Once

Aquella noche, Allie recorría de mala gana el pasillo del sótano que conducía a la Sala de Entrenamiento Uno. Le pesaba el cuerpo, como si arrastrara kilos y kilos de lastre.

Se moría de ganas de contarle a alguien lo que le había pasado, pero cuando formulaba mentalmente la explicación, se daba cuenta de que el relato no tenía ni pies ni cabeza.

Qué tal. Pues veréis, ayer por la noche me pareció ver a Gabe pero me había confundido, y esta tarde va Eloise y entra sin permiso en el despacho de Isabelle mientras la directora estaba ausente. Ah, por cierto, por si alguien lo estaba dudando, estoy cuerda. Tranquilos. He sacado notable en Historia.

Cuando Allie llegó a la sala de entrenamiento, Nicole y Zoe hacían estiramientos en la zona del fondo. Se apresuró hacia ellas pero apenas había tenido tiempo de saludarlas cuando Eloise se acercó como si no hubiera pasado nada.

—¿Qué tal te encuentras hoy? —le preguntó en tono preocupado—. ¿Te ha dolido la rodilla?

—Un poco.

Allie no se sentía capaz de mirar a Eloise a los ojos.

—Hoy nos lo tomaremos con calma. Pero si de momento va resistiendo, podemos darnos por satisfechas —Eloise sonrió con un entusiasmo que parecía genuino—. Esto va viento en popa.

Allie no la perdió de vista mientras hacía los ejercicios de calentamiento, pero la bibliotecaria parecía la misma de siempre: se reía de las bromas de Nicole y vigilaba a Allie de cerca.

Si Eloise era la espía y se temía que la hubieran descubierto, lo disimulaba muy bien.

Allie no podía estar más desconcertada. A lo mejor la bibliotecaria tenía motivos para estar en aquel despacho. Seguro que, si pudiera hablar con Isabelle, todo se aclararía. Sin embargo, la directora no había dado señales de vida.

Después de que el grupo hiciera unos cuantos estiramientos, Zelazny se plantó en mitad de la sala.

—Esta noche haréis una carrera competitiva de seis kilómetros.

Zoe, que adoraba correr, dio un saltito de emoción.

—Ya era hora —canturreó para sí.

Allie, que aquel día no se sentía en absoluto competitiva, no las tenía todas consigo. En las carreras competitivas, el último en llegar era penalizado, normalmente con algún castigo breve o ejercicio extra. La penalización en sí no era gran cosa pero sí suponía una gran humillación.

Afortunadamente, en cuanto Zelazny terminó su explicación, Eloise se llevó aparte a las chicas.

—Lo siento, Zoe —anunció sonriendo a la niña—, pero te lo vas a tener que tomar con calma. Allie no debe forzar la rodilla y desde luego no puede correr varios kilómetros.

—Porras —musitó Zoe.

Mientras los demás alumnos abandonaban la sala, Eloise les dio instrucciones estrictas de que Allie debía combinar el paso con un trote ligero y no correr más de tres kilómetros.

—Si queréis correr más —les dijo a Zoe y a Nicole—, acompañad primero a Allie al colegio. No la dejéis fuera por su cuenta y riesgo, bajo ninguna circunstancia.

El hecho de que Eloise hubiera empleado la expresión «por su cuenta y riesgo» pilló a Allie por sorpresa; acababa de comprender que Zoe y Nicole estaban con ella a guisa de guardaespaldas. Sin embargo, debería haberlo deducido. Le habían asignado dos compañeras en vez de una, y ambas destacaban por su rapidez. Además, Nicole —uno de los miembros más antiguos de la Night School— sobresalía en tácticas defensivas y artes marciales.

A esas alturas, el resto de alumnos se había marchado hacía rato y la sala de entrenamiento estaba vacía.

Ya enfilaban hacia la puerta cuando Eloise añadió algo más.

—Y, ¿Allie? —cuando esta se dio media vuelta, la instructora la miró con gravedad—. Lleva cuidado.

Mientras corría a reunirse con Zoe y Nicole en el pasillo, las dudas se multiplicaban en la mente de Allie. Por más vueltas que le diera, siempre acababa por concluir que algo no cuadraba en la conducta de la instructora. Como si la Eloise de antes y la de ahora fueran dos personas distintas.

—Qué simpática es Eloise —dijo Nicole. Allie la miró sorprendida. ¿Habría oído su monólogo interior?—. Ningún otro profesor cuida de nosotras tanto como ella.

—Mmm…

—Seguro que Zelazny te lanzaría a los lobos y Jerry te presionaría demasiado, pero Eloise es más comprensiva —prosiguió Nicole mientras Zoe corría delante de ellas.

