como decía la leyenda.
Allí al lado, un círculo requemado señalaba el lugar donde los alumnos de la escuela habían encendido una hoguera el semestre pasado. Allie tenía la sensación de que habían pasado cien años.
No veía ni rastro de Nathaniel, pero sabía que estaba allí, en alguna parte. Esperando.
Haciendo de tripas corazón, bajó y echó a andar por el escabroso terreno.
—Estoy en el castillo —dijo en dirección al micro.
—Bien —respondió Raj—. Tienes diez minutos.
Diez minutos hasta que Raj acudiera con sus guardias. Diez minutos para rescatar a Rachel. Diez minutos para sobrevivir.
Empezó a lloviznar. Las minúsculas gotas se le adherían a las pestañas.
El plan de Raj requería que se quedara en el exterior de la torre e hiciera salir a Nathaniel.
«Pase lo que pase —le había dicho— no entres en la torre. ¿Entendido?».
Sin embargo, al llegar al centro de lo que en su día fuera la torre del homenaje, la voz de Nathaniel, tan queda y sobrenatural que le provocaba escalofríos, le habló al oído.
—Entra en la torre.
Horrorizada, Allie replicó en voz alta:
—No.
—¿Allie? —ahora sonaba la voz de Raj.
Allie se mordió el labio.
—Todo bien —dijo.
Apretando los puños con fuerza, trató de concentrarse. Tenía que pensar.
Nathaniel había dicho que si no cumplía sus órdenes, Rachel moriría. Pero ¿hablaba en serio? Si mataba a Rachel, perdería cualquier poder sobre ella. Allie ya no tendría ni que hablar con él.
La lógica de su razonamiento le provocó una descarga de adrenalina que le proporcionó una falsa sensación de inmunidad. Iba a conseguirlo.
Inspiró profundamente y, plantada en mitad de las ruinas, abrió los brazos.
—¡Nathaniel! Dijiste que si alguna vez te buscaba, saldrías a mi encuentro. ¿Y bien? Aquí estoy. Da la cara.
Parecía como si las funestas nubes se tragaran sus palabras. Girando despacio sobre sí misma, buscó algún signo que delatase la presencia de Nathaniel. Su mirada saltaba de un lado a otro pasando de los rincones en sombras a las abruptos contornos del castillo.
La lluvia había arreciado. El pelo se le pegaba a la cabeza y se le ensortijaba sobre los hombros en empapados mechones.
Raj le había pedido que no provocase a Nathaniel, pero Allie estaba enfadada y no podía detenerse.
—Venga, Nathaniel. Tú eres el único que no miente, ¿no? Dijiste que tú no me harías algo así, ¿verdad?
—No me presiones, jovencita.
La flemática voz surgió de la base de la torre y del auricular al mismo tiempo. Allie se dio media vuelta a tiempo de ver cómo Nathaniel emergía de la oscuridad.
Frenética, miró por ahí buscando a Rachel, pero el hombre estaba solo.
Igual que le había sucedido la primera vez que lo vio, durante el verano anterior, se quedó pasmada de comprobar que era un tipo normal y corriente. Con su recortado cabello oscuro y su estatura media, habría podido pasar por uno de los profesores de Cimmeria. Nathaniel era bien parecido pero no espectacular; la nariz tirando a grande y los ojos demasiado pequeños para ser perfectos pero, en conjunto, nadie lo habría tomado por un monstruo.
Vestía, eso sí, un traje muy elegante que desentonaba en aquel entorno. Iba ataviado como un banquero. Los gemelos de su camisa reflejaron la luz de la linterna con un fulgor frío.
—Me has decepcionado —dijo—. Pensaba que tu amiga te importaba lo bastante como para obedecer mis órdenes.
—Me importa lo bastante como para no creer ni una palabra de lo que dices —replicó Allie. Le temblaban las manos, pero se irguió de todos modos—. ¿Dónde está, Nathaniel? ¿Dónde está Rachel? Déjame verla o me marcharé ahora mismo.
Para demostrar que hablaba en serio, se alejó unos pasos. Él levantó la mano.
—Christopher tiene razón; siempre vas por ahí con prisas —dijo con una sonrisa que daba escalofríos—. Yo en tu lugar me tomaría más tiempo para pensar las cosas.
