Veinticuatro

A la mañana siguiente, al romper el alba, Allie ya estaba trabajando en el huerto. Con la cara empapada de lluvia, hundía la pala en el barro para conseguir que una zanja torcida y superficial fuera más recta y profunda.

Una fila más allá, Carter hacía lo mismo solo que más deprisa y mejor.

Hacía media hora que llovía; un tremendo chaparrón que te calaba hasta los huesos. Menuda pérdida de tiempo. Allí estaban, castigados, cuando podrían estar en el colegio buscando al espía. Y no muriéndose de frío.

Refunfuñando para sí, Allie se caló el empapado sombrero. Si al menos se pudiera tapar toda la cara…

Dejó de trabajar un segundo para mirar a Carter. Como el chico había crecido en los jardines del colegio —básicamente lo había criado el señor Ellison— tenía mucha más práctica que ella, pero nunca le tomaba demasiada delantera. Allie tenía la sensación de que se demoraba adrede para estar cerca de ella. Y sin embargo no le había dirigido la palabra en toda la mañana.

La estaba volviendo loca.

La noche anterior, en compañía de Sylvain, lo había visto todo bajo una nueva perspectiva. Con él, el ambiente nunca se enrarecía.

Sylvain se comportaba como si tuviera una fe inquebrantable en la capacidad de Allie para actuar bien. La animaba a confiar en sí misma. Tras la partida de los guardias, habían regresado a sus respectivos dormitorios a toda prisa. No habían tenido ocasión de hablar. Sin embargo, aquel momento en el pasillo, cuando sus manos se habían tocado… Solo de pensarlo, se le alteraba el pulso. ¿Cómo era posible que algo tan simple como una caricia la afectara tanto? Sylvain siempre lo conseguía. En ocasiones, antes de que muriera Jo, una sola de sus miradas bastaba para derretirla.

Amor romántico.

El pico de Carter se hundió en el barro con un golpe limpio, recordándole que debería estar trabajando.

Suspirando, Allie intentó sin éxito hundir la pala en la tierra. Las gotas de lluvia se le adherían a las pestañas y miró a su compañero a través de un prisma acuático. Tenía las mejillas enrojecidas del frío y estaba empapado. Ni una sola vez alzó la vista.

Volvió a golpear la tierra. Esta vez con más fuerza.

Con Carter, las cosas siempre se complicaban tanto… Las emociones de Carter eran como un laberinto de confianza y desconfianza, de fe y recelo. Un mal paso y caías directa al precipicio.

Hoy mismo, por poner un ejemplo. Allí estaban, a solas en el jardín. Tenían muchísimas cosas que comentar. Allie sabía que Sylvain le habría contado lo de la llave. Habían acordado que él se lo diría a Carter y que Allie informaría a las chicas; había ido de puerta en puerta para contarles a las tres lo que habían descubierto.

Y sin embargo, Carter no había dicho ni una palabra al respecto en toda la mañana. De hecho, no había dicho ni pío.

No podían seguir así. Allie tenía que hacer algo.

—¿Piensas seguir ignorándome todo el día? —le preguntó por fin—. ¿O solo mientras estemos solos soportando esta lluvia de mierda y este barro del culo?

Carter no alzó la vista.

—Ese lenguaje.

—Sí claro, el lenguaje —enfadada, hundió la pala en el suelo sin mucho empeño—. Esa cosa que casi nunca empleas conmigo.

—Muy bien —irguiéndose, Carter se apoyó en la pala y la miró con fastidio—. Hola, Allie, ¿qué tal estás?

—Alucinante, Carter. Eres alucinante, en serio.

La lluvia empezaba a empaparle los hombros también. Ya tenía bastante.

—Voy a hacer un descanso a ver si me libro de la neumonía —le espetó Allie. Como él no contestaba, volvió a intentarlo—. ¿Vienes conmigo? Me voy a refugiar un rato ahí dentro —señaló con la pala el pequeño cobertizo del huerto.

Carter siguió trabajando como si nada, y Allie pensó que no quería acompañarla. Al cabo de un momento, sin embargo, el chico se irguió y se echó el pico al hombro.

