—Hijos, vosotros decís que los ricos, pero los ricos no son malos. El pobre señor alcalde, que en gloria esté, era un hombre de muy buen corazón, os lo puedo asegurar. Un poco testarudo sí que era, siempre se empeñaba en ganarme al tresillo echándonos bolas pero lo conocía antes de abrir la boca; ahora que lo que se dice malo, malo, ¡qué ha de ser! Como vosotros, yo ya sé que vosotros tampoco sois malos, —va diciendo río abajo el cura viejo escoltado por los soldados—, sólo que estáis engañados. Os han metido pajaricos en la cabeza y los pajaricos cantan dulces melodías, eso es todo. El mundo no se arregla con bombas, ahora lo estaréis entendiendo.
—Bueno, viejo —le empuja el Filósofo—, déjate de sermonear, que ya se te acabó el cuento. Ahora prepárate a bien morir como dices tú.
—Yo ya estoy preparado, he ofrecido mi vida al Señor por vuestra salvación y la salvación de…
—¡Vamos más deprisa! —El teniente se impacienta; no quiere escuchar al sacerdote. Se ha negado a ejecutarlo a la salida del pueblo y ahora se pone a la cabeza de la columna para forzar la marcha. El cura tiene que recogerse los hábitos.
—Esto me recuerda la ida de Nuestro Señor Jesucristo a Jerusalén cuando sabía que iba a morir por nuestros pecados y sin embargo iba aprisa, aprisa, casi alegre. Mutatis mutandis, también yo os perdono como Él, porque no sabéis lo qué hacéis.
—¡Cállate! —se revuelve furioso el teniente. Mira con ira al cura jadeante, le ve el sudor de las axilas que le forman rodajas de sal sobre la sotana negra; le da compasión más que otra cosa.
—¿Ves?, eres más pesado que un pecado mortal —bromea el Filósofo—, hasta el teniente se ha cabreado.
Llegan al campamento, quedaos aquí, firmes, entra en el despacho del capitán, hemos traído al saboteador, ¿le hago entrar?, pero ¿lo traes vivo?, vivo, pues ¿qué coño de órdenes te han trasmitido ésos? Es que yo no mato a un cura así como así, mi capitán; el alcalde murió, parece que del susto, pero sospecho que el culpable era él. Se hace un silencio, encienden un cigarrillo. ¿Eres supersticioso o qué diablos te pasa?, ya serás de los que rezan a escondidas, bueno, allá tú, alguien lo ha denunciado mandando su nombre en una botella que hemos recogido en la presa, venga, hazlo pasar; no, espera, se levanta del catre, se arregla el pelo. ¿No habrá algún voluntario?, sí señor, pero ¿sin juicio? Me parece, teniente, mete los dedos en el correaje, tabalea sobre el cuero, me parece que tú has perdido la guerra antes de tiempo, el bigote rojizo del teniente brilla como el rastrojo; de todos modos, es igual, han muerto todos los caballos y vamos a marcharnos inmediatamente, da las órdenes, sí señor, que recojan lo más posible, sí señor, y ese voluntario que se lo lleve ahí abajo y lo fusile, a la orden, que otro grupo salga ahora mismo a explorar el camino de la montaña, eso es todo, perfectamente señor; sale fuera, la sotana verdeguea bajo el sol, tú Filósofo, permiso para hacer lo que querías, está bien, vamos cura, los demás a formar, avisa al corneta, podéis fumar, será el último descanso antes de recoger todo y subir al monte, nos las piramos.
—Vaya, cura, ahora te has comido la lengua, ¿o qué? ¿O te has hecho en los pantalones? —El Filósofo señala el camino a su víctima.
—Me das miedo, hijo.
—¡Hijo ni leches! A ti lo que te pasa es que quieres hacerte el mártir, pero conmigo no te vale. ¿Sabes que yo estuve en el seminario? Soy un rebotado, arajai, un rebotado, y os conozco muy bien.
—Quieres decir, un amargado.
—Tú lo has dicho, he vivido amargado, pero no porque me echaran de fraile; eso querrías tú y tener así una explicación muy fácil para mi odio. La cosa es más seria, os odio porque creo en Dios.
—No blasfemes y déjame rezar.