Al oír mencionar el nombre de Christopher, Allie ahogó una exclamación, pero Nathaniel no debía darse cuenta de lo mucho que le dolía saber que su hermano la había abandonado para irse con él.
Tenía que pensar que le daba igual.
—Si sigues hablando de Christopher me voy a echar a llorar —replicó en un tono que rebosaba sarcasmo—. Ahora quiero recuperar a mi amiga. ¿Dónde está?
—Tu obstinación es asombrosa. ¿Te lo habían dicho alguna vez?
Allie le sostuvo la mirada con expresión desafiante.
—Sí. ¿Dónde está?
Con un dramático suspiro, Nathaniel levantó la mano derecha.
—Gabriel. Trae a la chica. Hasta que no la vea, no va a dar su brazo a torcer.
Gabe.
El asesino de Jo surgió de entre las sombras arrastrando a Rachel como a una presa indefensa. Le rodeaba el pecho con un brazo de acero mientras que con el otro sostenía un cuchillo contra su garganta.
Pálida y aterrorizada, Rachel temblaba en sus brazos. Tenía un ojo hinchado y sangre seca debajo de la nariz. Vendas sanguinolentas le rodeaban los brazos.
Le habían pegado.
Pese a todos sus esfuerzos por conservar la calma, Allie notó que le hervía la sangre con una rabia al rojo vivo.
—¡Gabe! —gritó Allie. Un sollozo le quebró la voz—. ¡Suéltala, cerdo psicópata!
El otro sonrió y, acercando un poco más el cuchillo al frágil cuello de Rachel, le apretó la punta contra la piel.
La sonrisa de Gabe tenía algo raro, y Allie le enfocó el rostro con el haz de la linterna. Gabe siempre había sido el niño bonito de Cimmeria; guapo y atlético, con una belleza clásica. En aquellos tiempos, le bastaba sonreír para que las chicas cayeran rendidas a sus pies.
Ahora, llevaba el oscuro cabello rapado casi al cero y una fea cicatriz le recorría la cara desde el rabillo del ojo izquierdo hasta el labio superior.
Al comprender que aquella cicatriz era un recuerdo del día que había intentado secuestrarla, la invadió una amarga satisfacción.
En aquel momento, Nathaniel sacudió la mano como si diera la escena por terminada, y Gabe volvió a hundirse en la sombras. Rachel chilló aterrada, como un animal herido.
—¡Rachel! —gritó Allie desesperada.
Pero su amiga ya no estaba.
—Dios mío.
Allie temblaba tanto que el rayo de la linterna oscilaba violentamente ante ella.
Tenía que tranquilizarse o no podría ayudar a nadie, así que inspiró hondo y caminó hasta situarse a unos cinco metros de Nathaniel, por más que la pusiera mala tenerlo tan cerca.
—He hecho lo que me pedías —Allie no se podía creer que estuviera hablando en un tono tan sosegado—. He acudido a ti. Ahora suéltala.
Nathaniel sonreía con facilidad, como si estuvieran charlando del tiempo.
—La soltaré cuando esté seguro de que puedo confiar en ti, Allie. Y lo sabré cuando me digas si aceptas mi oferta.
Ella le sostuvo la mirada.
—¿Qué oferta?
—Como te decía en la nota, quiero que te vengas conmigo voluntariamente, igual que hizo Christopher. Quiero que formes parte de mi equipo. En cuanto me haya apoderado de Cimmeria, te llevaré de vuelta al colegio, donde podrás completar tu educación; te lo prometo. Christopher desea recuperar a su hermana y nada me gustaría más que ver a la familia reunida. Conmigo, tendrás lo que una persona de tu linaje merece; tu vida adquirirá un nuevo sentido. Te convertirás en una pieza clave de Orión y me aseguraré de que recibas el entrenamiento necesario para que, en su día, ocupes el cargo que te reservo en la organización. Disfrutarás de más riqueza y poder de los que puedas llegar a soñar —tendió las manos, con las palmas hacia arriba—. Esta es mi oferta, Allie. Contéstame ahora y Rachel saldrá de aquí con vida.
La lluvia, que ahora caía con fuerza, azotaba las antiguas piedras como un millón de pequeños chorros. Allie agachó la cabeza y notó los goterones que le caían del pelo a la tierra. Nathaniel le estaba tendiendo una trampa. Jamás dejaría marchar a Rachel. Tenía que estar preparada.