—Me parece que yo también paso de la neumonía.

El cobertizo no tenía calefacción, pero la puerta los resguardaría de la lluvia y podrían sentarse en el banco del rincón. Después de colgar el sombrero y la bufanda mojados de un clavo oxidado que sobresalía de la puerta, Allie sacudió la melena proyectando una ducha de agua fría a su alrededor. Le estaba creciendo el pelo; los oscuros bucles ya le llegaban casi a media espalda.

—En parte, echo de menos el color rojo de tu pelo.

Allie se dio media vuelta y vio a Carter sentado en el banco, mirándola. Cuando se conocieron, ella llevaba el cabello teñido de caoba. Hacía meses que había recuperado su color natural.

—¿En serio? —Allie se cogió un mechón y observó el tono con desinterés—. La última vez que me teñí me sentía rara. Me miraba al espejo y tenía la sensación de que no era yo —se desplomó en el otro extremo del banco con un suspiro—. Aunque a lo mejor no es tan mala idea.

—¿Por qué? —le preguntó él—. ¿No te gustas?

—No siempre —Allie se encogió de hombros—. Ahora mismo, no.

—¿Por qué no? —quiso saber él.

Ella lo miró como si estuviera segura de que ya conocía la respuesta.

—Ah —repuso Carter bajando la vista—. Por eso.

—Sí, por eso —Allie cruzó los brazos con ademán irritado—. ¿Te importa si hablamos un poco del tema?

Carter hizo un gesto vago.

—Verás, es que… —Allie eligió las palabras—. Me siento muy rara por lo que pasó. Y desde aquel día, nos evitamos mutuamente y estamos como muy fríos. Tengo la sensación de que casi habíamos vuelto a ser amigos y ahora hemos dado un enorme paso hacia atrás. Y yo… —suspiró y hundió la espalda—. Odio sentirme así.

—Ya —reconoció Carter—. Es solo que… no sé cómo comportarme —parecía muy interesado en sus propias manos—. Tienes el don de confundirme. Creo que sé lo que quiero y, cuando tú apareces, todo se complica.

Allie conocía muy bien aquel sentimiento.

—A mí me pasa lo mismo contigo.

Carter se frotó los ojos.

—El caso es que… Jules y yo somos amigos desde que ella llegó a Cimmeria. ¿Alguna vez te lo había dicho? —Allie negó con la cabeza—. Éramos unos críos. Por aquel entonces, yo era el típico huérfano rebelde y conflictivo. Aquel primer día, ella apareció con sus carísimas maletas y su niñera, me miró y dijo: «Me llamo Jules y voy a ser tu mejor amiga» —soltó una carcajada al recordarlo—. Y tenía razón. Desde entonces, siempre hemos estado muy unidos. Parecía tan segura de sí misma… Estudiamos juntos, crecimos juntos, entramos en la Night School a la vez… Supongo que era inevitable que acabáramos juntos antes o después. Pero cuando nos enrollamos en el baile de invierno, no fue premeditado. Habíamos bebido demasiado y, bueno… sucedió. Al día siguiente, pensé que había cometido un error. Pero luego pasó el tiempo y me dije que quizá… —titubeó—. Que quizá esto sea lo mejor. Ella me conoce muy bien y… nos entendemos. Con ella, todo es distinto.

Allie sabía que Carter no pretendía herirla pero las palabras se le clavaron como cuchillos. Si algo no habían conseguido ellos dos cuando estaban juntos era llevarse bien. La idea de que Jules y Carter no discutieran —de que se entendieran a la perfección— le parecía una prueba más de su fracaso como pareja.

—La otra noche, cuando corríamos por el bosque… tuve la sensación de que todo volvía a ser como antes. Te miré y recordé lo que sentía cuando estaba contigo… las cosas buenas, como mínimo. Y entonces… no sé. Se me fue la olla. Metí la pata. Lo siento, Allie, pero quiero estar con Jules. Ella me importa mucho. No puedo… —se le encendieron las mejillas—. Si ella llegara a enterarse de lo que pasó…

Aquella era la señal que Allie estaba esperando.

