Catorce

Eran casi las nueve de la mañana cuando Nicole abandonó la habitación de Allie, y para entonces ya habían ideado un plan de ataque. Era muy básico, pero menos da una piedra.

El primer paso consistía en reclutar un equipo.

Habían acordado que ambas debían dar su consentimiento antes de admitir a cualquier candidato pero, al final, no les costó mucho decidir a quién incluían en el plan y a quién dejaban fuera.

Ahora solo tenían que convencer a todos los escogidos.

Allie se vistió a toda prisa y salió de su cuarto. No había ni un alma por los pasillos; era sábado, y casi todo el mundo estaría haciendo deporte o charlando tranquilamente. Algunos habrían salido a jugar a fútbol, pero también por la puerta abierta de la sala común se colaba un murmullo de voces y risas.

Durante un instante, triste y fugaz, Allie echó de menos la rutina escolar. Sería tan agradable volver a ser una más por un tiempo…

Corrió a trote ligero para llegar cuando antes a la biblioteca.

En cuanto cruzó el umbral, se sintió transportada a otro mundo. En la biblioteca reinaba un silencio sepulcral. Las gruesas alfombras persas amortiguaban el ruido de los pasos por abajo mientras que, por arriba, los altos techos se encargaban de absorber el resto. Al entrar, tenías la sensación de que una gruesa manta de lana envolvía el lugar.

El pestazo a humo que había impregnado la sala tras el incendio del verano anterior se había disipado hacía tiempo; ahora la biblioteca olía únicamente a viejos tomos de piel, a tinta del siglo XIX y a madera pulida.

Todas las estanterías parecían idénticas, pero Allie sabía que muchas de las que había al principio de la sala no eran sino réplicas, fabricadas a imagen y semejanza de aquellas que, originalmente, se erguían hacia las tinieblas del techo. Incluso las escalas de ruedas eran idénticas a las originales.

De hecho, hasta el más mínimo desperfecto que Nathaniel había ocasionado al edificio había sido restaurado; Allie sabía que debería alegrarse por ello. Por desgracia, ahora mismo no podía alegrarse por nada.

Cuando descubrió a un tipo delgado y con gafas en el asiento que normalmente ocupaba Eloise, le dio un vuelco el corazón. Le parecía una infamia remplazarla sin más, como si ya dieran por sentada su culpabilidad. Como si la bibliotecaria fuera prescindible.

Mientras se acercaba al mostrador, reconoció al sustituto; era un profesor de Inglés que daba clases a los alumnos de los primeros cursos. Allie procuró no enfadarse demasiado con él. El pobre hombre no tenía la culpa. Seguramente.

A pesar de todo, quiso ponerlo a prueba. A ver si se atrevía a mentirle a la cara.

—Perdón —lo abordó—. ¿Sabe dónde está Eloise?

El hombre dejó a un lado las fichas que estaba clasificando; Allie supo por su expresión que, aunque ella no recordaba su nombre, él sabía perfectamente con quién estaba hablando.

—Me temo que está ocupada —replicó con exquisita educación—, durante todo el fin de semana.

Aquella combinación de trola monumental y maneras exquisitas la sacó de quicio. Seguro que aquel hombre sabía de sobra dónde estaba Eloise y lo mal que lo estaba pasando, pero le importaba un pimiento.

Menudo capullo.

—Genial —repuso Allie con frialdad—. Tenía miedo de que le hubiera pasado algo malo.

Sin aguardar respuesta, dio media vuelta y caminó a paso vivo hacia una zona en penumbra cerca de la pared. Rachel estaba allí, como de costumbre, con las gafas apoyadas en la punta de la nariz y los oscuros rizos enrollados sobre sí mismos y sujetos en la nuca con la ayuda de un lápiz, cuyo extremo superior sobresalía del moño como una antena.

Le había sorprendido que Nicole se aviniera tan deprisa a reclutar a Rachel. Como no pertenecía a la Night School, esperaba que pusiera objeciones.

«Para incluirla en el equipo, habrá que saltarse un montón de normas», señaló Allie, pero Nicole se encogió de hombros.

«Una más no importará. Si nos pillan, nos expulsarán de todos modos».

—Hola —decía Allie ahora, mientras se sentaba delante de Rachel.

—Uy, qué bien —Rachel alzó la vista—. ¿Vienes a que te torture, digo, a que te dé clase de ciencias?

Como Allie no bromeó a su vez, Rachel entornó los ojos.

—¿Qué pasa? Ha pasado algo, lo noto. Estás haciendo esa cosa con la nariz.

