Dieciocho

A la mañana siguiente, antes de las seis, Allie estaba levantada y a punto para trabajar en el huerto. Era lunes y, por primera vez, tendría que fingir que todo discurría con normalidad cuando no era así, ni mucho menos. Estaba hecha un manojo de nervios; iban a poner en práctica el plan.

Con tantas novedades, casi se le había olvidado el castigo, pero cuando se habían separado la noche anterior para encaminarse a sus dormitorios respectivos, Carter se había despedido diciendo: «Te veo mañana en el huerto, bien tempranito».

Allie se detuvo en seco y lo miró con incredulidad.

«¿Hablas en serio? ¿Tú crees que Isabelle espera que cumplamos el castigo con todo lo que está pasando?»

Agitó la mano con un ademán irritado.

«Pues… ¿sí? —Carter la miró como si pensase que se estaba haciendo la tonta—. Estás castigada hasta nuevo aviso. Hasta nuevo aviso. No le va a hacer ninguna gracia que nos escaqueemos por culpa de un apocalipsis del que nadie nos ha informado».

«Muy bien —dando fuertes pisotones, Allie siguió a las otras chicas escaleras arriba—. Porque no tengo nada mejor que hacer».

«Yo también estoy ocupado, ¿sabes?», le gritó Carter desde abajo, pero Allie ni se volvió a mirarlo.

Sosteniendo una linterna, Allie cruzó la entrada del huerto. La temperatura había aumentado ligeramente y un lodo viscoso había sustituido la tierra helada. Con la cabeza a punto de estallar de tanto pensar en espías y villanos, chapoteó por el huerto buscando al señor Ellison.

Lo encontró preparando las herramientas junto a los frutales, silbando para sí una melodía desafinada mientras trabajaba.

—Mi mejor ayudanta es también la más madrugadora —la saludó contento—. ¿Qué tal estás hoy?

—Muy bien —Allie se irguió para demostrar lo bien que se sentía.

—Estupendo —asintió él. Sacó un montón de herramientas de un cobertizo—. Eso está mejor. Si te sientes bien, contagias a las personas que te rodean.

Allie no se dio cuenta de que había puesto cara de escepticismo hasta que el señor Ellison le agitó un dedo en las narices.

—Es la pura verdad. Inténtalo, si no me crees. Ya verás.

—Vale —dijo ella, poco convencida.

—Hoy arreglarás los arbustos de frutas silvestres —le tendió un rastrillo y unos alicates—. Hay que prepararlos para la primavera. Sígueme y te enseñaré lo que hay que hacer.

Cruzaron el oscuro jardín.

—¿Dónde está Carter? —preguntó Allie mientras saltaba una loma de barro.

El señor Ellison frunció el entrecejo.

—Llega tarde. No me preguntes más.

—Oh.

El jardinero le estaba enseñando cómo distinguir las ramas secas de los arándanos de las zarzamoras cuando unos pasos rápidos y pesados los sobresaltaron a ambos.

Antes de que Allie entendiese lo que pasaba, el señor Ellison se plantó delante de ella y esgrimió un pesado azadón en la mano derecha con tanta desenvoltura como si sujetara un bolígrafo.

El jardinero era muy alto —medía casi dos metros— y siempre había dado muestras de cierta torpeza, pero acababa de hacer una exhibición de agilidad. Al verlo, Allie sintió respeto y desesperación a un tiempo. ¿Acaso nadie en Cimmeria era lo que parecía?

Al cabo de unos segundos, el hombre se relajó y lo oyó murmurar entre dientes:

—¿Pero qué demonios pasa contigo, chaval?

Poniéndose de puntillas, Allie vio a Carter corriendo por el barro, precedido por el bailoteo del pálido rayo de su linterna.

—Lo siento —jadeó el chico cuando se detuvo en seco—. Me he dormido.

—Llegas tarde —el señor Ellison pronunció las palabras con el mismo desprecio que si hubiera dicho: «Traidor».

Estupefacta, Allie vio a Carter agachar la cabeza.

—Perdona, Bob —se disculpó—. Puedo volver luego si quieres, para compensar.

—Ya veremos —murmuró el hombre. Sin embargo, la actitud sumisa de Carter lo había aplacado, y pronto los dejó trabajando a solas entre los arbustos de bayas.

