Diecisiete

Acuclillada tras el escritorio de Isabelle, Allie contuvo el aliento. No veía a Carter, pero notaba su presencia acurrucada a su lado.

Quienquiera que estuviera al otro lado de la puerta, tenía problemas para entrar.

El pomo volvió a traquetear y oyeron un leve entrechocar de metales.

—Tiene una llave —susurró Carter en voz tan baja que el aire apenas se desplazó. Se quedaron muy quietos.

El tintineo se prolongó durante un rato. Luego, de repente, cesó.

—No encaja —dijo una voz al otro lado de la puerta—. Debe de haberse equivocado de llave.

Era un hombre. Tras eso, oyeron varias voces deliberando.

Si tienen otra llave, pensó Allie, la van a usar. Y nos encontrarán.

La idea la hizo temblar. Si los pillaban, todo habría terminado.

Por suerte, la conversación se fue alejando. Allie contuvo el aliento y escuchó atentamente, pero no se oía ni una mosca.

Se quedaron un minuto entero agazapados en la oscuridad.

—Creo que se han ido —susurró Carter por fin—. Deberíamos salir antes de que vuelvan con la llave buena.

Se levantaron con mucho cuidado de no hacer ruido. Carter la cogió por el codo para guiarla a tientas hasta la puerta. No hacía falta; Allie se conocía de memoria el camino. Sin embargo, el contacto la reconfortaba y le dio pena que la soltara al llegar.

Mientras aguardaban junto a la puerta, miró la sombra del chico, pensando que ojalá pudiera decir algo que borrase los malos recuerdos. Que les permitiese volver a ser amigos.

Por desgracia, no había nada que decir.

—¿Lista? —preguntó él.

Allie levantó la barbilla.

—Sí.

Carter abrió la puerta y salieron juntos al pasillo.

—He descubierto que la tienen encerrada en otra parte —susurró Nicole.

—¿No podrías ser más específica? —Carter alzó la voz al decirlo; un chico que estudiaba allí cerca levantó la vista del libro de Física.

—Carter —le advirtió Sylvain—. Baja el tono.

Allie esperaba que Carter lo fulminara con la mirada o respondiera con un sarcasmo. En cambio, el otro agachó la cabeza como dándole la razón.

Al verlos juntos, Allie frunció el ceño. Algo había cambiado entre ellos. Ya no eran enemigos. Tampoco se comportaban como amigos exactamente, pero saltaba a la vista que se entendían a algún nivel. Parecían… aliados.

Cuando Carter volvió a hablar, procuró hacerlo en voz baja.

—Perdona, Nicole. Continúa.

Se habían reunido al fondo de la sala común, apoltronados en sofás y en butacas, algo echados hacia delante para no tener que alzar las voces. La sala estaba atestada de estudiantes aburridos en poses de relax diversas: algunos se entretenían con juegos de mesa, otros leían o cotilleaban.

Había tanto ruido ambiental que creían poder hablar sin que nadie los oyera.

—Un momento —dijo Sylvain antes de que Nicole continuara—. Fingid que hablamos de algo divertido. De fútbol o algo así.

—El fútbol no es divertido —arguyó Rachel, y Nicole soltó una risilla.

Aunque la situación era un asco y no habían resuelto nada, el mero hecho de estar ocupados aligeraba el pesado ambiente. Ya no avanzaban a tientas. Se sentían implicados, investigaban… e iban a averiguar lo que estaba pasando.

Con un suspiro de impaciencia, Sylvain sacó una caja de ajedrez de la mesita baja que tenía delante y comenzó a colocar las piezas en el tablero pintado de la superficie. Las negras a la derecha, las blancas a la izquierda.

Miró fijamente a Allie para captar su atención y le indicó por señas que se sentara frente a él, en el suelo. Tras vacilar un instante, ella obedeció.

—Podemos hablar de cualquier cosa —explicó Sylvain—, siempre y cuando no llamemos la atención. La gente ve lo que quiere ver.

Cuando alzó la vista, la luz se reflejó en sus ojos y luego se quebró como un rayo de sol en el agua.

—No he vuelto a jugar al ajedrez desde… —Allie se mordió la lengua. Cogió un peón de cerámica. Estaba frío al tacto y era del color de la nieve—. Bueno. Solía jugar con Jo.

—Ya me acuerdo —el tono compasivo de Sylvain la hizo sentir mejor y peor a la vez. Se alegró cuando él cambió de tema—. Tú llevas las blancas.

—Muy bien —les dijo a los demás—. Fingid que nos estáis mirando mientras habláis. Y hacedlo en voz baja —esbozando una sonrisa de ánimo, miró a Allie otra vez—. Tú empiezas.

Al ver que la cosa iba en serio, la mano de Allie vaciló un momento sobre el tablero. Luego escogió un peón y lo hizo avanzar una casilla. Sylvain contraatacó al instante con uno de sus peones.

—Han encerrado a Eloise en una de las casitas —empezó a decir Rachel, con voz queda pero firme—. Hemos visto a mi padre, a Jerry y a toda la banda Scooby entrar en el cole y luego volver a salir. Zoe los ha seguido.

Allie se detuvo en mitad de un movimiento, olvidando de repente el peón que sostenía.

—¿Ella sola? Eso no es seguro.

—Pues claro que es seguro —le espetó Carter antes de que Zoe pudiera replicar—. Los profes no van a hacerle daño.

