—No lo entiendo —dijo Zoe—. Los instructores deben de saber lo que está pasando. Pero se han esfumado.
—¿Cómo que se han esfumado? —preguntó Allie.
—Nadie ha visto a Zelazny, a Jerry, a Eloise o a Isabelle desde ayer por la noche —le explicó Zoe—. Todo el mundo habla de ello. Jerry no se ha presentado al taller que estaba programado para este fin de semana. Zelazny tenía tutorías, pero no ha aparecido. Sencillamente —levantó las manos— no están.
—Bueno, ¿y dónde se han metido? Los profesores no desaparecen así como así —arguyó Allie.
—Deben de estar con Eloise —opinó Sylvain. A su lado, Carter asentía—. La estarán interrogando junto con Raj… en algún lugar alejado del edificio principal, porque no querrán que los interrumpan.
Zoe reaccionó.
—Vamos a buscarlos para contarles lo que está pasando.
—Lo que más me asusta es… ¿y si era esto lo que Nathaniel pretendía? —musitó Rachel—. ¿Y si ha utilizado a Eloise para provocar el caos? Por él, cuanto más lío, mejor.
—No puede ser obra suya —dijo Allie compungida—. Fui yo la que acusó a Eloise. Él no me obligó a hacerlo.
—Creo que Allie tiene razón —intervino Nicole—. Más bien debe de ser al contrario.
—Eso tiene lógica —asintió Sylvain—. Al descubrir que todos estaban pendientes de Eloise, ha aprovechado para intervenir.
—Sí, es una estrategia inteligente —dijo Nicole—. Abalanzarse sobre nosotros mientras los profesores están distraídos.
Rachel frunció el ceño.
—Un momento, ¿cómo os habéis enterado de que los padres de Caroline habían hecho un comunicado?
—Por Katie —Sylvain pronunció el nombre con disgusto—. Va por ahí contándoselo a todo el mundo.
Sonó un coro de gemidos. Todos sabían que los padres de Katie Gilmore eran miembros muy activos de la junta de Cimmeria.
—Pero ¿cómo lo ha sabido Katie? —preguntó Allie—. ¿Ha hablado con sus padres por teléfono?
Sylvain frunció el ceño.
—Buena pregunta. Voy a preguntarle… Estaba allí fuera así que no puede andar muy lejos. Averiguaré si sabe algo más.
Cuando el francés se marchó, los demás se quedaron un poco aplatanados.
—Hay que hacer algo —propuso Zoe en tono brusco por la impaciencia—. Tenemos que encontrar a los profesores y contarles lo que está pasando.
—¿Y cómo? —preguntó Carter—. Ahora mismo ni siquiera sabemos dónde están.
Nicole miró a Zoe.
—¿Por qué no echamos un rápido vistazo por fuera? ¿A ver qué encontramos?
—Yo hablaré con los guardias —Rachel se levantó—. A lo mejor me dicen algo, siendo mi padre quien es.
Aliviadas de tener algo que hacer, las tres se largaron a toda prisa. Carter y Allie se quedaron solos en la mesa.
—Y… ¿qué hacemos nosotros? —preguntó ella, retorciendo la servilleta hasta anudar la tela blanca.
—Tenemos que averiguar qué está pasando en realidad y hasta qué punto están informados los profesores.
—¿Y cómo? —quiso saber Allie.
Carter sonrió con aire peligroso.
—Tengo una idea.
Por la tarde, Allie hacía guardia otra vez frente al despacho de Isabelle. En esta ocasión, sin embargo, no estaba sola. Apoyada contra la pared, con los brazos cruzados como si estuviera aburrida, observaba a Carter, que silbaba una melodía desafinada de espaldas a la puerta.
De vez en cuando, los ojos de ambos se encontraban y él arqueaba las cejas. En cada ocasión, ella negaba con la cabeza.
Aún no.
Allie sabía por experiencia que Carter solo necesitaba un minuto para llevar a cabo lo que estaba a punto de hacer. Sin embargo, sería un desastre que lo descubrieran; tenían que esperar al momento propicio.
