Al día siguiente, cuando Allie llegó a clase de Historia, encontró a Zelazny sentado a su escritorio como si nada.
Al verlo, se detuvo a medio paso, tan de repente que el alumno que entraba detrás la empujó sin querer.
—Perdón —se disculpó Allie sin apartar los ojos del profesor.
—Por favor, que todo el mundo vuelva a sentarse en su sitio —gruñó Zelazny con su malhumor de siempre, como si nunca se hubiera ido. Como si nunca hubiera encerrado a Eloise.
El corazón de Allie latía desbocado mientras intentaba descifrar qué estaba pasando. ¿Significaba eso que Raj lo había conseguido? ¿Que había traído de vuelta a todos los profesores?
Unos minutos después, Carter entraba en el aula como un vendaval. Cuando reparó en Zelazny, estuvo a punto de tropezar consigo mismo.
Sylvain, al llegar, abrió unos ojos como platos. Cuando se topó con la mirada de Allie, enarcó las cejas para interrogarla en silencio. Ella negó con la cabeza muy suavemente, dándole a entender que sabía tan poco como él.
El intercambio la tranquilizó una pizca; al menos, aún se comunicaban.
La noche anterior había pasado varias horas despierta, pensando en lo que Sylvain le había dicho y en lo mal que había reaccionado ella. El chico le había brindado la ocasión perfecta para decirle que sus dudas se habían disipado, que lo escogía a él, pero ella no había sido capaz. ¿Por qué no se lo decía y en paz? La había pillado por sorpresa, pero aun así… ¿Por qué le costaba tanto expresar sus sentimientos?
Plantado junto a su escritorio en posición de descanso, el profesor escudriñó la clase con una expresión suspicaz en sus ojos claros.
Mientras sacaba la libreta de la cartera, Allie intentó comportarse con normalidad. ¿Y si Zelazny sabía que se habían colado en su habitación? Dios mío… ¿Y si sabía que lo habían acusado de ser el espía?
Se estremeció solo de pensarlo. Aguardó, tan nerviosa que apenas podía sostener el bolígrafo. En una hoja en blanco, se puso a dibujar trémulos barrotes y una gigantesca cerradura.
Sin embargo, Zelazny se limitó a… dar la clase. Estaban estudiando la batalla de Austerlitz y él reanudó la lección exactamente donde el profesor sustituto la había dejado, sin una palabra de explicación o de disculpa por su ausencia.
Al principio, Allie se limitó a esperar a que el hacha del verdugo cayera y Zelazny le dijera que quería hablar con ella. A que la acusara de haber inspeccionado su mesilla de noche e incluso la caja de debajo de la cama. Por suerte, a medida que fue pasando el tiempo, comprendió que nada de aquello iba a suceder.
Agazapada en la silla, se dispuso a tomar cuatro apuntes y a matar el tiempo hasta que llegara el momento de charlar con los demás sobre este nuevo giro de los acontecimientos.
Sin embargo, la lección resultó ser de lo más interesante. Cuando Zelazny empezó a explicar la batalla entre Napoleón y una aplastante coalición de tropas inglesas, rusas y austriacas, Allie se sorprendió a sí misma escuchando con atención.
—Napoleón era un magnífico estratega —dijo Zelazny esbozando un mapa en la pizarra—. Sabía que no podía ganar recurriendo a la fuerza bruta porque el otro bando lo superaba en número de hombres y de armas. De modo que decidió tenderle una trampa.
Borró la parte derecha del dibujo y golpeteó la pizarra con el dedo.
—Debilitó voluntariamente su flanco derecho para atraer hacia allí a las fuerzas de la coalición. Tenía la esperanza de que el enemigo se concentrara en aquella zona, lo que confundiría a las tropas y debilitaría las defensas del otro bando. Una vez allí, las fuerzas ocultas de Napoleón saldrían de su escondrijo y atacarían.
El profesor de Historia dibujó una serie de flechas que surcaban la pizarra. Cuando se volvió a mirar a la clase, parecía entusiasmado.
—No lo vieron venir.
Mientras Zelazny describía la batalla con toda clase de detalles escabrosos, Allie recordó la carta que Nathaniel había clavado en la pared de la capilla con un cuchillo. ¿Y si aquella maniobra respondía a una estrategia parecida a la de Napoleón? ¿Y si solo pretendía sembrar la paranoia para que empezaran a sospechar los unos de los otros? Alimentar la confusión y la distracción entre el enemigo. Y entonces atacar por el flanco.
Zelazny dibujaba nuevas líneas en la pizarra.
—Con las fuerzas de la coalición debilitadas, Napoleón se dispuso a dar el coup de grâce. Esta es la famosa frase que pronunció ante sus generales.
Escribió una frase en lo alto de la pizarra, apretando tanto con el rotulador que la punta chirrió contra la superficie. Luego se retiró y se volvió a mirar a las palabras.
