Primero la azotó el frío, luego el viento. Debía de haber empezado a soplar hacía poco. No recordaba en qué momento, pero ahora estaba aullando, sacudiendo las ramas con la fuerza de la tempestad y empujando a Allie como una furia desatada.
Allie giró sobre sí misma.
¿Dónde estaba? Llevaba tanto rato corriendo que ya no recordaba adónde iba. Ni lo que estaba buscando.
—Allie.
Era la voz de Sylvain. Aquel bonito acento francés convertía el nombre en un suspiro, en una caricia.
Sin embargo, todo estaba oscuro y Allie no podía ver nada. En aquella noche sin luna, los árboles solo eran sombras recortadas contra un fondo oscuro. La noche se cernía sobre ella como un mal presagio, tan densa que la aplastaba hasta dejarla sin aliento.
—¿Sylvain? ¿Dónde estás?
Allie alargó el cuello pero no vio nada. Nada, solo árboles.
—¿Por qué lo has hecho?
Se tapó la boca con la mano para ahogar un sollozo; Sylvain parecía tan triste… ¿Sabía que Carter y ella se habían besado? ¿Cómo lo había averiguado? No se lo habían contado a nadie. Habían jurado no hacerlo.
—¿Hacer qué? Yo no he hecho nada —Allie hablaba con insistencia, pero su propia voz la traicionaba, y sabía que él también se daba cuenta.
—¿Por qué no estabas buscando a Jo? —le recriminó—. Ella confiaba en ti. Yo confiaba en ti.
Ahora, las lágrimas corrían por su mejillas. Necesitaba verle. Si pudiera verle la cara, lo convencería de que no había pasado nada. Nada en absoluto.
—Puedes confiar en mí —insistió Allie—. Jo puede confiar en mí. No le fallaré.
Él respondió con frialdad.
—Pero Jo ha muerto.
Su propio grito la despertó; su voz estrangulada.
Debía de haber llorado en sueños porque la almohada estaba mojada de lágrimas. Volvió a sollozar cuando la inundaron los recuerdos de la noche anterior.
¿Por qué besé a Carter? ¿Por qué? Lo he estropeado todo. ¿Por qué soy tan tonta?
Primero había dejado colgada a Jo, luego había estropeado su amistad con Carter. Otra vez. Jamás en la vida se había odiado tanto a sí misma; sacudió la cabeza para quitarse de encima esa sensación.
La puerta se abrió sin previo aviso y Rachel apareció en el umbral con el pelo enmarañado y pálida como un fantasma. El miedo de su semblante se transformó en preocupación.
—¿Allie? ¿Qué ha pasado? Te he oído gritar —al ver la expresión de su amiga, corrió hacia ella, se arrodilló junto a la cama y la abrazó con fuerza—. ¿Te encuentras bien? ¿Has tenido otra pesadilla?
Sin dejar de llorar, Allie asintió contra el hombro de Rachel.
—Estoy tan triste, Rach… Tan triste… Lo he hecho todo mal y ya no puedo deshacerlo. Lo hecho, hecho está, y es horrible.
—Nena… —la consoló Rachel—. Tú no has hecho nada malo, te lo prometo. Nada. No te preocupes.
Eso no era verdad, ni mucho menos.
—No fui capaz de salvar a Jo —susurró Allie—. Y ahora he besado a Carter.
La otra se quedó un momento parada, pero enseguida reanudó las caricias.
—Vale, mira, en primer lugar, hiciste cuanto pudiste por salvar a Jo. Nadie habría podido salvarla. Ni el mismísimo Dios. Tú no tuviste la culpa de lo que le pasó.
Allie no la creía, pero quería hacerlo.
—Y ahora —Rachel cogió unos pañuelos de papel de un estante y se los tendió—, ¿por qué no bebes un poco de agua y luego me cuentas lo del beso?
