Allie se había quedado sin aliento. Por alguna razón, el aire no le llegaba a los pulmones.
De un manotazo, apartó los objetos del escritorio y se subió a la mesa para asomarse por la ventana. El intruso se había esfumado.
Se quedó allí un momento, cogida al marco de la ventana. Luego, rápida como el rayo, cruzó la habitación y salió al pasillo.
Sin acordarse ya de lo cansada que estaba, bajó volando los dos tramos de escaleras que la separaban del vestíbulo, desierto a esas horas de la noche, corrió hacia la puerta principal y se puso a toquetear el anticuado cerrojo con dedos torpes y nerviosos. Por fin, el cerrojo cedió con un fuerte chasquido y Allie salió al jardín.
Sin molestarse en cerrar la puerta, bajó saltando los peldaños de la entrada. Notó un pinchazo en la rodilla pero no hizo caso y echó a correr por el césped como una exhalación.
No tenía miedo. Atraparía a aquel hombre. Y lo haría pedazos.
La luna iluminaba el jardín como si fuera un escenario, tiñendo la hierba de un tono plateado y recortando la silueta de los árboles contra el cielo oscuro. Allie ni siquiera intentó esconderse o moverse con sigilo. No era cuestión de pasar desapercibida sino de correr como alma que lleva el diablo.
Acababa de llegar al lindero del bosque, el lugar donde había visto al hombre por última vez, cuando los músculos empezaron a fallarle de puro agotamiento. Avanzó dando tumbos entre los árboles.
La oscuridad era más profunda allí; las ramas de los pinos impedían el paso a la luz de la luna. Redujo la marcha y se dio cuenta de que no sabía hacia dónde ir. No tenía ni idea de qué dirección había tomado el intruso después de internarse en el bosque.
Instintivamente, decidió tomar el sendero que conducía a la capilla. Una vez allí, aceleró el paso otra vez, pendiente de cualquier sombra. Se quedó un momento escuchando, por si oía pasos o el chasquido de una rama, pero todo era silencio salvo su propia respiración agitada y los latidos de su corazón desbocado.
Le he perdido.
Al borde de la desesperación, se inclinó sobre sí misma con las manos apoyadas en las rodillas, intentando recuperar el aliento. Cuando volvió a levantar la cabeza, creyó ver un movimiento a lo lejos, poco más que una sombra movediza que le llamó la atención.
—¡Detente!
Allie gritó la palabra a viva voz y salió disparada al mismo tiempo. La sombra cambió de posición —se volvió a mirarla— y ella, conforme se fue acercando, empezó a distinguir a un hombre vestido de negro de la cabeza a los pies.
De repente, Allie se dio cuenta de que iba desarmada. Desesperada, miró a su alrededor buscando un palo largo, una piedra grande, algo que pudiera emplear como arma. Cogió una ramilla, demasiado pequeña y frágil para hacer daño a nadie, pero es que el hombre se acercaba a toda marcha.
—¡He dicho que te detengas! —bramó… y justo entonces se mordió la lengua.
Conocía aquella cara.
—¿Allie? —dijo él mientras un tenue rayo de luna que se filtraba entre las ramas lo iluminaba. Era un trabajador de Raj; uno de los hombres que la habían escoltado a su regreso de la comisaría—. ¿Qué haces aquí?
—¿Estaba usted… en el césped hace un momento? —Allie respiraba con dificultad. Notó un dolor en el costado, como si le clavaran un cuchillo, y dejó caer el palo para cogerse las costillas.
—Sí… Estamos patrullando —perplejo, el guardia se le acercó con sumo cuidado, como si Allie fuera una fiera salvaje capaz de atacarlo o morderlo. Habló con muchísima calma, mostrando las manos vacías—. ¿Me recuerdas? Soy Peter. Y esta es Karen.
Una mujer de cabello largo recogido en una trenza muy prieta salió de entre los árboles para reunirse con ellos. Allie la conocía de los entrenamientos de la Night School.
—¿Qué ha pasado? —preguntó Peter—. ¿Qué haces aquí fuera?
—Me ha parecido ver… —repuso Allie sin aliento— …a Gabe.
Karen enarcó las cejas.
—¿Y querías capturarlo? ¿Tú sola?
—Bueno —dijo Allie, que estaba agotada y empezaba a sentirse una tonta de remate—, alguien tiene que hacerlo.
Los dos guardias la llevaron a un despacho bastante feo situado en el sótano, cerca de la Sala de Entrenamiento Uno. Allí, Zelazny la dijo lo que pensaba de su «desafortunado intento de tomarse la justicia por su mano».
—Le podrían haber hecho daño —la riñó, exasperado—. Alguien podría haber resultado herido. A veces pienso que estamos perdiendo el tiempo con usted; hace lo contrario de lo que se le dice siempre que le parece —abarcó con un gesto la oficina desnuda, donde los guardias aguardaban formando un semicírculo—. Esto no es una salita de estar, ¿sabe? No somos sus criados.