Allie se tocó la punta de la nariz con timidez. No le parecía que estuviera haciendo nada.

—¿Qué cosa? —preguntó, antes de concluir que daba igual—. Mira, ha pasado algo…

—Lo sabía —presumió Rachel—. La nariz nunca miente.

Allie se inclinó hacia delante para captar la atención de su amiga.

—Necesito tu ayuda —no había nadie sentado por allí cerca, pero Allie se tapó la boca a medias de todas formas—. No te va a gustar nada lo que te voy a contar.

—Oh-oh —Rachel se quitó las gafas.

—Eloise está en apuros y necesita nuestra ayuda.

La expresión burlona se esfumó del rostro de Rachel.

—¿Qué ha pasado?

Allie miró a su alrededor.

—Acompáñame.

Dejando los libros de Rachel sobre la mesa, se dirigieron a la sección de la antigua Grecia, situada en uno de los rincones más oscuros de la biblioteca; nunca había nadie allí. A medida que se acercaba el momento de la verdad, Allie estaba cada vez más agobiada, pensando que muy posiblemente Rachel se iba a negar a lo que estaba a punto de proponerle.

Su amiga odiaba la Night School y todo lo relacionado con el lado oscuro de Cimmeria. Incluso había intentado convencer a Allie de que no se uniese al grupo. Por otro lado, la biblioteca era su lugar favorito del mundo y consideraba a Eloise el alma de la biblioteca. Allie sabía que si le pintaba muy negra la situación de la joven instructora, tenía más probabilidades de que Rachel quisiera implicarse, pero era consciente de que, en parte, estaría traicionando a su amiga.

Lo que estaba a punto de proponerle guardaba relación con todo aquello que Rachel más odiaba del colegio y Allie se proponía hundirla en ello hasta las cejas.

Rápidamente, le contó todo lo sucedido la noche anterior: el cuchillo en la pared. Nathaniel. Gabe. Cuando le explicó que alguien estaba ayudando a sus enemigos desde dentro, Rachel reprimió un grito y se alejó unos pasos.

—Me lo temía —dijo al cabo de un momento—. Mi padre comentó algo hace un tiempo que me hizo pensar que había un traidor entre nosotros. ¿De quién sospechan?

Allie le sostuvo la mirada.

—¿Ahora mismo? Sospechan de Eloise.

Cerrando los puños, Rachel maldijo en silencio. Desde que la conocía, Allie no le habría oído decir más de dos tacos.

—El caso es que estamos seguras de que no es ella —prosiguió—, pero necesitamos tu ayuda para demostrarlo. Rach, ya sé lo mucho que detestas estas historias pero… ¿me ayudarás?

Rachel guardó silencio un buen rato. Cuando alzó la vista, la preocupación ensombrecía sus ojos almendrados.

—¿Qué quieres que haga?

El resto fue fácil.

Allie insistió en que incluyeran a Zoe porque, aunque fuera una cría, también era rápida y muy lista. Por encima de todo, pasaba desapercibida; podía entrar y salir de todas partes sin que nadie se diera cuenta. La gente no presta atención a una niña.

Nicole cumplió su cometido: reclutar a Carter y a Sylvain.

Cuando el nombre de Jules había surgido en la conversación, Allie había dicho que no con la cabeza. Ahora mismo, no tenía fuerzas para soportar a la parejita feliz.

Y Nicole, para sorpresa de Allie, había rechazado a Lucas sin más explicación.

«No lo quiero en el equipo», dijo cuando la otra la presionó.

«Venga, Nicole —insistió Allie—. Es el novio de Rachel. Y uno de los nuestros».

Nicole, sin embargo, no dio su brazo a torcer y Allie renunció. Lucas, no.

De modo que aquel era el grupo: seis personas dispuestas a encontrar al espía de Cimmeria que la flor y nata de los instructores no había podido desenmascarar.

El primer paso era muy sencillo. Iban a encontrarse a medianoche en la cripta que había debajo del dormitorio de la chicas.

Luego, la cosa se complicaría.

A las doce menos tres minutos, Allie dio unos golpes secos en la pared que separaba su cuarto del de Rachel. Al cabo de un momento, su amiga respondió con un toque desangelado.

Hora de irse.

Abrió la puerta en silencio. Al salir, la cerró con un hábil giro de muñeca. El chasquido del mecanismo fue casi imperceptible.

Reinaban la oscuridad y el silencio en el largo y estrecho pasillo de los dormitorios. La puerta de Rachel seguía cerrada.

Con la linterna en una mano, Allie se puso de puntillas con impaciencia, cuidando de no hacer el menor ruido.