—Escucha, padrecito —el soldado lo detiene al borde del barranco— Te voy a dejar todo el tiempo que quieras para rezar, pero antes óyeme esto: Yo también he rezado mucho, era muy piadoso, Dios me impone mucho respeto ¿sabes?, pero aparte de eso el rezar me servía de consuelo, lloraba porque me despreciaban, era pobre, olía mal, no tenía camisas con cuello como los otros, siempre andaba con los calcetines llenos de tomates, mis padres eran unos desgraciados con tanto hijo, y yo aprovechaba los rezos para echarme a llorar pensando en mi familia y compadeciéndome a mí mismo; cuando nos daban más carnuz para llenar el estómago, más lloraba yo pensando en mis hermanos. Eso era al principio pero ya me amargué. Después aprendí a odiar, fui entendiendo que la religión la empleaban para dorar la píldora, para hacer limosnas y la limosna es el peor producto de la religión; porque tapa la injusticia y la santifica. Es el colmo, Dios tiene que estar agradecido a esos cínicos que hacen limosnas devotas con el dinero que han ordeñado al pueblo. Los ricos no son malos, ¿eh? Ellos pagan la carrera a los curas; yo también tenía mis bienhechores que me ayudaban en los estudios para que luego predicara lo que ellos quieren oír y sólo eso.
—Yo también he sido siempre pobre.
—Ya lo veo, ya, te atontaron y te formaron esclavo para que fueras jefe de esclavos. Eso mismo quisieron hacer conmigo y me rebelé. Al llegar a la Filosofía empecé a entender el tinglado, me rebelé y me echaron. Me mandaban a un asilo a enseñar catecismo y yo les decía a aquellos hijos de nadie: Dios quiere que cuando seáis mayores, busquéis al cabrón de vuestro padre que seguro que es rico y gordo y le robéis todo lo que podáis y si se resiste le partáis el bolo. Eso les enseñaba, ¿comprendes? Y eso tenías que haber predicado tú si hubieras tenido fe; ahora no te verías donde te ves. Pero claro, tu madre pobre te mandó de cura y te formaron a base de limosnas y naturalmente ahora se las correspondes a tus generosos donantes con una vida muy piadosa y jugando al tresillo para entretener sus ocios como un bufón. ¿Qué, no es así o qué?
—No sé si eres un ángel o un demonio. —El viejo se apoya en un árbol; le mira tembloroso— ¿Me vas a perdonar la vida? Tengo mucho miedo, déjame irme; dame un cigarrillo.
—Casca para abajo. No te creas que soy como el teniente, ése se ablanda pronto; todavía no ha aprendido que hemos perdido la guerra pero que el pueblo va a ganar experiencia. Tu pueblo tiene que veros muertos para que sepa que sois culpables; para ellos el que pierde no tiene razón. Aunque ya sospechan que eres un embaucador, pero con tus discursos y un poco de miedo al infierno, todos al bote. Cobarde, eso es lo que eres, un cobarde; si tuvieras fe en tu oficio, morirías decentemente.
—Tienes toda la razón, hijo; voy a morir decentemente. Déjame que rece un poco.
—Aquí te espero.
El soldado se sienta en el ribazo y saca un cigarrillo. Las chicharras ensayan sobre su guitarra destrenzada. Don Frutos desciende hasta la orilla del agua y escoge brevemente un poco de hierba para arrodillarse. La cascada de la presa esparce los granos de luz fresca en el rompimiento cegador del mediodía.
El soldado sin levantarse y con el cigarrillo en los labios apoya el fusil sobre la rodilla y apunta muy despacio. Cuando el sacerdote se da unos golpes en el pecho, el Filósofo dispara. El bulto negro va encorvándose y queda ovillado en el césped; el estallido se aleja y las chicharras imponen su sonido aserrando el silencio de la alameda con las púas de sus dientes agrios.
El soldado apaga cuidadosamente la colilla y asciende el terraplén canturreando el “Corazón santo, tú reinarás”.