La cita rezaba: «Un ataque rápido y la guerra habrá terminado».
Mientras leía la implacable declaración, Allie se estremeció.
¿Y si se refiere a nosotros?
Después de clase, Allie se reunió con Carter y Sylvain en el pasillo. Era la hora del almuerzo, y un tropel de alumnos pasaba por su lado de camino al comedor.
—¿Alguien me puede decir qué demonios está pasando? —preguntó.
Carter miró a Sylvain como si el francés conociese la respuesta.
—¿Raj Patel?
Sylvain se encogió de hombros.
—Supongo. No se anda con tonterías.
—Si Zelazny ha vuelto, ¿significa eso que…?
Allie se interrumpió a media frase al deducir ella misma la respuesta.
—¿Qué? —preguntó Sylvain, frunciendo el ceño.
Ella negó con la cabeza.
—Nada. Da igual. Me tengo que ir.
Se dio media vuelta y echó a andar, pero Carter gritó a su espalda:
—¿No vienes a comer?
Sin detenerse, Allie respondió por encima del hombro.
—Nos vemos en el comedor.
Corriendo contra la marea de estudiantes, bajó las escaleras como una exhalación y recorrió a un trote ligero el largo pasillo. Iba tan deprisa que, cuando llegó al aula de Literatura y giró para entrar, no pudo detenerse; cruzó el umbral al vuelo, hasta que una voz la detuvo en seco.
—Hola, Allie.
Isabelle estaba plantada al otro lado de la puerta y no parecía contenta precisamente.
—¿Dónde te habías metido? —Allie distinguió el tono de reproche en su propia voz.
Una parte de ella quería echarse a llorar. Otra —más dependiente— se moría por abrazar a la directora. Pero no hizo ninguna de las dos cosas. Se quedó donde estaba, con los brazos colgando.
—Por lo que parece —comentó la directora, pronunciando muy bien cada palabra—, sabes perfectamente dónde nos habíamos metido. Y me gustaría ser yo la que hiciera las preguntas, si no te importa.
—Pues la verdad es que sí me importa —Allie levantó la barbilla con insolencia—. ¿Cómo se os ocurre marcharos y dejarnos solos? ¿En qué cabeza cabe? Hemos tenido que afrontarlo todo lo mejor que hemos podido. ¿Y ahora te presentas aquí y me pides explicaciones? ¿De qué va todo esto? ¿Es una especie de prueba?
Si a la directora la había impresionado el estallido de Allie, lo disimuló muy bien; su arrogante mirada permaneció fija en ella, fría e impertérrita.
—Entraste en las dependencias privadas del señor Zelazny…
Allie no la dejó terminar.
—Y encontré lo que estabais buscando, sí. De nada —puso los brazos en jarras con aire desafiante—. ¿Quieres que hagamos algo más? ¿Avisar a los alumnos cuyos padres están de parte de Nathaniel? ¿Darles la oportunidad de tomar sus propias decisiones? ¿Pensar por nosotros mismos? ¿Ser creativos? ¿Hacer vuestro trabajo?
—Basta —la imponente voz de Isabelle resonó en el aula vacía—. Ya lo he entendido. Ahora siéntate. Tengo programado un taller durante el almuerzo y los alumnos no tardarán en llegar.
Allie titubeó un momento; habría podido marcharse indignada, pero quería oír lo que Isabelle le quería decir.
A regañadientes, se desplomó en una silla cualquiera.
Apoyando las manos en el pupitre de Allie, Isabelle la miró a los ojos.
—Lo que habéis hecho, invadir el espacio privado del señor Zelazny, ha sido una imperdonable violación del Reglamento. No teníais ningún derecho de tomaros esa libertad. Si alguna vez llega a enterarse, no quiero ni pensar cómo reaccionará. Y si Lucinda lo descubre, tendrás suerte de seguir siquiera estudiando en este colegio.
Allie exhaló un largo suspiro de alivio; Zelazny no lo sabía. No le habían dicho nada.
Todo lo demás —el sermón de Isabelle— le traía sin cuidado. Ya sabía a lo que se exponía cuando cruzó la puerta de Zelazny.
—¿Qué hacía la llave en su habitación? —preguntó Allie, buscando en los marcados rasgos de Isabelle alguna pista de la respuesta—. ¿Se lo habéis preguntado? ¿Es Zelazny el espía?
La directora cerró los ojos un instante, como si hiciera acopio de paciencia.
—Allie, deja que nosotros nos ocupemos de eso; es nuestro trabajo.
Su voz sonaba casi rota de frustración, pero Allie siguió en sus trece.
—Ni siquiera sabíais que él tenía la llave…
—Lo sabíamos —Isabelle alzó la voz—. Y la llave vuelve a estar en el libro. Por favor, déjala ahí, por lo que más quieras.