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«No tengo otro remedio, mi muy querido amigo. Él ha medido muy bien todas mis posibles salidas. “El pueblo o usted”, me ha dicho. Y he elegido lo que habrías tú elegido en mi lugar, lo que siempre elegimos cuando estuvimos en el Partido, más tarde en la guerra y por fin tú en el exilio y yo en este otro exilio (habrás entendido quizá que ser cristiano es una forma de destierro). Me he decidido y ya estoy en paz. Cerraré esta carta y espero que alguien te la envíe. Tengo aquí la pistola que le regalé a ella como recuerdo de aquellos días, me la ha traído él. “Usted sabe cómo se maneja, es suya y se la devuelvo”. Yo ni me acordaba, naturalmente. Pero no la emplearé, no quiero meter ruido ni quiero darle ese último gusto.

Sabes que no me va el hacer tragedia, pero Cristo en el Huerto de los Olivos, pienso que tuvo una proposición semejante: o el pueblo o usted. Fue la proposición de toda su vida. Es la proposición alternativa que se ofrece a todo hombre. Y después del titubeo, viene la tranquilidad absoluta, cualquiera que sea el camino que se escoja. Por lo menos yo estoy tranquilo, de veras. ¿Qué es un corte con una cuchilla si hemos visto ríos de sangre en nuestra vida y siempre sangre inocente? ¿Podía acabar esto de otro modo? ¿Pueden acabar de otra manera los que eligen contra sí mismos? Yo he sido siempre bastante ingenuo, tú me conoces, llego tarde a las cosas, me pillan a contrapié; pero sin ingenuidad es imposible seguir adelante. Tú eras más precoz que yo, sospechaste siempre que éramos unos vencidos de antemano y por eso te marchaste. A ver si me entiendes, no quiero reprocharte nada; intento solamente justificarme ahora a mí mismo. En estos momentos necesito justificar toda mi vida, ver la hebra oculta de mi pequeña historia. Y empiezo a comprender. Amo este mundo, y por eso, únicamente por eso, tenía que llegar a esto de ahora. No se puede vivir en serio sin mancharse; ni uno puede morir puro sin condenarse. Por el “hero mecho” de vivir… mira, me acuerdo de Mamiño ahora y es un pequeño consuelo: En la lista de las firmas que él me ha enseñado, no estaba la de Mamiño; la he leído casi con esa única intención. Y me siento compensado, ya hay en el pueblo uno siquiera que también ha elegido contra sí.

Querido Filósofo, hermano mío lejano, ahora te siento más cerca. Bébete una copa en mi recuerdo. Y perdóname también tú si te he decepcionado. Cuando nos juntemos la próxima vez, espero no tener ya que discutir ni de política ni de religión, porque ahora sé que tengo razón: Dios tampoco tiene las manos limpias. Adiós».