Por fin, se incorporó y miró a Nathaniel a través de la cortina de agua.
—Muy bien —aceptó—. Vale. Iré contigo.
Encantado, el hombre tendió los brazos como si quisiera abrazarla. Ella se lo quedó mirando con expresión de incredulidad.
Sonriendo, Nathaniel dejó caer los brazos.
—Por primera vez, me has sorprendido, Allie. Estaba seguro de que dirías que no.
—Pero —Allie levantó una mano—, no iré a ninguna parte hasta que Rachel esté a salvo. Solo te acompañaré si la dejas marchar ahora mismo. En este mismo instante.
—Venga, Allie… —empezó a decir él en tono conciliador.
Ella sacudió la cabeza con tanta fuerza que el agua salpicó a su alrededor.
—No, Nathaniel. Tú pones tus condiciones y yo pongo las mías. He venido. He hecho lo que me pedías. Suelta a Rachel y te acompañaré. En caso contrario, no hay trato.
Nathaniel la miró contrariado.
—Debería haberlo supuesto —echó un vistazo a su reloj—. Sin embargo, creo que llegaremos a un acuerdo. Por el bien de nuestra nueva relación y para demostrar que soy sincero… —se dio media vuelta y gritó en dirección a la oscuridad—. Gabe. Suéltala.
Se oyó una voz procedente de las sombras pero Allie no pudo distinguir las palabras. En cualquier caso, enfurecieron a Nathaniel, que replicó con la rapidez de una cobra:
—No te he pedido tu opinión. Suéltala.
Durante unos instantes, todo siguió igual. Allie solo veía tinieblas. Solo oía la lluvia y su propia respiración acelerada.
De repente, algo se movió entre las sombras.
Instantes después, Rachel entró dando tumbos en el radio de luz de la linterna. Al pasar junto a Nathaniel, se encogió asustada, como para protegerse de un golpe. Parecía tan frágil que Allie temió que se cayera.
—¡Rachel!
Allie corrió hacia su amiga y, rodeándole los hombros con el brazo, la alejó de Nathaniel. Arrancándose el minúsculo micro del abrigo, le disparó una serie de instrucciones con la esperanza de que Rachel estuviera en condiciones de asimilarlas.
—Los demás están en el bosque. Tu padre viene hacia aquí. Corre a los árboles y escóndete hasta que todo haya terminado. No dejes que te cojan.
Por desgracia, Rachel no reaccionaba. Miraba a Allie como si no oyera nada.
—Rachel, ¿me entiendes? —el miedo roía las entrañas de Allie como un ácido. Si Rachel no se largaba de allí cuanto antes, todo el plan se iría al garete—. ¿Puedes hacerlo?
—No te… pienso dejar… aquí con ellos —respondió su amiga con un hilo de voz.
No voy a llorar, se dijo Allie. No lo haré.
—No me pasará nada —dijo en voz lo bastante alta como para que Nathaniel la oyera.
—Conmovedor —Nathaniel parecía aburrido—. Pero, en serio, no hay tiempo para esto.
—Por favor, Rach —susurró Allie, apretándole el hombro—. Tenemos un plan.
Contuvo el aliento mientras Rachel la observaba. Por fin, su amiga asintió y se separó de Allie de mala gana.
—Lo haré.
Con un suspiro de alivio, Allie la soltó y se quedó mirando, muy preocupada, cómo Rachel se alejaba dando traspiés pero erguida. Lo conseguiría.
Allie dio media vuelta y caminó hacia el lugar donde Nathaniel la observaba con ojo clínico, como quien mira al sujeto de un experimento que reacciona de manera inesperada.
A pocos pasos de él, la chica se plantó con los brazos en jarras.
—¿Y ahora qué, Nathaniel? ¿Gabe me va a clavar un cuchillo en la garganta? ¿Es ese tu plan maestro?
Por encima del golpeteo de la lluvia, un murmullo grave captó la atención de Allie. Frunció el ceño y miró las turbulencias del cielo. ¿Era un trueno?
—No —Nathaniel sonreía encantado—. Ese no es mi plan, ni mucho menos.
El ruido, que en realidad —comprendió Allie— llevaba sonando un rato, aumentó de volumen.
Se levantó un fuerte viento y Allie notó un escozor en la cara cuando su propio pelo mojado la azotó con fuerza.