Por fin, la zona se quedó desierta. Girando el cuello, Allie comprobó las escaleras y el pasillo que se abría a su espalda. Vacío. Se volvió a mirar a Carter, que aguardaba su señal.
—Ahora —dijo.
Con movimientos rápidos y seguros, Carter se inclinó hacia el cerrojo de la puerta e insertó una horquilla.
Mientras trabajaba, Allie le cubría la espalda, tapándolo con su cuerpo y controlando el corredor vacío por si advertía alguna señal de actividad.
—¿Sigue despejado? —murmuró él sin alzar la vista.
Al mirar hacia abajo, Allie no pudo sino admirar la seguridad con la que sus manos —incluso bajo presión— forzaban la cerradura con un trocito de hierro.
—Ajá.
Reinaba una quietud tan completa que creyeron oír un eco cuando el cerrojo cedió con un chasquido.
—Deberían cambiar esta cerradura, en serio —comentó Carter con voz queda a la vez que abría la puerta—. Es facilísimo forzarla.
Se colaron en el despacho y cerraron tras ellos.
No entraba ni pizca de luz en aquella salita sin ventanas y los ruidos cotidianos del colegio llegaban al interior muy amortiguados; el silencio era inquietante. Allie apenas distinguía la forma de Carter, pero lo oía respirar allí cerca.
Con movimientos rápidos, la chica se quitó la chaqueta que le cubría los hombros y la empujó contra la rendija inferior de la puerta.
Buscando el camino a tientas, Carter encendió la lamparilla de latón del escritorio. El despacho cobró vida.
A la luz amarillenta, miró a Allie a los ojos y señaló la mesa.
—Empecemos por ahí.
Como de costumbre, el imponente escritorio de caoba estaba atestado de papeles amontonados. Los hojearon rápidamente, buscando algo sobre Eloise o sobre Nathaniel. Cualquier cosa que les diera una pista sobre lo que se estaba cociendo.
Como no sabían cuándo volvería la directora —ni siquiera dónde estaba—, tenían que darse prisa. Si los pillaban, ya podían despedirse.
Rebuscaron en silencio durante diez minutos. Solo encontraron trabajos de Literatura recién corregidos o los típicos papelujos de una escuela: facturas y cuentas. Nada de interés.
Cuando Allie empezaba a revisar un archivo que contenía únicamente facturas de suministros, Carter la llamó.
—Aquí hay algo.
Alzando la vista, lo vio leer una hoja escrita a mano.
—¿Qué es?
Carter bajó el papel para que Allie pudiera leerlo a su vez.
—Son los cargos contra Eloise.
La hoja contenía una serie de cargos numerados, escritos con una letra cuadrada y precisa, casi todos relativos al hecho de que nadie podía dar cuenta de sus movimientos los días y a las horas en que, supuestamente, el espía había actuado.
—Mira eso —susurró Allie, señalando el papel—. No tiene en cuenta el hecho de que no pudo encender esas velas antes de que llegáramos.
—Es la letra de Zelazny —observó Carter en tono apagado.
Ella lo miró con expresión dubitativa.
—¿Crees que…?
Apretando los labios, Carter se encogió de hombros.
—Si es él quien la acusa, no tengo más remedio que preguntarme si gana algo con ello. El verdadero espía sabe que ella no ha sido.
Al oír aquellas palabras, Allie se estremeció, como si tuviera hielo en el corazón.
—Es que… me cuesta creerlo. Zelazny parece tan leal…
A la luz de la lamparilla, los ojos de Carter brillaban insondables.
—Yo ya no confío en nadie.
Sin saber qué responder a eso, Allie siguió hojeando los papeles del escritorio.
El profesor de Historia era un gruñón, sí, y muy tiquismiquis con las reglas, pero ella siempre lo había considerado la piedra angular de todo el profesorado. La única que jamás cojeaba. Fiel hasta la muerte.
¿Cómo es posible que…?
Hecha un mar de dudas, revisaba distraída los papeles relativos a las cuentas del colegio cuando algo le llamó la atención. Cogió una hoja y la acercó a la luz.
