Trece

—Esa nota no dice nada nuevo —gruñó Zelazny con desdén.

—No estoy de acuerdo —Raj hablaba en tono quedo pero firme—. Hay que leer entre líneas para comprender el verdadero alcance de lo que nos está diciendo. Y creo que el mensaje ha cambiado.

Estaban apiñados en el pequeño despacho de la directora: Isabelle sentada a su escritorio; Raj y Allie, en las dos butacas. Zelazny se había quedado de pie, de espaldas a la puerta, con los brazos cruzados.

Con tanta gente en la habitación hacía calor y el ambiente era agobiante. Flotaba un ligero tufo a sudor.

—No sé si lo entiendo; ¿cuál es el nuevo mensaje? —preguntó Isabelle frunciendo el ceño. Con el pelo suelto, parecía muy joven; podría haber pasado por una alumna. Por otro lado, su tono era tan autoritario como siempre. Y estaba enfadada.

—La destinataria de la nota es Allie, pero creo que en realidad va dirigida a nosotros. Nos dice que está a punto de dar el siguiente paso —se explicó Raj—. No le está pidiendo a Allie que se vaya con él. Nos pide a nosotros que se la entreguemos.

Se hizo un silencio.

Un río de agua helada recorrió la espalda de Allie. Tal como lo había expuesto Raj, el mensaje implícito de Nathaniel saltaba a la vista. Le estaba ofreciendo un trato a Isabelle. La invitaba a traicionar a Allie y a Lucinda.

Le daba una última oportunidad.

Isabelle bufó.

—¿Sí? Pues está perdiendo el tiempo.

La directora se volvió hacia Raj.

—Podemos comentar más tarde las intenciones de Nathaniel. Ahora, lo que más me preocupa es averiguar cómo ha podido suceder algo así. Por qué la capilla no estaba vigilada y por qué ninguno de tus guardias descubrió la intrusión antes de que lo hicieran los alumnos de la Night School. Ha sido un fallo en el sistema de seguridad imperdonable.

Hablaba en tono brusco y Raj le devolvió una mirada lúgubre.

—En realidad, yo no creo que haya sido una intrusión.

—¿Y eso qué significa? —ladró Zelazny—. Es evidente que alguien ha entrado en la capilla.

Raj no despegó los ojos de Isabelle. Cuando la directora comprendió lo que el jefe de seguridad estaba a punto de decirle, palideció.

—No hay señales de que nadie entrara a la fuerza en el colegio ayer por la noche. Puede que la nota proceda del exterior; incluso pudo llegar con el correo. Ahora bien, la escena de la capilla tuvo que ser obra de alguien de la escuela. Fue un trabajo interno.

Isabelle palmeó con fuerza la mesa del escritorio. Todos la miraron sorprendidos. Allie se dio cuenta de que hacía esfuerzos por controlarse. Cuando habló, la frustración empapaba su voz.

—¿Y por qué aún no hemos identificado a ese individuo, Raj? ¿Cómo se las arregla para burlar tu vigilancia? ¿Qué es lo que estamos haciendo mal?

Raj negó con la cabeza; si conociera la respuesta, se la habría dicho. ¿Qué podía responder?

—¿August? —la directora se volvió hacia Zelazny, pero él apretó los labios y levantó las manos con impotencia.

Isabelle se frotó los ojos con cansancio. Miró a Allie.

—¿Hay algo que no nos hayas dicho, Allie? ¿Lo que sea?

Ella titubeó.

—Allie —la directora la miró intensamente—. Sea lo que sea, no temas contarlo. Te sentirás fatal si te lo callas y luego descubres que era importante.

Allie sabía que Isabelle tenía razón pero, ¿cómo contarles lo que había visto? No podía hacerle eso a Eloise.

Entonces recordó la nota clavada en el muro.

—Es solo que… Me pareció… —Allie se sintió una traidora, pero hizo de tripas corazón y continuó—. Me pareció ver algo el otro día. Seguro que no es nada pero será mejor que lo sepas.

Se hizo un grave silencio mientras los tres profesores la miraban fijamente. Raj fue el primero en hablar.

—¿Qué viste?

El peso de aquellas miradas la puso nerviosa. Allie se retorció la orilla del jersey con tanta fuerza que se estrujó el dedo.

