Ocho

—¡Allie, ayúdame! Oh, Dios mío. Por favor, ayúdame…

La siniestra brisa que agitaba las ramas de los árboles transportaba la voz aterrorizada de Jo a través de la oscuridad.

Cada palabra se le clavaba como un cuchillo. Aterrada y desesperada, Allie corrió hacia la izquierda, luego hacia la derecha y después otra vez hacia la izquierda. Sin embargo, la voz nunca sonaba más cerca y cada vez le costaba más respirar. Se sentía como si tuviera un torno de acero alrededor del pecho.

Allie intentaba coger aire para responder, pero solo conseguía resollar con fuerza.

—¡No te encuentro, Jo! —gritó al fin débilmente—. ¿Dónde estás?

—¡Allie! —el grito de Jo contenía una nota de esperanza capaz de partir un corazón—. ¡Ayúdame, por favor!

Un sollozo pugnaba por abrirse paso a la garganta de Allie mientras corría. Los árboles parecían inclinarse hacia ella para agarrarle la ropa con sus ramas acabadas en punta, como uñas largas y rotas. No hizo caso del dolor. Tenía que encontrar a Jo. Si la encontraba a tiempo, su amiga viviría.

Por fin, la vio a lo lejos. Allie ya estaba agotada. Jo yacía en medio de una arboleda, con el pelo rubio brillándole como un halo alrededor de la cabeza. Sus ojos color aciano miraban fijamente el cielo, vidriosos.

Allie cayó de rodillas y tomó la mano exangüe.

—Estoy aquí, Jo. Estoy aquí.

Jo respiraba con jadeos entrecortados. Cuando se volvió a mirar a Allie, sus ojos azules se nublaron y se volvieron blancos.

—Demasiado tarde, Allie —dijo con amargura—. Llegas demasiado tarde. Ya estoy muerta. Y tú tienes la culpa.

Al bajar la vista, Allie se dio cuenta de que sostenía la mano de un cadáver; Jo tenía los dedos azules y fríos, exánimes.

Abrió la boca para gritar, pero de su garganta no brotó sonido alguno.

Resollando, Allie se incorporó sobresaltada. El sudor le caía a chorros por la cara mientras escudriñaba la habitación con cara de terror. Se arrastró por la cama como un animalillo acorralado hasta acurrucarse contra el cabezal, temblando.

Las entrecortadas respiraciones le quemaban la garganta, el corazón le latía desbocado.

Solo ha sido un sueño, el mismo de siempre. Estoy en mi cuarto, se dijo. Estoy en mi cuarto, a salvo, y todo va bien. Todo va bien. Todo va bien. Todo va bien. Todo va bien…

Sin embargo, las paredes ya estaban avanzando hacia ella.

Allie cerró los ojos con fuerza y, sin dejar de temblar, inspiró muy despacio, haciendo esfuerzos por llevar oxígeno a sus pulmones obturados. Jadeó cuando solo un hilillo de aire le llegó a la garganta. Se le empezaba a nublar la vista.

Recurrió a los trucos que Carter le había enseñado para superar los ataques de pánico: respirar despacio por la nariz y pensar en cosas que la hicieran feliz.

Gatitos, pensó frenética. ¡Gatitos suaves! ¡Días de sol! ¡Helado de chocolate! ¡La playa!

Mientras seguía haciendo inventario, su propia lista le pareció tan ridícula que soltó una carcajada llorosa.

Igual que otras veces, el truco funcionó. Poco a poco, las paredes volvieron a su lugar y el pulso se le normalizó.

No obstante, seguía muy alterada.

—Solo ha sido un sueño —dijo en voz alta, abrazando una almohada como si fuera un escudo—. Solo un sueño.

La oscuridad era agobiante, de modo que encendió la lamparilla del escritorio. Miró el despertador. Eran las cuatro y media de la madrugada.

Inspirando a fondo para tranquilizarse, se apoyó contra la fría pared y se apartó el pelo de la cara.

Aquel era el día que empezaba su castigo: tres mañanas a la semana, tendría que trabajar en el huerto de las seis a las ocho. Aún le quedaba una hora de margen antes de levantarse, pero no quería volver a dormir; los últimos retazos del sueño coleaban todavía en su mente, sinuosos como serpientes, preparados para abalanzarse sobre ella en cuanto cerrara los ojos.

Así que optó por darse una buena ducha. Luego, de vuelta en el cuarto, rebuscó por el armario las prendas más cálidas que encontró, tantas capas como pudiera. Escogió una camiseta térmica, unos pantalones de deporte y dos sudaderas, además de su jersey más grueso. Cuando estuvo lista, aún le quedaba tiempo y estuvo trabajando en el ensayo de Literatura hasta las seis.

