Treinta y tres

Sentados en corro, muy apiñados, esbozaban el plan de Allie en la arena del suelo cuando oyeron el ruido de unas botas pesadas contra los peldaños. Todos se movilizaron a la vez. En un momento, se habían puesto en pie y se habían plantado al pie de las escaleras.

Carter esperaba con los dientes apretados, pálido pero implacable. A su lado, Nicole no parecía tan tensa. Empuñaba un grueso tablón como si fuera una porra y Allie tuvo la sensación de que se moría de ganas de usarlo. Allie y Sylvain se colocaron a ambos lados de la entrada del sótano. Ella llevaba un ladrillo en la mano.

Los hombres que llegaron por la escalera vestían como los guardias de Raj, pero a nadie le importó. Sabían que los uniformes ya no significaban nada.

—¿Alguien los conoce? —gritó Carter en tono urgente.

La respuesta de los demás fue inmediata.

—No.

A Nicole no le hizo falta oír más. Blandiendo el tablón con todas sus fuerzas golpeó al primer hombre en la barriga. Él gruñó de la sorpresa y el dolor. Allie se abalanzó sobre él esgrimiendo el ladrillo.

—¡Quietos! —la voz de Raj surgió de la nada justo antes de que Allie asestara el golpe; el ladrillo le resbaló entre los dedos. Confundida, se dio media vuelta mientras el jefe de seguridad salía del estrecho pasillo, seguido de la saltarina Zoe.

—Son los buenos.

Raj iba manchado de barro y tenía aún más arrugas en la cara, pero no parecía derrotado.

Mientras Nicole, con cara de arrepentimiento, ayudaba a levantarse al herido, Allie se acercó despacio al padre de Rachel. ¿Cómo explicarle lo que había pasado? No tenía palabras en el mundo para expresar cómo se sentía.

Se quedó de piedra cuando el hombre la abrazó sin darle tiempo a decir nada.

—Ya sé lo que ha pasado —expresó con voz ronca—. La traeremos de vuelta.

—Lo siento muchísimo, señor Patel —a Allie se le saltaban las lágrimas. Estaba tan rígida que no podía responder al abrazo—. Ha sido culpa mía.

—No digas eso —sin soltarla, Raj se despegó de ella para mirarla con firmeza—. Solo Nathaniel tiene la culpa. Y cuando lo encontremos, me aseguraré de que sepa exactamente cómo me siento.

Mientras hablaba, la mirada de Raj cambió. De repente, parecía un tipo peligroso; un cazador.

La expresión desapareció tan deprisa como había llegado, y el padre de Rachel miró a su alrededor, otra vez dueño de la situación.

—¿Todo el mundo está bien?

Los alumnos asintieron.

—¿Me dejas ver la nota, Allie? —Raj tendió la mano.

Ella titubeó un momento. Hacía unas semanas, no se la habría enseñado a nadie. Habría echado a correr pensando que ella sola podría rescatar a Rachel. Y su amiga, muy probablemente, habría muerto.

Por suerte, Allie había aprendido unas cuantas cosas en ese tiempo. Había visto a los demás exponerse por ella, por Jo. Los había visto correr riesgos que les podían haber costado todo aquello que más les importaba.

Confiaba en ellos. Creía en ellos.

De modo que se giró hacia sus amigos. Sylvain la miró a los ojos y asintió una vez.

Solo entonces se sacó del bolsillo ese papel arrugado y ensangrentado y se lo tendió a Raj.

—Tenemos que hablar con usted —empezó Allie. Los otros se apiñaron a su alrededor, para apoyarla—. Hemos tenido una idea.

—Isabelle jamás accederá —opinó Raj en tono amable.

—Lo sabemos —Nicole le lanzó una mirada elocuente—. Por eso tenemos que decidir cómo afrontamos esto.

Raj había enviado a sus guardias de vuelta a los pasillos y escaleras. Un par de ellos se habían llevado a Emma a la enfermería para que le echaran un vistazo. Ahora, en el frío sótano solo quedaban Raj y el grupo de amigos.

El hombre se frotó los ojos.

—Explicádmelo otra vez.

—Nathaniel dice en la nota que ni usted, ni Isabelle, ni ninguno de los guardias o instructores puede acompañarme —repitió Allie con paciencia—. Pero no menciona a los alumnos. Yo acudiré al castillo pero los demás me seguirán por el bosque por si hay problemas. Usted y sus guardias ya estarán allí, escondidos. Nathaniel pensará que he respetado las condiciones y Rachel se marchará —casi no se atrevía a decirlo, de tanto que deseaba que fuera verdad— sana y salva —respiró para serenarse—. Me reuniré con él yo sola pero los demás no me perderán de vista. Usted esperará a que libere a Rachel y entonces intervendrá; lo pillaremos por sorpresa.