—Solo a… Eloise.

—No te entiendo —Isabelle se había quedado muy quieta—. ¿Qué pasa con Eloise?

La directora y la bibliotecaria eran amigas; seguro que Isabelle le había dado una llave. Todo aquello era una terrible confusión, pensó Allie presa del pánico. No tenía pruebas. No podía ir por ahí acusando a la gente de asesinato.

Por desgracia, ya había soltado la bomba. Tenía que explicarse.

—Te estaba buscando después de clase —dijo mirando a la directora—. Tú estabas en Londres pero yo no lo sabía, así que me pasé siglos esperando a la puerta de tu despacho. Y resulta que… Eloise estaba dentro… creo… todo el tiempo, pero no me abrió cuando llamé. La vi salir. Seguro que no es… nada importante, pero, cuando me vio, se comportó de un modo extraño. Estaba sudando y parecía… asustada. Tenía una llave —miró a Isabelle con expresión esperanzada—. Estaba allí por… algo, ¿verdad?

Isabelle y Raj intercambiaron una larga mirada.

—Hay muchas explicaciones posibles… —empezó a decir Isabelle con cautela.

—Claro. Y seguro que son convincentes… —Raj hablaba con voz queda y aterciopelada, como un gato que ronronea al ver a un pajarito posarse en el suelo.

Aquello era justo lo contrario de lo que Allie esperaba oír. Un escalofrío le recorrió la espalda.

Oh, Dios mío, ¿qué he hecho?

La directora sostuvo la mirada de Raj un buen rato, como si estuviera tomando una decisión. Por fin, asintió, una sola vez.

Sin aguardar más indicaciones, el jefe de seguridad se puso en pie y cruzó el despacho a grandes zancadas. Zelazny lo siguió al exterior.

Cuando las dejaron solas, la directora se quedó mirando la puerta, absorta en sus pensamientos. Un pesado silencio se apoderó de la salita.

Allie buscó algo que decir, aunque Isabelle parecía haber olvidado su presencia.

—A lo mejor debería…

Se levantó a medias, pero Isabelle le indicó por gestos que se sentara. Se le había enrojecido la cara, como si estuviera conteniendo las lágrimas.

Allie tenía la piel de gallina. Todo aquello era culpa suya, por haberle contado a Isabelle lo que había visto.

¿Por qué tuve que verlo?, pensó enfadada. ¿No podía haber sido otra persona la que estuviera junto a la puerta del despacho aquel día?

—Estoy segura de que podrá explicarlo —dijo Allie.

El dolor brillaba en los ojos dorados de Isabelle.

—Conozco a Eloise de toda la vida. No me creo que ella sea el topo —en tono tembloroso pero decidido, repitió las palabras—. No me lo puedo creer. Tiene que haber algo más, Allie. Algo que hemos pasado por alto —sacó una hoja de papel y cogió su pluma. Volvió a mirar a su alumna con franca determinación—. Vamos a repasarlo todo otra vez. Desde el principio.

Casi despuntaba el alba cuando Allie se metió en la cama. Llevaba tantas horas levantada que estaba exhausta y, sin embargo, no podía dormir.

Revivía mentalmente una y otra vez el momento en que Eloise había descubierto que estaba en un buen aprieto.

Cuando la bibliotecaria había regresado al edificio principal, Isabelle fue a buscarla enseguida pero le ordenó a Allie que se quedara en el despacho. Dejó la puerta abierta, así que Allie oyó perfectamente la voz alegre de Eloise, que preguntaba: «He recibido tu mensaje. ¿Qué pasa?».

Fue Raj quien respondió, pero Allie no pudo distinguir las palabras. Fuera lo que fuese, Eloise se sintió acorralada, porque exclamó asustada: «¿Qué? No. Esto es absurdo —luego, un momento después—. Isabelle, por favor. No les dejes hacer esto».

Allie llegó al vestíbulo a tiempo de ver cómo se llevaban a la bibliotecaria como si fuera una prisionera, escoltada por Zelazny a un lado y por Raj al otro.

Al verla, a Allie se le encogió el corazón; sabía de sobra lo que se sentía.