—No lo hará —le aseguró con vehemencia—. Yo no se lo voy a decir. Y tú no debes contárselo nunca. Yo tampoco quería besarte. Fue un accidente. Como… dos coches que chocan o algo así. Estábamos allí fuera, solos, en la oscuridad. Y estamos acostumbrados a besarnos. Pero ahora debemos fingir que nunca sucedió y aprender a ser amigos otra vez. Antes éramos buenos amigos. Muy buenos amigos. Quiero que volvamos a serlo —Allie hablaba con pasión—. No puedo perderte otra vez, Carter. Por favor. Solo te pido que… seas mi amigo.

Sorprendido por aquella explosión de sentimientos, Carter se volvió a mirarla.

—Nunca me has perdido, Allie. En realidad no.

Ella sabía que no era verdad.

—Nos perdimos el uno al otro. Y si alguna vez volvemos a estar juntos, creo que sucederá otra vez —hablaba con decisión—. Seamos amigos para siempre, Carter.

Él la miró a los ojos.

—Siempre seré tu amigo, Allie. Toda la vida. Te lo juro.

Cuando la última clase de la tarde terminó por fin, Allie bajó al vestíbulo a toda prisa. La pesada cartera le golpeaba la cadera al ritmo de cada paso. Casi había llegado abajo cuando alguien la llamó.

Se dio media vuelta y vio a Katie caminando hacia ella. Sus largos tirabuzones cobrizos resplandecían a la luz de la tarde.

—He estado buscando a tu… ¿cómo llamarla? Banda —Katie pronunció la palabra como si le diera repelús—. Necesito hablar contigo.

—Banda. Amigos. Da igual. ¿Qué pasa?

—Mis padres se han puesto en contacto conmigo.

Allie frunció el ceño; Isabelle no estaba por allí para facilitar el contacto entre padres y alumnos.

—¿Se han puesto en contacto? ¿Cómo?

Katie la miró con expresión hastiada.

—¿Hablas en serio, Allie? Ellos hacen lo que quieren. Si quieran contactar conmigo, contactan. Sabes, sería de gran ayuda que intentaras no discutir conmigo, o sea, por una vez.

Allie levantó las manos.

—Vale, vale. Has hablado con ellos. ¿Y va todo… bien?

—No, nada va bien, maldita sea —replicó Katie—. ¿Estaría aquí hablando contigo si todo fuera bien? —adoptó un tono empalagoso—. Ah, hola, Allie, solo venía a decirte que no ha pasado nada interesante.

Allie hizo esfuerzos por controlarse.

—Por Dios, Katie, pareces a punto de sufrir una crisis nerviosa. Tranquilízate y dime lo que ha pasado.

—No me puedo creer que seas la única persona que me puede ayudar —Katie parecía asqueada. Echando un vistazo a su alrededor para asegurarse de que nadie podía oírlas, bajó la voz—. Me han dicho que puede que me marche esta semana, y que a lo mejor me tengo que ir con ellos. Dicen que prepare una maleta por si acaso.

—¿Qué…? —empezó a decir Allie, pero cerró la boca cuando comprendió lo que Katie estaba insinuando—. Ah.

—Exacto.

Allie la miró consternada.

—¿Esta semana?

La gran crisis iba a desencadenarse justo cuando estaban a punto de identificar al verdadero espía. Habían encontrado la llave. Ahora tenían que informar a los instructores, idear un plan, desenmascarar a Zelazny y buscar la manera de utilizar la información que poseían contra Nathaniel. Y los instructores de la Night School no aparecían por ninguna parte. Nadie protegía a los alumnos. Todo estaba a punto de irse al cuerno.

—Mierda, mierda, mierda. ¡Katie, no estamos listos! —Allie alzó la voz de pura desesperación—. Es demasiado pronto.

—Bueno, pues pensad algo —el tono de Katie no era nada compasivo—. Necesitamos un plan. O sea, ahora mismo. No quiero que los gorilas de mis padres me saquen a rastras de aquí como a esa boba de Caroline.