Cuando Rachel volvió con un vaso de agua, las dos amigas se sentaron juntas en la cama. Con un puñado de pañuelos en una mano y el vaso de agua en la otra, Allie estuvo hipando hasta que el llanto remitió y cesó por fin. A trompicones, narró lo sucedido aquella misma noche en el bosque.
—¿Y cómo ha reaccionado él? —le preguntó Rachel mientras se tapaba las piernas con una manta.
—Como si hubiera sido un error —Allie levantó el puño de los pañuelos como diciendo: «¿Cómo iba a reaccionar?».
—¿Tú crees que ha sido un error? Quiero decir, ¿aún te gusta?
—No… No lo sé —suspiró Allie—. Estoy confusa. O sea, cuando has salido con alguien y has pensado, pues eso… que estabas enamorada, ¿cómo vas a decir de repente: «Vaya, ya no te quiero»? ¿Así, sin más? Echo de menos su compañía y su amistad, y me gustaría que todo eso que «hubo entre nosotros» no se interpusiera. Pero no puedo hacer nada por evitarlo y cuando estamos a solas el ambiente se enrarece.
—Entonces… me estás diciendo que te gustaría volver a ser su amiga.
Allie se paró a pensarlo.
—Supongo que sí.
—Pues verás, yo tengo una teoría al respecto —Rachel sonrió, y Allie tuvo la sensación de que el cuarto se caldeaba—. ¿Te gustaría oírla?
Asintiendo, Allie se acurrucó contra ella. Empezaba a pensar que Rachel sabía cómo hacer que se sintiera mejor.
—Creo que cuando queremos a un amigo… Como nos queremos tú y yo, ¿vale? Bueno, pues si ese amigo es de nuestro mismo género, la cosa es supersencilla. Tú y yo no somos gais y nos queremos así que… ¡bum! Somos amigas del alma —Allie asintió con cautela mientras Rachel proseguía—. Pero ¿y si yo fuera un tío y tú fueras mi amiga y nos quisiéramos? Nos sentiríamos confusos. Y si viviéramos momentos difíciles y todo fuera como muy intenso y peligroso, a lo mejor confundías el cariño que sientes por mí con amor romántico. En ese caso, querrías salir conmigo y todo se complicaría —se echó hacia delante para mirar a Allie a los ojos—. Lo que quiero decir es que, con los chicos, tendemos a confundir la amistad con el amor romántico. Y por esto tú estás confundida.
Allie rompió un pañuelo en trocitos mientras meditaba la idea. De ser cierta, la teoría explicaba por qué siempre se había sentido atraída por Carter y por Sylvain al mismo tiempo. A lo mejor lo que sentía por Carter era amor de amigos y lo que sentía por Sylvain, en cambio, amor romántico. Aunque ¿cómo saberlo?
—Entonces, ¿tú crees que lo que siento por Carter es amor de amigos? —preguntó esperanzada.
—No lo sé —reconoció Rachel—. Yo no puedo saberlo. Solo tú puedes saber eso. Pero sí sé que puedes querer a Carter y no estar enamorada de él. Y quizá, sobre todo ahora que está con Jules, deberías tenerlo en cuenta.
Al oír el nombre de Jules, Allie hizo un gesto de dolor. La prefecta no le caía muy bien, pero nunca había pretendido liarse con su novio.
—¿Y ahora qué hago? —preguntó resignada—. Tengo que arreglar esto de algún modo. No quiero que Jules sufra por mi culpa. Y no puedo volver a perder a Carter. No puedo.
—Bueno… —Rachel bostezó y echó un vistazo al reloj del escritorio. Eran casi las cinco de la mañana—. Creo que tienes que hablarlo con él y aclarar las cosas. Dile eso mismo. Dile que solo quieres ser su amiga, al menos mientras salga con otra. Así ganarás tiempo para averiguar qué clase de amor sientes por él.
—¿Pero cómo lo sabré? —preguntó Allie en tono quejumbroso—. ¿Cómo se sabe qué clase de amor siente una?
