La empuñadura grabada de la daga estaba fría al tacto, pero Allie no titubeó. Sujetando el papel con la otra mano, la rodeó con los dedos y la arrancó de la piedra.
La gruesa hoja era sedosa al tacto y se desplegó como tela.
Querida Allie:
Te ruego me disculpes por haber escogido un medio de comunicación tan dramático, pero necesito captar tu atención. Espero haberlo conseguido.
Has escogido el bando equivocado en esta guerra, Allie. Sin embargo, tal vez te sorprenda saber que no te guardo rencor. Yo, más que nadie, sé lo convincente que puede ser Isabelle cuando finge amar a alguien. Lo seductora que llega a ser Lucinda. Lo fuertes que son los vínculos familiares. Pero te están mintiendo, Allie.
Hasta ahora, me has decepcionado. Y eso tendrá consecuencias. Lamento decir que las consecuencias podrían ser importantes.
Sin embargo, el curso de los acontecimientos se puede alterar. Si comprendes tu error de inmediato y cambias de idea, serás bienvenida a mi organización igual que lo fue Christopher en su día. Todo terminará. Ocuparás el lugar que te corresponde en un puesto de honor. Mereces ese puesto, Allie. Y también mereces saber la verdad. Soy el único que está dispuesto a ofrecértela.
Para ello, bastará con que te vengas conmigo. Siempre te estoy vigilando. Si me buscas, yo te encontraré.
Conmigo, por fin estarás a salvo.
Nathaniel
—¿Qué dice? ¿Allie? ¿Estás bien?
Nicole se reunió con ella en el semicírculo de cirios ardientes.
Al volverse a mirarla, Allie notó sus propias mejillas empapadas de gruesas lágrimas de rabia e impotencia, aunque no recordaba haberse echado a llorar.
Con suma delicadeza, la francesa alargó la mano hacia la nota.
—¿Puedo leerla?
Paralizada, Allie la vio descifrar las palabras con los labios apretados. Cuando hubo terminado, su compañera encadenó un montón de tacos en francés, mucho más fuertes, sospechaba Allie, que nada de lo que hubiera oído decir a Sylvain.
—Ese hombre está loco. ¿Te encuentras bien? —sin esperar respuesta, Nicole le rodeó los hombros con el brazo—. Zoe ha ido a buscar ayuda.
—Yo solo quería atraparlo —Allie apretó la empuñadura de la daga con tanta fuerza que los nudillos de su mano palidecieron—. ¿Por qué siempre va un paso por delante?
Unos minutos después, el camposanto bullía de actividad. Guardias de seguridad, profesores y alumnos de la Night School pululaban entre las tumbas instalando luces a pilas, gritando órdenes y entrando y saliendo de la iglesia.
Apiñadas entre las sombras del muro, las tres chicas esperaban a solas. Nadie había vuelto a hablar con ellas después de que Raj extrajera el cuchillo y la nota de entre los dedos de Allie y las obligara a salir de la capilla.
—No os mováis —se limitó a decirles antes de desaparecer en la oscuridad.
A Allie no le supo mal que se llevara la nota. La había leído tantas veces que se sabía de memoria aquel amenazador mensaje escrito con letra pulcra y angulosa.
Temblando de rabia, volvió a recordar las últimas palabras.
Vente conmigo…
—Lo tienes claro, cerdo asqueroso —musitó en voz alta. De pie a su lado, Zoe la interrogó con la mirada.
—Perdona. No te lo decía a ti —se disculpó Allie—, sino a Nathaniel —echó un vistazo a su reloj de pulsera conteniendo apenas la irritación; pasaba de la media noche. A su alrededor, los guardias y los alumnos de la Night School parecían muy ajetreados. La inactividad la estaba matando—. ¿Cuánto tiempo crees que nos tendrán aquí?
—No lo sé, pero ojalá pudiéramos ayudar en algo —Zoe tenía la nariz roja del frío y daba saltitos de impaciencia—. No sé por qué nos tienen que dejar aquí tiradas.
—Para hablar con nosotras —Nicole no apartaba la mirada de los guardias—. Están asegurando el perímetro y luego nos harán algunas preguntas. Es el protocolo.
Parecía como si todos los guardias estuvieran hablando consigo mismos; Allie no veía los micros, pero supuso que llevaban algún tipo de intercomunicador. El detalle la pilló por sorpresa; el colegio rechazaba cualquier tipo de tecnología moderna.
En aquel momento, alguien encendió las luces y un misterioso fulgor azul inundó el camposanto; en contraste con la oscuridad precedente, el efecto fue cegador.
Dos figuras se acercaron entonces. Protegiéndose los ojos con las manos, Allie miró hacia el fulgor. Veladas por la niebla y la luz, las siluetas parecían fantasmas. Solo cuando las tuvo delante las reconoció.
Eran Raj Patel y Zelazny.
—Tenemos que llevaros a algún lugar seguro —anunció Zelazny sin más preámbulo—. Os acompañaremos al edificio principal hasta que la inspección haya terminado.
Allie le lanzó una mirada amarga.
—No hay ningún lugar seguro.
Antes de que el profesor pudiera contestar, tres sombras se despegaron de la oscuridad y se acercaron lo suficiente como para que Allie distinguiera sus rasgos. Las primeras pertenecían a dos guardias de seguridad, Peter y Karen. La tercera era Carter.
—Os van a llevar al colegio y se quedarán con vosotras hasta que volvamos —Raj clavó en Allie una mirada fría como el acero—. No pienso arriesgarme.
Partieron casi de inmediato. Al cabo de un momento, el cementerio, sus luces brillantes y el enjambre de guardias se perdieron a lo lejos.
Allie notó un escalofrío en la nuca. Los bosques estaban demasiado oscuros. Demasiado silenciosos.