—Hoy mismo nos pondremos a ello —le prometió Allie—. Mientras tanto, si aparecen, escóndete. Empieza a pensar dónde te puedes meter. En el tejado, en el desván, en el viejo sótano, en los cuartos de estudio de la biblioteca… En la capilla hay una cámara secreta para sacerdotes; te puedo enseñar dónde está.

Mientras Allie enumeraba todos los escondites que había empleado cuando huía de los profesores, Katie se había quedado a cuadros. Obviamente, aquella no era la gran evasión que ella esperaba.

Se pasó los dedos por la llamativa melena.

—Esto es una pesadilla.

—No te preocupes —la animó Allie en tono optimista—. Pensaremos un plan. Ahora mismo vamos a reunirnos para hablar de ello.

—Eso espero… —Katie se mordió el labio inferior—. Espero que se os ocurra algo. Porque esto tiene mala pinta.

Había perdido el aire arrogante. Parecía una niña asustada cuyo mundo se hace pedazos. Allie, que siempre la había considerado una persona muy segura de sí misma, no sabía qué hacer. No podía consolar a Katie.

Además, los demás la estaban esperando.

—Será mejor que me vaya…

Echó a andar pero Katie la siguió.

—Eh, oye… espera —cuando Allie se dio media vuelta, le dijo—: Si alguna vez queréis que asista a vuestras reuniones, por mí encantada. Podría, ya sabes… echaros una mano.

Incapaz de fingir indiferencia, Allie la miró estupefacta. La pelirroja parecía nerviosa y casi… desamparada. Como si, por una vez, fuera ella la marginada.

El invierno pasado, Allie le había preguntado por qué no se unía a la Night School, cuando era evidente que la habrían aceptado, y Katie le había respondido con una trivialidad. Sin embargo, debía de tener sus razones para evitar tan concienzudamente el grupo de poder que controlaba el corazón de Cimmeria.

En cualquier caso, no era el momento de hacer preguntas. Asintió con aire expeditivo.

—Hablaré con ellos.

—¿Sus padres le han dicho que ya ha empezado todo? —los expresivos ojos de Nicole se ensombrecieron.

—Aún no está segura de qué día vendrán a buscarla —asintió Allie—, pero podría ser esta misma semana.

Carter apretó los dientes.

—Si dice la verdad, la hemos cagado. No estamos listos.

Se habían reunido en un rincón del salón de actos. La pálida luz de la tarde se filtraba por los enormes ventanales del fondo. La vasta estancia de suelos de roble pulido y enorme hogar solo albergaba unas cuantas mesas y sillas amontonadas, que aguardaban la próxima celebración; la ausencia de muebles le daba un aspecto aún más desolado.

Aunque estaban solos, hablaban en voz baja; si hubieran elevado el tono, sus voces habrían resonado en el salón vacío.

—Les he dicho a los guardias que informen a mi padre de que necesito hablar con él esta misma noche —dijo Rachel—. Si se lo contamos todo, él nos ayudará.

—¿Ha llegado el momento de contarle lo que sabemos? —preguntó Sylvain mirando a los demás.

Al ver que nadie respondía, Rachel enrojeció.

—Venga. Podemos confiar en mi padre —hablaba en un tono chillón de pura frustración—. ¿Cuántas veces os lo tengo que decir? Está de nuestra parte.

—Estoy de acuerdo con Rachel —terció Nicole—. Creo que Raj Patel es leal a la escuela.

—Yo no dudo que sea de fiar —repuso Sylvain con voz conciliadora—, pero creo que todo lo que le digamos llegará a oídos de Isabelle. Precisamente porque es leal.

—Es verdad —intervino Carter—. ¿Estamos listos para revelarle a Isabelle todo lo que hemos estado haciendo?

—Todo, no —objetó Zoe—. O sea, no quiero que sepa que estuvimos en la casita del bosque hablando con Eloise, ni que nos colamos en su despacho. Se quedaría hecha polvo, en plan: «Alucina. Mis alumnos favoritos».

—Vale, pues omitamos esas partes. ¿De acuerdo? —Sylvain volvió la vista hacia el grupo. Todo el mundo asintió excepto Rachel. Sylvain le sostuvo la mirada unos instantes—. ¿Rachel?