—¿Confías en ella? —solo al oír su propia voz se dio cuenta Allie de que había formulado la pregunta en voz alta. Se maldijo a sí misma.

Nicole la miró con curiosidad.

—Claro. ¿Tú no?

Siguieron a Zoe escaleras arriba.

Sí, pensó Allie. Di que sí.

—Yo… —repuso en cambio— ya no lo sé. En quien confío, me refiero. Antes sí pero…

Remontaron unos cuantos peldaños hasta una puerta abierta; cuando el gélido aire de febrero la azotó, Allie dejó la frase incompleta.

Si esperaba que a Nicole le sorprendiera que no se fiase del todo de Eloise, se llevó un chasco. La francesa se encogió de hombros.

—Lo has pasado tan mal que, hoy por hoy, me sorprendería que confiaras en alguien.

Luego señaló a Zoe, que las esperaba a lo lejos dando saltitos como un duende furioso.

—¿Corremos? Zoe se alegrará.

En sus labios, «se alegrará» sonó como «se aligerará», y Allie se sorprendió a sí misma sonriendo a pesar de todo.

—Sí, como no empecemos a correr pronto, se convertirá en piedra.

—Eso sería terrible —bromeó Nicole—. Es muy joven y además Zelazny nos obligaría a cargar con ella.

Se pusieron en marcha a un trote suave. Zoe avanzaba por delante de ellas; salía disparada hasta perderse de vista, aguardaba a que casi la hubieran alcanzado y luego volvía a escaparse. El resto del grupo les llevaba una buena ventaja; estaban solas.

La noche era clara y, durante un rato, los rayos de luna iluminaron el camino que se extendía ante ellas. Cuando se internaron en el bosque, en cambio, les costaba más ver por dónde iban. No habían avanzado mucho cuando Allie tropezó con una raíz y se lastimó la rodilla.

Maldiciendo entre dientes, se pasó un rato dando tumbos de un lado a otro mientras se sujetaba la articulación dolorida.

—¿Se te ha jodido? —preguntó Zoe, que acababa de llegar corriendo como una flecha

—¡Zoe! —la reprendió Allie, algo escandalizada—. ¿Desde cuándo hablas como un camionero?

—He estado practicando —explicó Zoe—. Lucas me está enseñando.

—¿Te has hecho daño? —le preguntó Nicole, reencauzando el rumbo de la conversación.

Previendo un fuerte dolor, Allie hizo una mueca y, despacio, cargó el peso del cuerpo sobre la rodilla.

La pierna resistió.

—En realidad… no mucho —dijo—. Sigamos.

Dando un saltito, Zoe se les adelantó otra vez, pero Nicole miró la rodilla de Allie con expresión dubitativa.

—Caminaremos unos minutos —decidió—, a ver qué tal te encuentras.

La paciencia de Nicole conmovió a Allie. Tenía la sensación de que le debía algún tipo de gesto.

—Gracias por… ya sabes —dijo—, por lo que estás haciendo. Por ser tan paciente conmigo. Podrías estar corriendo con los demás.

El frío había enrojecido las mejillas y la nariz de Nicole; con aquella tez tan pálida y el cabello oscuro, se parecía a la Blancanieves de los dibujos animados. Si Blancanieves tuviera mala leche y se vistiera como un ninja.

—Ah, no tiene importancia —repuso Nicole—. Prefiero mil veces estar aquí contigo que entrenar con el resto. Gracias a ti, me he librado de hacer algo que no me gusta nada.

Aquella no era la respuesta que Allie esperaba.

—¿En serio? Pensaba que te gustaba la Night School.

—No fue idea mía unirme a la Night School. Mis padres se empeñaron —al ver la expresión de Allie, Nicole se encogió de hombros con desdén—. No es que me disguste exactamente. A veces es divertida, pero —puso cara de pena— preferiría estar haciendo otras cosas.

Mientras echaban a andar, Allie se quedó muy pensativa.

—¿Nunca te has planteado hacerles frente a tus padres?

La francesa replicó al instante.

—Nunca. Significa mucho para mi madre. Verás, es la primera vez que aceptan a una chica de mi familia. Cuando mi madre estudiaba en Cimmeria, no la escogieron para la Night School así que… —se encogió de hombros—. Supongo que estoy viviendo su sueño.

Allie, que lo sabía todo sobre los sueños rotos de los padres, soltó una risilla amarga.

—Creo que yo estoy viviendo la pesadilla de mi madre… A lo mejor vamos en el mismo barco por motivos distintos.

