Las clases de Allie discurrieron con más normalidad al día siguiente; los alumnos le prestaron menos atención y las lecciones empezaron a cobrar un mínimo sentido.
En los ratos libres, se dedicó a darle vueltas a la información que le había dado Carter. ¿Por qué Isabelle no le había contado lo que estaban haciendo? Intentó recordar si la directora había mencionado algo sobre reconstruir los movimientos del asesino de Jo y encontrar al espía. Sin embargo, solo se acordaba de haber oído que no se preocupara por eso. Que todo estaba bajo control.
Conforme la tarde cedía el paso al anochecer, su nerviosismo iba en aumento. Estaba a punto de averiguar la verdad por sí misma: el entrenamiento de la Night School empezaría aquella misma noche.
Cuando se reunió con Rachel y Zoe en la biblioteca después de la cena, estaba tan nerviosa que apenas podía concentrarse en la clase de Química.
—No me estás prestando mucha atención que digamos —se quejó Rachel cuando Allie se atascó en el mismo problema por tercera vez.
—Perdón —Allie dejó caer el lápiz con un suspiro—. A lo mejor deberíamos pasar a otra cosa durante un rato y volver a ello más tarde. Mi cerebro no da para más.
Al otro lado de la mesa, Zoe le lanzó una mirada elocuente. Allie echó un vistazo al reloj; eran casi las nueve. Tenían que empezar a prepararse.
—En realidad —dijo, apartando la silla de la mesa—, estoy hecha polvo —empezó a amontonar los libros—. Mejor me voy a dormir pronto y seguimos mañana, cuando esté más fresca.
Rachel asintió con expresión compasiva.
—Me parece bien. Pareces agotada.
—Yo también tengo que irme —Zoe se puso en pie—. De todas formas, voy muy adelantada con los deberes.
Mientras salían a toda prisa, Allie se sintió aún más culpable si cabe. No le hacía ninguna gracia mentirle a Rachel. Estaban reconstruyendo su amistad, poquito a poco; si la engañaba, el vínculo le parecería aún más frágil.
Al salir de la biblioteca, Zoe se paró en seco.
—Voy a pasar por mi cuarto a dejar los libros. ¿Vienes?
Allie, sin embargo, quería llegar al sótano cuanto antes. Negó con la cabeza.
—Nos vemos abajo.
Cuando Zoe se alejó por las escaleras que conducían al dormitorio de las chicas, Allie, con el corazón en un puño, se dirigió al salón de actos. Podía hacerlo. Volvería a la Night School y aquella vez no metería la pata.
Estaba tan inmersa en sus pensamientos que no oyó unos pasos que se acercaban. Al doblar una esquina, se dio de bruces con alguien que venía por el otro lado. Los dos hombros chocaron con tanta violencia que Allie notó un fuerte dolor en el brazo.
—Uf, mierda… O sea, perdón.
Allie se echó hacia atrás sujetándose el hombro. Solo entonces se dio cuenta de con quién se había topado.
—¿Te he hecho daño?
Los ojos azules de Sylvain la miraban con preocupación.
—No, no ha sido nada —repuso ella sonrojándose, aunque no estaba del todo segura de que fuera verdad.
Al ver que Allie se acariciaba el brazo, el otro frunció el ceño.
—Merde. Te he hecho daño.
Alargó la mano como para tocarla, pero cambió de idea y la dejó caer.
—Perdona, Allie. Iba muy deprisa. No te he visto.
—Tranquilo —murmuró ella. Al alzar la vista, se encontró con la intensa mirada de Sylvain—. No creo que me lo hayas roto.
—Seré torpe… Es que llego tarde a… —señaló con un gesto la puerta abierta que conducía al sótano.
—Yo también voy —dijo Allie.
Sylvain abrió los ojos como platos.
—¿Has vuelto? ¿Desde cuándo?
Ella se encogió de hombros, como si la Night School no fuera nada del otro mundo.
—Forma parte de mi castigo.
Los ojos de Sylvain la escudriñaban. Aunque él no llegó a decir nada, Allie tenía la sensación de que le sorprendía que ella le hablara. Había estado evitando a Sylvain desde la noche del baile de invierno.
No porque no tuviera ganas hablar con él. Es que no sabía qué decirle. El beso de aquella noche había sido tan épico… tan intenso. Solo de recordarlo se le aceleraba el corazón.
Desgraciadamente, Jo había muerto poco después. Y el mundo había cambiado de la noche a la mañana.
Aquel día Allie había descubierto que Nathaniel mataría a las personas que más le importaban. Y había decidido poner distancia con sus amigos.