—Carter —susurró—. Esto es muy raro.
—¿Qué es?
—Es que… ¿estamos en bancarrota?
—¿En bancarrota? —el chico frunció el ceño y le cogió el papel—. ¿A qué te refieres?
—Mira esto… —Allie señaló la última línea—. Dice que el colegio tiene un saldo negativo de trescientas setenta y cuatro mil libras. Eso es mucho dinero.
Carter echó un rápido vistazo a las cifras y negó con la cabeza.
—No lo entiendo —dijo—. No es posible.
Pero Allie ya estaba leyendo otro papel.
—Espera. Mira lo que dice aquí.
Leyó en voz alta: «Como casi la mitad de las familias han dejado de pagar la cuota este semestre, deposito los fondos necesarios para cubrir la diferencia en la cuenta de Cimmeria. Sin embargo, esto indica que Nathaniel tiene previsto hacer algún movimiento en fechas próximas. En consecuencia, debemos incrementar nuestros esfuerzos para detenerle, a él y a su grupo, antes de que dé ese paso. En caso contrario, el colegio podría ser destruido. Y perderíamos el control de la organización».
La carta llevaba la imponente firma de Lucinda.
—Así que ya sabían lo que se avecinaba —dedujo Allie—. Por eso tienen la esperanza de haber capturado al espía.
Carter la miró a los ojos.
—Piensan que es su única oportunidad de detenerlo.
Cuando el chico alargó la mano para coger el papel, el roce de ambas manos provocó un chispazo de electricidad estática. Allie dio un respingo y soltó la hoja, que flotó hasta el suelo.
—Perdón —dijeron los dos al unísono. Al inclinarse a coger el papel en el mismo momento exacto, se dieron un coscorrón.
Allie se apartó dando tumbos. Sujetándose la cabeza con fuerza, no sabía si reír o llorar.
Carter se llevó la mano a la sien.
—¿Estás bien?
Aunque le dolía horrores, Allie se rio avergonzada.
—Eso creo.
Sin embargo, notó una ligera hinchazón al pasarse los dedos por el pelo. La zona estaba muy sensible al tacto y Allie siseó de dolor. Al oír la exclamación, Carter la miró preocupado.
—¿Qué es? Déjame ver.
—No, estoy bien, en serio… —protestó ella, pero él sacudió la cabeza con gravedad.
—Ven. Deja que el doctor Carter te eche un vistazo.
Le acercó la lámpara a la cabeza y, con dedos suaves como la seda, le apartó el pelo.
Allie se quedó muy quieta; temía que, si se movía, él se detendría. Y volvería a ignorarla.
Carter silbó bajito.
—Le va a salir un buen chichón, Sheridan.
Ella lo miró con aire socarrón.
—¿Me voy a curar, doctor?
Cuando Carter sonrió, se le hicieron arruguitas en el rabillo del ojo.
Así eran antes las cosas entre ellos; sencillas y naturales. Allie no quería que aquel instante llegase a su fin, pero Carter, como si acabara de recordar con quién estaba, carraspeó y dio un paso atrás antes de devolver la lámpara a su lugar. Cuando volvió a hablar, adoptó un tono más frío.
—Será mejor que nos demos prisa. ¿Por qué no miras en los cajones?
—Ah… sí.
Allie pasó al otro lado del antiguo escritorio y agachó la cabeza para que Carter no advirtiera que se había sonrojado.
Esto es horrible. ¿Por qué no podemos volver a ser amigos?
Suspirando, intentó abrir el primer cajón.
Cerrado.
El siguiente también estaba cerrado. Y todos los demás.
—Mala suerte —dijo.
—Yo… —empezó a responder Carter, pero se calló de repente.
Ambos oyeron el ruido al mismo tiempo. Allie clavó los ojos en la puerta, petrificada.
Alguien trataba de entrar.
Sin hacer el menor ruido, Carter la cogió de la mano y la atrajo hacia sí. Luego apagó la lamparilla.
La salita se sumió en tinieblas.