«Voy a ver dónde te pongo el primer aviso; entre la puerta y la esquina estará bien». —El sacristán escruta la oscuridad. Pronto va a suceder algo, lo presiente. Se tumba en el suelo del granero y prepara la escopeta en posición de tiro—» ¿No te animas a salir aún? Sé que estás ahí, a cien metros te siento respirar como una culebra, la plaza huele a culebra en estos momentos, a ese olor sofocante de meada calentorra que suele haber en los cañaverales de la orilla del río. Y aquella sombra de la fuente se ha encogido del asco que le da tu sombra. Apostaría cualquier cosa a que sales por la puerta del garaje. Vamos hombre, que don Chema ya habrá terminado de oír Radio París y se te va a escapar a la cama. Ahora que estará echando el último piscolabis de rezo, le llamas y te invita a una copa. Ya te conoce y no se llevará ningún sobresalto cuando le digas, señor cura, vengo a darle de puñaladas. O no, tú eres mucho más maricón que todo eso, le dirás: Reverendo señor párroco, enterados de quién es usted, vengo en representación de todo el pueblo que por unanimidad me ha delegado… lo de unanimidad, bien subrayado. ¿No te decía?, por el garaje. Sin miedo, adelante. Hombre, te veo muy resuelto. Ah, vas por la puerta de atrás, ¿qué te crees, que el cura es tan cobardica como tú y se va a escapar, o aún tienes miedo de que te vea alguien? El miedo es mal consejero, hijos amadísimos. Ya Gedeón recibió del Señor la orden de licenciar a todos los soldados miedosos cuando iba a entrar en batalla. Y tú, cagadico amalecita, te vas a ir de vareta en cuanto el preste te plante cara. Ya te habrá sentido. ¿Quieres otra apuesta a que sabe ya quién anda hurgando en la trasera de su casa? Es tontería, el que nació con los cuernos puestos, cencerro le cuelgan, y no hay que darle vueltas. Ahora te veo la idea, modorro; habrás dejado atada a tu mujer en casa mientras vas a matar a su amante; argumento de opereta. Tú no quieres vengar la muerte de nadie sino el fracaso de tu vida. La Eugenia nunca ha sido tuya, tu sebo de lechón peludo, lascivo y todas las charcuterías que llevas encima, le tienen que producir bascas de asco. Tenerte a ti encima es como si le cayera toda la mierda que habrá en el pozo de nuestro excusado, que tienen que ser varias toneladas porque ahí se va almacenando desde que se construyó esta casa y en la puerta dice 1859, así que saca cuentas; no hemos sido de mucho comer, pero pestilentes como el infierno, particularmente mi padre que no sé cómo fabricaba las sobras pero era un caso el pobre, y según tenía dicho, en la guerra le odiaban los compañeros porque temían que el enemigo los descubriera gracias a sus olimientos enfermantes y de extenso radio de acción. Como tú estuviste enchufado en Intendencia, no llegaste a gozar de su amable compañía. Ahora que tú apestarás más. Porque ella que siempre fue chisporroteante como una fuxia se quedó triste desde que le caíste tú con tu pellejo lleno de engrudo, y era triscadora y tetona como una cabrilla y por eso te habría encandilado, pues siempre has sido un obseso de los pechos tembladores y has pellizcado todas las tetas de Dios habidas en la comarca y alrededores. ¡Pero ella nunca ha sido tuya! Y antes que nadie descubriera que el cura era el teniente, tú te has adelantado, ya te entiendo las cavilaciones que has hecho, y te presentas como el infante vengador; pero en el fondo del mar matarile rile rile, a castigar aquellos abrazos que yo les vi en la escuela y todos los abrazos de todos los mozos del pueblo, en el pensamiento por supuesto, porque el amor, cacho cerdo, no es cuestión de tetas sino de pensamiento. Y yo, desde que tenemos el altar de cara al personal, he sorprendido más de cuatro veces las miradas al bies de toda la población masculina hacia tu querida señora, cosa que tampoco parecía disgustarle a ella.
Porque entre dominus vobiscum y pax tecum, podría describirte toda la telaraña que se hila entre parejas desparejadas. El Melitón y la Engracia se mandan mensajes cuando cantan con su chincho que sobresale por encima del hostia pura y ¡qué ganas te tengo, Engracia!, ¡ah, pues yo a ti, Melitón! Y cuando el Lucio tose, la Pascuala carraspea, ¡ay que ver cómo carraspea la pobre y comunica su amor como los arrapos, batiendo el bocio!, y la Rude con Pascual y todos así; y con tu Eugenia de Montijo más en plan platónico pero soñar no cuesta dinero. Y siempre que ella ha bajado al pozo del violín a bañarse, ha tenido espectadores desde los lugares más estratégicos; todo varón de este pueblo ha hecho su iniciación visual en las opulencias de tu mujer que ha sido de todos menos tuya, te lo repito. Ella lo sabía, claro, porque ya de cuando os casasteis, yo mismo he ido a contemplarla desde los chopos encima mismo, y cuando se ponía tripa arriba daba unos grititos de hembra complacida, que estoy seguro que me sabía de sobra. Yo, ni menearme por supuesto, pero me tenía que ver; nos veía en la escuela todo lo que hacíamos a escondidas del compañero y no nos va a guipar cuando estábamos cuatro o cinco en la vertical del pozo, y al melón de Felipe se le caían los ojos “¡qué buena está la bicha!”, “¡cállate, so pijón!”, comiéndosela a bocados con el hambre que había entonces. Tú entretanto echando la siesta con la cornamenta encima de la almohada. Y ahora vas a vengarte de todos, y vosotros, hijos amadísimos, olvidando que sois hijos de la misericordia y herederos de las antiguas promesas divinas, Queréis tomaros la justicia por vuestra mano y ante el Crucificado que desde el santo leño pide perdón para sus matadores, preferís anteponer vuestros rencores y clamáis ¡oh, desdichados!, que caiga su sangre sobre vosotros y vuestros hijos. No sabéis lo que os hacéis, porque ¡qué sabe el burro cuándo es día de fiesta!».