—Debe de ser muy duro, después de todo lo que pasó —se compadeció Sylvain—. ¿Estás preparada?
—No lo sé —reconoció ella—, pero tengo que hacerlo. Por ella.
Él asintió, como si no esperara menos de Allie.
—Yo haría lo mismo.
Ella lo miró a los ojos, sorprendida.
—¿En serio?
—Claro —repuso él—. Es el único modo. Tienes que ser fuerte para luchar. Y ganar.
—Gracias —dijo ella de corazón—. Me ayuda que me lo digas.
La sonrisa suavizó los marcados rasgos de Sylvain, dándole un aspecto más aniñado, menos sofisticado. A veces parecía tan mayor que Allie tendía a olvidar que solo tenía dieciséis años.
El chico echó un vistazo al reloj y su sonrisa se desvaneció.
—Me temo que vamos a llegar tarde —dijo—. Tengo que pasar por mi cuarto primero.
—Claro —asintió Allie, echándose a un lado.
—Allie…
Ella lo miró con curiosidad, pero Sylvain, al parecer, cambió de idea.
—Nada —dijo—. Te veo abajo.
De nuevo a solas, Allie empezó a bajar las escaleras. Los peldaños que conducían al sótano, antes tan familiares, le parecían ahora siniestros e inhóspitos. Y el ambiente en el lóbrego corredor jamás había sido más solitario. Respiró aliviada cuando llegó por fin al vestuario de las chicas.
La habitación, grande y cuadrada, estaba casi vacía; solo había un puñado de chicas, casi todas vestidas con el equipo negro de la Night School.
Vio a Nicole en una esquina, que todavía iba de uniforme. Cuando la francesa se recogió la oscura melena en una cola de caballo, los ojos de ambas se encontraron. Nicole no se mostró sorprendida; si le extrañaba verla allí, lo disimuló muy bien.
—¿Qué? ¿Lista para volver a la trituradora?
Pronunciaba las erres al estilo francés, como si fueran ges.
—¿Ahora la llamamos así? —Allie forzó una sonrisa.
—Es un nombre de lo más apropiado, n’est ce pas?
El tono amargo de Nicole reflejaba perfectamente los sentimientos de Allie. Entre insolente y enfadada.
Hacía poco que se conocían, desde finales del semestre anterior, pero se habían caído bien desde el principio. Nicole era guapísima —pequeñita y delgada, con enormes ojos castaños— pero, a pesar de su aspecto frágil, no le tenía miedo a nada.
—Ya lo creo.
Allie se acercó al colgador marcado con el apellido «Sheridan» en pulcras letras de imprenta. Encontró unas mallas negras, dos camisetas ajustadas —una interior y otra exterior— y una sudadera de cremallera allí colgadas. Amontonados sobre el banco de madera, había un gorro negro de punto, unos guantes térmicos y unas deportivas a prueba de agua.
Se preguntó si las prendas habrían estado allí todo el tiempo durante su ausencia. Esperando a que volviera.
En vez de desabrocharse la blusa, Allie se la quitó por la cabeza de cualquier manera. Mientras cogía la camiseta, advirtió que Nicole echaba un vistazo a sus cicatrices, unas líneas rojas muy marcadas contra la pálida piel de los brazos y el torso. Era la primera vez que alguien la veía desnuda después del accidente, sin contar a los médicos, claro. Sonrojándose, Allie se puso la camiseta a toda prisa.
Al verla tan apurada, Nicole negó con la cabeza.
—No te avergüences de tus cicatrices —sorprendida, Allie la miró—. Deberías estar orgullosa de ellas. Son un símbolo de supervivencia. De fuerza.
Y una mierda, pensó Allie con amargura. Yo no soy fuerte. Soy un fiasco.
A pesar de todo, mientras seguían cambiándose en silencio, las palabras de Nicole fueron calando en ella. Al fin y al cabo, estaba viva, ¿verdad? Se había enfrentado a dos tipos que la doblaban en tamaño y los había vencido.
Las cicatrices eran la prueba.
Cuando se puso las mallas, Allie no trató de ocultar la fea señal que tenía en la rodilla izquierda.
Nicole esperó a que Allie terminara y luego entraron juntas en la sala de entrenamiento, donde decenas de alumnos de la Night School hacían estiramientos y charlaban en el tatami azul. Al verla llegar, los que estaban más cerca de la puerta se callaron de golpe.