—Venga, Rach —susurró bajito.

Durante unos segundos que se hicieron eternos, nada sucedió. Por fin, la puerta de su amiga se abrió con un chirrido.

Rachel salió despacio, rezumando disgusto por los cuatro costados. Caminaba con la mirada baja, la espalda hundida.

Allie sabía lo mucho que su amiga odiaba todo aquello, pero quería que participase de todos modos; la necesitaba.

Ladeando la cabeza para indicarle a Rachel que la siguiera, Allie echó a andar sin pronunciar ni una palabra. La calefacción se bajaba durante las horas nocturnas y ahora el edificio gruñía y protestaba, conforme la fría noche invernal le ganaba terreno.

La puerta del fondo del pasillo parecía de un trastero, pero ocultaba una vieja escalera de servicio, disimulada detrás de las paredes de Cimmeria. Hacía años, debía de ser la escalera por donde las criadas subían y bajaban para hacer sus tareas sin andar pululando por los pasillos. Ahora ya nadie las utilizaba.

Una corriente fría atravesó la puerta abierta y Allie se estremeció. Miró por encima del hombro para asegurarse de que Rachel seguía detrás de ella, encendió la linterna y empezó a bajar.

Cuatro pisos más abajo, la estrecha escalera de caracol desembocaba en una gran nave de techo bajo. Con su suelo y sus paredes de piedra caliza, la cripta no tenía nada que envidiar a una nevera: hacía un frío de muerte. Y estaba vacía. ¿Por qué?

Allie notó un soplo helado en la nuca. Algo iba mal.

Enfocó la cámara con su linterna. El haz iluminó las fantasmales columnas de piedra que aún conservaban las marcas de antiguos cinceles, parecidas a arañazos.

Algo se movió por detrás de las columnas, como si la luz hubiera despertado a algún ser agazapado.

Allie protegió a Rachel con el cuerpo y se acuclilló en postura de defensa, sosteniendo la linterna como si fuera una porra.

—Brutal —susurró Zoe mientras encendía su propia linterna—. Vaya numerito.

Allie respiró aliviada, notando cómo le bajaban de golpe los niveles de adrenalina.

—Maldita sea, Zoe. ¿Qué hacías ahí escondida? Casi me matas del susto.

—Hola, Allie. Estoy aquí. Justo donde me has citado —el tono socarrón de Zoe se esfumó de repente—. Jopetas, Rachel, qué mala cara tienes. Deberías sentarte.

Allie se volvió a mirar y descubrió que la cara de su amiga Rachel se había teñido de un feo color verdoso.

—¡Rachel!

—Estoy perfectamente —repuso ella, tambaleándose.

Allie la cogió del brazo y la llevó a un cajón polvoriento puesto de revés.

—Siéntate. Pareces a punto de vomitar.

—No, si solo me he… asustado —dijo Rachel con un hilo de voz—. Pensaba que íbamos a morir. Nada importante.

—Coloca la cabeza entre las rodillas —le ordenó Zoe.

—¿Qué le pasa a Rachel? —Sylvain salió de entre las sombras de un pasillo, apenas el rayo de una linterna con acento francés.

—Zoe nos ha asustado —Allie fulminó a la niña con la mirada—. Rachel ha sufrido un ataque al corazón.

—No ha sido un ataque al corazón exactamente —murmuró Rachel con voz lejana; seguía con la cabeza entre las rodillas—, pero he visto pasar toda mi vida ante mis ojos. Siento mucho lo de Robert Peterson.

Todos se volvieron a mirarla.

—¿Quién es Robert Peterson? —preguntaron Allie y Zoe a la vez.

—Yo sé quién es —apuntó Nicole, asomándose por la misma puerta que acababan de cruzar Allie y Rachel—. Iba conmigo a clase de Física el año pasado. Es un empollón que lleva gafas de culo de botella.

—Le besé una vez —dijo Rachel—. Babeaba.

—Qué asco —exclamó Zoe, horrorizada.

Nicole se encogió de hombros.

—Eso no mata a nadie.

—Eso no —admitió Rachel.

—¿Dónde está Carter? —preguntó Nicole, echando un vistazo a la cripta.

—Aquí.

Todos se giraron hacia la luz que brillaba en el pasillo. Cuando Carter se fue acercando, el rayo aumentó de intensidad. Allie lo enfocó con su propia linterna hasta que todos pudieron ver la silueta del chico en la oscuridad.

—Entonces ya estamos todos —declaró Nicole en tono solemne—. Podemos empezar.