Caminaron un rato en un silencio amigable; a Allie le dolía menos la rodilla, pero no parecía que Nicole tuviera muchas ganas de seguir corriendo y a ella le daba igual. Eloise les había dicho que se lo tomaran con calma. En los bosques de alrededor reinaba la típica paz de una cerrada noche invernal; ni siquiera soplaba el viento entre las ramas. Solo se oía el crujido de sus pasos sobre el suelo helado.

Allie miró de reojo a Nicole, que parecía absorta en sus propias preocupaciones.

A lo mejor es de confianza. Puede que ella sepa qué hacer.

Reunió el valor necesario y, carraspeando para romper el silencio, dijo:

—Oye… Nicole… ¿Te puedo hacer una pregunta?

La francesa se volvió a mirarla con curiosidad, pero en aquel preciso instante apareció Zoe volando como una flecha. Su manera de correr les llamó la atención. Iba disparada. Como si huyera de algo.

A partir de aquel momento, todo sucedió como a cámara lenta. Allie tocó el brazo de Nicole para avisarla, pero esta ya corría al encuentro de Zoe. Allie la siguió a trompicones.

Demasiado sofocada para explicarse con claridad, la niña señaló el camino a oscuras.

—La capilla —resolló—. Hay… alguien… allí.

En cuanto oyó aquellas palabras, Allie se sintió como si se le hundieran los pies en la tierra helada. Se quedó de piedra, privada del sentido de la realidad, mientras Nicole se acercaba a Zoe para interrogarla.

Allie reconocía la expresión de Zoe; la había visto otras veces. La niña estaba asustada.

Todo volvía a empezar.

—¿Qué has visto exactamente?

La voz sensata de Nicole sacó a Allie de su sopor. Echó a andar para reunirse con sus compañeras, y las tres se quedaron muy juntas bajo los árboles, formando una piña.

Zoe estaba tensa, pero la habían entrenado para afrontar situaciones como esa.

—La puerta está abierta —dijo—. Y alguien ha encendido las velas.

Allie notó unos dedos helados en la nuca. Nadie tenía motivos para acudir a la capilla a aquellas horas. Cada noche cerraban la iglesia, justo antes del ocaso, y a los alumnos no se les permitía entrar después del anochecer. Los guardias de seguridad pasaban por allí cada dos horas para asegurarse de que todo estaba en orden.

Entonces, ¿quién ha abierto la puerta?

Aquello no tenía sentido. Allie advirtió que las otras dos estaban pensando lo mismo.

—¿Has visto a alguien? —preguntó Allie en tono angustiado.

Zoe negó con la cabeza.

—¿Estás segura, Zoe? —le preguntó Nicole.

Exasperada, Zoe mostró las palmas de las manos.

—Tenéis que verlo con vuestros propios ojos. Es muy raro.

Nicole se mordió el labio inferior.

—Esto no me gusta. Deberíamos llevar a Allie de vuelta al colegio.

Zoe y ella se volvieron a mirar a Nicole como si no se pudieran creer lo que estaban oyendo. Allie notó un cálido hormigueo en las mejillas. No podían marcharse. ¿Y si era la oportunidad que estaba esperando? ¿Y si Gabe andaba por allí, o el espía? Podrían capturarlo allí mismo.

—Todo irá bien —insistió—. Me las arreglaré.

—No puedes correr —objetó Zoe.

—Sí que puedo —replicó Allie a la defensiva—. Hace un rato he estado corriendo.

—No muy deprisa —señaló Nicole.

Tenía razón. Allie, sin embargo, no pensaba marcharse de allí. Por otro lado, sabía que, por mucha rabia que le diera, debía contar con el consentimiento de sus compañeras.

—Venga, Nicole —suplicó—. Tenemos que hacerlo.

La francesa negó con la cabeza.

—Es muy peligroso.

—Somos tres y nos han entrenado para esto —arguyó Allie—. ¿Y si el asesino de Jo está ahí dentro? Podríamos atraparlo. Sé que podríamos. Pero, si no nos damos prisa, escapará mientras vamos a buscar ayuda. No podemos desaprovechar esta ocasión, Nicole. Podría asesinar a otra persona esta misma noche. Por favor —las miró a ambas como pidiéndoles su comprensión—. Echemos un vistazo.

Nicole y Zoe intercambiaron una larga mirada. Zoe dudaba, pero era obvio que la decisión dependía de Nicole, la más veterana.

—Vale —accedió esta última por fin, aunque fruncía el ceño con expresión preocupada—, pero no nos separaremos ni haremos ninguna tontería. ¿De acuerdo?