Cuando comprendió que no se dormiría, apartó el edredón y se encaramó a la mesa del escritorio para abrir la ventana arqueada. Cerró los ojos y dejó que el aire frío la despejase.

Si al menos pudiera hablar con alguien de aquello. Hacía unos meses, habría saltado por la ventana sin pensárselo dos veces y habría corrido al dormitorio de los chicos para colarse por la ventana de Carter y contárselo todo.

Contempló con añoranza el saliente que discurría por la fachada. Luego sacudió la cabeza y miró a otra parte. Aquellos días habían quedado atrás.

Si no era con él, ¿con quién podía hablar? Rachel no pertenecía a la Night School, de modo que no se lo podía confiar. Zoe solo tenía trece años y, por muy lista que fuera, apenas era una niña.

El frío se le estaba metiendo en los huesos. Justo cuando cerraba la ventana, oyó que alguien llamaba a la puerta con suavidad.

Frunciendo el ceño, Allie miró el reloj despertador que había en el escritorio.

Las cinco y media de la mañana. ¿Quién puede ser a estas horas?

Cuando abrió la puerta, vio a Nicole al otro lado. Con su pijama azul marino y su bata blanca, parecía más imperfecta que de costumbre: llevaba la oscura melena muy despeinada e iba sin maquillar. Allie reparó también en una erupción de granitos que le salpicaba la mejilla.

Así que Nicole también era humana, tras aquella fachada impecable.

—Lo siento —se disculpó la francesa, sin imaginarse que Allie le estaba dando un repaso—. No podía dormir. He pensado que a lo mejor tú también estabas levantada.

—Ya te digo —Allie se apartó para cederle el paso—. Me alegro de no ser la única.

—Genial. Ha sido una noche rara —dijo Nicole en tono sarcástico. Sin esperar a que la invitaran, se sentó en la cama, desplegó la manta que había a los pies y se tapó las piernas con ella—. Aquí hace más frío que en mi habitación —observó.

Allie admiraba la seguridad en sí misma que demostraba siempre; Nicole se hacía cargo de cualquier situación y se sentía cómoda en todas las circunstancias.

Volvió a la cama a su vez y se tapó con el edredón para protegerse del frío que se había apoderado del cuarto cuando había abierto la ventana.

—Después de que te fueras, Zelazny y Jerry Cole han venido a hablar con nosotras —confesó Nicole con voz queda—. Nos han hecho muchas preguntas, pero no querían decirnos dónde estabas. Menuda idiotez. Cuando se ponen en ese plan, parecen críos jugando a los espías.

Allie asintió. Le daba mucha rabia que, cuando algo iba mal, los profesores se comportaran como si la Academia Cimmeria fuera el M15 o algo así.

—¿Os… os han dicho algo de Eloise? —preguntó Allie con inseguridad.

Nicole alzó sus enormes ojos buscando los de su amiga.

—Nos han preguntado muchísimas cosas sobre ella. ¿Se ha metido en un lío? Yo no sabía a qué venía todo eso —señaló, arrugando su delicada frente.

Allie guardó silencio unos instantes, sin saber hasta qué punto podía hablar con ella de lo sucedido. Aunque, bien pensado, Nicole era una de las alumnas veteranas de la Night School; se mirase por donde se mirase, pronto estaría al corriente de todo.

—Creen que es la espía de Nathaniel.

Aunque Allie lo dijo en susurros, sus palabras quedaron suspendidas en el aire, como la reverberación de una campana.

Al principio, Nicole se quedó demasiado impresionada para responder. Luego jadeó horrorizada.

—Oh, no… Pero eso es absurdo —escupió algo en francés—. ¿Y por qué piensan eso? No lo entiendo.

Allie notó que le ardía la cara; bajó la vista.

—Yo tengo la culpa —reconoció—. Vi… algo y se lo he contado. Se han puesto frenéticos.

Para su sorpresa, Nicole no le hizo ningún reproche.

—¿Qué viste?

Allie le contó el incidente del despacho de Isabelle.

Cuando hubo terminado, Nicole frunció el ceño con ademán meditabundo.

—Qué raro. No entiendo por qué… —levantó la vista para mirar a Allie—. ¿Isabelle te dijo que no tenía motivos para estar allí?

La otra asintió apenada.