Allie se ruborizó.
—Lo siento mucho —musitó, bajando la mirada—. No me he parado a pensar.
—No, ya lo creo que no —Zelazny se inclinó hacia ella para obligarla a mirarlo a los ojos—. Si le enseñamos cómo debe hacer las cosas, es por algo, Allie. No lo hacemos por diversión. Si no se centra, no va a salir de esta —cogió un bolígrafo y, agitando una mano, le hizo señas de que se marchara—. Vaya a ver a Isabelle mañana después de clase y ella le comunicará el castigo. Ahora, por el amor de Dios, métase en la cama.
Al día siguiente, Allie se arrastró de clase en clase, sabiendo que por la tarde tendría que rendir cuentas ante Isabelle. La directora no la iba a felicitar precisamente. Había quebrantado el Reglamento. ¿Consideraría Lucinda que había violado el acuerdo?
Cuando la última clase finalizó por fin, bajó las escaleras con paso cansino. Miraba al suelo cuando Katie Gilmore se interpuso en su camino, tan de repente que Allie estuvo a punto de chocar con ella.
—Maldita sea, Katie… —Allie se cogió a la barandilla de roble para no perder el equilibrio—. ¿Qué tripa se te ha roto?
A la luz de la lámpara de araña, la pálida tez de Katie lucía perfecta; sus ojos verdes destellaban con malicia.
—Dios bendito, no tengo ni idea. Esperaba que la psicópata mentirosa que allanó la iglesia del pueblo con un vagabundo apestoso pudiera decírmelo. ¿Por casualidad conoces a alguien que encaje con la descripción?
Una rabia incendiaria hirvió en el pecho de Allie, pero se hizo la loca. Ya tenía bastantes problemas.
—Lo que tú digas, Katie.
Intentó seguir andando, pero la otra volvió a impedirle el paso con un revoloteo de los pliegues de su falda azul.
—No sé por qué te obligaron a volver. Era la ocasión ideal para deshacerse de ti. De elevar un poco el listón por aquí.
—Katie, en serio. Busca ayuda profesional —Allie adoptó un tono tranquilo e indiferente, pero advirtió un leve temblor en su propia voz. Los últimos dos días habían sido muy largos. No estaba segura de poder manejar aquello debidamente.
—En realidad, Allie saca unas notas muy buenas. Por encima de la media —al oír la voz aniñada de Zoe, Allie y Katie se giraron a la vez, sorprendidas de verla plantada tras ellas—. Más que subir, el listón bajará si ella no está aquí.
Katie la miró con un desdén plagado de malicia.
—Oh, mira, pero si es la niña robot. ¿No deberías estar memorizando algo? ¿O entrando en la pubertad? —se volvió a mirar a Allie—. No me extraña que hagas buenas migas con ese bicho raro.
Indignada, Allie abrió la boca para defender a Zoe, pero la más joven le tomó la delantera. Empujó a Katie a un lado y se colocó dos peldaños por encima de ella, del tal modo que la pelirroja tuviera que alzar la vista para mirarla.
—Ya he entrado en la pubertad —dijo Zoe con su habitual pedantería—. Igual que tú. Empieza a los once y termina a los diecisiete. De media.
Katie la fulminó con la mirada.
—Me importa un pimiento, androide repelente.
Allie se interpuso entre ambas.
—Déjala en paz, Katie.
Un montón de alumnos empezaban a congregarse en torno a ellas, curiosos por ver cómo acababa la disputa. La cosa estaba llegando demasiado lejos.
Allie bajó la voz y trató de adoptar el mismo tono tranquilo y amenazador que había visto emplear al señor Patel cuando quería intimidar a alguien.
—No sé qué problema tienes conmigo y la verdad es que me da igual. Ya sabes quién soy; conoces el nombre de mi abuela. Déjanos en paz a mí y a mis amigos o te arruinaré la vida. No pararé hasta acabar contigo.
Katie se acercó más a ella. Ahora, las dos chicas se miraban muy de cerca.
—No te tengo miedo, Allie —replicó Katie en tono amenazador—. Y tampoco temo a Melinda Meldrum. Ni yo ni nadie. Puedes decirle que…
Sin embargo, la mención del nombre de su abuela fue demasiado para Allie, que cogió a Zoe del brazo para largarse de allí.
—Vamos Zoe —decidió, lanzándole a Katie una mirada gélida—. Aquí ya no tenemos nada que hacer.
Cuando llegaron a la planta baja, Zoe comentó a media voz, sobre todo para sí:
—La pubertad es una época de la vida particularmente complicada y llena de altibajos emocionales. La he estudiado, así que estoy preparada.