Hablaba en plural, pero se dirigía sobre todo a Allie.

Esta no titubeó.

—De acuerdo.

Zoe echó a correr la primera. Allie y Nicole la siguieron de cerca, avanzando codo con codo. Cuando el camino se estrechó, Allie se colocó a la zaga, sin perder de vista los talones de Nicole. Casi no podía con su alma, pero notaba que las otras dos se refrenaban para no dejarla atrás.

Aunque avanzaban en silencio, Allie tenía la sensación de que sus pasos, que golpeaban la tierra casi al unísono, retumbaban con fuerza. Había refrescado y sus alientos se condensaban en pequeñas nubes, que se esfumaban al instante de ser capturados por la luna.

Al llegar al muro del camposanto, se pegaron contra las piedras y otearon la oscuridad en busca de alguna señal de vida. Sin embargo, no se veía ni un alma en el camino circundante. Se pusieron en marcha otra vez.

Llegaron a las inmediaciones del arroyo. Las lluvias recientes habían aumentado el caudal y el murmullo de la corriente ahogaba el ruido de sus pasos. Podían avanzar más deprisa; arriesgarse más.

Encontraron entreabierta la verja del viejo cementerio, como si alguien la hubiera empujado sin más.

La respiración de Allie se aceleró.

Volviéndose hacia las otras dos, Zoe señaló la verja con movimientos rápidos. Las chicas se colocaron a ambos lados de la entrada: Nicole, a un lado; Allie y Zoe, al otro.

En el interior del camposanto, las antiguas lápidas y tumbas se apiñaban entre árboles desnudos. A un extremo, la copa de un gran tejo sobresalía por encima del muro de piedra. Instintivamente, la mirada de Allie se posó en las ramas bajas, donde Carter y ella solían reunirse cuando empezaban a trabar amistad.

Ahora, las retorcidas ramas estaban desiertas.

La escena concordaba con la descripción hecha por Zoe. El portón arqueado de la pequeña capilla estaba abierto de par en par. En el interior, la luz de las velas parpadeaba y se desplazaba como si tuviera vida propia.

Zoe cruzó corriendo el cementerio. Ligera y directa como una flecha, alcanzó la hierba, que le permitía avanzar sin hacer ruido. Al cabo de unos segundos, desapareció entre las sombras, pero instantes después reapareció junto a la pared de la iglesia y les indicó por señas que la siguieran.

Mirando a Allie a los ojos, Nicole inclinó la cabeza para invitarla a reunirse con Zoe.

Inspirando a fondo, como si se dispusiera a saltar a una piscina, Allie se agachó y cruzó el camposanto como una exhalación. La hierba estaba resbaladiza bajo las gruesas suelas de sus deportivas. El mundo contenía el aliento; solamente oía su propia respiración, estrepitosa en el silencio.

Tuvo la sensación de que tardaba una eternidad en llegar a la iglesia, pero no debió de ser así, porque cuando por fin se refugió entre las sombras, Zoe se limitó a asentir antes de volverse hacia la verja y repetir el gesto.

Al cabo de un momento, Nicole se reunía con ellas. La francesa interrogó a Zoe con la mirada.

Zoe señaló la puerta pero la otra negó con la cabeza.

A la ventana pues.

Como una sola persona, sin despegarse del muro, caminaron sigilosas hacia una de las ventanas. De día, el sol que entraba por la vidriera inundaba la única nave de una luz multicolor, pero ahora el brillo se filtraba en sentido opuesto.

Zoe se irguió para mirar por la ventana pero no pudo alcanzarla. El alféizar sobresalía a más de un palmo de distancia de su coronilla. Se dejó caer y negó con la cabeza. Luego lo intentó Nicole, que no era mucho más alta que Zoe.

Desistió haciendo un gesto de impotencia.

Ambas se volvieron a mirar a Allie.

De puntillas, la más alta se agarró a la fría piedra del alféizar y se asomó al interior. La escena la dejó helada.

Alguien había encendido todas las velas de la iglesia. Decenas, quizás cientos de ellas. La luz inundaba literalmente la nave. Y habían cambiado de sitio los pesados candelabros de hierro forjado que solían iluminar el altar; ahora estaban dispuestos en forma de semicírculo ante la pared que quedaba a la izquierda de la ventana. Desde donde estaba, Allie no llegaba a ver qué pretendían enfocar.

Se dejó caer para mirar a las demás. Haciendo un gesto negativo, vocalizó sin voz:

—Juraría que está vacía.