Incómoda, Allie buscó alguna cara conocida a su alrededor. Vio a Jules y a Carter, que hablaban con Lucas al fondo de la sala. Carter estaba de espaldas, pero Jules le dio un codazo y él se volvió a mirarla. Cuando sus ojos se encontraron, Carter la saludó con un gesto educado y reanudó la conversación.
Allie se quedó allí plantada, mirándole el cogote y tragando saliva, muy enfadada consigo misma.
¿Qué se había imaginado? ¿Que Carter correría a abrazarla? ¿Que le daría la bienvenida a la Night School?
Sin embargo, después de la charla que habían mantenido por la mañana, Allie esperaba algo más, y la indiferencia de Carter le dolió un poco. Fue un dolor rápido y agudo —un aguijonazo emocional— y notó que se sonrojaba.
Se volvió hacia Nicole y buscó algo que decir, lo que fuera, para que todo el mundo viera que el desplante de Carter le importaba un comino.
—¿Y qué? ¿Cómo estás? —fue lo único que se le ocurrió.
Soy del género idiota, pensó angustiada.
Por suerte, Nicole era un lince.
—De maravilla, cariño —respondió con una carcajada cantarina y deliciosa, como si Allie hubiera dicho algo sumamente ingenioso—. ¿Nos ponemos por allí?
Señaló con la cabeza una zona bien alejada de Carter y Jules.
—Claro —Allie no pudo evitar que se le notara el alivio en la voz.
Mientras cruzaban la sala a paso vivo, oyó que alguien la llamaba. Allie se detuvo en seco y se dio media vuelta. Allí estaba Eloise, que caminaba hacia ellas sonriendo de oreja a oreja.
Se sintió mejor al instante. Eloise era su instructora favorita. La joven y vivaracha bibliotecaria siempre le había dejado muy claro que podía contar con ella.
—Bienvenida a la Night School —dijo la profesora, rodeándole los hombros con el brazo. A continuación bajó la voz—. ¿Estás lista para esto?
Por lo que parecía, aquella era la pregunta del día.
—Eso creo —titubeó Allie—. O sea… eso espero.
—Todo irá bien —afirmó Eloise con absoluta convicción—. Quería contarte los planes que tenemos para ti.
—¿Planes?
—Hemos pensado que, como todavía arrastras secuelas del accidente, será mejor que empieces a entrenarte poco a poco —le explicó Eloise—. No podemos exigirte lo mismo que a los demás; aún es pronto para eso. Así que les hemos pedido a los médicos que te diseñen un programa de recuperación. Tendrás dos compañeras de entrenamiento en vez de una sola —sonrió alegremente—. Y yo supervisaré personalmente tus progresos.
Allie respiró aliviada. Si le dieran a elegir entre todos los instructores, siempre se quedaría con Eloise. A lo mejor las cosas no eran tan terribles como imaginaba.
Nicole intervino en la conversación.
—¿Y quiénes serán sus compañeras?
—Tú serás una —dijo Eloise, y Allie se alegró todavía más.
—¿Y la otra? —volvió a preguntar Nicole.
Eloise miró a Allie.
—¿Qué te parecería volver a trabajar con tu antigua compañera?
Sin dar crédito a su suerte, Allie exclamó:
—¿Zoe? ¿De verdad?
La sonrisa de la bibliotecaria se ensanchó.
—Sí. La extraña pareja ataca de nuevo, como debe ser.
Allie sonrió a su vez.
—Gracias, Eloise.
—No me des las gracias tan pronto —le advirtió la bibliotecaria—. Tienes mucho trabajo por delante. Esto no va a ser fácil.
En cualquier caso, mientras Eloise se alejaba para hablar con Jerry Cole, Allie se sintió mucho mejor. No tendría que enfrentarse sola a todo aquello.
—Muy bien, vamos a empezar. Acercaos, por favor.
Al oír la atronadora voz de Zelazny, Allie corrió a unirse al grupo de gente que ya rodeaba al profesor de Historia. Como de costumbre, Zelazny estaba plantado en el centro de la sala de entrenamiento, tieso como un palo. La luz del fluorescente le transparentaba la coronilla por debajo de los cuatro pelos que le quedaban cuando sus clarísimos ojos escudriñaron al grupo para comprobar si todo el mundo le prestaba plena atención.
—Igual que hemos venido haciendo estos días, esta noche empezaremos con algunas técnicas básicas de krav maga, así que emparejaos, haced unos cuantos estiramientos y empezad.
Mientras los alumnos buscaban a sus parejas, Allie miró a su alrededor, desconcertada.
¿Krav maga?