—Genial, Zoe —repuso Allie con aire distraído. No podía quitarse de la cabeza las palabras de Katie. ¿Por qué había dicho que nadie temía a Lucinda? ¿Era algún tipo de mensaje?
Los padres de Katie eran poderosos miembros de la junta. Era lo único que Allie sabía de ellos.
Una vez finalizada su reflexión sobre la pubertad, Zoe dio el tema por zanjado.
—Sea como sea, ahora tengo que irme a estudiar.
A juzgar por su falta de expresión, nadie diría que acababa de tomar parte en una pelea.
—Oye —empezó a decir Allie con inseguridad—. Gracias por salir en mi defensa.
—Tranquila. Katie Gilmore es una zorra.
Cuando Zoe se marchó, Allie siguió andando hacia la puerta de Isabelle. Titubeó un momento pero luego llamó con decisión. Como nadie respondía, intentó abrir la puerta. Estaba cerrada con llave.
—¿Isabelle? —preguntó Allie pegando los labios contra la hoja—. ¿Estás ahí?
Silencio.
—Porras —musitó.
Se quedó varios minutos esperando fuera, frotando los tablones del suelo con la punta del zapato. Isabelle no aparecía por ninguna parte.
Allie no sabía qué hacer. Zelazny le había dicho con toda claridad que la directora la estaría esperando. Y ahora no le convenía meterse en más líos.
Mordiéndose el labio, miró a su alrededor buscando algún sitio donde sentarse a esperar. Al otro lado del pasillo había una pesada consola ornamental que soportaba un jarrón lleno de pálidas rosas. Si se sentaba en el suelo junto a la mesa, no interrumpiría el tráfico pero tampoco perdería de vista la puerta de la directora.
Allí sentada, Allie sacó de la cartera el libro de Historia para echar un vistazo a los deberes. Alumnos, profesores y personal de servicio iban y venían por el pasillo, pero Isabelle no aparecía por ninguna parte.
Llevaba allí más de media hora cuando oyó que se abría la puerta de la directora. Levantó la vista y comprobó que había salido alguien del despacho. La mujer estaba de espaldas, así que no podía verle la cara, pero Allie tuvo la sensación de que Isabelle tenía dificultades para cerrar la puerta.
Por fin.
—¡Isabelle!
Allie dejó los libros en el suelo y cruzó el pasillo. Al oír su voz, la otra se dio media vuelta. Qué raro. No era Isabelle.
Era Eloise. Y llevaba en la mano una pequeña llave plateada.
Eloise abrió unos ojos como platos cuando Allie se detuvo en seco a pocos pasos de ella. Por unos momentos, ambas se quedaron mirándose, sorprendidas.
¿Qué hace Eloise en el despacho de Isabelle? ¿Estaba ahí todo el tiempo? ¿Ha pasado de mí cuando he llamado a la puerta? ¿Y por qué se ha puesto a toquetear la cerradura?
Allie sabía que debía decir algo, pero tenía la mente en blanco.
—Yo… esto… —balbuceó—, solo… estaba… buscando a Isabelle.
Los ojos de la bibliotecaria de desviaron hacia el pasillo que discurría a espaldas de Allie, como si le preocupara que alguien pudiera verla allí.
Al mirarla más detenidamente, Allie se dio cuenta de que estaba acalorada y sin aliento. Se le habían escapado varios mechones de la pinza que le sujetaba el pelo, como si hubiera estado haciendo ejercicio o corriendo.
Allie tenía un nudo en el estómago hecho de confusión y desconfianza. Se rodeó el cuerpo con los brazos.
Recuperando el uso de los sentidos, Eloise levantó la barbilla con altivez, como si quisiera imitar la arrogancia natural de Isabelle.
—Ha salido. ¿Puedo ayudarte en algo?
Sí, pensó Allie en plan funesto, podrías decirme qué demonios hacías en el despacho de Isabelle cuando ella no está presente.
Pero se lo calló, claro.
—No… no, solo quería hablar con ella —respondió tratando de fingir que allí no pasaba nada—. ¿Tú no sabrás, o sea, cuándo va a volver?
—Tenía una reunión en Londres después de la última clase —Eloise echó una mirada a su reloj de pulsera—. No volverá hasta bien entrada la noche —se quedó mirando a Allie—. ¿Estás segura de que no te puedo ayudar en nada?
—No, gracias —la alumna retrocedió varios pasos y se estampó el cogote contra el lateral de la escalera—. Ay —sin dejar de mirar a Eloise, se frotó la cabeza con una mano—. Yo… bueno, ya volveré. Ya sabes. Mañana.
Forzándose a aparentar tranquilidad, cruzó el pasillo y recogió los libros como si tal cosa.
Todo aquel rato se dio perfecta cuenta de que Eloise no le quitaba ojo de encima.