«No creo, querido Filósofo, que se atrevan a poner su mano sobre mí; un cura para ellos es un cable de alta tensión. Ella, la maestra ha venido muy alarmada hace un rato a informarme que su marido está tramando algo feo con los hombres. No sabía en concreto qué, pero sospecha que nada bueno. Ya me figuro el chantaje que habrá empleado para convencer a esos apocados: antes cedió en lo del pantano pero ahora ha podido emplearlo para amenazarles si no se pliegan a sus planes. ¿Qué quiere de mí, que me vaya? Me parece demasiado poco para un miserable que no vaciló en denunciar falsamente al viejo cura y llevarlo a la muerte, pues ella también me ha dicho que fue él. Entonces ¿querrá mi muerte? Esto me parece demasiado mucho; fuera de cuatro lamedores los demás son sanos y no puedo creer que se atrevan a ir tan lejos. Soy amigo de todos o por lo menos eso creo; aunque desde luego el hombre es el animal más infiel al hombre.
No hace ni tres horas que nos llegó la seleccionadora, una prodigiosa maquinita que ufl, ufl, te sorbe las truchas por un lado y las reparte después a las diversas piscinas según su tamaño. Es el trabajo más pesado y ahora en un santiamén y sin apenas manosear los bichos, te adelanta que es una bendición. Todos estaban rodeando maravillados el ingenio que nos ha enviado el Francés, pero ya me di cuenta de que Aurelio el hermano de tu Asunta y uno de los personajes más ambiguos que conozco, piadoso y lagotero, rendibusero y bravucón, rondaba las piscinas haciéndose el curioso; vendría a buen seguro, con la cita de su amo. Oigo que alguien anda en la puerta de atrás. ¿Será ella otra vez?».