Por suerte, los dos vigilantes avanzaban con rapidez y el grupo, con Allie en el centro, recorría el camino a velocidad constante. Nadie hablaba. Se limitaban a correr sin romper la formación, en silencio.
Allie estaba agotada. Cada paso le requería toda la energía que le quedaba. Y entonces tenía que dar el siguiente. Le dolía la rodilla y horribles pinchazos le atravesaban la pierna cada vez que apoyaba el pie en el suelo. A pesar de todo, soportaba el dolor con un estoicismo sombrío; la ayudaba a concentrarse en lo que de verdad importaba. Y aplacaba su rabia.
Nicole y Zoe escoltaban a Allie, una a cada lado. Carter corría a la derecha de Nicole. En cierto momento, Allie lo miró de reojo, pero él avanzaba mirando al frente con expresión alerta e intensa.
Cruzaron el bosque en la mitad del tiempo habitual. Cuando llegaron al jardín del colegio, el edificio se irguió ante ellos como una fortaleza. No se veía luz en las ventanas de los dormitorios, pero la claridad se colaba por la puerta abierta de la entrada principal. En el umbral se recortaba la silueta de Isabelle, que los estaba esperando en lo alto de la escalinata. Llevaba el pelo suelto, una cascada de ondas brillantes que se derramaba por su espalda. Con un enorme abrigo blanco echado sobre los hombros, parecía una diosa.
Preocupada pero serena, cogió a Allie por los hombros.
—¿Te encuentras bien?
Allie asintió.
—No ha sido nada.
—Gracias a Dios —Isabelle se volvió hacia las otras dos—. Por favor, id a la sala común y esperadme allí. Os he preparado té y bocadillos; debéis de estar muertas de frío —se dirigió a Carter—. ¿Me informas, por favor?
Allie se quedó mirando a la directora y al chico, que bajaban las escaleras hablando en voz baja, y se preguntó qué estarían diciendo.
—Vamos, Allie. Entremos —cogiéndola de la mano, Zoe la arrastró al vestíbulo principal, donde Nicole ya las esperaba.
Aunque las luces del gran zaguán se apagaban después del toque de queda, esta vez habían dejado las lámparas encendidas. Toda esa luz le daba al colegio un extraño ambiente festivo, como si se celebrara una fiesta cuyos invitados no hubieran acudido.
Los dos vigilantes las escoltaban; Karen muy por delante, Peter cerrando la marcha. Cuando llegaron a la sala común, se colocaron a ambos lados del umbral para que las chicas pudieran entrar. Luego se plantaron delante de la puerta, montando guardia.
Las pobres llevaban tanto rato a la intemperie que solo de ver los confortables sofás de cuero y las alfombras orientales ya se sintieron mejor. El fuego chisporroteaba alegre en el enorme hogar, y junto a la chimenea las esperaba un servicio de té y una bandeja llena de bocadillos y galletas.
Sin que nadie tuviera que decirles nada, Nicole y Zoe se desplomaron en sendos sillones, de cara al fuego.
—Esto está mejor —dijo Nicole al mismo tiempo que extendía las piernas hacia las llamas.
Allie, en cambio, se quedó junto la puerta, mirando a su alrededor como pasmada. Todo estaba tan ordenado y normal… como si acabaran de pasar una tarde muy agradable patinando sobre hielo o de compras. No entendía nada. Por Dios, había guardias al otro lado de la puerta.
Empezaba a pensar que Nathaniel, si se lo proponía, burlaría esa vigilancia también.
Estaba tan absorta en sus pensamientos que no oyó llegar a Carter.
—¿Te encuentras bien?
Al oír la voz grave del chico, Allie volvió en sí con un suspiro. Cuando se dio la vuelta para mirarlo, los ojos oscuros de Carter la observaron preocupados.
En aquel momento la asaltó el recuerdo, inoportuno y amargo, de lo que había sentido en la sala de entrenamiento cuando él no la había saludado.
Claro, ahora sí que te apetece hablar conmigo, pensó tristemente. Como Jules no está delante…
—Sí —mintió.
—Raj me ha contado lo de la nota —Carter movió la cabeza de lado a lado, como si no se lo pudiera creer—. ¿De verdad estás bien?
—No, no lo estoy —le espetó ella con la voz rota por la emoción—. Estoy histérica y no entiendo nada. Me odio a mí misma por no haber pillado a Nathaniel y odio a Raj por no ser capaz de capturarlo y… tengo miedo. Por lo que pueda pasar a partir de ahora —se tapó la boca con una mano como para detener aquella explosión emocional—. Lo siento. Todo esto me está volviendo loca.
Carter negó con la cabeza.
—No estás loca. El mundo está loco. Tú no tienes la culpa. Nosotros no lo hemos creado; solo lo hemos heredado.
Mirando aquellos ojos insondables, a Allie se le encogió el corazón. Hasta aquel momento no se había dado cuenta de lo mucho que añoraba el sentido común de su amigo. Su manera de centrarla. Su manera de tranquilizarla cuando ella perdía los nervios.
La táctica todavía daba resultado. Una temblorosa sonrisa bailó en los labios de Allie.
—Pues si nosotros somos los cuerdos, el mundo está en serios apuros.
—Está perdido —asintió él, sonriendo a su vez.
Unos pasos en el pasillo interrumpieron la conversación, y el momento se esfumó tan de repente como había empezado.
Zelazny, Raj e Isabelle entraron juntos en la sala. Con el corazón en un puño, Allie reparó en la lúgubre expresión de sus rostros.
Pidiendo por gestos a los demás que se quedaran donde estaban, Isabelle se volvió a mirarla.
—Allie —dijo—. Por favor, acompáñanos.