Carter le había dicho que las cosas habían cambiado mucho desde el último ataque. Ahora empezaba a entender a qué se refería.
—Aquí estás —Zoe llegó corriendo, la cogió de la mano y la arrastró hacia el fondo de la sala—. ¿Te han dicho que vamos juntas otra vez? Ya era hora —miró a Allie con expresión crítica—. Espero que no nos retrases demasiado. Estás muy anquilosada.
Allie se quedó aplastada. A su lado, Nicole hacía esfuerzos por aguantarse la risa.
—Zoe, a veces eres… demasiado sincera —dijo la francesa.
—¿Demasiado sincera? —preguntó Zoe extrañada.
Sin que la otra las viera, Nicole y Allie intercambiaron una mirada socarrona.
—Da igual —dijo Allie—. ¿Alguien sabe lo que tenemos que hacer?
Nicole señaló a Eloise, que les hacía señas desde un lado de la sala.
Cuando cruzó la estancia escoltada por sus dos amigas, Allie se dio cuenta de que la Night School al completo estaba pendiente de ella. Levantó la barbilla y alargó el paso, intentando parecer segura de sí misma. Valiente.
—No hagas caso de nadie —la animó Eloise cuando se reunieron con ella—. Nosotras, a lo nuestro.
Así que, mientras los demás practicaban violentas llaves de artes marciales, tiraban a sus compañeros al suelo con complicados movimientos y luchaban con armas de pega, las tres chicas se refugiaron en un oasis de tranquilidad y se dedicaron a hacer estiramientos de yoga. Por más suaves que fueran, todos los movimientos le provocaban a Allie algún tipo de dolor, como si alguien se dedicara a ir buscándole las heridas una por una para hurgar en ellas. Ella, sin embargo, no se quejó ni una vez; se mordía el labio cada vez que tenía ganas de gritar.
Algo debió de notar Eloise, porque le susurró en voz muy baja para que las otras no la oyeran:
—Mejorará. Cualquier día de estos empezará a dolerte menos. Y luego apenas notarás nada. Te lo prometo.
Allie asintió con vehemencia, aliviada de que la instructora le demostrase empatía. Necesitaba creerlo. Tenía que recuperar las fuerzas.
Lo suficiente para luchar.
Cuando concluyó el entrenamiento, Allie estaba agotada. Sudaba a mares y tenía los músculos tan cansados que le flaqueaban las piernas al caminar.
Se dio una ducha bien larga para tener tiempo de recuperarse. Cuando fue a vestirse, las otras chicas se habían marchado y estaba sola en el vestuario.
Vacía, la habitación parecía distinta; los ruidos retumbaban huecos y parecía como si las sombras tuvieran vida propia. Se vistió a toda prisa, salió corriendo… y encontró a Sylvain apoyado contra la pared del pasillo.
Al verlo allí, tan alto y delgado, con esos ojos azules que la miraban con recelo, se le aceleró el corazón.
—Eh —dijo—. ¿Qué pasa?
—Nada —repuso él, pero lo dijo con una indiferencia tan calculada que Allie no se lo tragó—. Te esperaba para acompañarte arriba.
—Genial —mintió Allie también.
El suelo de linóleo ahogaba sus pasos. Cuando Sylvain se decidió a hablar por fin, casi habían recorrido la mitad del pasillo.
—Antes, cuando nos hemos encontrado, quería decirte una cosa, pero no he tenido tiempo.
—Ya…
—Ojalá hubieses… —al verlo titubear, Allie lo miró con curiosidad. No era propio de Sylvain demostrar inseguridad—. Cuando te escapaste, ojalá hubieses acudido a mí en vez de a…
Demasiado cansada como para salirse por la tangente, Allie suspiró. De todos modos, por lo que parecía, todo el mundo parecía empeñado en hablar del mismo tema.
—Supongo que debería haberlo hecho, pero preferí actuar por mi cuenta. Quería acelerar los acontecimientos —llegaron al pie de la escalera y Allie se volvió a mirarlo—. No sé si puedes entenderlo. ¿Te parece absurdo?
—Entiendo que te sintieras así —Sylvain escogía con cuidado las palabras—, pero creo que deberías habértelo pensado mejor. Podrías haber acudido a mí. Yo te habría dicho la verdad.
—¿Ah, sí? —le preguntó ella con una nota de amargura—. ¿O habrías ido corriendo a buscar a Isabelle para chivarte? Por mi propia seguridad, claro.
—¿Alguna vez he hecho algo así?
Sylvain le sostenía la mirada, y Allie se dio cuenta de que tenía razón. Nunca la había traicionado.