Vistos los cambios de humor que había sufrido Carter el día anterior, Allie lo abordó con precaución. No sabía qué le pasaba por la cabeza… pero no podía cogerla y dejarla a su antojo, como si fuera un juguete. O eran amigos o no.

Era un trabajo engorroso; los pinchos de las moras se les clavaban como pequeñas dagas y traspasaban guantes y mangas como si tuvieran mala voluntad.

—¡Ay, maldita planta de mierda! —Allie se arrancó el guante y examinó la gota de sangre que le brotaba de la punta del dedo—. Nunca volverán a gustarme las moras. Son unas criaturas maléficas.

—¿Va todo bien? —le preguntó Carter, que reunía ramas podadas para quemar. La miró con una mezcla de risa y preocupación.

Era la primera vez que Carter le hablaba directamente, y Allie lo miró con sorpresa. Sin embargo, se rehízo enseguida y se encogió de hombros con indiferencia.

—Sobreviviré. No creo que un pincho haya matado a nadie.

—Que sepamos —dijo él.

—A lo mejor la industria de las frutas silvestres lo ha tapado.

Intercambiaron una sonrisa; Allie se relajó un poco.

Mientras volvía a ponerse el guante, recordó el salto que había pegado el señor Ellison hacía unos minutos.

—¿El señor Ellison pertenece a la Night School?

El semblante de Carter se ensombreció.

—Sí y no —miró a su alrededor para asegurarse de que el jardinero no anduviese cerca—. Perteneció hace tiempo. Asistió a este colegio y luego estudió filosofía en Oxford. Pasó un tiempo en la ciudad, trabajando en uno de los grandes bancos. Entonces… tuvo problemas.

Allie intentó imaginar a un señor Ellison joven y elegante, vestido de traje. Le parecía impensable. Nunca lo había visto vestido con nada que no fuera un mono verde y siempre llevaba las manos sucias de tierra.

Miró a Carter como animándolo a continuar.

—¿Sabes qué pasó?

—Solo me ha dicho que cometió un error que perjudicó a mucha gente. No sé qué fue pero se sintió tan mal que dejó el empleo y nunca volvió —tiró una gran rama al montón de compost—. Nunca se perdonará a sí mismo.

La historia daba que pensar. La idea de que un error —una sola equivocación— pudiera arruinarte la vida era terrorífica.

Los pensamientos de Allie volvieron al presente. Y se preguntó si, ahora mismo, alguien estaría cometiendo errores de esa magnitud. Estaba segura de que sí.

—Me pregunto… —empezó.

—Creo… —dijo Carter al mismo tiempo.

Los dos se callaron y se echaron a reír, incómodos.

—Perdona —Carter agitó una rama hacia ella—. Tú primero.

—No era nada —prosiguió Allie—. Solo me estaba preguntando cómo se sentirá Eloise tan sola en esa casa. Puede que esté asustada.

—Para empezar, no está sola —replicó Carter—. No se les ocurriría dejarla sola. Seguro que está deseando que la dejen en paz. Y en segundo lugar… —Carter la miró meditabundo, como si dudase de seguir hablando—. No te hagas demasiadas ilusiones de que Eloise sea inocente solo porque Nicole lo piense.

Allie lo miró fijamente. El pánico le agarrotó la garganta.

—A ver, ¿me estás diciendo que tú sí crees que Eloise es la espía?

—Yo no sé si lo es o no. Sencillamente, no creo que la teoría de Nicole demuestre su inocencia. Y no daría nada por supuesto.

Allie no se había dado cuenta de lo mucho que le importaba la inocencia de Eloise hasta que Carter la había puesto en duda. Quería volver a creer en ella.

Carter la miró con unos ojos más amargos que el chocolate negro.

—Nadie de por aquí es del todo inocente, Allie. A estas alturas, seguro que ya lo sabes.

—Ya me imaginaba yo que estarías charlando en vez de trabajar.

La voz del señor Ellison le cerró la boca a Allie cuando esta se disponía a responder. Alzó la vista y vio al jardinero, que se acercaba a grandes zancadas con el uniforme manchado de barro. Ahora que conocía su historia, aún le caía mejor. El sufrimiento atrae a las personas entre sí. Las une.