El chico empleó un tono innecesariamente brusco y Allie le lanzó una mirada de reproche antes de volver al juego. Saltaba a la vista que su instante de complicidad había pasado a la historia.

Colocó un peón junto al de Sylvain; cerca, pero a salvo.

—Lo que tú digas —susurró en voz tan baja que solo el francés pudo oírla.

Sylvain le dedicó una sonrisa conspiratoria desde el otro lado del tablero y Allie se descubrió a sí misma sonriendo a su vez.

—Están en una casita, no en la del señor Ellison. En otra, cerca del estanque. Está medio en ruinas; hay hierbajos por todas partes —Zoe se quedó mirando el tablero con expresión crítica—. El alfil no se mueve así, Allie.

Allie miró la pieza mitrada con perplejidad y se preguntó cuál sería el movimiento correcto.

—Conozco esa casa —dijo Carter—. Solían utilizarla para albergar personal de servicio pero hace unos años dejaron de usarla, no sé por qué. Creo que necesita reparaciones o algo así e Isabelle nunca se ha decidido a hacer las obras.

—¿Has visto a Eloise? —Rachel se inclinó hacia delante—. ¿Cómo está?

Zoe negó con la cabeza.

—Solo la he oído. Han entrado todos y he escuchado la conversación. Le han dicho no sé qué de una llave que no funcionaba. No paraban de pedirle la buena —miró a los demás—. ¿Qué significa eso?

La reina de Sylvain avanzó cuatro casillas.

—Tienen una llave que, en teoría, abre el despacho de Isabelle —explicó Carter—. La han probado mientras estábamos dentro. Nos han dado un susto de muerte, pero no han podido entrar.

Allie vio mentalmente una instantánea de Eloise plantada ante la puerta de Isabelle.

—Eloise tenía una llave del despacho de Isabelle —aclaró Allie—. La llevaba en la mano cuando la vi aquel día; el día que la tomé por una espía. Yo se lo conté a Isabelle.

—Deben de estar buscando la llave —apuntó Nicole con ademán meditabundo—. Quieren recuperarla para que nadie pueda usarla.

—¿Y ella les ha dado una llave que no es? —Carter parecía perplejo—. ¿Qué consigue con eso?

—A lo mejor ya no tiene la buena —sugirió Rachel.

—¿Y entonces quién la tiene? —preguntó Sylvain.

Nadie podía responder a eso.

Rachel rompió el silencio.

—¿Qué encontrasteis en el despacho?

Allie dejó que Carter explicara lo que habían descubierto. Cuando hubo terminado, los demás se quedaron de piedra.

—Entonces, ¿ya sabían lo que iba a pasar? —Rachel estaba horrorizada.

La reina y el caballo de Sylvain acorralaron de repente al rey de Allie.

—Jaque —murmuró él, enarcando una ceja.

Allie clavó los ojos en el tablero, pero no sabía qué hacer.

—Mierda.

—¿Y si nuestros padres intentan sacarnos del colegio? —preguntó Zoe.

Se hizo un silencio.

—Aquel tío se llevó a Caroline por la fuerza —dijo Rachel—. ¿Van a hacer lo mismo con la mitad de la gente que hay en esta sala?

—Y si es así, ¿qué podemos hacer? —preguntó Allie.

Sylvain cogió una de las piezas muertas. Sosteniendo el caballo blanco en la mano, lo observó un momento con aire pensativo. Luego lo sostuvo en alto.

—Podemos avisarlos.

La propuesta de Sylvain provocó un coro de objeciones. ¿Cómo iban a hacer eso? Y si lo hacían, ¿no sería como anunciar públicamente lo que estaban tramando? Cuando les preguntasen cómo se habían enterado, ¿qué responderían? Todo sería más fácil si pudieran enviar un email anónimo pero… Además, si hacían correr la voz, los instructores se enterarían de quién había sembrado el rumor y los castigarían.

Fue Rachel quien dio con la solución.

—Jamás subestiméis el poder del cotilleo —se limitó a decir.

Todos la miraron sin comprender.

—No lo entiendo —Nicole echó un vistazo a su alrededor como pidiendo explicaciones.

Por fin, Carter adivinó lo que Rachel tenía en la cabeza.

—Qué astuta eres —exclamó cuando se hizo la luz en su mente—. Cuéntaselo a los cotillas y ellos se lo contarán al mundo.

—Exacto —asintió Rachel—. Les contaremos a las cinco personas más cotillas del colegio lo que Nathaniel está tramando, y les diremos que sus padres podrían venir a buscarlos en cualquier momento —miró a sus compañeros como aguardando respuesta, pero ellos seguían a cuadros. Puso los ojos en blanco—. Ellos se lo contarán a todos los demás. ¡Venga, chicos! Es mejor que Facebook. Antes de que anochezca, todo el mundo sabrá lo que está pasando y será imposible rastrear el rumor.

Todos se miraron entre sí mientras asimilaban la información.

—¿Y entonces qué?

Nicole acababa de expresar en voz alta la pregunta que todos se estaban formulando.

—Entonces, tendrán que elegir —repuso Sylvain—. Lo que pase a partir de ese momento dependerá de ellos.

—Pero ¿qué alternativas tienen? —objetó Carter—. ¿Escapar?

—Pueden escapar —dijo Allie—. O pueden plantar cara.