De mala gana, Rachel hizo un gesto afirmativo.

—Pero tendremos que admitir que nos colamos en las habitaciones de Zelazny —arguyó Allie—. Si no lo hacemos, ¿cómo vamos a explicar lo de la llave?

—De acuerdo —dijo Carter. Se volvió a mirar a Allie—. ¿Katie dijo algo más?

—Poca cosa —titubeó—. Solo que… le gustaría… unirse a nosotros y tal.

—¿Qué? —exclamaron todos a la vez, y sus voces rebotaron por el salón de baile como una bala perdida (¿Qué? ¿Qué? ¿QUÉ?)

Y de repente, Allie se sorprendió a sí misma en la posición más marciana del mundo: defendiendo a Katie Gilmore. Algo que jamás había pensado que haría, ni en un millón de años.

—Dice que quiere ayudar. Parece muy asustada. Creo… —suspiró, forzándose a seguir hablando—. Creo que nos podría ser útil. Aunque sea una arpía, como todos sabemos.

—Por Dios, no —Rachel estaba horrorizada—. ¿No hay más remedio?

—Sus padres están muy vinculados al colegio y ella tiene relación con la junta y con los alumnos más próximos al bando de Nathaniel —caviló Sylvain—. Creen que ella está de su parte, así que le contarán cosas. Allie tiene razón. Nos podría ser muy útil.

Allie lo miró agradecida y él le sostuvo la mirada; la luz que entraba por los ventanales le iluminaba aquellos ojos parecidos a cristal de cobalto. Era difícil desviar la vista.

Los demás seguían discutiendo acerca de Katie.

—Es malvada —dijo Nicole.

—Y grosera —añadió Rachel.

—Está loca —murmuró Zoe.

—Pero deberíamos invitarla a unirse a nosotros —Carter pasó la vista por el grupo—. ¿De acuerdo?

A regañadientes, todos asintieron. No les quedaba otra.

—Genial —dijo Allie, aunque no lo pensaba, ni mucho menos—. Se lo diré.

—No debería venir a todas las reuniones —propuso Sylvain—. Creo que podemos confiar en ella pero aún no estamos seguros. Así que no podrá estar aquí cuando hablemos con Isabelle o… —desvió la mirada— en momentos como el de ayer.

—Buena observación —aplaudió Carter—. Está muy bien relacionada, pero no pertenece a la Night School y no es Rachel, así que solo la invitaremos a determinadas reuniones.

—Que Dios nos ayude —concluyó Rachel.

Aquella noche, después de cenar, volvieron a reunirse en un rincón de la concurrida sala común para esperar a Raj Patel.

Rachel, que había hablado con los guardias por la tarde, estaba convencida de que su padre acudiría pero, a medida que iba pasando el tiempo, se fue poniendo nerviosa; cada vez que alguien cruzaba el umbral, levantaba la vista.

—En el peor de los casos —dijo cuando tocaron las diez sin que su padre diera signos de vida—, acudirá a mi cuarto y seré yo la que tenga que contárselo todo.

—Si pasara eso, da unos golpecitos a la pared —le propuso Allie—. Te echaré una mano. Y evitaré que se lo largues todo.

—No tardará.

Rachel miró a su alrededor esperanzada. Sin embargo, la espaciosa sala con sus sofás de piel, sus estanterías repletas de libros y juegos y las mesas con tableros de ajedrez solo parecía atraer a ruidosos estudiantes. Alguien tocaba Clair de Lune en el piano del rincón mientras otros alumnos, congregados a su alrededor, le pedían que interpretase algo más animado.

Allie pasó una página del libro de Historia que intentaba leer. La música (y los recientes acontecimientos) la distraía. Iba muy atrasada con los deberes. Estaban pasando tantas cosas que le costaba concentrarse. Las clases se habían convertido en la aburrida tregua de unas jornadas, por lo demás, muy emocionantes. Por desgracia, le había prometido a Lucinda que sacaría buenas notas.