Una luz brillante apareció en lo alto. De repente, las ruinas del castillo se iluminaron y la lluvia empezó a brillar como minúsculos diamantes que se precipitasen a su alrededor.
El rumor se había transformado en un golpeteo regular. Ahora sonaba más alto, más familiar. El viento aullaba en torno a Allie como un pequeño tornado. Identificó el ruido antes de ver siquiera cuál era su origen.
Un helicóptero.
—Nada de cuchillos —vociferó Nathaniel por encima del estrépito de las hélices—. Mis métodos son más sofisticados.
Raj le gritaba algo a Allie por el auricular, pero el ruido del helicóptero era ensordecedor. Ella se tapó la oreja con la mano para poder distinguir lo que decía. Mientras tanto, el helicóptero empezó a descender hacia los terrenos del castillo.
En aquel momento, una mano le agarró el brazo y se lo retorció a la espalda con tanta fuerza que Allie vio las estrellas. Cuando se volvió a mirar, se encontró con la cara marcada de Gabe, que le sonreía.
Allie chilló.
Sujetándola sin miramientos, Gabe la arrastró de mala manera hacia el helicóptero, que ahora estaba a tres metros del suelo. Retorciéndose con todas sus fuerzas, Allie intentó golpearlo con la linterna, pero el objeto le resbaló de entre los dedos y salió volando.
En aquel momento, a través del viento, la lluvia y el rugido de las hélices, Allie oyó a Nathaniel gritar:
—¿Pero qué diablos…?
Forcejeando entre los brazos de Gabe, la chica atisbó a los demás, que corrían entre las piedras. Zoe —siempre la más rápida— iba la primera; los otros le pisaban los talones. Sylvain y Carter se separaron. El primero se abalanzó sobre Nathaniel.
Sin reducir el paso, Sylvain echó el brazo hacia atrás y le dio al criminal un puñetazo en la cara. El impulso de la carrera se sumó a la potencia del golpe. Nathaniel cayó hacia atrás.
El corazón de Allie dio un brinco de la emoción, pero el torno de acero de Gabe aumentó la presión en su cuello mientras la arrastraba rápidamente hacia el helicóptero.
Súbitamente, Carter apareció ante ellos, cortándoles el paso.
—Suéltala, Gabe —ordenó en tono gélido mientras sostenía la mirada de su antiguo compañero.
En su día habían sido buenos amigos, antes de que Gabe los traicionase a todos. La mirada de Carter proyectaba puro odio.
—Oh, Carter —suspiró Gabe con falsa compasión—. ¿Sigues enamorado de ella? Pero si no te corresponde… Qué patético. ¿No era Jules…?
En aquel momento, algo lo golpeó en la nuca. Gabe aflojó la presión lo bastante como para que Allie se liberase.
Cuando se dio media vuelta, vio a Nicole detrás del chico esgrimiendo el mismo tablón que había empleado en el sótano. Los ojos de la francesa se posaron en los de Allie.
—Empieza a gustarme esta cosa —dijo, refiriéndose a la improvisada porra.
Y entonces, igual de repentinamente, cayó gritando de dolor.
Estupefacta, Allie bajó la vista y vio a Gabe con una gran piedra en la mano, la misma que había usado para golpear a Nicole en la rodilla. Mientras ella se retorcía, Gabe se arrodilló junto a ella y levantó la roca por encima de su cabeza.
Carter pasó junto a Allie como una flecha y, abalanzándose sobre Gabe, lo derribó. La piedra cayó a un lado mientras Carter y Gabe rodaban por el suelo. Allie estaba buscando la roca cuando oyó un grito a su espalda. Al volverse a mirar, vio que Nathaniel había levantado a Zoe en vilo. Sylvain se acuclilló delante de él, esperando el momento propicio para saltar.
—¿Es esto lo que quieres, Allie? —gritó Nathaniel, que había rodeado con el brazo el delgado cuello de Zoe—. ¿Estás dispuesta a dejar que ella muera para seguir con vida?
Allie notó que empezaba a perder visión.
Recurriendo a toda su fuerza de voluntad, se abalanzó contra él gritando:
—Suéltala.
Antes de que pudiera alcanzarlo, Nathaniel empujó a Zoe contra Sylvain y los derribó a los dos. Allie, sin embargo, ya no podía detenerse. Cayó directamente en sus brazos.