—No —reconoció despacio—. Supongo que no.
Sylvain seguía mirándola a los ojos, como si estuviera esperando a que ella entendiera algo… a que leyera algo en ellos. O como si aún le quedaran cosas por decir.
Cuando llegaron a las escaleras Allie rozó la mano de Sylvain sin querer al ir a apoyarse en la barandilla. Notó una descarga eléctrica y apartó la mano a toda prisa.
—Perdona —se disculpó, ruborizándose.
—¿Por qué? ¿Por haberme tocado? No está prohibido, ¿sabes?
Sylvain hablaba en tono amable, burlón, pero Allie no estaba lista para aquello. Apuró el paso.
—¿Qué te pasa, Allie? —habían llegado a la planta baja y la voz del francés resonaba en el gran vestíbulo—. No es la primera vez que nuestras manos se rozan, ¿verdad?
Al momento, Allie recordó la escena de la noche del baile. Los copos de nieve. Los labios cálidos de Sylvain. Los dedos que le acariciaban el pelo.
Negó con la cabeza como para ahuyentar la imagen.
—No podemos —dijo—. No podemos.
—¿Por qué no? —Sylvain parecía tan vulnerable en aquel momento que a Allie se le encogió el corazón—. Ya sabes que me gustas. Y pensaba que yo te gustaba también. Pero de repente todo ha terminado y tú ni siquiera me hablas —como Allie no respondía, el chico dio un paso adelante—. No puedes encerrarte en ti misma por culpa de lo que pasó, Allie. Tienes que seguir con tu vida.
—Gabe ya intentó matarte una vez por mi culpa, Sylvain —repuso Allie—. Es suficiente. No volverá a suceder. Nadie más morirá si yo puedo evitarlo.
Sylvain se quedó de piedra.
—¿Por eso te comportas así? ¿Intentas protegerme de Gabe y de Nathaniel? —levantó las manos, buscando la mirada de Allie—. Yo no soy Jo.
—Ya lo sé —replicó ella—. Pero ¿no lo entiendes? Uno de nosotros colaboró en el asesinato de Jo. Y tengo que averiguar quién es y asegurarme de que recibe su merecido. No quiero que te hagan daño y que las cosas se compliquen y que todo eso… me distraiga.
Sylvain le lanzó una mirada incendiaria.
—Así que te vas a encargar de todo tú sola, porque a mí me consideras una mera distracción —se pasó los dedos por el pelo—. Sigues huyendo, Allie, y ni siquiera te das cuenta.
Dicho eso, se alejó a paso vivo y la dejó allí plantada.
Mientras subía al dormitorio de las chicas, Allie repasó mentalmente la conversación una y otra vez, tratando de convencerse de que no había sido tan horrible como pensaba.
Lo peor de todo era que Sylvain tenía razón en parte: Allie quería ocuparse de todo ella sola. Le daba miedo dejar que él —que alguien, quien fuera— la ayudara. Cuando Sylvain andaba cerca, todo se embrollaba y le costaba concentrarse. Acabarían por besarse otra vez, y no quería besar a nadie hasta saber quién era el espía. No se lo podía permitir.
Además, todavía no había olvidado a Carter; no del todo. Después de su charla de esa mañana, una parte de su corazón tenía la esperanza de que todo hubiera sido un terrible error y de que aún pudieran encontrar el modo de arreglar las cosas.
Por desgracia, cada vez que lo veía con Jules, la posibilidad le parecía un poco más remota.
Allie suspiró mientras avanzaba por el largo pasillo acompañada del gruñido de sus zapatos contra el suelo pintado de blanco.
Vaya lío.
Al llegar a su habitación, dejó caer la cartera. El aire estaba algo cargado. Allie se acercó a la ventana y se echó sobre el escritorio para alcanzar la aldaba. Cuando abrió la ventana, una corriente de aire frío y limpio inundó el cuarto.
Allie cerró los ojos e inspiró profundamente, como si aquel aire fresco pudiera aclararle las ideas.
La luna, llena y brillante, iluminaba los jardines con un fulgor azulado. Sin embargo, de no haber sido por su entrenamiento en la Night School, ni siquiera a la luz de la luna habría visto la sombra rauda, casi invisible, que se deslizaba por el jardín.
Frunciendo el ceño, Allie escudriñó el césped que se extendía allí abajo, por si la sombra correspondía a un zorro o a un ave nocturna.
Y de repente, agarrada con fuerza al marco de la ventana, se quedó helada. Acababa de ver a un hombre corriendo entre los árboles.