Por debajo de las pestañas entornadas miró de reojo a Sylvain, que se había apoltronado en un sillón de piel delante de ella, con la barbilla apoyada en la mano. Parecía inmerso en sus pensamientos. ¿Por qué estaba tan alicaído? Allie intuía que no podía quitarse a Zelazny de la cabeza.

Allí cerca, Carter escribía un trabajo de Geografía; poco a poco, su pulcra caligrafía iba llenando la página. Desde que habían charlado en el jardín, la trataba con absoluta normalidad; la incluía en las conversaciones e incluso le sonreía de vez en cuando. La tensión no había desaparecido del todo pero al menos ya no la ignoraba.

De repente, recordó algo que había comentado Katie. Irguiéndose en el asiento, miró al grupo con expresión animada.

—A lo mejor deberíamos escoger un nombre.

Los demás la miraron de hito en hito.

—¿Perdona? —dijo Rachel.

Nicole lanzó una carcajada cantarina.

—O sea, para el grupo —Allie se encogió ante aquella mirada colectiva de incredulidad—. Es que… Katie… se refirió a nosotros como una banda.

—No creo que necesitemos un nombre —Carter hacía esfuerzos por no echarse a reír—. De todas formas, los buenos ya están cogidos.

Los demás soltaron risillas. Allie notó que le subía un hormigueo por la piel del cuello y deseó con toda su alma que la tragase la tierra. Desesperada, miró a Sylvain, pero este no prestaba atención. Nadie iba a acudir a su rescate.

—Además, un grupo secreto no debería tener nombre porque no se puede hablar de él —arguyó Zoe—. Night School en realidad no es un nombre sino más bien… una descripción: una parte del colegio que se reúne por la noche.

—Por Dios. Dejadlo ya, ¿vale? —Allie procuró no mirar a nadie—. No he dicho nada.

—Bueno —intervino Rachel para cambiar de tema y darle tiempo a Allie de rehacerse—, deberíamos estar pendientes de la llegada de mi padre. Es tan sigiloso que siempre te pilla por sorpresa.

—¡Ya lo creo que sí! Es increíble —exclamó Nicole con admiración—. No sé cómo lo hace. Sencillamente —agitó su bonita mano— aparece de la nada. Tiene mucho talento en ese aspecto. Lo hace con mucha elegancia.

—Sí —perpleja ante el entusiasmo de Nicole, Rachel la miró con recelo—. En fin. Deberíamos llevar cuidado con los temas de conversación. No queremos que oiga más de la cuenta.

—Totalmente de acuerdo. Imaginaos que aparece justo cuando estamos hablando de penes.

—¡Zoe! —exclamaron Allie y Nicole a la vez.

La más joven las miró extrañada.

—Bueno, sería muy embarazoso, ¿o no?

—Sí —repuso Allie en plan cursi—. Y tú eres demasiado joven para hablar de penes con cualquiera.

—¿Por qué? —preguntó Zoe, desconcertada—. ¿Cuántos años hay que tener para hablar de penes?

—Dieciséis —dijo Allie.

Al mismo tiempo, Nicole respondió:

—Catorce.

Y Rachel:

—Quince.

Mirándose entre sí, las tres se echaron a reír.

—Mayor —Allie se partía de risa—. O sea… mayor que ahora.

Zoe las fulminó con la mirada.

—Puedo hablar de penes si quiero.

—Nadie te lo va a impedir —asintió Rachel—. Pero quedaría un poco raro que te pusieras a hablar de penes en clase de Alemán.

Volvieron a estallar en carcajadas. Esta vez, tardaron un poco más en recuperar la compostura.

—Me parece que se os va la olla —Sylvain reparó en el alboroto por fin y miró a su alrededor desconcertado.

—Perdón —se disculpó Nicole mientras se secaba los ojos—. Es la falta de sueño.

—Y la amenaza de muerte —añadió Rachel.

—Acaba por afectarte —apostilló Allie, haciendo esfuerzos por controlarse—. Así, al menos, evitamos los temas que no queremos que oiga tu padre.

—¿Por qué? —la voz de Raj los cogió a todos desprevenidos. Se dieron la vuelta y lo vieron plantado detrás de Rachel—. ¿Qué es lo que no queréis que oiga?