—Oh, no —Nicole se dejó caer contra la pared—. Es terrible. No puede ser ella. No quiero que sea Eloise.

—Eso pensaba yo, pero… No sé. Esto tiene mala pinta —dijo Allie.

—Espera —incorporándose, Nicole se golpeteó la barbilla con una uña pintada de rosa—. Vamos a pensarlo bien.

Allie se tapó la cara con las manos y gimió.

—¿Hablas en serio? Isabelle y yo nos hemos pasado horas dándole vueltas. No hemos encontrado nada que pudiera ayudar a Eloise.

A pesar de todo, Nicole no se dejó disuadir.

—Es que tengo una idea. ¿Has dicho que estaba sudando? ¿Y que parecía nerviosa?

Allie asintió.

Nicole meditó aquella a información antes de seguir preguntando.

—¿Y llevaba el pelo… cómo se dice… revuelto? ¿Como si se acabara de levantar?

Allie estaba perpleja. ¿Qué importancia tenía eso?

Desconcertada, se encogió de hombros.

—Supongo que sí.

—¿Viste salir a alguien más del despacho? ¿A algún otro profesor?

Allie negó con un gesto mientras miraba a Nicole con curiosidad.

—No. Pero me marché enseguida.

—Mmm… —con la mirada perdida en el infinito, la francesa apoyó la barbilla en la mano—. Podría ser.

—¿Podría ser qué?

Nicole le guiñó un ojo.

—Pues que Eloise no sea la espía. A lo mejor estaba allí haciéndolo con Jerry.

Seguro que no he oído bien.

—¿Qué? —Allie la miró fijamente—. ¿Insinúas que Eloise y Jerry estaban…?

Nicole asintió.

—Echando un polvo, como vosotros decís. Sí.

Allie no podía cerrar la boca. La mera idea de que la bibliotecaria y el profesor de ciencias lo estuvieran haciendo en el despacho de Isabelle le parecía repulsiva. ¿Por qué iba Eloise, tan joven y tan guapa, a liarse con un hombre tan mayor? Jerry debía de tener… casi cuarenta años.

Estaba haciendo esfuerzos por imaginar lo que la bibliotecaria pudiera ver en él cuando recordó de repente que a Jo se le caía la baba con el profesor de ciencias; Jerry siempre le había hecho gracia.

A pesar de todo… No, no era posible. Eloise podía elegir a quien quisiera.

—Menuda chorrada —le espetó—. Es imposible que a Eloise le guste Jerry.

Nicole se quedó de una pieza.

—¿Y por qué? A mí me parece bastante guapo. Tiene un cuerpo fantástico.

—¿Jerry? —Allie la miró horrorizada—. Es viejo, Nicole. No puedes decir en serio que tiene buen cuerpo. Es… asqueroso.

—Ay, pero qué bobas sois las inglesas… —suspiró Nicole—. Jerry es muy guapo, ya lo creo que sí. Y además sé que tienen un rollo. Te lo garantizo.

—¿Y cómo lo sabes? —Allie intentó tomárselo con más calma.

—La pregunta correcta en este caso sería: ¿cómo es posible que tú no lo sepas? ¿No te has dado cuenta de cómo se miran? Hace siglos que se gustan, y se liaron el semestre pasado. Más de una vez los he visto salir juntos en dirección al bosque. Y una vez los vi besarse en la sala de entrenamiento antes de que llegaran los demás… Pensaba que todo el mundo estaba enterado —se encogió de hombros con indiferencia—. Están enamorados.

Allie hacía esfuerzos por asimilar aquella información.

—Vale, pero, aunque estén juntos, lo cual no me parece bien, ¿cómo entraron en el despacho de Isabelle? ¿Y por qué esconderse precisamente allí a… echar un polvo? ¿Por qué no hacerlo en el dormitorio de alguno de los dos?

—No sé —admitió Nicole—, pero a los profesores no se les permite salir juntos, y el sexo está totalmente prohibido. Así que… a lo mejor consiguieron una llave y, sabiendo que Isabelle estaría fuera todo el día, se encerraron allí pensando que nadie los molestaría. O sea, no sé, solo es una idea —miró a Allie con expresión pensativa, como si estuvieran resolviendo un problema sumamente complicado para la clase de ciencias—. El despacho es pequeño, pero hay espacio suficiente para hacer el amor, non?