En el colegio reinaba una quietud sobrenatural a aquellas horas de la mañana; incluso el personal de servicio seguía durmiendo cuando Allie bajó por las escaleras. La puerta trasera se abrió con un chirrido que resonó como un grito en el silencio.

A juzgar por la oscuridad, bien podría ser medianoche; la luz del alba ni siquiera se insinuaba aún en el horizonte, solo el reflejo de las estrellas. Una gruesa capa de escarcha cubría la hierba y, cuando Allie cruzó el jardín trasero, el suelo crujió bajo las suelas de sus botas de goma.

Por Dios, qué frío. Solo de respirar ya notaba cómo el frío le perforaba las fosas nasales como un cuchillo y tenía la sensación de que el cráneo le estrujaba el cerebro.

Aunque llevaba guantes, se metió las manos en los bolsillos y se arrebujó aún más en el interior del abrigo.

Vaya ideas, trabajar en el jardín en pleno mes de febrero, rezongó para sí. No entiendo cómo hay gente que lo hace. Y por gusto.

Dos filas de árboles se alineaban en el sendero de detrás del edificio y sus ramas desnudas formaban una especie de bóveda siniestra, como de huesos. Más adelante, el camino se sumía en la oscuridad.

Intranquila, Allie echó a correr a un trote ligero.

No quería reconocer que estaba asustada. Se dijo que lo hacía para ir calentando los músculos; así cuando empezara a trabajar le dolerían menos. Sin embargo, notaba una presión en las entrañas, como cuando tienes miedo.

Cuando llegó a un muro alto y muy largo construido con grandes piedras grises, se relajó un poquitín. Al otro lado ya estaba el huerto. Dobló el recodo a la izquierda y siguió la tapia hasta llegar a un portón de madera. Casi siempre estaba cerrado, pero aquel día el candado colgaba abierto y habían dejado la puerta entornada.

Cuando Allie vio el candado de combinación, notó un escalofrío en la nuca. La imagen de Jo acudió a su mente; recordaba a su amiga girando las ruedecillas del mecanismo a toda velocidad. Aquella puerta nunca se dejaba abierta.

Habrá sido el señor Ellison, razonó. Me está esperando. ¿Cómo iba a entrar si no?

A pesar de todo, cruzó el umbral con suma cautela, inclinando el cuerpo hacia delante y con todos los músculos del cuerpo en tensión.

Era un huerto muy grande; en verano, proporcionaba frutas y hortalizas abundantes para todo el colegio, pero en esta época del año parecía desnudo y muerto. Por lo que Allie podía ver, estaba desierto.

—¿Hola? —gritó, poniéndose de puntillas para escudriñar la oscuridad—. ¿Señor Ellison?

La tierra fría se tragó su voz.

Debería haber alguien allí para recibirla. Al fin y al cabo, eso de acudir al huerto en mitad de la noche no había sido idea suya.

Estaba empezando a enfadarse.

Ya debían de pasar de las seis. Y allí estaba, sola en la oscuridad, sin saber adónde ir.

—Esto es de locos —musitó Allie para sí mientras se abría paso entre una maraña de ramas secas—. Ya puestos, podrían colgarme un cartel en la espalda que dijera: «Por favor, Nathaniel, atácame» —se le enganchó la manga en unas zarzas y apartó el brazo de un tirón—. «Estoy sola y soy vulnerable. Captúrame y llévame a la guarida desde la que planeas conquistar el mundo». ¿Y por qué no me habré traído una maldita linterna?

De repente, un chasquido resonó en el silencio. Allie se volvió rápidamente hacia el ruido pero la oscuridad le impedía ver de dónde procedía.

A lo mejor he sido yo, que he pisado algo sin darme cuenta, pensó esperanzada. Seguro que solo ha sido un eco.

Sin embargo, el espasmo nervioso de la mejilla la traicionaba.

—¿Hola? —notó la crispación de su propia voz y carraspeó para ahuyentarla—. ¿Hay alguien ahí?

Nadie respondió.

Allie dejó de gritar. Puede que no fuera buena idea anunciar a los cuatro vientos su presencia.

Un pesado silencio la envolvió unos instantes. Luego, volvió a oírlo: el chasquido de una rama.

Y Allie no se había movido.

Sus instintos de luchadora entraron en juego; se acuclilló con el corazón desbocado, siseando por lo bajo cuando notó un pinchazo en la rodilla. Muy quieta, aguzó los oídos.