Se quedaron quietas un momento, mirando a Nicole, que al parecer estaba sopesando la situación. Zoe señaló la puerta pero Nicole negó con la cabeza.

Zoe entornó los ojos y volvió a apuntar la entrada con el dedo, esta vez con más insistencia. La expresión de su rostro daba a entender que, a esas alturas, no pensaba echarse atrás. Al cabo de un momento, Nicole levantó las manos como si se rindiera.

Todas dieron un paso hacia la puerta, pero Nicole se giró y empujó a Allie hacia atrás. Levantó la mano para indicarle que se quedara donde estaba.

Allie no se lo podía creer. ¿Había llegado hasta allí solo para quedarse al margen en la recta final?

—Venga… —vocalizó con expresión suplicante.

Nicole no dio su brazo a torcer. Señaló con vehemencia la tierra que Allie tenía a los pies.

Esta notaba la tensión de sus propios músculos, ya preparados para el combate. Listos para capturar al asesino de Jo si acaso estaba allí dentro. Dispuestos a machacarlo.

Sin embargo, jamás podría convencer a Nicole de que la dejara entrar en la primera tanda.

Muy bien. Que entren ellas primero. Yo las seguiré.

Asintió para dar a entender que se conformaba. Zoe, que se habría muerto de rabia si la hubieran marginado así, le lanzó una mirada apenada antes de echar a correr hacia un lado del umbral. Allí esperó a Nicole, que llegó poco después.

Nicole señaló por gestos algo que Allie no pudo ver y luego, acto seguido, las dos chicas desaparecieron.

En cuanto las perdió de vista, Allie corrió a la puerta y se refugió en las sombras de la entrada. Si alguien intentaba salir, lo atraparía sin que tuviera tiempo a preguntarse lo que estaba pasando.

Se quedó inmóvil como una estatua, mirando el umbral tan fijamente que se le saltaron las lágrimas. Aguzó los oídos para poder distinguir cualquier sonido: un grito, una exclamación. No oyó nada; solo el murmullo del arroyo a lo lejos y el latido sorprendentemente regular de su corazón.

Justo cuando creía que iba a enloquecer de la impaciencia, Zoe apareció en el umbral. Recortado contra la brillante luz de las velas, su cabello parecía envuelto en llamas.

Sin pronunciar palabra, le indicó a Allie por gestos que la siguiera.

En el interior, un olor a humo y a cera impregnaba el aire cálido y estancado. Mientras las chicas avanzaban, las llamas de las velas se agitaban con la corriente que levantaban sus cuerpos en movimiento. Bajo aquella luz cambiante, parecía como si los frescos medievales que cubrían las grisáceas paredes de piedra cobraran vida.

Fueron pintados con esa intención, comprendió Allie.

En una de las paredes, un gigantesco diablo de color rojo empujaba las almas de los condenados al infierno, mientras que, allí cerca, otras trepaban por una escala hacia el cielo. Solo que, si se suponía que esas otras almas estaban salvadas, ¿por qué parecían tan asustadas?

Más allá, un dragón se abalanzaba sobre una paloma que revoloteaba justo fuera del alcance de sus garras. A Allie, la pintura siempre le había parecido vieja e insulsa pero, a la luz de las velas, las escamas color óxido del dragón bullían de vida.

Zoe y Nicole, en cambio, no miraban ninguna de aquellas escenas. Estaban contemplando otro fresco: la pintura de un árbol muy parecido al tejo que crecía junto al muro del camposanto. La versión pintada albergaba infinidad de frutos y pájaros de mil colores entre las ramas. Las raíces retorcidas dibujaban las palabras: «El árbol de la vida». De todos los frescos que decoraban la iglesia, aquel era el favorito de Allie.

Justamente allí, los candelabros del altar habían sido cuidadosamente dispuestos en forma de arco.

Al acercarse, Allie advirtió en la pintura un detalle extraño.

—¿Qué es? —susurró.

Los ojos de Nicole seguían fijos en el fresco. Levantando la mano, señaló el tronco del árbol.

Solo entonces distinguió Allie la hoja de papel doblada que sobresalía del mural, clavada con un cuchillo de caza.

¿Quién sería capaz de hacer algo así?, pensó mareada. ¿Quién estropearía una pintura de casi mil años de antigüedad?

Por desgracia, conocía muy bien la respuesta.

Despacio, como en sueños, se internó en el semicírculo de candelabros. Oyó que Zoe y Nicole susurraban su nombre en tono de advertencia. Le pedían que se detuviera.

No lo hizo. Allie no podía detenerse.

Porque el papel contenía una sola palabra, escrita en una caligrafía inclinada y arrogante: «Allie».