—Ahora mismo, mis guardias están por todas partes —Raj hablaba con ademán meditabundo mientras miraba el esbozo que los chicos habían dibujado en la tierra del suelo: un círculo con un pequeño segmento borrado y un montón de flechas apuntando hacia allí. Era la estrategia que Napoleón había empleado en la batalla de Austerlitz pero Allie prefirió callarse esa parte—. Podría decirles que ocupasen posiciones de uno en uno. Nada de moverse en grupo. De ese modo, es casi imposible que sean detectados —volvió a mirar a los chicos y Allie supo por su expresión que ya había tomado una decisión—. Es un buen plan.

Allie permaneció inexpresiva, pero el corazón le latía desbocado de la emoción. Podían conseguirlo.

—¿Y qué pasa con Isabelle? —Zoe no las tenía todas consigo—. No lo permitirá.

Raj se puso en pie y borró las flechas del piso con la suela de la bota. En un momento, todas las pruebas se habían esfumado.

—No se enterará.

Todos lo miraron boquiabiertos.

—¿Cómo…? —empezó a preguntar Allie, pero Raj levantó una mano. Parecía tenso, como si se preparase para encajar un golpe.

—Yo estoy al mando de la operación. Isabelle y yo ya hemos decidido dejar fuera a los instructores de la Night School porque no sabemos cuáles de ellos son de fiar. Ahora mismo, casi un centenar de guardias viene de camino, todos directamente a mis órdenes.

Los demás murmuraron.

—¿Un centenar? —Carter parecía estupefacto—. ¿De dónde…?

—Lucinda —Raj sostuvo la mirada de Allie—. Me ha enviado a su equipo personal de seguridad. Y yo he convocado a todos mis guardias. Llegarán sobre la medianoche, listos para actuar.

Allie elevó una silenciosa oración de gracias a su abuela.

Cien guardias. Podemos conseguirlo.

—¿Qué le dirás a Isabelle?

La trivialidad de la pregunta que acababa de formular Sylvain devolvió a Allie al presente.

—Me ha pedido que, por seguridad, os reúna a todos en una de las aulas —se encogió de hombros—. Le diré que es allí donde estáis.

—Pero ella… —balbuceó Allie—. Nunca se lo perdonará.

Adivinó por la expresión de Raj que él ya lo sabía.

—Yo me ocuparé de eso —repuso él—. Tú ocúpate de seguir con vida —echó un vistazo al reloj y les pidió por señas a todos que se levantaran—. Necesito que os pongáis el equipo y os preparéis para partir. Quedaos en la sala de entrenamiento hasta que vaya a buscaros. Mis hombres os acompañarán hasta allí —desvió la mirada—. Ahora tengo que reunirme con Isabelle.

Cuando Raj se marchó, los guardias los guiaron en silencio por sucesivos pasillos subterráneos. Allie, que presumía de conocer bien el edificio, jamás había pisado algunos de ellos. Los sótanos del colegio eran un laberinto. En ciertos momentos, ascendían un nivel solo para volver a descenderlo momentos después.

Allie se había desorientado por completo cuando, de repente, cruzaron la puerta que daba al zaguán de las salas de entrenamiento.

Tras enfundarse rápidamente las oscuras prendas de la Night School, se reunieron en la sala número uno. En ausencia de los otros miembros, la estancia rectangular parecía vacía e inhóspita.

Zoe era la única que se comportaba con normalidad. Se puso a hacer gimnasia en el mullido tatami como si fuera un día de entrenamiento normal y corriente.

Los demás intercambiaban murmullos nerviosos mientras intentaban conservar la calma. Allie notaba todos los músculos del cuerpo crispados a más no poder. Apenas podía hacer los ejercicios de calentamiento.

No era la única. Al otro lado de la sala, Sylvain soplaba frunciendo los labios, como si buscara la manera de relajarse, pero el dibujo de sus músculos en la piel delataba su nerviosismo.

Al cabo de un rato, se quedaron sin nada que hacer salvo esperar. Allie se sentó contra una pared, se recogió las piernas con los brazos y apoyó la barbilla en las rodillas. Intentaba no pensar en lo que estaría sintiendo Rachel ahora mismo. En lo que estaría pensando.

¿Por qué Nathaniel le había pedido que aguardara a medianoche? La espera se le hacía eterna. Quería sacar de allí a Rachel ahora mismo.