(Chas).

Ahí está otra vez.

Había alguien allí, desde luego; ningún animal haría ese ruido. Ahora bien, fuera quien fuese, debía de estar en la otra punta del huerto, aunque Allie no podía decirlo con exactitud; los sonidos rebotaban contra la tapia que cercaba el huerto.

Se quedó agachada, escondida entre las sombras de un arbusto seco, sopesando las alternativas que le brindaban las circunstancias. La inundó una extraña tranquilidad, seguramente a consecuencia del ataque de pánico que había sufrido hacía un rato; había agotado las reservas de adrenalina.

Sabía que lo más sensato sería volver corriendo al colegio a pedir ayuda. Isabelle así lo habría querido.

Por otro lado, ¿y si era Nathaniel el que rondaba por allí? ¿O Gabe? ¿Y si alguno de los dos estaba allí mismo, observándola? Aquella podía ser la oportunidad que estaba esperando. La ocasión de hacerles pagar por sus crímenes.

Aún no estaba en plena forma. Y no había nadie allí para ayudarla. Quizá no fuera tan buena idea enfrentarse a ellos ahora mismo. Porque si perdía…

¿Qué pasaría si perdía?

Sin embargo, tenía un solo pensamiento en la cabeza: Si gano… todo habrá terminado.

En realidad, no había mucho que decidir. Poniéndose en pie, buscó algo que pudiera utilizar como arma.

Por pocas probabilidades que tuviera de ganar… le daba igual. Si sus enemigos estaban allí, no pensaba salir huyendo. Se lo debía a Jo. Le debía un gesto de valor.

Encontró dos afiladas estacas de bambú clavadas en la tierra helada. Las arrancó y las aferró con fuerza, una en cada mano. Moviéndose con sumo sigilo, avanzó hasta el borde del huerto. Una vez allí, se detuvo un momento a escuchar y luego, siguiendo sus instintos, avanzó rauda hacia los árboles frutales del fondo.

Ya no notaba el frío. Su propia resolución la ayudaba a entrar en calor y le despejaba la mente. Estaba totalmente concentrada en la misión que tenía por delante.

Casi había llegado a la zona de los frutales cuando volvió a oír aquel ruido, ahora mucho más cerca. Procedía de la otra punta de la hilera de árboles más próxima. Fuera quien fuese el intruso, estaba allí.

Un hormigueo nervioso le recorrió la piel. Tensó los abdominales para saltar…

Y oyó una risa.

Unas palabras que Allie no llegó a entender siguieron a aquel ronquido grave que conocía muy bien. Luego sonó otra risilla.

Allie identificó la voz al momento.

Sin molestarse ya en moverse con sigilo, se abrió paso entre la densa arboleda de manzanos y perales, semioculta por la oscuridad de la madrugada.

—… y se puso toda roja, con los ojos a punto de salírsele de la órbitas, y lo juro por Dios…

Saliendo de entre los árboles, Allie vio a Carter. De espaldas a ella, el chico partía una rama cuyos pedazos iba amontonando mientras relataba su historia. Allí cerca, el señor Ellison sonreía mientras afilaba unos alicates. Habían dejado una linterna encendida en el suelo, entre los dos.

A la pobre Allie le ardían las mejillas. ¿Cómo había podido pensar que Nathaniel la acechaba? Estaba paranoica perdida.

Aunque también tengo razón, pensó. ¿Por qué no han salido a mi encuentro en vez de ponerse a charlar tranquilamente, por el amor de Dios?

La rabia bloqueó la sensación de bochorno.

—¡Eh! —gritó sin poder contenerse. Carter se dio media vuelta, aún con la rama en la mano. Al darse cuenta de que lo había asustado, Allie se alegró—. ¿Por qué nadie me ha contestado?

Se dio cuenta de que estaba alzando la voz, pero antes de que Carter pudiera responder el señor Ellison frunció el ceño y la apuntó con los alicates.

—Llega tarde, jovencita. Y no me gusta nada ese tono.

—¿Qué? Pero si no le encontraba por ninguna parte. ¿No ha oído cómo le llamaba? —en un abrir y cerrar de ojos, dejó la rabia a un lado para ponerse a la defensiva—. Hace siglos que le busco. Nadie me dijo que acudiera al manzanar y además —concluyó en plan cutre, mientras los otros dos la miraban de hito en hito— está muy oscuro.

El señor Ellison se puso a apilar herramientas en una vieja caja metálica.