—Pues si es cierto, hermano, que don José María es aquel teniente escapado del infierno —la señorita Asunta se hace cruces desde la frente hasta el pecho y del hombro izquierdo al derecho—, ahora me explico todo y ¡venid cristianos, la que se va a armar! Ese hombre se merece todo, y no quisiera más que estar en el lugar del señor Palaciano para ir y sacarle los ojos. Estoy por ir a su casa ahora mismo.
—Asunta, tú te estás quieta, que ya sabe cada uno lo que tiene que hacer. Así que en cuanto me seco, iré yo a ver si me necesita y vosotras chitón, ¿entendido? Dormir es lo mejor que podéis hacer.
—Pero Aurelio, querido hermano, si yo también soy parte agraviada, ¿no te parece, cuñada? No por él directamente; o a lo mejor, sí. Ya te he hecho saber otras veces que últimamente ese señor no me daba muy buena espina, su modo de celebrar los santos sacramentos, sus risitas sobre nuestra Asociación, el enfoque que ha querido meter en nuestro grupo, ¡chico, que matraca nos da con lo social!, ¿qué hacen ustedes en el plano social y que repercusiones tiene su amor a Dios en el mundo?, en fin, ya te he llegado a contar que no me gustaba ni un poco que no insuflara en nuestros espíritus el vuelo alto y encendido de las almas que hilan fino, porque las personas, ¿no te parece?, somos muy materialistas y necesitamos respirar aires de montaña sagrada y navegar como los ángeles por el mar insondable del misterio divino. Y no te cuento otras intimidades porque son secreto de confesión, pero muchas cosas diría que te convencerían de lo bien que hacéis firmando ese papel. Sólo una cosa os echo en cara al señor Palaciano y a vosotros, que no hayáis contado con nosotras, las relacionadas con sus acciones depravadas de entonces.
—Mujer, bastantes problemas ha tenido el amo para sonsacar el acuerdo a los cabezas de familia y encima tener que consultaros a vosotras; no acabaríamos nunca y esto corre mucha prisa.
—Yo, a ver si me entiendes, no quiero hacerle ningún daño. Él me ha defraudado y me ha herido profundamente, mi alma ha sufrido un desengaño mortal con su ausencia de espiritualidad y su falta de clase y es que no tiene estilo sencillamente. Pero mira por dónde, en cierta manera me alegro que haya sido descubierto a tiempo por el daño incalculable que podía hacer a la parroquia y a las obras apostólicas. Porque no hay derecho, no ha dejado quieta ninguna de nuestras obras pías. Yo le decía, lea usted las actas y verá que todos los años traemos confesor extraordinario cuando la patrona, y es una cosa muy grande, tú lo sabes, Aurelio, porque los hombres son muy fríos y hay que empujarlos al santo Tribunal y darles mayores facilidades; y otra obra que hacemos, pues solemos hacer la adoración mensual según las constituciones de la obra que está asociada a la matriz de Roma nada menos; y aún así, él continuaba, pero señora o señorita, mira, es un detalle que en medio de todo se lo agradezco eso de llamarme señorita, no le voy a negar que tiene mundo y que durante un tiempo me tuvo encandilada, pero en resumidas cuentas, que ahora ya veo que sus insistencias no son más que comunismo disfrazado de formas más civilizadas que cuando estuvieron en la guerra y ¡Dios les perdone lo que nos obligaron a hacer, porque gracias que yo tenía vocación de religiosa casi de clausura y mi vida es feliz cultivando el alma de los niños y creo haber expiado el horrendo pecado con aquel soldadote y no quiero ni pensarlo! Pero ahora que dices, ella, ¡quién sabe cómo reaccionará!, nunca ha sido santa de mi devoción pues sólo ella sabe de dónde procede y vino aquí trayendo costumbres demasiado sueltas y modas frívolas, además de no ser de la alcurnia ni de la clase social del señor Palaciano, pero lo atrapó a él la muy lagarta. Y dime una cosa, Aurelio, no iréis a poner vuestras manos sobre un sacerdote, que por muy indigno que sea, sigue siendo persona sagrada y existen penas canónicas para quien…
—Sólo un susto le daremos, no te preocupes, hermanita, iros a la cama y no tengáis cuidado.
—Bueno, si es un susto nada más y lográis alejar del pueblo la herejía, ya me parece mejor. ¿Ya estás bien seco?, mira que hace una noche muy fresca.