Cuando Carter se sentó a su lado, Allie agradeció la distracción.

—¿Estás lista para esto? —le preguntó.

Ella lo miró con expresión grave.

—Solo quiero que acabe cuanto antes.

—Yo también.

Los ojos de Carter se perdieron en el infinito. Contemplando su rostro, Allie se dijo que debía de sentirse fatal después de todo lo que había pasado aquel día.

—Carter, siento muchísimo lo de Jules —dijo con cautela. No estaba segura de que su compasión fuera bien recibida—. No sabía lo de… sus padres.

El semblante del chico se ensombreció.

—La echo muchísimo de menos. Se suponía que tenía que acudir a uno de los escondites, pero no lo ha conseguido. He salido a buscarla pero su coche ya se había ido. Ha sido todo tan rápido…

Allie lo miró con tristeza.

—No sabía que sus padres estaban…

Carter negó con la cabeza.

—No iba a anunciarlo a los cuatro vientos. Además, vosotras dos…

Os odiáis.

—Sí —asintió ella, avergonzada—. Eso también lo lamento. Todas esas peleas… ahora me parecen absurdas —se volvió hacia él—. ¿Crees que escapará? ¿Qué volverá? Está entrenada.

Él negó con la cabeza. Le temblaba un músculo de la mandíbula.

—No lo sé. ¿Podríamos… hablar de otra cosa?

¿Pero de qué otra cosa iban a hablar?

Cuando Raj cruzó la puerta al cabo de un rato, todos estaban sentados en un silencio cargado, esperando. El padre de Rachel pasó la vista por la sala, sin omitir ni un detalle.

—Vamos —dijo.

—Póntelo en el oído, como si fuera un auricular —Raj le tendió un pequeño aparato y Allie se lo colocó con cuidado.

Lo notó frío contra la piel delicada. Se estremeció.

—¿No se caerá?

—Ajústatelo hasta que lo notes bien sujeto pero no aprietes demasiado —repuso él.

Allie lo movió para colocarlo en su sitio.

—Creo que ya está.

—Esto es el micrófono —le mostró una pieza minúscula de algo que parecía plástico negro, del tamaño de una cabeza de alfiler. Ven. Inclínate hacia delante.

Allie obedeció y él hundió el artilugio en la tela del abrigo, justo debajo de su mandíbula. Ella estiró el cuello para mirarlo; era invisible.

A continuación, Raj se ajustó su propio auricular.

—Di algo.

Allie dio un bote cuando la voz del hombre resonó con fuerza en su oído.

—Hala. Suena muy fuerte.

—Es porque estoy muy cerca de ti. La transmisión no es tan potente. En cuanto salgas del edificio, mi voz sonará más débil, pero no deberías perder el contacto conmigo en ningún momento.

Mordiéndose el labio, Allie asintió. Estaban de pie al final del pasillo, junto a las escaleras que conducían al jardín. Había cruzado aquella puerta cientos de veces durante los últimos meses con los demás alumnos de la Night School. Conocía la ruta que estaba a punto de emprender como la palma de su mano. Sabía adónde se dirigía y lo que se disponía a hacer. Estaba lista.

Jamás en su vida había tenido tanto miedo.

Como si se lo notara en la cara, Raj la cogió por los hombros. Los demás estaban apiñados detrás de ellos, así que el hombre bajó la voz para que solo Allie pudiera oírle.

—¿Estás segura de que quieres hacerlo?

Allie pensó en Rachel, sentada a su mesa de la biblioteca, recostada sobre los libros de Química, con las gafas en la punta de la nariz. Echando la cabeza hacia atrás para reírle uno de sus chistes malos. Explicándole con paciencia la composición de moléculas complejas. Corriendo a consolarla cuando Allie sufría una pesadilla.

Sangrando aterrorizada mientras Gabe le hacía un corte en el brazo.

Levantó la barbilla y miró a Raj a los ojos con ferocidad. Tal vez estuviera asustada pero no iba a echarse atrás. Aquella era la oportunidad que estaba esperando para vengarse de los cerdos que habían asesinado a Jo. Y que ahora querían matar a Rachel.

Nathaniel los había utilizado a todos como peones de su partida.

Allie estaba harta de ser un peón.

—Estoy lista.

Solo fueron dos palabras, pero su tono lo decía todo. Raj no volvió a preguntar.

—Vale —retrocedió y le expresó con la mirada lo orgulloso que se sentía—. Ya conoces el plan. Sé que puedes hacerlo. Ve ahí fuera. Y tráela de vuelta.