—Ya, bueno, no hace falta que contrate a un abogado, señorita Sheridan. Limítese a ser puntual la próxima vez. Y tráigase una linterna. No amanece hasta pasadas las seis.

Allie no quería mirar a Carter, pero se daba perfecta cuenta de que el chico hacía esfuerzos por no sonreír.

Cada vez más abochornada, lo señaló con un gesto agresivo para cambiar de tema.

—¿Y qué hace él aquí?

Carter abrió la boca para replicar, pero el señor Ellison se adelantó.

—Carter ha venido a ayudarnos por razones… que no son del todo altruistas.

La risa asomó a los ojos del hombre, y esta vez Carter no pudo disimular una sonrisilla de culpabilidad.

Los dientes de Allie rechinaron de rabia.

Ah, claro, así que cuando castigan a Carter la cosa tiene gracia, pero a mí me tratan como a una asesina psicópata…

La injusticia la enfureció aún más si cabe.

—Genial —dijo en tono enfurruñado—. ¿Y qué, nos vamos a quedar aquí riéndonos de las travesuras de Carter o me va a decir lo que tengo que hacer?

El señor Ellison enarcó las cejas.

—Haga el favor de hablarme con educación, señorita Sheridan.

Allie no recordaba haber visto al jardinero disgustado anteriormente. El guardabosques, alto y fuerte, de cálidos ojos castaños y piel del color del roble pulido, siempre había sido amable con ella.

En otras circunstancias, Allie habría pedido perdón y le habría quitado hierro al asunto, pero en aquel momento tenía frío y se sentía humillada, le dolían todos y cada uno de los músculos, había sufrido una horrible pesadilla y pensaba que el mundo no podía ser más injusto.

Lo fulminó con una mirada rebelde.

Al ver que Allie no se disculpaba, el guardabosques siguió hablando cada vez más enfadado.

—Creo que eres diestra, ¿verdad, Allie?

Una parte de ella quería contestarle y poner fin a la escena de una vez, pero estaba furiosa. Así que encogió los hombros y se cruzó de brazos.

—Allie, venga… —dijo Carter en tono amable.

Ella se mordió el labio para no mandarlo al cuerno. ¿Por qué no se metía en sus propios asuntos?

Al comprender que Allie no tenía intención de responder, el señor Ellison se hurgó en el bolsillo del mono, sacó unas tijeras de podar del tamaño de la mano de Allie y se las tendió. No hizo ademán de acercarse a ella. Allie tendría que acercarse a cogerlas.

Tozuda a más no poder, ella se quedó donde estaba. No pensaba dar su brazo a torcer. Quería que el mundo entero supiera lo enfadadísima que estaba. Lo injusto que le parecía todo aquello.

Pero se lo contará a Isabelle. Y entonces Lucinda se enterará, y me dirá que he faltado a mi promesa y…

No tenía elección. De muy mala gana, recorrió la distancia que la separaba del guardabosques y cogió las tijeras, procurando que su expresión reflejase lo enojada que estaba.

Cuando fue a retirarse, el señor Ellison retuvo la herramienta.

—Sé que tú no eres así, Allie —le dijo en un tono bastante cariñoso.

Allie sintió el impulso de decirle que él no tenía ni idea de cómo era ella. Ni él ni nadie. Sin embargo, descubrió sorprendida que se le saltaban las lágrimas. No quería contestarle mal al señor Ellison. Allie sabía que ahora misma no era dueña de sus actos. Estaba golpeando a ciegas, castigando a las personas equivocadas.

Aquello tenía que terminar.

Su rabia se esfumó de repente, como una nube de aliento en el aire frío.

—Lo siento —dijo de corazón. Necesitaba que el jardinero aceptase sus disculpas. Que la perdonase.

La expresión del guardabosques se suavizó.

—Te entiendo más de lo que crees, Allie —le confesó con su tranquilizador tono de barítono—. Yo también he perdido a seres queridos. Buenas personas. Igual que Carter. Personas a las que queríamos tanto como tú a Jo. Sabemos lo mucho que duele. Pero lo hemos superado, y tú también tienes que hacerlo.

Allie sabía que los padres de Carter habían muerto cuando él era solo un niño. Y que ambos habían sido buenos amigos del señor Ellison. Debió de ser horrible. Seguro que Carter y el señor Ellison se habían sentido tan mal como ella se sentía ahora mismo.

Se volvió a mirar a Carter, pero él bajó la vista, como si las palabras del señor Ellison le hubieran despertado recuerdos muy dolorosos.