—Bueno —Rachel se tumbó a su lado y tendió el edredón sobre las dos—. Esa es la parte más complicada.
Al día siguiente, las clases fueron una tortura. No se acababan nunca. Allie, que después de la pesadilla no había vuelto a dormir bien, ni siquiera en la amable compañía de Rachel, hacía esfuerzos por mantener los ojos abiertos mientras los aburridos sustitutos recitaban la lección del día.
En clase de Literatura y de Historia —las dos que compartían— Carter guardó las distancias y no la miró a los ojos ni una vez.
En cierto momento, Allie se cruzó con Jules en el pasillo y se sintió tan culpable que buscó refugio en el aula más cercana. Al entrar a toda prisa, se estampó contra el profesor que venía en dirección contraria con tanta fuerza que los papeles del hombre salieron volando.
A la hora de la comida, el grupo se reunió para hacer planes. Aunque Allie se sentó entre Rachel y Zoe, la mera presencia de Carter y Sylvain en su misma mesa le quitaba el hambre y no pudo probar bocado. Para disimular, se dedicó a diseccionar metódicamente un bocadillo.
Jules compartía una mesa cercana con Lucas y otros amigos. Allie no quería mirar en su dirección, pero la mala conciencia la traicionaba y cada dos por tres se sorprendía observando cómo la prefecta charlaba y se tomaba la sopa.
Al otro lado de la mesa, Carter mantenía una intensa conversación con Nicole y Rachel. Aunque aparentaba normalidad, tampoco él había dormido bien; las ojeras lo delataban.
Dos asientos más allá, Sylvain escuchaba a Carter frunciendo el ceño. Mientras tanto, sus largos dedos jugueteaban con el cuchillo, haciéndolo girar sobre sí mismo. El movimiento hipnotizó a Allie; Sylvain tenía unas manos hábiles y elegantes, y la luz de la tarde arrancaba destellos a la plata del cuchillo.
De repente, el movimiento cesó. Cuando Allie alzó la vista, descubrió que Sylvain la estaba mirando. Sus ojos, fríos como el agua quieta, mostraban una expresión enigmática.
Allie notó un revuelo en el corazón y apartó la mirada.
Solo entonces se dio cuenta de que los demás la observaban también.
—¿Qué? —preguntó Allie con una insolencia que no venía al caso. Procuró suavizar el tono—. O sea, ¿habéis dicho algo?
—Te he preguntado —Rachel la miró con cara rara—: ¿qué te parece?
—¿El qué?
—El plan —Nicole miró a Sylvain y luego otra vez a Allie, como si sospechase que algo se cocía entre ambos—. ¿Te parece buena idea?
—Perdón —se disculpó Allie, sonrojándose—. Esta noche no he podido dormir. No estaba prestando atención. ¿Me lo repetís? Prometo concentrarme.
Carter lanzó un suspiro exasperado.
—Muy bien. Te lo volveré a explicar —por primera vez en casi doce horas la miró a los ojos, pero no con simpatía—. Esta noche vamos a dividir el trabajo. Nicole y yo inspeccionaremos la habitación de Eloise. Zoe y Rachel echarán un vistazo a la clase de Zelazny —con una sombra de ceño, volvió la vista hacia Sylvain—. Sylvain y tú revisaréis el dormitorio de Zelazny. Sylvain sabe dónde está.
Allie se forzó a asentir con tranquilidad, pero notaba un nudo en la garganta y el corazón le latía desbocado.
Algunos profesores vivían en las casitas de los terrenos, pero la mayoría ocupaban un pabellón separado del edificio principal. Allie nunca había estado allí. Entrar en las dependencias de los profesores estaba absolutamente prohibido; solo los prefectos tenían acceso, y por un motivo justificado.
Los demás la miraban con interés. Querían saber qué pensaba de un plan que se saltaba todas las reglas que les quedaban por romper.
Allie irguió la espalda.
—Genial. Me apunto.