Nathaniel no era tan fuerte como Gabe, pero estaba bien entrenado. En un abrir y cerrar de ojos, cogió a Allie por la garganta. Apareció un cuchillo de la nada y se lo apretó contra la cara. Allie notó el filo de la hoja en la piel.
—O tú —le dijo al oído— o ellos. Escoge.
El helicóptero estaba ya a un par de metros del suelo. El viento de las hélices los golpeaba con la fuerza de cien puños.
Desesperada, Allie miró a su alrededor. Carter y Gabe seguían luchando. Nicole yacía en el suelo sujetándose la pierna. Sylvain y Zoe, de pie, rodeaban a Nathaniel buscando un hueco, una oportunidad.
Si se marchaba con él, todos vivirían. En realidad no tenía elección.
—Llévame contigo —Allie aflojó los músculos; dejó de luchar. Apretó la cara contra el cuchillo, buscando el contacto de la hoja. Solo quería que todo aquello terminase—. Deja que se vayan. Llévame contigo.
Cuando Nathaniel sonrió, Allie vio que tenía los dientes llenos de sangre. El puñetazo de Sylvain había acertado de pleno.
—Buena chica —sin soltarla, Nathaniel echó a andar hacia el helicóptero. Ella se dejó llevar como hipnotizada.
Se le había helado el corazón. Todo le parecía irreal. ¿De verdad se iba a marchar con el hombre que había matado a Jo? ¿Realmente se iba a rendir? ¿No había ninguna alternativa?
A lo lejos, Gabe acababa de propinar a Carter un mal golpe en la cabeza. Horrorizada, Allie vio que su amigo se desplomaba como un árbol caído. Gabe se quedó un momento encima de él, mirándolo, y Allie temió que rematara la faena. Gabe, sin embargo, se dio media vuelta y cojeó hacia el helicóptero. Detrás de él, Carter yacía en el barro, inmóvil.
Observando el cuerpo de Carter, Allie oía el fragor de las hélices como a cien kilómetros de distancia.
No se mueve. ¿Por qué no se mueve?
Tenía que averiguar si Carter estaba vivo. De repente, saltó y se dejó caer a plomo. Cogido por sorpresa en mitad de un paso, Nathaniel gruñó sorprendido. La piel de Allie estaba resbaladiza a causa de la lluvia y la chica se le había escurrido entre las manos. Mientras bregaba por detenerla, le cortó el hombro con el cuchillo.
Nada más tocar el suelo, Allie rodó a un lado. A punto de gritar del dolor, se puso de rodillas y se cogió el brazo herido. Notaba como si le ardiera. La cálida sangre manaba entre sus dedos, y ella se miraba el brazo en estado de estupor, demasiado aturdida para salir huyendo.
Por suerte, Sylvain y Zoe se habían interpuesto ya entre Allie y Nathaniel. Zoe sostenía en una mano una piedra muy pesada. Sylvain no la necesitaba.
El viento que levantaban las hélices del helicóptero los abofeteaba con fuerza; la cazadora de Zoe se hinchaba como un globo y Allie tuvo que hacer contrapeso con el cuerpo para evitar que las poderosas hélices la arrastraran. Colocando una mano como visera, se protegió los ojos de las gotas de lluvia que la golpeaban como piedras.
En aquel momento, Nathaniel miró por encima de Allie y maldijo con toda su alma.
Cuando siguió su mirada, Allie vio que un ejército de guardias vestidos de negro trepaban por la muralla del castillo. Decenas y decenas. Moviéndose en silencio con una agilidad letal, se diseminaban por la piedra como una fuga de petróleo.
Raj estaba allí.
Nathaniel se volvió a mirarla con los ojos entornados.
—Has elegido el bando equivocado, Allie —le gritó por encima de la cacofonía—. Lo vas a lamentar. Dile a Lucinda que ya está acabada.
Allí cerca, los vigilantes uniformados tomaban los terrenos del castillo.
Con la espalda muy erguida, Nathaniel trepó al helicóptero. A través de la lluvia, Allie lo vio hacerle una seña al piloto. El aparato empezó a ascender, dando peligrosos bandazos con el viento.
Allie levantó la cabeza para verlo marchar, rezando para que se estrellara. No fue así. El aparato se internó en la tormenta y desapareció. El golpeteo rítmico de las hélices se fue perdiendo a lo lejos.