Allie tuvo la sensación de que los nudos que le estrujaban el corazón desde aquella horrible noche en el bosque empezaban a aflojarse, solo un poco.

Ella no era la única que tenía que superar todo aquello. Y no podía hacer pagar a los demás lo mal que se sentía. Todos habían perdido a alguien.

Asintió con vehemencia.

—Arreglaré las cosas, señor Ellison. Se lo prometo.

Encaramada a lo alto de una escalera, Allie recortaba las ramillas de un viejo manzano, tal como el señor Ellison le había enseñado, dejando que cayeran al suelo. Desde aquella posición, veía el último piso del colegio; las luces acababan de encenderse en los dormitorios. Allí dentro se estaría calentito y el olor a tostadas y beicon empezaría a inundar los pasillos.

Le gruñó el estómago solo de pensarlo.

Había tenido que quitarse un guante para sostener las tijeras y se detuvo un momento para soplarse los dedos entumecidos. Allá abajo, Carter amontonaba las ramas caídas, y luego rastrillaba las hojas y las ramillas restantes.

Al otro lado del huerto de frutales, el señor Ellison arrojaba las ramas a una hoguera, de modo que Carter y ella estaban prácticamente solos.

Observó el trabajo de Carter desde detrás de las ramas, recordando mientras tanto lo bien que se sentía cuando aún estaban unidos. Allie había sido su mejor amiga, luego su novia. Ahora su… nada.

Desde que el chico salía con Jules, apenas se hablaban. A Allie le había dolido mucho que Carter hubiera tardado tan poco en sustituirla; él, por su parte, se limitaba a evitarla. Sus relaciones seguían cargadas de reproches tácitos.

Allie bajó y arrastró la escalera hacia otra zona del árbol.

Carter alzó la vista.

—¿Necesitas ayuda?

Ella negó con la cabeza.

—Ya está.

Encogiéndose de hombros, él reanudó el trabajo.

Cuando hubo instalado la escalera al otro lado del tronco, Allie se volvió hacia él y habló rápidamente, para que no le diera tiempo a cambiar de idea.

—Mira, perdona por… lo de antes y tal. No ha estado bien.

Carter dejó de rastrillar y levantó la vista. Se quedó tan sorprendido que, durante un momento, olvidó ponerse a la defensiva.

—No pasa nada —dijo—. No te culpo.

—Para ser sincera —Allie bajó la vista hacia las tijeras—, me he asustado cuando he llegado al jardín. Me ha parecido oír algo. Pero solo erais vosotros. Así que… me he puesto frenética.

—Es normal que tengas los nervios de punta, Allie —dijo—. Yo estoy igual. Y todo el mundo. No tienes que disculparte por nada.

—¿No? Yo creo que tengo muchas cosas de las que disculparme.

A Carter no se le escapó el tono de amargura y la miró con curiosidad.

—¿Por qué lo hiciste, Allie? —le preguntó—. ¿Por qué te escapaste?

Apoyada contra la escalera, Allie se quedó mirando la luz del alba mientras recordaba cómo se había sentido aquel día.

—Tenía la sensación de que… nada había cambiado —explicó—. O sea, Jo murió y luego todo el mundo siguió con su vida como de costumbre excepto yo. Y no quiero que todo siga como de costumbre. Nunca más.

Carter asintió en silencio, mordiéndose el labio inferior.

—El caso es —repuso al cabo de un segundo— que nada siguió como de costumbre, Allie.

La respuesta la cogió por sorpresa.

—¿A qué te refieres? —preguntó frunciendo el ceño.

—Quiero decir que todo cambió. Supongo que nadie te lo dijo porque sabían que… necesitabas tiempo y tal —Carter arrancó una hoja muerta de un árbol, evitando mirar a Allie a los ojos—. Pero nos hemos reunido muchísimas veces. El entrenamiento de la Night School ha cambiado también. Están buscando al espía como locos; todo el mundo está paranoico. Y Raj localizó todos y cada uno de los lugares donde Gabe y Nathaniel habían estado —negó con la cabeza y la miró a los ojos—. Ya sabes que Raj es Batman, ¿no?

—Espera un momento —Allie quería volver al tema que la preocupaba—. ¿Me estás diciendo que han estado pasando montones de cosas y nadie me ha dicho nada?

Carter adoptó una expresión ambigua.

—Isabelle dijo que no estabas lista. Necesitabas pasar el duelo.

Allie apretaba los dientes con tanta fuerza que apenas podía hablar.

—El duelo ya ha durado bastante —dijo—. Estoy lista para vengarme de Nathaniel.