Luego hablaré con Carter, pensó. Lo convenceré de que está equivocado. No es Eloise. No puede ser.

En clase, Allie estaba tan impaciente que apenas prestaba atención. Ninguno de los instructores de la Night School se había presentado. Los habían sustituido profesores diversos de cursos inferiores y las lecciones fueron todas chapuceras e irritantes.

También había corrido la voz de que el entrenamiento de la Night School se había suspendido temporalmente; sin más explicación.

Por la tarde, Allie y Rachel se pusieron a charlar en el rellano de la escalinata principal. De repente, Rachel dio un bote.

—Objetivo localizado. A las seis en punto. Todos a sus puestos.

—A sus órdenes, mi capitán.

Allie siguió su mirada. No tardó nada en localizar la llamativa melena pelirroja de Katie, que desfilaba escaleras arriba rodeada de chicas genéticamente perfectas.

—¿Y qué has oído exactamente? —preguntó Allie en un tono innecesariamente alto.

Rachel esperó a que Katie llegara a su altura para contestar.

—La mitad de los alumnos del cole se van a marchar. Aún no sabemos quiénes. Igual que Caroline, pero cien veces peor.

—Qué horror —Allie fingió sorpresa—. ¿Y qué podemos hacer?

Katie se detuvo tan en seco que sus amigas la dejaron atrás. Volvieron sobre sus pasos, pero ella las ahuyentó agitando la mano con un gesto de irritación.

—Seguid. Ya os alcanzaré.

Las otras titubearon un momento pero luego prosiguieron su camino. Cuando las perdió de vista, Katie se volvió hacia Rachel.

—¿Qué estabas diciendo, empollona?

Rachel pasó de la pantomima y le contó a Katie todo lo que sabían. Mientras la escuchaba, Katie se dejó caer contra la pared y echó la cabeza hacia atrás hasta dar con los paneles de roble labrado.

—Así que era eso lo que ellos estaban tramando… —se había quedado muy pálida—. Debería habérmelo imaginado cuando Caroline se marchó. Seré tonta…

Allie frunció el ceño.

—¿Ellos? ¿Quiénes?

—Mis padres. Es evidente que tienen planes para mí. Y esos planes incluyen sacarme de Cimmeria y arruinarme la vida —se volvió hacia Allie y la acusó—: Intenté avisarte de que se estaba cociendo algo. De que Lucinda estaba perdiendo el control de la situación. Pero no me hiciste caso.

—A ver —la interrumpió Allie—, ¿me estás diciendo que tus padres están de parte de Nathaniel?

Katie la miró exasperada.

—Pues claro. No seas boba. ¿Es que no te enteras de nada o qué?

Allie pasó por alto el insulto. Dio un paso hacia Katie y la miró a los ojos.

—¿Y tú? ¿También estás de su lado? —la desafió.

Aquella pregunta tan directa cogió a la otra por sorpresa. Katie sacudió la cabeza con tanta fuerza que se le revolvió la melena.

—No. Ni en sueños.

Su respuesta fue tan espontánea, tan vehemente, que Allie no tuvo más remedio que creerla.

—¿Y qué harás si viene alguien a buscarte? —le preguntó Rachel.

Katie tardó un poco en contestar. Cuando habló por fin, tenía la voz ronca.

—No lo sé. Pero yo no soy Caroline. Tendrán que matarme para sacarme de aquí.

—¿Serías capaz de plantarles cara a tus padres? —se sorprendió Allie.

Los ojos de Katie centellearon como fragmentos de hielo al sol invernal.

—Odio a mis padres, Allie. No pienso ir con ellos a ninguna parte. Que le den a ese gusano de Nathaniel.

Tenía un acento tan exquisito que, dichas por ella, hasta las palabrotas sonaban elegantes y divertidas. Su forma de hablar le recordó a la de Jo, y Allie experimentó aquella súbita sensación de pérdida que la asaltaba en los momentos más inoportunos, como cuando vas corriendo y te caes en un hoyo.

Ladeando la cabeza, observó a Katie con curiosidad. A lo mejor la había juzgado mal.

Como si le hubiera leído el pensamiento a Allie, Katie volvió su arrogante mirada hacia Rachel.

—¿Cómo puedo ayudar, empollona? A mandar.