Allie arrugó la nariz. Todo esto es asqueroso a más no poder.

—Sí, claro, es posible. Pero de ser así, ¿por qué no decirlo y en paz? Jerry corroboraría la versión de Eloise y la soltarían.

—Si les dice que Jerry y ella tienen una relación, los despedirán a los dos. A lo mejor le está protegiendo. O puede que ella lo haya dicho y él lo haya negado para no meterse en líos. Aunque sería una crueldad —Nicole se puso muy seria—. También es posible que Raj y Zelazny no se lo hayan creído.

Allie la miró a los ojos.

—¿Y tú qué piensas? ¿Crees que Eloise trabaja para Nathaniel? ¿Piensas que ella es la espía?

—Claro que no.

La respuesta de Nicole fue inmediata y tajante.

Hasta después de formular la pregunta, Allie no se había dado cuenta de lo mucho que deseaba, muy en el fondo, que el topo fuera Eloise. Sin duda era una posibilidad espantosa, pero al menos así sabrían algo. La búsqueda habría terminado. Y estaba deseando que todo aquello acabase.

Por otro lado, en lo más profundo de su corazón, ella tampoco creía que Eloise los hubiera traicionado. No tenía lógica. No encajaba.

La desesperación cayó sobre Allie, negra como una nube de tormenta. Estaba tan cansada y se habían esforzado tanto… Todo para nada.

Nathaniel seguía ahí fuera. Habían encerrado a la persona equivocada. El espía continuaba suelto, anónimo y peligroso. Nada había cambiado. Todo seguía igual. O peor.

Miró a Nicole con desaliento.

—¿Y entonces quién es?

Nicole le sostuvo la mirada durante unos instantes. Luego, como si se le acabara de ocurrir una idea, irguió la espalda.

—A ver si podemos averiguarlo. ¿Me das una hoja de papel, por favor?

Allie se levantó de la cama para coger una libreta y bolígrafos del escritorio. Se los tendió a su amiga. A Nicole, igual que a Rachel, se le daban de miedo las ciencias. Era lógico que abordara el problema como una ecuación complicada.

—Vamos a ceñirnos a los momentos clave —la francesa dibujó unos cuantos recuadros en la hoja. En uno escribió «Ruth». En el siguiente «Jo». Y en el último «capilla»—. A ver —golpeteó el extremo del boli contra el papel—. ¿Dónde estábamos todos cuando asesinaron a Ruth?

Con mucho trabajo, reconstruyeron el paradero de los alumnos y profesores de la Night School la noche del baile estival, haciendo una lista de todos aquellos que podían ubicar y otra de los que no. Luego repitieron la operación, esta vez en torno a la noche del asesinato de Jo. ¿Quién estaba con ellas a la hora exacta en que la verja se abrió y su amiga fue apuñalada? Por último hicieron lo mismo en relación al incidente de la capilla. Nicole dibujó un diagrama compuesto de pequeños recuadros, en el interior de los cuales fue escribiendo distintos nombres. A continuación, trazó una serie de líneas —rectas y claras— que unían cada uno de los escenarios con aquellas personas que no podían ubicar.

Al cabo de un rato, Allie comprendió que Nicole buscaba un patrón. Sí, era muy posible que hubiera entrado alguien del exterior, pero alguna persona de dentro de la escuela le había dado la llave, había abierto el candado, había puesto en marcha el mecanismo de la verja. Lo había ayudado. Y eso era lo que estaban buscando. Alguien que hubiera estado ausente cada vez que se producía un crimen.

Cuando hubieron terminado, contemplaron el papel en silencio.

Con un dedo, Allie repasó las líneas negras que conducían a un puñado de casillas, cada una de las cuales albergaba el nombre de una persona que conocían bien. Líneas tan estrechas como los lazos de confianza que habían construido con aquella gente.

Pero todo aquello que se construye puede ser destruido.

—Así pues, el traidor es uno de estos —dijo.

Nicole asintió. Las sombras empañaban sus ojos oscuros.

—Eso parece.

Allie contempló el delator diagrama que tenían delante. Luego alzó la vista para mirar a Nicole.

—¿Y ahora qué hacemos?